VI

Dejemos el pórtico principal y pasemos al pórtico norte o de la Virgen.

En el centro del tímpano, y en la cornisa de en medio, observad el sarcófago, accesorio de un episodio de la vida de Cristo. Veréis en él siete círculos: son los símbolos de los metales planetarios:

El sol indica el oro, y Mercurio el azogue;

Venus es al bronce, lo que Saturno al plomo;

la Luna es imagen de la plata; Júpiter, del estaño

y Marte, del hierro[75]».

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XXVIII. NOTRE DAME DE PARIS: PORTAL DE LA VIRGEN

«Solve et Coagula»

El círculo central aparece decorado de una manera particular, mientras que los otros seis se repiten a pares, cosa que jamás se produce en los motivos puramente ornamentales del arte ojival. Más aún: esta simetría se extiende desde el centro hacia las extremidades, tal como enseña el Cosmopolita. «Contempla el cielo y las esferas de los planetas —dice ese autor[76]—y verás que Saturno es el más alto de todos, al cual sucede Júpiter, y después Marte, el Sol, Venus, Mercurio y, por último, la Luna. Considera ahora que las virtudes de los planetas no suben, sino que descienden; incluso la experiencia nos enseña que Marte se convierte fácilmente en Venus, y no Venus en Marte, pues ella es la esfera más baja. De la misma manera, Júpiter se transmuta fácilmente en Mercurio, porque Júpiter está más alto que Mercurio; aquél es el segundo a partir del firmamento, éste es el segundo encima de la Tierra; y Saturno es el más alto, y la Luna la más baja; el Sol se mezcla con todos, pero nunca es mejorado por los inferiores. Advertirás, pues, que hay una gran correspondencia entre Saturno y la Luna, en medio de los cuales está el Sol, como también entre Mercurio y Júpiter y Marte y Venus, todos los cuales tienen el Sol en el medio.»

La concordancia de mutación de los planetas metálicos entre sí aparece, pues, señalada, en el pórtico de Notre-Dame, de la manera más formal. El motivo central simboliza el Sol; los florones de los extremos representa Saturno y la Luna; después vienen, respectivamente, Júpiter y Mercurio; y, por último, a los lados del Sol, Marte y Venus.

Pero hay algo todavía más curioso. Si analizamos la singular hilera que parece unir las circunferencias de los rosetones, veremos que está formada por una sucesión de cuatro cruces y tres báculos, uno de los cuales es de espiral sencilla, y los otros, de doble voluta. Obsérvese, de pasada que si se tratase de un propósito ornamental, los atributos hubieran debido ser, necesariamente, en número de seis o de ocho, a fin de obtener una simetría perfecta; sin embargo, no es así, y la circunstancia de que uno de los espacios, el de la izquierda, permanezca vacío, acaba de demostrar que se quiso dar al conjunto un sentido simbólico.

Las cuatro cruces representan, al igual que en la notación espagírica, los metales imperfectos; los báculos de doble espiral, los dos metales perfectos, y el báculo sencillo, el mercurio, semimetal o semiperfecto.

Pero, si apartamos los ojos del tímpano y bajamos la mirada hacia la parte izquierda del basamento, dividido en cinco nichos, observaremos unas curiosas figuritas en el espacio existente entre las pequeñas arcadas.

He aquí, yendo desde fuera hacia el pie derecho, el perro y las dos palomas, que hallamos descritos en la animación del mercurio exaltado; el perro de Corasceno, del que hablan Artephius y Philalèthe, al cual hay que saber separar del compuesto en estado de polvo negro, y las Palomas de Diana, otro enigma desesperante bajo el cual se ocultan la espiritualización y la sublimación del mercurio filosofal. El cordero, emblema de la edulcoración del principio arsenical de la Materia; el hombre doblado, magnífica representación del apotegma alquímico solve et coagula, el cual enseña a realizar la conversión elemental volatilizando lo fijo y fijando lo volátil:

Si lo fijo sabes disolver,

y lo disuelto volatilizar,

y lo volátil fijar luego en polvo,

tienes motivo de consolación.

En esta parte del pórtico hallábase esculpido antaño el jeroglífico principal de nuestra práctica: se trataba del Cuervo.

Figura principal del blasón hermético el cuervo de Notre-Dame había ejercido, desde siempre, una atracción muy viva sobre los alquimistas —y es que una antigua leyenda lo designaba como única señal de un depósito sagrado—. Decíase, en efecto, que Guillermo de París, «el cual —dice Víctor Hugo— ha sido sin duda condenado por haber agregado tan infernal frontispicio al santo poema que canta eternamente el resto del edificio», había escondido la piedra filosofal en uno de los pilares de la inmensa nave. Y el lugar exacto de este escondrijo misterioso venía precisamente determinado por el ángulo visual del cuervo…

De esta manera, pues, según la leyenda, el pájaro simbólico señalaba antaño, desde fuera, el lugar ignorado del pilar secreto en que se hallaba encerrado el tesoro.

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XXIX. NOTRE DAME DE PARIS: PORTAL DE LA VIRGEN

El Baño de los Astros. Condensación del Espíritu Universal

En la cara externa de los pilares sin imposta que sostienen el dintel y el arranque de las dovelas, se hallan representados los signos del zodíaco. En primer lugar, empezando por abajo, encontramos Aries; después, Tauro, y, en lo alto, Géminis. Son los meses primaverales que señalan el comienzo del trabajo y el tiempo adecuado para las operaciones. Sin duda objetarán algunos que el zodíaco puede no tener una significación oculta y representar únicamente la zona de las constelaciones. Es posible. Pero, en este caso, tendríamos que encontrar el orden astronómico, la sucesión cósmica de las figuras zodiacales, en modo alguno ignorada por nuestros antepasados. Sin embargo, Leo sucede a Géminis, usurpando el lugar de Cáncer, que ha sido desterrado al pilar opuesto. El imaginario quiso, pues, indicar, valiéndose de esta hábil transposición, la conjunción del fermento filosófico —o León— con el compuesto mercurial, unión que debe producirse hacia el final del cuarto mes de la primera Obra.

Observamos también, bajo este pórtico, un pequeño bajorrelieve cuadrangular sumamente curioso. Sintetiza y expresa la condensación del Espíritu universal, el cual forma, en cuanto se materializa, el famoso Baño de los astros, en el cual el sol y la luna químicos deben bañarse, cambiar de naturaleza y rejuvenecerse. Vemos en él a un niño que cae de un crisol, grande como una cuba y sostenido por un arcángel en pie, nimbado, con un ala extendida, y que parece pegar al inocente. Todo el fondo de la composición lo ocupa un cielo nocturno y constelado. Reconocemos en este tema una simplificación de la alegoría de la Degollación de los Santos Inocentes, tan cara a Nicolás Flamel y que pronto veremos en un vitral de la Sainte-Chapelle.

Sin entrar detalladamente en la técnica de la operación —cosa que ningún autor se ha atrevido a hacer—, diremos, no obstante, que el Espíritu universal, materializado en los minerales bajo el nombre alquímico de Azufre, constituye el principio y el agente eficaz de todas las tinturas metálicas. Pero este Espíritu, esta sangre roja de los niños, sólo puede obtenerse descomponiendo lo que la Naturaleza había antes reunido en ellos. Es, pues, necesario que el cuerpo perezca, que sea crucificado y que muera, si se quiere extraer el alma, vida metálica y Rocío celeste, que aquél tenía encerrada. Y de esta quintaesencia, trasvasada a un cuerpo puro, fijo, perfectamente cocido, nacerá una nueva criatura, más resplandeciente que cualquiera de aquéllas de quienes procede. Los cuerpos no tienen acción los unos sobre los otros; sólo el espíritu es activo y eficaz.

Por esto los Sabios, conocedores de que la sangre mineral que necesitaban para animar el cuerpo fijo e inerte del oro no era más que una condensación del Espíritu universal, alma de toda cosa; sabedores de que esta condensación en forma húmeda, capaz de penetrar y hacer vegetativos los cuerpos mixtos sublunares, sólo podía producirse de noche, a favor de las tinieblas, del cielo puro y del aire tranquilo; sabedores, en fin, de que la estación durante la cual se manifestaba aquélla con mayor actividad y abundancia correspondía a la primavera terrestre; por todas estas razones combinadas, los Sabios le dieron el nombre de Rocío de Mayo. Así, Thomas Corneille[77] no nos sorprende cuando asegura que los grandes maestros de la Rosa Cruz eran llamados Hermanos del Rocío Cocido[78], significación que ellos mismos daban a las iniciales de su orden: F. R. C.

Quisiéramos poder decir algo más sobre este tema de extraordinaria importancia y mostrar cómo el Rocío de Mayo (Maya era madre de Hermes) —humedad vivificadora del mes de María, la Virgen madre— se extrae fácilmente de un cuerpo particular, abyecto, despreciado y cuyas características hemos ya descrito; pero existen límites infranqueables… Rozamos aquí el más alto secreto de la Obra y deseamos cumplir nuestro juramento. Ahí está el Verbum dimissum de Trevisano, la Palabra perdida de los francmasones medievales, la que todas las Hermandades herméticas esperaban descubrir de nuevo y cuya búsqueda constituía el fin de sus trabajos y la razón de su existencia[79].

Post tenebras lux. No lo olvidemos. La luz sale de las tinieblas; está difusa en la oscuridad, en la negrura, como el día lo está en la noche. De la oscuridad del Caos fueron extraídas la luz y sus radiaciones reunidas, y si, el día de la Creación, el Espíritu divino se movía sobre las aguas del Abismo —Spiritus Domini ferebatur super aquas—, este espíritu invisible no podía ser al principio distinguido de la masa acuosa y se confundía con ella.

En fin, recordaremos que Dios empleó seis días en realizar su Grande Obra; que la luz fue separada el primer día, y que los días siguientes se determinaron, como los nuestros, por intervalos regulares y alternativos de oscuridad y de luz.

A medianoche, una Virgen madre,

produce este astro luminoso;

en este momento milagroso

llamamos a Dios hermano nuestro