La catedral de París, como la mayoría de las basílicas metropolitanas, está colocada bajo la advocación de la bendita Virgen María o Virgen-Madre. En Francia, el vulgo llama a estas iglesias las Notre-Dame. En Sicilia, llevan un nombre todavía más expresivo: Matrices. Son, pues, templos dedicados a la Madre (en latín, mater, matris), a la Matrona en el sentido primitivo, palabra que, por corrupción, se ha convertido en Madona (ital. madonna), mi Señora y, por extensión, Nuestra Señora.
Franqueemos la verja y empecemos el estudio de la fachada por el gran pórtico, llamado pórtico central o del Juicio.
El pilar central, que separa en dos el vano de la entrada, ofrece una serie de representaciones alegóricas de las ciencias medievales. De cara a la plaza —y en el lugar de honor—, aparece la alquimia representada por una mujer cuya frente toca las nubes. Sentada en un trono, lleva un cetro —símbolo de soberanía— en la mano izquierda, mientras sostiene dos libros con la derecha, uno cerrado (esoterismo) y el otro abierto (exoterismo). Entre sus rodillas y apoyada sobre su pecho, yérguese la escala de nueve peldaños —scala philosophorum—, jeroglífico de la paciencia que deben tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de la labor hermética «La paciencia es la escala de los Filósofos —nos dice Valois[40]— y la humildad es la puerta de su jardín; pues a todos aquéllos que perseveren sin orgullo y sin envidia, Dios les tendrá misericordia.
Tal es el título del capítulo filosofal de este Mutus Liber que es el templo gótico; el frontispicio de esta Biblia oculta y de macizas hojas de piedra: la huella, el sello de la Gran Obra laica al frente de la Gran Obra cristiana. No podía hallarse mejor situado que en el umbral mismo de la entrada principal.
XVII. NOTRE DAME DE PARIS: PORCHE CENTRAL
El Azufre Filosófico
Así, la catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica, investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de la Materia elemental (lat. materea; raíz, mater, madre). Pues la Virgen-Madre, despojada de su velo simbólico, no es más que la personificación de la sustancia primitiva que empleo, para realizar sus designios, el Principio creador de todo lo que existe. Tal es el sentido, por lo demás luminosísimo, de la singular epístola que se lee en la misa de la Inmaculada Concepción de la Virgen, cuyo texto transcribimos:
«El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el comienzo, antes que criase cosa alguna. Desde la eternidad fui predestinada, y antes que fuese hecha la tierra. Aun no existían los abismos, y yo había sido ya concebida. Aun no habían brotado las fuentes de las aguas; aun no estaba asentada la pesada mole de los montes; antes de que hubiese collados yo había ya nacido. Aun no había hecho la tierra, ni los ríos, ni los ejes del globo de la tierra. Cuando Él extendía los cielos, estaba yo con Él; cuando con ley fija y valla encerraba los abismos; cuando arriba consolidaba el firmamento, y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas; cuando circunscribía al mar en sus términos, y ponía ley a sus olas para que no traspasasen sus linderos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, con Él estaba yo concertándolo todo.»
Tratase aquí, visiblemente, de la esencia misma de las cosas. Y, en efecto, nos enseña la Letanía que la Virgen es el Vaso que contiene el Espíritu de las cosas: Vas spirituale. «Sobre una mesa, a la altura del pecho de los Magos —nos dice Etteilla[41]—, estaban, a un lado, un libro o una serie de hojas o de laminas de oro (el libro de Thot), y, al otro, un vaso lleno de un licor celeste-astral, compuesto de un tercio de miel silvestre, una parte de agua de la tierra y una parte de agua del cielo… El secreto, el misterio, estaba, pues, en el vaso.»
Esta Virgen singular —Virgo singularis, como la llama expresamente la Iglesia— es, además, glorificada mediante epítetos que denotan con bastante claridad su origen positivo. ¿Acaso no se llama también Palmera de Paciencia (Palma patientiae), Lirio entre espinas[42] (Lilium inter spinas), Miel simbólica de Sansón, Vellón de Gedeón, Rosa mística, Puerta del Cielo, Casa de Oro, etc.? Los mismos textos llaman también a María Sede de la Sabiduría, lo cual equivale a Tema de la Ciencia hermética, del saber universal. En el simbolismo de los metales planetarios, es la Luna, que recibe los rayos del sol y los conserva secretamente en su seno. Es la dispensadora de la sustancia pasiva, a la cual anima el espíritu solar. María, Virgen y Madre, representa, pues, la forma; Elías, el Sol, Dios Padre, es emblema del espíritu vital. De la unión de estos dos principios resulta la materia viva, sometida a las vicisitudes de las leyes de mutación y de continuidad. Y surge entonces Jesús, el espíritu encarnado, el fuego que toma cuerpo en las cosas, tal como las conocemos aquí abajo:
Y EL VERBO SE HIZO CARNE, Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS.
Por otra parte, la Biblia nos dice que María, madre de Jesús era de la rama de Jesé. Ahora bien la palabra hebrea Jes significa el fuego, el sol, la divinidad. Ser de la rama de Jesé equivale, pues a ser de la raza del sol, del fuego. Como la materia tiene su origen en el fuego solar, tal como acabamos de ver, el mismo nombre de Jesús se nos presenta en su esplendor original y divino: fuego, sol, Dios.
Por último, en el Ave Regina, la Virgen es adecuadamente llamada Raíz (Salve, radix), para señalar que es principio y comienzo del Todo. «Salve, raíz por la cual la luz ha brillado sobre el mundo.»
Tales son las reflexiones que sugiere el expresivo bajo relieve que acoge al visitante bajo el pórtico de la basílica. La Filosofía hermética, la antigua Espagírica, le dan la bienvenida en la iglesia gótica, en el templo alquímico por excelencia. Pues la catedral entera no es mas que una glorificación muda, pero gráfica, de la antigua ciencia de Hermes, de la que, por otra parte, ha sabido conservar a uno de los antiguos artífices. Notre-Dame de París guarda, en efecto, su alquimista
Si, impulsados por la curiosidad, o para distraer el ocio de un día de verano, ascendéis por la escalera de caracol que conduce a las partes altas del edificio, recorred despacio el camino, trazado como una atarjea, que se abre en lo alto de la segunda galería. Al llegar cerca del eje medial del majestuoso edificio, percibiréis, en el ángulo entrante de la torre septentrional, en medio de un cortejo de quimeras, el impresionante relieve de un gran anciano de piedra. Es él, es el alquimista de Notre-Dame.
Tocado con el gorro frigio[43], atributo del Adepto, negligentemente colocado sobre los largos cabellos de espesos bucles, el sabio, envuelto en la capa ligera del laboratorio, se apoya con una mano en la balaustrada, mientras se acaricia con la otra la barba poblada y sedosa. No medita; observa. Tiene los ojos fijos, y, en la mirada, una agudeza extraña. Todo, en la actitud del Filosofo, revela una intensa emoción. La curvatura de los hombros, la proyección de la cabeza y del busto hacia delante, expresan efectivamente, la mayor sorpresa. La mano petrificada se anima. ¿Será una ilusión? Uno aseguraría que la ve temblar…
¡Espléndida figura la del viejo maestro que escruta, interroga, ansioso y atento, la evolución de la vida mineral, y contempla al fin, deslumbrado, el prodigio que solamente su fe le había dejado entrever!
¡Y cuan pobres son las modernas estatuas de maestros sabios —ya estén fundidas en bronce o talladas en mármol—, comparadas con esta imagen venerable, de tan formidable realismo en su sencillez!
XVIII. NOTRE DAME DE PARIS: PORCHE CENTRAL
La Cohobación