VII

Varrón, en sus Antiquitates rerum humanarum recuerda la leyenda de Eneas, salvando a su padre y a sus penates de las llamas de Troya, y llegando, después de largas peregrinaciones, a los campos Laurentinos[20], término de su viaje. De ello nos da la razón siguiente:

Es quo de Troja est egressus AEneas, Veneris eum per diem quotidie stellam vidisse, donec ad agrum Laurentum veniret, in quo eam non vidit ulterius; qua recognovit terras esse fatales[21]. (Cuando hubo partido de Troya, vio todos los días y durante el día, la estrella de Venus, hasta que llego a los campos Laurentinos, donde dejo de verla, lo cual le dio a entender que aquéllas eran las tierras señaladas por el Destino.)

Veamos ahora una leyenda tomada de una obra que tiene por título Libro de Set, y que un autor del siglo VI relata en estos términos[22]:

«He oído hablar a algunas personas de una Escritura que, aunque no muy cierta, no es contraria a la ley y se escucha más bien con agrado. Leemos en ella que existía un pueblo en Extremo Oriente, a orillas del Océano, que poseía un Libro atribuido a Set, el cual hablaba de la aparición futura de esta estrella y de los presentes que había que llevar al Niño, cuya predicción se suponía transmitida por las generaciones de los Sabios, de padres a hijos.

»Eligieron entre ellos a doce de los más sabios y más aficionados a los misterios de los cielos, y se dispusieron a esperar esta estrella. Si moría alguno de ellos, su hijo o el más próximo pariente que esperaba lo mismo, era elegido para reemplazarlo.

»Les llamaban, en su lengua, Magos, porque glorificaban a Dios en el silencio y en voz baja.

»Todos los años, después de la recolección, estos hombres subían a un monte que, en su lengua, llamábase monte de la Victoria, en el cual había una caverna abierta en la roca, agradable por los riachuelos y los árboles que la rodeaban. Una vez llegados a este monte, se lavaban, oraban y alababan a Dios en silencio durante tres días; esto lo hacían durante cada generación, siempre esperando, por si casualmente aparecía esta estrella de dicha durante su generación. Pero al fin apareció, sobre este monte de la Victoria, en forma de un niño pequeño y presentando la figura de una cruz; les hablo, les instruyo y les ordeno que emprendieran el camino de Judea.

»La estrella les precedió, así, durante dos años, y ni el pan ni el agua les faltaron jamas en sus viajes.

»Lo que hicieron después, se explica en forma resumida en el Evangelio.»

Según otra leyenda, de época ignorada, la estrella tenía una forma diferente[23]:

«Durante el viaje, que duro trece días, los Magos no tomaron descanso ni alimento; no sintieron necesidad de ello, y este periodo les pareció que no había durado mas que un día. Cuanto más se acercaban a Belén, más intenso era el brillo de la estrella; ésta tenía la forma de un águila, volando a través de los aires y agitando sus alas; encima veíase una cruz

La leyenda que sigue, titulada De las cosas que ocurrieron en Persia, cuando el nacimiento de Cristo, se atribuye a Julio Africano, cronógrafo del siglo III, aunque se ignora a qué época pertenece realmente[24]:

«La escena se desarrolla en Persia, en un templo de Juno (Ηρης) construido por Ciro. Un sacerdote anuncia que Juno ha concebido. —Todas las estatuas de los dioses se ponen a bailar y a cantar al oír esta noticia—. Desciende una estrella y anuncia el nacimiento de un Niño Principio y Fin. —Todas las estatuas caen de bruces en el suelo—. Los Magos anuncian que este Niño ha nacido en Belén y aconsejan al rey que envíe embajadores. —Entonces aparece Baco (Διονυσος), que predice que este Niño arrojará a todos los falsos dioses—. Partida de los Magos, guiados por la estrella. Llegados a Jerusalén, anuncian a los sacerdotes el nacimiento del Mesías. —En Belén, saludan a María, hacen pintar por un esclavo hábil su retrato con el Niño y lo colocan en su templo principal con esta inscripción: A Júpiter Mitra (Διι Ηλιω, al dios sol), al Dios grande, al rey Jesús, lo dedica el Imperio de los persas

«La luz de esta estrella, escribe san Ignacio[25], superaba la de todas las demás; su resplandor era inefable, y su novedad hacia que los que la contemplaban se quedaran mudos de estupor. El sol, la luna y los otros astros formaban el coro de esta estrella

Huginus de Barma, en la Práctica de su obra[26], emplea los mismos términos para expresar la materia de la Gran Obra sobre la cual aparece la estrella: «Tomad tierra de verdad —dice—, bien impregnada de rayos del sol, de la luna y de los otros astros

En el siglo IV, el filosofo Calcidio, que, como dice Mulaquius, el ultimo de sus editores, sostenía que había que adorar a los dioses de Grecia, los dioses de Roma y los dioses extranjeros, se refiere a la estrella de los Magos y a la explicación que de ella daban los sabios. Después de hablar de una estrella llamada Ahc por los egipcios, y que anuncia desgracias, añade:

«Hay otra historia más santa y más venerable, que atestigua que, mediante el orto de cierta estrella, se anuncio, no enfermedades ni muertes, sino la venida de un Dios venerable, para la gracia de la conversación con el hombre y para ventaja de las cosas mortales. Después de ver esta estrella viajando durante la noche, los más sabios de los caldeos como hombres perfectamente adiestrados en la contemplación de las cosas celestes, indagaron, según cuenta, el nacimiento reciente de un Dios, y, al descubrir la majestad de este Niño, le rindieron los homenajes debidos a un Dios tan grande. Lo cual conocéis vos mucho mejor que otros[27]»

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XII. NOTRE DAME DE PARIS: PORCHE CENTRAL

El Athanor y la Piedra

Diodoro de Tarso[28]se muestra aun más positivo cuando afirma que «esta estrella no era una de ésas que pueblan el cielo, sino una cierta virtud o fuerza (δυναμις) urano-diurna (θειοτεραν), que había tomado la forma de un astro para anunciar el nacimiento del Señor de todos».

Evangelio según san Lucas, II, v. 1 a 7:

«Estaban velando en aquellas cercanías unos pastores y haciendo centinela durante la noche sobre su grey. Cuando he aquí que un ángel del Señor apareció junto a ellos y una luz divina los cercó con su resplandor, por lo que empezaron a temer grandemente. Mas el ángel les dijo:

»No temáis, porque vengo a daros una Buena Noticia de grandísimo gozo para todo el pueblo; y es que os ha nacido hoy el Salvador, que es Cristo Señor nuestro, en la ciudad de David. Y ésta será la señal para conocerle: hallaréis un Niño envuelto en panales y reclinado en un pesebre.

»Entonces mismo se dejo ver con el ángel una multitud de la milicia celestial que alababa a Dios y decía: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.»

Evangelio según san Mateo, II, v. 1 a 11:

»Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá en tiempo del rey Herodes, he aquí que unos Magos de Oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el que ha nacido Rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle.

»…Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informo de ellos sobre el tiempo en que la estrella se les había aparecido; y encaminándolos a Belén, les dijo:

»Id, e informaos cuidadosamente de ese Niño, y en hallándole, avisadme, para que yo vaya también a adorarle.

»Ellos, luego que oyeron al rey, partieron; y de pronto, la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a posarse sobre el lugar donde estaba el Niño.

»A la vista de la estrella, se regocijaron con inmensa alegría. Y entrando en la casa, hallaron al Niño con María su madre, y prosternándose, le adoraron; y abrieron sus tesoros, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra.»

A propósito de unos hechos tan extraños, y ante la imposibilidad de atribuir la causa a algún fenómeno celeste, A. Bonnetty[29], impresionado por el misterio que envuelve estas narraciones, pregunta:

«¿Quiénes son esos Magos, y qué hay que pensar de esa estrella? Esto se preguntan, en este momento, los críticos racionalistas y otros. Y es difícil responder a estas preguntas, porque el Racionalismo y el Ontologismo antiguos y modernos, al extraer todos sus conocimientos de ellos mismos han hecho olvidar todos los medios por los cuales los pueblos antiguos de Oriente conservaban las tradiciones primitivas.»,

Encontramos la primera mención de la estrella en boca de Balam. Éste, al parecer nacido en la ciudad de Péthor, a orillas del Éufrates, dícese que vivía, allá por el año 1477 a. de J. C., en pleno Imperio asirio, que estaba a la sazón en sus comienzos. Profeta o Mago en Mesopotamia, exclama Balam:

En la iconografía simbólica, la estrella sirve para designar tanto la concepción como el nacimiento. La Virgen es representada a menudo nimbada de estrellas. La de Larmor (Morbihan), perteneciente a un bellísimo tríptico de la muerte de Cristo y el sufrimiento de María —Mater dolorosa—, en el cielo de cuya composición central podemos observar el sol, la luna, las estrellas y el cendal de Iris, sostiene con la mano derecha una gran estrella —maris stella—, epíteto que se da a la Virgen en un himno católico.

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XIII. NOTRE DAME DE PARIS: PORCHE CENTRAL

Conjunción del Azufre y el Mercurio

G. J. Witkowski[30] nos describe un vitral muy curioso, que se encontraba cerca de la sacristía de la antigua iglesia de Saint-Jean de Rouen, actualmente destruida. En ese vitral se hallaba representada la Concepción de san Román. «Su padre, Benito, consejero de Clotario II, y su madre, Felicitas, estaban acostados en una cama, completamente desnudos, según la costumbre que duro hasta mediados del siglo XVI La concepción estaba representada por una estrella que brillaba encima de la colcha, en contacto con el vientre de la mujer… La cenefa de este vitral, ya singular por su motivo principal, aparecía adornada con medallones en los que el observador advertía, sorprendido las figuras de Marte, Júpiter, Venus, etc., y, para que no cupiese la menor duda sobre su identidad la imagen de cada deidad iba acompañada de su nombre.»