V

Así como se reservaba al tallista de imágenes la decoración de las partes salientes, se confiaba al ceramista la ornamentación del suelo de las catedrales. Éste era generalmente enlosado o embaldosado con placas de tierra cocida pintadas y recubiertas de un esmalte plomífero. Este arte había adquirido en la Edad Media bastante perfección para asegurar a los temas historiados la variedad suficiente de dibujo y colorido. Se utilizaban también pequeños cubos multicolores de mármol, a la manera de los mosaicos bizantinos. Entre los motivos más frecuentemente empleados, conviene citar los laberintos, que se trazaban en el suelo, en el punto de intersección de la nave y el crucero. Las iglesias de Sens, de Reims, de Auxerre, de Saint-Quentin, de Poitiers y de Bayeux, han conservado sus laberintos. En la de Amiens, observábase, en el centro, una gran losa en la que se había incrustado una barra de oro y un semicírculo del mismo metal, representando la salida del sol en el horizonte. Más tarde, se sustituyo el sol de oro por un sol de cobre, el cual desapareció a su vez, para no ser ya reemplazado. En cuanto al laberinto de Chartres, vulgarmente llamado la lieue (por le lieu, el lugar) y dibujado sobre el pavimento de la nave, se compone de toda una serie de círculos concéntricos que se repliegan unos en otros con infinita variedad. En el centro de esta figura, veíase antaño el combate de Teseo contra el Minotauro. Nueva prueba, pues, de la infiltración de temas paganos en la iconografía cristiana y, en consecuencia, de un sentido mito-hermético evidente. Sin embargo, sería imposible establecer relación alguna entre estas imágenes y las famosas construcciones de la antigüedad, los laberintos de Grecia y de Egipto.

El laberinto de las catedrales, o laberinto de Salomón, es, nos dice Marcellin Berthelot[17], «una figura cabalística que se encuentra al principio de ciertos manuscritos alquímicos y que forma parte de las tradiciones mágicas atribuidas al nombre de Salomón. Es una serie de círculos concéntricos, interrumpidos en ciertos puntos, de manera que forman un trayecto chocante e inextricable».

La imagen del laberinto se nos presenta, pues, como emblemática del trabajo entero de la Obra, con sus dos mayores dificultades: la del camino que hay que seguir para llegar al centro —donde se libra el rudo combate entre las dos naturalezas—, y la del otro camino que debe enfilar el artista para salir de aquél. Aquí es donde se necesita el hilo de Ariadna, si no quiere extraviarse en los meandros de la obra y verse incapaz de salir.

Lejos de nuestra intención escribir, como hizo Batsdorff, un tratado especial para explicar lo que es este hilo de Ariadna, que permitió a Teseo cumplir su misión. Pero si pretendemos, apoyándonos en la caballa, proporcionar a los investigadores sagaces algunos datos sobre el valor simbólico del famoso mito.

Ariane es una forma airagne (araña), por metátesis de la i. En español, la ñ equivale a la gn; αραχνη (araña) puede, pues, leerse arahné, arahni, arahgne. ¿Acaso nuestra alma no es la araña que teje nuestro propio cuerpo? Pero esta palabra exige todavía otras formaciones. El verbo αιρω significa tomar, asir, arrastrar, atraer; de donde se deriva αιρην lo que toma, ase, atrae. Así pues, αιρην es el imán, la virtud encerrada en el cuerpo que los sabios llaman su magnesia. Prosigamos. En provenzal, el hierro se llama aran e iran, según los diferentes dialectos. Es el Hiram masónico el divino Aries, el arquitecto del Templo de Salomón. Los felibres llaman a la araña: aragno e iragno, airagno; en picardo, se dice arègni. Cotéjese todo esto con el griego Σιδηρος, hierro e imán. Esta palabra tiene ambos sentidos. Pero aún hay más. El verbo αρνω expresa el orto de un astro que sale del mar: de donde se deriva αρυαν (aryan), el astro que sale del mar, que se levanta; αρυαν o ariane, es, pues el Oriente, por permutación de vocales. Además, αρυω) tiene también el sentido de atraer; luego, αρυαν es también el imán. Si volvemos ahora a Σιδηρος origen del latino sidus, sideris, estrella, reconoceremos a nuestro aran, iran, airan provenzal, el αρυαν griego, el sol que sale.

Ariadna, la araña mística, escapada de Amiens, sólo dejó sobre el pavimento del coro la huella de su tela…

Recordemos, de paso, que el más célebre de los laberintos antiguos, el de Cnosos, en Creta, descubierto en 1902 por el doctor Evans, de Oxford, era llamado Absolum. Y observemos que este término se parece mucho a absoluto, nombre con que los alquimistas antiguos designaban la Piedra filosofal.

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X. NOTRE DAME DE PARIS: PORCHE CENTRAL

La Evolución – Colores y Regímenes de la Gran Obra