Viola
A la mañana siguiente, no me quedo dormida en clase de Shakespeare, sino que estudio minuciosamente lo que voy a decir en la exposición. No me sale un discurso muy bueno. La verdad es que da asco. Ni siquiera tiene sentido. No es más que un batiburrillo de nombres, sentimientos, tipos de gente… y estupidez. No debería haber empezado de cero. Debería haberme quedado con mis aburridos cuadros de bosques. Trabajo en mi discurso todas las clases siguientes y me salto la comida para intentar conseguir un diccionario de ideas afines. Pero antes de que me dé tiempo de escribir un párrafo entero, suena el timbre que anuncia el final de las clases y entro desanimada, en el aula de dibujo, tan sólo unas horas antes de que empiece la exposición.
—Hola, ¡cuánto tiempo! —saluda una voz alegre cuando cierro la puerta del aula.
Casi grito de la sorpresa y me vuelvo hacia la persona que ha hablado.
Es Ollie. Pero no parece Ollie. No es la Ollie en la que yo quería convertirme, ni en la Ollie que sollozaba en el jardín. No lleva mucho maquillaje y, aunque aún lleva ropa bonita de alguna tienda de oportunidades, no es tan ceñida, ni va tan perfectamente conjuntada. Hasta parece que ha engordado unos kilos, pero le queda muy bien.
—¡Ollie! ¡Hola! —contesto por fin, después de que ella se haya vuelto hacia los cuadros que está retocando.
Está añadiendo más rosa fuerte a un sillón situado en un bosque.
—He visto tus cuadros de la exposición sobre la mesa —dice y señala mis antiguas obras—. No te irás a echar atrás, ¿no?
—No, no, es que… empecé de nuevo —aclaro con timidez. Al mirar mis primeros cuadros es como si vieras fotos mías del pasado—. La verdad es que no se los he enseñado a nadie, han sido inspiración de última hora. Ni siquiera tienen nada que ver con el tema de los paisajes.
—Sí, es que el tema es un rollo —dice Ollie y se ríe—. ¿Me los dejas ver?
Se acerca. Huele a ropa limpia y lavanda.
Por un momento vuelve la Viola invisible y quiero balbucear que los cuadros de Ollie son mucho mejores que los míos. Es cierto. Pero no importa.
Ya no me importa. Ollie es una chica, sólo es… ¿una amiga? No me hace falta observarla como antes solía hacer, ni intento tratar de averiguar cómo es pertenecer a su grupo. Pinta mejor que yo, sí; pero al menos ahora mis cuadros son míos, no simples intentos de ser Ollie, de ser punki, emo o popular. Asiento y retiro las sábanas de mis lienzos.
Los cuadros son un lío. Hay gente con la cara desdibujada, definidos por su pelo o por sus ropas y los colores que rodean sus formas borrosas. Son escenas sacadas de fiestas, del instituto, las cabezas de los alumnos en clases y unas siluetas pequeñas que representan a las chicas invisibles.
—¡Vaya! —exclama Ollie con total naturalidad. Sonríe y asiente conforme va examinando uno a uno con detenimiento. Una vez llega a la quinta y última pintura, vuelve a mirarme a los ojos—. Son increíbles.
—Bueno, la técnica está algo acelerada —farfullo a través de un amplia sonrisa.
—¡Sí, pero son muy originales! Y hay emoción, son… tienen mucha fuerza —comenta Ollie—. Temía que te hubieras distraído. Eso me pasaba a mi cuando salía con Aaron. Es buen chico y eso, pero no le importa demasiado la pintura. No sé. Es como si él y yo estuviéramos destinados a estar juntos porque estábamos en el mismo rollo, pero no nos molestábamos en pensar si teníamos los sentimientos que se corresponden a que «nuestro destino fuera a estar juntos». Si es que eso tiene sentido, aunque no lo creo —dice Ollie y se retira el pelo hacia atrás—. Ahora es más fácil, soy más… más yo. Y de todos modos, he vuelto a salir con alguien —termina, un poco ruborizada.
—¿En serio? ¿Con quién?
—Con Xander Davis.
—Guau —es todo lo que me sale.
Xander Davis no tiene nada que ver con Aaron. Es un elemento básico del cuarto oscuro del centro y un experto del departamento de la fotografía, aunque se le conoce más por su pelo azul de punta que por sus fotos. Es uno de los míos. Bueno, de los que antes estaban a mi nivel, ahora que recuerdo el orden social del instituto. Era alguien con el que podía haber salido, incluso cuando era la Viola invisible.
—Sí. Él me entiende y Aaron, no. Aunque a lo mejor Aaron te entiende a ti —dice Ollie y se encoge de hombros de forma amistosa.
Pues no.
Un chico con el pelo azul aparece por la puerta. Es Xander.
—¿Ophelia? —dice con una voz poética, como si recitara la letra de una canción.
Ollie sonríe abiertamente.
—Dijiste que no me llamarías así en público, Lysander —bromea ella.
—Espera. ¿Te llamas Ophelia? —pregunto sorprendida, mientras coloco un lienzo en blanco.
—Es mi nombre de pila. Creo que volveré a usarlo en vez de Ollie.
—Es muy bonito —digo.
—Oye, tú eres Viola ¿no? —pregunta Xander con ese tono poético que permanece en su voz—. Vamos a pillar algo de comida antes de la exposición de esta noche. ¿Quieres algo?
—¿Yo? No. No, estoy bien. Pero gracias —contesto enseguida—. Tengo que averiguar cómo meter todo esto en el tema de los paisajes.
Ollie frunce el entrecejo.
—Hmmm… podrías… ¿podrían ser paisajes humanos? No, quizá, paisajes sociales.
Paisajes sociales.
—Es perfecto —digo—. Gracias.
—No hay de qué. Llámame si cambias de opinión respecto a la cena —dice Ollie mientras se lava las manos en el fregadero.
Se despide de mí con un gesto de la cabeza mientras le da la mano a Xander y luego desaparecen por el pasillo.
—Se la ve diferente. Pero bien —dice alguien en voz baja.
Me doy la vuelta y veo que Genio está apoyado en una mesa. Le brillan los ojos oscuros y en silencio, se retira unos cuantos rizos de la cara. ¿Cómo podía asustarme? Ahora lo único que quiero es que esté cerca de mí. Me pongo colorada porque sé que conoce el deseo que se haya en mi interior. Mira mis cuadros aún con detenimiento, los estudia callado unos minutos, hasta que una sonrisita cálida aparece en sus labios. No dice nada, pero no hace falta.
Se vuelve hacia mí y los rizos negros le caen sobre los ojos.
—¿Quieres que te ayude a prepararte?
Genio me ayuda a colocar los caballetes y mis cuadros en el vestíbulo del salón de actos. No hablamos, sólo cruzamos un par de miradas afectuosas y algunos roces que hacen que me dé vueltas la cabeza. Nos reímos cuando alguien pasa y me ve hablando sola, y le doy unas últimas pinceladas rápidas a mis lienzos. Lawrence se presenta temprano, y también han llegado las otras dos alumnas que participan en la exposición. Una va acompañada de sus padres, que pululan a su alrededor como avispas; y la otra está llorando como una histérica en los brazos de su madre.
Aún soy la novia de Aaron Moor, la radiante Viola, por lo que respecta a la Familia Real, hecho que casi he olvidado hasta que aparecen todos al mismo tiempo riéndose y hablando. Soy amable con ellos. Abrazo a Aaron, pero esquivo el beso que intenta darme, y alabo los nuevos reflejos y las faldas verde lima de las chicas resplandecientes. Pero luego me voy con Lawrence, Ollie, Xander y Genio, aunque este último nadie más le ve, aparte de mí y Lawrence. Nos sentamos juntos en un banco y esperamos que empiecen las presentaciones. Ollie y Xander comen comida tailandesa, y Lawrence cuenta chistes sobre los actores de Grease.
La exposición empieza despacio. Sarah Larson, la chica de los padres avispa, está diciendo su discurso como puede cuando llegan mis padres. Me saludan y susurran mi nombre lo bastante alto como para que me sonroje. Lawrence se levanta y les hace señas para que se sienten a su lado. Me obligo a bajar la vista hacia el cuaderno, que, salvo por unas cuantas ideas aisladas, es más bien inútil.
¿Qué voy a decir? ¿Cómo voy a hablarles a estas personas de lo que he pintado, en especial ahora que todos mis cuadros son sobre ellos? Sobre cómo les he observado, sobre como excluyen e incluyen gente en su grupo con alguna extraña fórmula que nadie conoce. ¿Cómo voy a intentar explicarles la necesidad de formar parte de algo para sentirse completo?
Sarah acaba su discurso, tiembla al pasarse una mano por su pelo negro y escalado, y baja del escenario. Me fallan las rodillas, pero me levanto despacio y veo que Genio está de pie junto a Lawrence, con los ojos clavados en mí, con la misma intensa mirada que me asustó tantísimo la primera vez que lo vi.
Puedo hacerlo. Puedo hablar de mis cuadros y de lo que significan. Ya no tengo por qué esconderme detrás de mis obras. Puedo hacerlo.
Siempre y cuando no me desmaye.
Me levanto y camino hacia el podio. Unas cuantas personas tosen. Un niño que tengo delante se hurga la nariz. Me olvido de presentarme.
—El tema eran los paisajes —empiezo lentamente y miro a los cuatro apuntes de mi discurso. «Mira a Genio. Sólo mira a Genio»—. Y al principio pinté árboles, bosques ese tipo de cosas, pero, a decir verdad, esos paisajes no me importan. Al pintarlos no plasmaba ninguna… emoción, así que empecé de cero y pinté otra cosa. Pinté paisajes sociales. Pinté como es estar en ambos extremos desde ambas perspectivas; cómo es ser invisible y cómo es estar enamorada y sentirse radiante. Pinté todas las partes de una persona que la hacen formar parte de algo… o que la hacen sentirse sola.
Me callo y Lawrence le está susurrando algo a Genio, que se ríe y asiente. Lawrence le tira a mi padre del brazo y se mueve hacia Genio, que sonríe le tiende la mano a mis padres. Es completamente visible.
Contengo una amplia sonrisa y añado:
—Mi obra habla sobre lo importante que es que te vean, aunque pido disculpas porque la técnica está muy descuidada.
El público se ríe conmigo y otros alumnos de dibujo asienten, conformes. Aaron mira el reloj y mi madre le lanza una mirada adusta a Genio mientras le observa detenidamente.
Ya está. El discurso se ha acabado. Ha sido más corto que el de los demás, pero eso era todo lo que tenía que decir. Todo lo que quería decir. Ollie pasa junto a mí de camino al podio y me aprieta el brazo con delicadeza. Cuando bajo, Xander me saluda con la cabeza y me hace una seña de aprobación con el pulgar. Mis padres, Lawrence y Genio se acercan a donde estoy.
—Hemos conocido a tu amigo Genio —me susurra mi madre.
—Ya lo he visto —respondo—. Me gusta más que Aaron. ¿Qué pensáis tú y papá?
Mi madre se vuelve para mirarlo.
—Apoyo tu relación —dice como si fuera una frase pregrabada y se encoge de hombros—. Oye al menos no es gay.
Asiento y me río por lo bajo, porque por fin creo que es gracioso.