Genio
—Me he involucrado demasiado. No sé por qué… ¿Por qué me hago esto? —le grito al ifrit en el parque.
No puedo quitarme de la cabeza el olor de la colonia barata de Aaron y la expresión de los ojos de Viola, aunque hayan pasado horas y el sol ya se haya puesto para dejar paso a la oscura noche, sembrada de estrellas.
Estoy celoso. ¿Qué me está pasando? Viola está enfadada conmigo y me importa, cuando no debería importarme.
—Creo que siempre has tenido debilidad por los mortales —responde el ifrit con una mirada de derrota y decepción en los ojos.
—Es lo que me impidió convertirme en ifrit —mascullo.
Camino de un lado a otro delante del roble, mientras el ifrit está apoyado tan tranquilo en el tronco, con los brazos cruzados. En Caliban no existe el miedo. No me sentiría así en Caliban.
Celoso.
En Caliban no existen los celos, de ninguna manera.
—Tienes que volver a casa, amigo mío. Crees que esto tiene más importancia, pero volver a casa es lo que realmente importa, tu especie es lo que importa. Mírame a mí, ¡mira cómo he envejecido aquí! ¿Recuerdas cuando teníamos la misma edad? Tú no quieres morir como un mortal.
Cambiar. Envejecer. Ser diferente a cada instante. Ser como Viola. Los pensamientos que se habían ido convirtiendo en algo hermoso y deseable, ahora eran inquietantes y aterradores. ¿En qué me había transformado que anhelaba envejecer? ¿Qué estaba destrozado por una chica? Yo no soy así. Yo soy un genio. Un genio, no Genio. No tengo nombre propio, ni relaciones personales, ni tampoco importa lo que pienso. ¿Cuántos momentos de mi vida he perdido para siempre por culpa de esto?
—Mira —dice el ifrit. Avanza y coloca una mano, la mano de un hombre adulto, no de un chico, en mi hombro—. Has roto las tres normas cien veces y los Ancianos están muy enfadados por eso. Has perdido cinco días de tu vida. Mírate, estás hecho una piltrafa porque has empezado a preocuparte por una chica que es tu ama. Es tu ama, no tu amiga. Siempre vas a ser la criatura que le concede deseos y no importa lo que ella te diga o lo que tú quieras creer.
—Vuelve a casa, amigo mío. Vuelve a Caliban para que puedas volver a entender tu vida. Hablaré con los Ancianos para intentar que no sean duros contigo. Les diré que has tenido un lapsus y que volverás a seguir el protocolo y todo eso. Pero vuelve a casa.
Tiene razón. Claro que tiene razón. Él me entiende, es un genio. ¿Cómo se me ha pasado por la cabeza que una mortal podría entender lo que soy? ¿Cómo he pensado que en sólo cinco días ella y yo podríamos ser… amigos?
—Además, las flores no se van a repartir solas —añade el ifrit, sonriendo. Fuerzo una falsa sonrisa a través de la estampida de pensamientos que hay en mi cabeza y el ifrit añade—: Este no es tu mundo. No somos mortales, que siempre andan en busca de la perfección y sufren mal de amores…
—No son así —replico—. Yo… ya sé que soy un ser que concede deseos, y que ella es mi ama, pero al mismo tiempo es… es como si fuera mi amiga.
Las palabras las pronuncio con asombro en vez de con cariño.
Es amiga mía.
—Bueno —dice el ifrit, que me mira, dudoso, al oír mi afirmación—. ¿Qué crees que ocurrirá en el mejor de los casos? Se olvidará de ti cuando vuelvas a Caliban, ya lo sabes. ¿O crees que no pedirá los deseos y que podrás quedarte aquí con ella? ¿Que el resto de su vida te preferirá a ti antes que a cualquier deseo? O aún mejor, ¿qué durante toda su vida no se le escapará algo parecido a «deseo que deje de llover»? No te va a salir bien. Al final acabarás en Caliban. Ella se olvidará de ti y esa «amistad» que crees que existe desaparecerá. Las relaciones no son para los inmortales. Un pájaro y un pez puede que quieran estar juntos, pero ¿dónde vivirían?
Me quedo con la vista clavada en el parque. El sol está comenzando a salir por encima del estanque que hay al otro lado, y las estrellas se desvanecen para dejar paso a una mañana de color melocotón. Los dientes de león crecen sobre un triste campo de fútbol. Tampoco hay malas hierbas en Caliban. Caliban, mi hogar. Echo de menos mi casa. Donde las cosas son normales, donde no estoy confundido, ni apegado a una… mortal.
Me doy la vuelta hacia el ifrit, con un sentimiento puro en el corazón y una decisión firme en la cabeza.
—Hazlo. Presiónala.
—Una buena decisión, mi…
—Pero no le hagas daño —le interrumpo cuando asalta mi mente la idea de que el ifrit presione a Viola con algún horrible accidente—. Sé que no debería importar, pero por favor, no le hagas daño.
El ifrit alza una ceja y parece preocupado, pero luego asiente.
—Vale. Dame unos días para que se me ocurra algo que no le haga daño.
El ifrit se me queda observando un rato más y después desaparece.
Me desplomo en el suelo y miro fijamente el cielo sin estrellas de la mañana. Pronto. Pronto podré volver a casa. Es como si alguien me hubiera quitado una gran roca del pecho, que me aplastaba, reteniéndome en este mundo mortal. Es más fácil así. Es más fácil ser genio que mortal. Soy más feliz así.