Tres

Viola

El aula de dibujo está fría y tiene el suelo de piedra lleno de pedazos de papel y trocitos de bloques de parafina. Las paredes están bordeadas de quemadores y fregaderos porque hace mucho tiempo era el aula de hogar, antes de que el centro decidiera que era sexista enseñar a los niños a cocinar. Supongo que no importa. Sustituyeron aquella asignatura por dibujo y yo de todos modos no sé cocinar. Son las seis y media de la mañana del viernes, así que el instituto está casi en silencio absoluto, salvo por el suave zumbido de la enceradora del conserje mientras pule el suelo unos pasillos más allá. Un profesor grita a un compañero de trabajo detrás de mí y yo me sobresalto por el sonido de la voz. El hecho de estar preocupada porque un genio pueda aparecer en cualquier momento no va muy bien para los nervios. Tampoco había beneficiado en nada a mi sueño, puesto que ayer por la noche había dormido una hora como mucho.

«Para. Olvídate de él. Olvídate de los deseos y concéntrate en pintar».

Saco varios caballetes y coloco en ellos los cuadros en los que estoy trabajando para la exposición de arte del colegio que tendrá lugar dentro de poco. El tema de este año son los paisajes y no puedo convencerme de que mis montañas no necesitan más árboles o… algo. Me echo hacia atrás y mis ojos se alejan hacia unos caballetes que están al otro lado de la clase, los cuadros de Ollie Márquez.

Estoy celosa, lo admito. He estado pintando pantanos, desiertos y montañas para la exposición. Están bien, pero no tienen nada especial. Los cuadros de Ollie, en cambio, son muchísimo más creativos. Ha pintado dormitorios en las montañas, salones bajo el agua y televisores en las orillas nevadas de un lago. Me levanto y camino hacia ellos. Ollie ha usado rojo, rosa y naranja fosforescente. Yo he usado verde oliva y colores apagados porque pensaba que así mis pinturas tendrían un aspecto más natural. Cada vez que intento ser atrevida y pintar con los colores de Ollie, mis cuadros parecen baratos y horteras, como imitaciones de los originales de Ollie Márquez.

No importa que Ollie y yo siempre ganemos los mismos premios ni que estemos en las mismas clases de dibujo. Ollie es una artista. Es como si ella misma fuera un cuadro, una obra importada de una sala de exposiciones de Manhattan, con aros en las orejas y pañuelos en la cabeza y todo.

Y pinta con naranja fosforescente.

Y sale con Aaron Moor. Son el rey y la reina de la Familia Real. Ollie es otra de esas personas maravillosas que forma parte de todo, que flota con gracia entre los grupos de gente que la adoran. Paso una mano por los colores, son despreocupados, sensuales, irresponsables.

—¿Otra vez? ¿En serio?

Me muero de vergüenza al oír la voz.

—No tengo un deseo —refunfuño y me vuelvo hacia el genio.

Se impulsa con los antebrazos, que se doblan como ámbar flexible, para subirse a la encimera y se encoge de hombros.

—En realidad tienes muchísimos, lo que pasa es que te niegas a cumplirlos.

—No voy a usar un deseo para una estupidez —digo entre dientes. La verdad es que no sé qué es peor, si tener el deseo de un pelo bonito, ropa y formar parte de algo o que un desconocido lo sepa—. ¿Vas a estar… bueno… vas a estar otra vez todo el día apareciendo y desapareciendo?

—Sólo vengo cuando tú quieres o cuando tienes un deseo.

—Entonces… ¿me lees la mente? —digo y se me pone la carne de gallina en los brazos por los nervios.

El genio pone los ojos en blanco.

—No. Eres mi ama, así que estamos conectados hasta que pidas los deseos. Cada vez que quieras que esté contigo o que tengas un deseo, aquí estaré; ni siquiera tienes que llamarme en voz alta. Yo siento cuándo quieres que me presente. Es difícil de explicar, pero no leo la mente.

—Ah —digo, no muy segura de haberlo entendido.

—Y si no quieres que esté aquí, sólo tienes que decirme que me marche. No puedo desobedecer ninguna orden directa tuya, ama.

Hay un toque de sarcasmo —¿o es arrepentimiento?— en su voz.

La palabra «ama» hace que me dé un escalofrío.

—No me llames así —digo en voz alta.

Es extraño oírle decir esa palabra, como si alguien dijera que soy «sexy».

El genio levanta una ceja.

—¿Y cómo se supone que debo llamarte?

—¿Viola?

—No tenemos que llamar a los amos por su nombre.

Le miro, nerviosa.

—Yo no soy el ama de nadie.

El genio respira hondo y pone los ojos en blanco.

—Muy bien, te llamaré Viola —acepta—. Ya llevo aquí diecinueve horas, Viola. ¿Sabes? Lo del nombre infringe el primer protocolo y tendré problemas cuando vuelva.

—Gracias —digo sinceramente—. Y gracias por infringir… ¿el protocolo? —pregunto.

Pone una mueca, como si mi pregunta le hiciera daño.

—Existen tres protocolos principales para los genios que están en la Tierra: respetar al amo, ser visible sólo para el amo y volver a Caliban lo antes posible. Por lo que llamarte por tu nombre de pila es una de las muchas maneras de romper la primera norma. Hay una lista exhaustiva para cada protocolo. Te daré una copia.

—Ah —digo sin estar segura de si está siendo sarcástico, pero lo que sí es cierto es que, haya protocolo o no, sigo sin dejarle que me llame «ama». Es espantoso—. ¿Qué pasa si te saltas el protocolo?

Suspira.

—Recibimos el castigo de los Genios Ancianos. A veces nos encierran. ¿Conoces la historia del genio en la lámpara? No era más que un genio que encerraron en una lámpara en medio del desierto por saltarse el protocolo. Así que preferiría no infringir las reglas, gracias.

—Vaya. Entonces… ummm… es que… «ama»… —me esfuerzo por que me salgan las palabras y trato por encontrar un término medio para que el genio no quede atrapado en una lámpara ni que tenga que llamarme «ama».

Por fin el genio alza las manos.

—Da igual —dice, negando con la cabeza, irritado—. Ya me ocuparé de los Ancianos cuando vuelva. Si es que vuelvo.

Asiento, me aparto de los cuadros de Ollie y voy hacia los míos, con la esperanza de que el genio desaparezca de nuevo si le ignoro.

Con cariño, paso un dedo por mi lienzo. Me encanta pintar, aunque sé que no soy precisamente una magnífica artista. Para el instituto puede que se me dé bien, pero no soy una profesional. Eso sí, cuando pinto, es como si mis emociones cayeran a través del pincel, brillaran, se atenuaran, las manipulara o se ocultaran. Todo lo de Lawrence, lo de ser invisible, lo de querer formar parte de algo… Lo puedo decir en un lienzo de un modo que nunca podré expresar en voz alta. Cuando la gente me pregunta sobre mis cuadros, les contesto que tienen un significado abstracto, pero en realidad todos hablan sobre mí a gritos en acrílico.

El genio me está observando, noto sus ojos clavados en mí. Respiro hondo para tratar de calmar mis nervios porque no quiero que me vea así, tan ñoña como cada vez que empiezo a pintar. Es como si me estuviera viendo desnuda. Cuando vuelvo a mirarle, tiene una curiosa expresión en su rostro.

—Perdona —dice en voz baja, tan rápido que parece que se ha olvidado de ser brusco conmigo. Nos sorprende a ambos y pienso que si la piel del genio hubiera sido un poco más clara, sus mejillas se hubieran sonrosado. El chico aparta la mirada por un momento y luego mira mi obra con una ceja levantada—. ¿Sabes? Podrías desear ser mejor pintora —dice firmemente, con los brazos cruzados.

Niego con la cabeza.

—No se trata de ser buena, se trata de… ponerle pasión.

Abre la boca como si fuera a decir algo, pero la vuelve a cerrar. Tengo la ligera sensación de que le he impresionado e intento no mostrar mi satisfacción.

Vuelvo a mi lienzo.

—Mira, cuando tenga un deseo, te…

—¿Con quién estás hablando? —me interrumpe una voz que no es la del genio.

Me doy la vuelta para ver a Lawrence de pie en la puerta del aula de dibujo, con unos alargadores echados por encima del hombro y una expresión de confusión en su cara.

Momento Violento Número Uno del día.

—Yo…

Intento no mirar al genio, cuyos ojos están clavados en mí.

Me recuerdo a mí misma que Lawrence no puede verlo, nadie más puede verlo. No te pongas en ridículo y menos en el aula de dibujo.

—Con nadie. ¿Qué estás haciendo? —pregunto y señalo los cables con la cabeza.

—Para la iluminación de la obra de teatro, ¿recuerdas?

—Ah, sí. ¿Qué tal va?

—Fatal. El consejo escolar dice que Rizzo no puede creer que está embarazada y no dejan que Sandy lleve pantalones de cuero. Además, en el nuevo y mejorado instituto Rydell, no hay palabrotas, ni sexo, ni tampoco se fuma.

Se aparta de la puerta y deja los cables sobre una mesa.

—Parece un bodrio para todos los públicos.

Sonrío abiertamente. El genio se ríe de la broma detrás de mí, pero por supuesto Lawrence no le oye.

—Más o menos. Qué puedo decir… El equipo de fútbol prácticamente está patrocinado por Budweiser, pero el grupo de teatro enseña a una adolescente embarazada y todo se va al traste. Seguro que en Nueva York no tienen estos problemas. Muchas gracias, Carolina del Norte. —Lawrence señala mis cuadros con la cabeza—. Parece que están terminados.

—Tal vez. Tengo una semana más para trabajar en ellos y aún no están… no sé… como a mí me gustaría. Creo que vendré este domingo y me pegaré toda la tarde con ellos.

Estoy a punto de continuar hablando, cuando se manifiesta el Momento Violento Número Dos al inundar una alegre risa el pasillo fuera del aula de dibujo. Lawrence y el genio miran a ver de dónde procede, pero yo ya sé quién es.

Tenían que aparecer precisamente aquella mañana, cuando yo tenía un genio siguiéndome a todas partes.

Ollie se acerca por el pasillo al aula de dibujo con un vestido de seda a topos y un collar largo de perlas de plástico. Al darse la vuelta por un instante, el tatuaje blanco de una paleta de pintor brilla sobre su piel de color miel. Detrás de Ollie, va Aaron Moor bebiendo a sorbos un capuchino que ha comprado en la gasolinera. Se detienen en el pasillo a besarse; no dura mucho, pero se aprietan el uno contra el otro y después se sonríen de un modo que me hace sentir insegura. Nunca me ha ido eso de besuquearme en público, ni siquiera cuando estaba con Lawrence, pero ahora mismo daría lo que fuera por fundirme con alguien de esa forma.

—Parece casi una genio —dice el genio con el entrecejo fruncido cuando Ollie y Aaron se vuelven a besar.

Se baja de un salto de la encimera y se queda de pie detrás de mí. Por supuesto que sí. Sólo Ollie Márquez podría parecer una criatura sobrenatural. Si las genios son tan guapas como su versión masculina, Ollie es clavadita a ellas.

Ollie me sonríe en cuanto entran en el aula de dibujo y yo hago un esfuerzo por devolverle la sonrisa a pesar del remolino de nervios que tengo en el estómago. Va hacia sus cuadros, mientras Aaron se deja caer en una silla y pone los pies sobre una mesa antes de mirarnos a Lawrence y a mí.

—Eh, Viola, si hubiera sabido que estabas aquí, te habría traído un café —dice con una sonrisa.

—¡Podrías haber deseado que te trajera un café! —añade el genio.

Intento sonreír a Aaron y a la vez poner los ojos en blanco hacia el genio, aunque la cara resultante probablemente me haga parecer que he perdido la chaveta. Perfecto.

—¡Dumott! —Aaron aparta la vista de mí y llama a Lawrence por su apellido. Son amigos, no como Lawrence y yo, pero sí se llevan bien porque ambos son miembros de la realeza del instituto—. ¿Qué haces con esos alargadores? —pregunta Aaron.

—Son para la iluminación de la obra de teatro. ¿No haces tú los decorados?

—Sí, eso intento, pero no he tenido mucho tiempo últimamente.

—¿Demasiadas juergas? —pregunta Lawrence con una sonrisa medio burlona.

Aaron se ríe y Ollie asiente con la cabeza. Trato de parecer muy ocupada ordenando los cuadros para no tener que hablar, ya que mi última «juerga» fue la fiesta de cumpleaños que di con unicornios a los once años.

—Es encantador, en serio. Deberías pedirlo como deseo —dice el genio con un tono de voz cansado.

Tengo dos opciones: ignorarlo o parecer una loca delante de Aaron. Tengo que ignorar al genio.

—Tus cuadros son geniales, Viola —dice Ollie desde el otro lado del aula—. Al final pensé en venir y retocar los míos.

—Gracias. A mí me encantan los tuyos —contesto mientras Ollie se agacha para ordenar sus cuadros de color rosa y naranja fosforescente.

Los celos se apoderan de mí tanto por los colores de su obra como por el modo en que su vestido ondea a su alrededor como si fuera agua.

—¿No te gusta? —El genio interrumpe mis pensamientos.

—Sí, me gusta. Es muy simpática —mascullo.

—Sí, pero esa es la razón por la que no te gusta. —Sonríe abiertamente y se acerca a mí—. ¿Sabes? Ella te conoce. Los dos chicos te conocen. No eres tan invisible como tú crees. Así que, ¿por qué no te deshaces de ese deseo en concreto y pides a cambio un buen capuchino por la mañana?

—Cállate —le ordeno entre dientes. Supongo que no puedo esperar que entienda que no se trata de que la gente me conozca, sino de que yo siento que no pertenezco a su grupo. Niego con la cabeza, llena de frustración mientras me doy la vuelta—. Y te equivocas con Ollie. Sí que me gusta —susurro por encima del hombro. No estoy segura de si es o no mentira, al fin y al cabo Ollie es simpática. Y perfecta. A todo el mundo le encanta Ollie.

«Respira. No dejes que atraiga tu atención».

Espiro, me levanto y veo que Lawrence me está observando.

Momento Violento Número Tres. Lawrence alza una ceja y luego viene hacia mí.

—Estás en problemas —dice el genio con un ligero entusiasmo en su voz.

Me dan ganas de pegarle un puñetazo. Lawrence me coge de la muñeca al pasar por mi lado y estira de mí para que le siga. Ollie y Aaron están demasiado ocupados haciéndose bromitas y dándose el pico como para saber lo que pasa. El genio se aparta de en medio cuando Lawrence me arrastra hacia el armario del material.

—Me estás ocultando algo, Viola Cohen —dice Lawrence en voz baja. El olor a arcilla y pintura vieja llena mi garganta cuando inspiro.

—No te haces una idea —responde el genio mientras se apoya en el marco de la puerta.

Lawrence por supuesto no le oye. Me encantaría decirle al genio que se pierda, pero si hablo con gente invisible, no creo que Lawrence tenga menos sospechas.

—Sea lo que sea, Vi, puedes contármelo. No será peor que nada de lo que yo te he contado a ti. ¿Vas a tener secretos con tu mejor amigo?

Tengo que decírselo a Lawrence, me está haciendo sentir culpable. Le lanzo al genio una mirada asesina bajo la tenue luz antes de hablar.

—Si tuvieras… digamos, hipotéticamente, tres deseos. ¿Qué pedirías? —le pregunto.

—¿Qué? —exclama Lawrence.

Me desplomo en una escalera de tijera con un alto suspiro. Las palabras empiezan a salir de mi boca del modo en que las emociones normalmente salen de mi pincel. Comienzo por la clase de Shakespeare y sigo por ayer por la noche y esta mañana. Lawrence escucha, inexpresivo, y el genio me lanza unas miradas dubitativas.

Cuando termino me siento idiota, pero a la vez aliviada. Lo más seguro es que Lawrence no piense que estoy tan loca como yo creo. Aunque no puedo culparle si lo hace.

Lawrence se agacha a mi lado.

—Como… un genio. ¿Has invocado a un genio por accidente?

—Exacto. Pero ahora Genio no me dejará en paz hasta que pida un deseo.

—Yo no me llamo Genio, ¿sabes? Eso es como si yo te llamara Humana —dice el genio.

En vez de contestar, le paso de largo y miro el tatuaje de Ollie a través de la puerta entreabierta para evitar mirar a Genio o a Lawrence. Lawrence lleva sus dedos a mi mejilla y me hace volver a centrar la vista en él. Se me tensa la garganta, como cada vez que Lawrence me toca de esa forma. Me aparto de su mano.

—¿Y por qué no pides algunos deseos para que te deje en paz? —pregunta Lawrence.

Sigue sin creerme, me habla como un adulto a un crío con imaginación.

—Vaya. Me gusta este tío —dice Genio, que se aparta de la puerta y se deja caer a mi izquierda, enfrente de Lawrence—. Escúchalo, am… digo, Viola —se corrige a sí mismo.

Suspiro y vuelvo a mirar a Lawrence.

—¡No es tan fácil! —replico.

—Claro que sí. Desea que Ollie sea tu mejor amiga o algo por el estilo —dice Genio mientras observa a Ollie con ojos escrutadores por la puerta del armario.

—Cállate —digo entre dientes.

—¡Yo no he dicho nada! —contesta Lawrence.

Noto que me sonrojo.

—Ah, estabas hablando con Genio, ya veo —dice Lawrence.

Me estoy desmoronando. Por su voz, diría que duda y me siento tan sola y asustada como cuando rompimos.

—¡Lawrence! ¡Estoy hablando en serio! —grito.

Él me coge la mano, disculpándose.

—No, no, lo siento. Es que… bueno, ¿cómo puedes tener dieciséis años y no tener ni idea de qué desear? —dice Lawrence y me pasa un pulgar por encima de mi mano.

—¡Exacto! —exclama Genio.

Le ignoro y estoy a punto de hablar cuando Lawrence pega un brinco.

Retrocede varios pasos temblorosos y se queda mirando por encima de mi cabeza, boquiabierto. Miro a Lawrence durante un instante antes de darme cuenta de que tiene la vista clavada en Genio, que ahora se está poniendo de pie lentamente.

—Es… real. —A Lawrence se le traba la lengua.

Espiro y asiento. Por fin Lawrence está igual de loco que yo. Lawrence avanza medio paso y extiende una mano para darle un toquecito a Genio en el hombro. Cuando sus dedos entran en contacto con su piel, Lawrence se sobresalta. Genio se encoge de hombros y vuelve a mirar con cara de enfado. He advertido que mira muchas veces así.

—Espera, ¿por qué puede verte ahora? —pregunto y me levanto de la escalera.

—Me puede ver todo el mundo si yo quiero, aunque se supone que no debo porque entonces rompería el segundo protocolo. Pero creo que si me muestro ante él, pedirás los deseos más rápido y así podré volver antes a Caliban, que es el tercer protocolo… aunque ahora no sé por qué, pero dudo que sirva de mucho.

Genio inclina la cabeza hacia Lawrence, que vuelve a darle un toque en el hombro.

—Un genio. Tú… deseas… y… —murmura Lawrence.

Asiento.

—No era esa mi intención. Por lo visto, si tienes un deseo muy fuerte, aparece.

—Bien. —Lawrence traga saliva y le tiende la mano a Genio—. Pues encantado de conocerte, Genio.

Genio le lanza una mirada de fracaso y le estrecha la mano.

—Vale. ¿Puedes hacer que pida un deseo? —pregunta Genio y me señala con la cabeza.

—Buena suerte —responde Lawrence y sonríe con burla.

Pongo los ojos en blanco hacia ambos y salgo del armario del material. Me siguen justo cuando suena el timbre y Lawrence continúa mirando a Genio, asombrado. Aaron está ayudando a Ollie a meter unos cuadros en un cajón, pero alza la vista cuando nos ve.

—Lawrence, por cierto, mañana por la noche doy una fiesta —dice Aaron desde el otro lado del aula.

—¿Qué se celebra? —pregunta Lawrence con una voz forzada al intentar ignorar a Genio.

—Es… eeeh… sábado. —Sonríe Aaron abiertamente—. Oye irás, ¿no?

—Sí, claro —contesta Lawrence y Aaron se vuelve hacia mí.

—Viola, tú también —dice.

Yo también. Estoy invitada. Mi primer instinto es mascullar un «no», pues no formo parte de la Familia Rea1, y mis labios se separan para inventarme una excusa pobre como que tengo que visitar a mi abuela o algo parecido.

Pero entonces Genio se pone en mi línea de visión, con una ceja levantada y una expresión en el rostro de que algo le hace gracia.

No soporto que ponga esa cara. Quiero demostrarle que no me hace falta pedir un deseo para formar parte de nada. Aquí estoy yo y me están invitando a una fiesta. Puedo tener amigos yo solita, sin el pelo, la ropa o los zapatos que él me ofrecía, sin un deseo. Sólo tengo que decir «sí».

Sólo debo tener agallas para ir.

—Sí —digo en voz baja y lo repito para mí misma más alto—. Sí. Iré. Gracias por invitarme.

Toma ya, geniecillo.