El coche me deja a la puerta de casa de Suzy.
Mientras pago al taxista, veo, en mi reflejo en el cristal y en la cara que pone, que soy como una aparición. Mi pelo se levanta enmarañado y estropajoso por la lluvia de ayer; tengo unas ojeras tremendas y una horrible mancha de café se extiende al azar por mi camiseta blanca, de cuando, de repente, el cirujano se presentó en la puerta a las dos de la madrugada y Tom y yo nos levantamos de un brinco.
—Gracias —digo al conductor y, evitando su mirada inquisitiva, salgo del taxi.
La calle está tranquila. Me quedo unos momentos parada en la acera, escuchando. A lo lejos, el rumor de tráfico de esa mañana de fin de semana suena como las olas rompiendo en una playa. El staccato penetrante del trino de un verderón brota a ráfagas sobre mi cabeza. Cierro los ojos y me concentro: el zumbido de los cables eléctricos; el grito de un niño en el parque, al otro lado de la calle; el crujido de unos pequeños pies tras un contenedor. Todo eso me calma. Me dejo inundar por los sonidos hasta que, por fin, en algún lugar de mi interior, encuentro un poco de fuerza.
Doy media vuelta y miro hacia la puerta principal de la casa de Suzy.
En las jardineras de sus ventanas florecen geranios de un rosa intenso. Me acuerdo de los viajes que tuvimos que hacer a la floristería, ella, yo y los cuatro niños, en primavera, y de cómo Suzy y yo ayudamos a los críos a plantarlos, de cómo yo le aguantaba el soporte enrejado mientras ella lo clavaba a la pared, de cómo doblamos la glicinia en torno a la puerta principal. Recuerdo cómo la observaba creando esta casa acogedora, este hogar para sus hijos y para Rae, y luego miraba mi casa con sus jardineras viejas y polvorientas en las ventanas, llenas de raíces secas.
Poco a poco, me acerco al portal.
—¿Cal? Ah, gracias a Dios. Estaba preocupada —grita, abriendo la puerta—. A nosotros no nos decían apenas nada. ¿Todavía está en cuidados intensivos?
Entro con la cabeza gacha.
—Hay mucha sangre alrededor del corazón. Aún tienen la esperanza de que drene.
Esboza una mueca de horror y me atrae a sus brazos.
—Oh, cielo. Oye, ya ha pasado todo; ya está; solo tienes que dejar que pase el tiempo. Venga, estás agotada. Te prepararé unos huevos; luego le pediré a Jez que te lleve de vuelta al hospital, cuando te hayas cambiado.
Yo no me muevo. Me quedo donde estoy, en el vestíbulo, con las manos a la espalda; la puerta principal de la casa sigue abierta. Me reclino, apoyándome en las manos, pegada a la pared.
—Suze, me he pasado solo un momento, quiero volver enseguida, pero antes tengo que preguntarte algo importante. Es que hay algo que no entiendo.
—Dime.
—Un par de cosas, en realidad.
—¿Qué cosas, cielo?
Cuando voy a abrir la boca estoy a punto de contenerme: si hablo, no podré volverme atrás. Ella me mira detenidamente, con cara de inquietud. No, pienso: ha llegado el momento.
—De acuerdo, anoche hablé con unos policías y me contaron algo muy extraño. Por lo visto fuiste tú quien dio el aviso cuando Rae cayó en la calle.
Me mira, ahora con cara inexpresiva.
—Y si no recuerdo mal, tú me dijiste que había sido otra persona: una mujer, una vecina. Y no lo entiendo.
Suzy saca el labio inferior hacia fuera.
—Cielo, es que no me haces caso: ese tío es tonto. ¿Cuántas veces te lo habré dicho?
Me quedo mirándola.
—Pero lo he visto, Suzy. He visto tu número de móvil en su informe.
Suzy levanta la cabeza y la sacude de una manera extraña; con fuerza, una y otra vez.
—¿Cal, qué es eso? Sé que te sientes culpable por lo de Rae, pero me da la sensación de que intentas descargar la culpa en mí.
Respiro profundamente.
—No, Suze. No intento echarte la culpa. Solo procuro aclarar lo que pasó, como por ejemplo: todavía no sé por qué te llevaste a Rae de la fiesta, ni cómo acabaste chocando en el parque. Cuando ayer me llamó Caroline al hospital me dijo que Rae estaba bien cuando llegó a la fiesta y que daba brincos de entusiasmo.
Suzy enrojece intensamente. Tiene los ojos muy abiertos.
—Oh, Dios, Callie. ¿A quién vas a creer?: esa mujer es tonta del culo. Se ha portado como una guarra contigo desde el primer día. No quería decírtelo, pero fue ella quien volvió contra ti a todos los padres. Es una esnob, Cal: la oí reírse de tu acento. Intenté prevenirte.
Sigo reclinada en la pared.
—Y lo más raro de todo es que la señora Aldon ha llamado al móvil de Tom esta mañana para interesarse por Rae, y le ha dicho que el lunes, el martes y el miércoles había tenido que regañar a Rae y Hannah. Al parecer estaban tan ansiosas por ir a las actividades extraescolares que salieron corriendo de clase antes de que les dieran permiso. En fin, eso es completamente diferente de lo que tú me habías explicado, Suzy: ¿por qué tantas contradicciones?
Me quedo absorta, mirando cómo tensa los músculos faciales. Es como si la carne se elevara a cámara lenta, y luego se quedara suspendida a medio movimiento en una expresión pavorosa. No es muy distinta de las caras de las gárgolas que miran hacia abajo severamente desde las paredes del palacio.
Noto que instintivamente me apoyo con más fuerza en la pared. Y entonces abre la boca.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que soy una cerda mentirosa, Cal? —dice con una voz extraña.
—No —musito, desconcertada—, solo digo que no me explico cómo es posible que toda esa gente me dé versiones tan distintas de las tuyas sobre lo sucedido. Eso es todo.
Resopla.
—¿Y te crees lo que te dicen todos menos yo? La amiga que ha estado siempre a tu lado desde hace tiempo.
—No. Claro que no. —Pero entonces hago un esfuerzo para mirarla a la cara—. Bueno, en realidad, Suze, si te digo la verdad, no lo sé.
Mis palabras quedan suspendidas en el aire del vestíbulo. Resonando. Definitivamente, ya no hay vuelta atrás. Miró nerviosa hacia el piso de arriba preguntándome si Jez estará en casa.
—Vaya, qué interesante —dice. Empieza a elevar el tono de voz de manera alarmante—. Sí, muy interesante, Callie, que precisamente tú me acuses de mentir.
—¿Qué quieres decir?
Sin previo aviso, se aleja en dirección a la cocina pisando con rabia el suelo de madera.
La sigo como hipnotizada, y la encuentro de pie junto a la mesa de la cocina. Encima del mueble solo hay una hoja de papel azul. Ella me contempla fijamente con una extraña sonrisa en el rostro.
Bajo la mirada y caigo en la cuenta. Eso es lo que echaba yo de menos en mi piso: la factura del fontanero. Y entonces siento que me fallan las piernas y me agarro a la mesa para no caerme.
—¿De dónde la has sacado? —pregunto, intentando controlar el temblor de mi voz.
—Tu amable fontanero. Dijo que se había fijado en la dirección y pensó que te haría un favor dejándola aquí para… espera, ¿cómo dijo?… ah, sí: «el padre de la niña».
El padre de Rae.
Observo la factura. Ahí está, de mi puño y letra: «Flock Ventures», con la dirección empresarial de Jez —la de su casa— debajo. Pensaba pasarle a Jez la factura en privado, como suelo hacer siempre que tiene que pagarme algo. Pero estaba tan cansada a la vuelta del hospital, que ni se me pasó por la cabeza que el fontanero vería la dirección y tomaría la iniciativa de echarla al buzón de Jez sin preguntarme.
¿Cómo pude ser tan descuidada?
Tambaleándome, consigo alcanzar una silla. La adrenalina que ha fluido por mi organismo durante casi veinte horas ahora ha desaparecido de mi cuerpo rápidamente, dejando mis piernas tan exangües que apenas puedo moverlas.
—Suze. No es su padre —mascullo intentando sacar la silla de debajo de la mesa—. Su padre es Tom. Jez es solo un tío al que conocí en un bar hace seis años, una noche que estaba pasándolo fatal por el aniversario de la muerte de mi madre. Ocurrió antes de que tú y yo nos conociéramos, Suzy, mucho antes.
Asiente.
—Ya, ¿y no se te pasó por la cabeza que pudiera estar casado, Cal? ¿No te molestaste en preguntárselo?
—Estaba borracha…
—Ah, sí, claro, la encantadora costumbre británica de beber hasta vomitar. Naturalmente, Cal; pero si no hubieras estado tan borracha y te hubieras comportado como es debido, habrías descubierto que yo estaba allí, en Denver, embarazada de cuatro meses, preguntándome cuándo volvería él a casa.
Desvío la mirada, avergonzada.
—Tendrás que preguntarle a él sobre eso, Suzy —digo, y me siento mientras las piernas amenazan con dejar de sostenerme.
—Ah, y pienso hacerlo —replica con la misma frialdad—. Ya lo creo. Venga, siéntate: estás en tu casa. Claro, eso es lo que siempre has querido, ¿no?
Intento mover las piernas para ponerlas debajo de la mesa, pero apenas me responden. Estoy paralizada.
—Por supuesto, no puedo dejar las cosas como están —prosigue, y se mueve hacia la zona de la cocina. Veo confusamente que saca algo de un cajón—. Le pedí a una amiga que investigara un poquito. Y adivina, ¿dónde estaba Jez la otra noche mientras yo esperaba que volviera de Birmingham? ¿Sabes una cosa, Cal? Solo más tarde fui consciente, pero notaba en ti el olor de mi marido.
Me levanto un muslo con las manos, intentando que los músculos respondan: nada, no puedo moverme. Un acuciante deseo de volver junto a Rae me sobrepasa. No puedo soportarlo. ¿Qué es lo que he provocado? Tengo que irme de aquí.
Suzy exhala un suspiro agudo y alzo la vista. Ella mira hacia abajo.
—Suzy, lo que ha ocurrido no ha sido solo por mí —digo. Intento desesperadamente levantarme de la silla apoyándome sobre la mesa—. Sabes tan bien como yo que hay algo que no funciona entre tú y Jez. Sé que intentas disimularlo, pero ahora me doy cuenta de que es así. No sé de qué se trata exactamente, pero creo que él se siente solo.
—¿Solo? —Sonríe volviendo a levantar la vista—. ¿De verdad? ¿Te crees que eres la única con quien se ve, Cal? Tendrías que hablar con mi amiga Vondra. Por lo menos hay dos más como tú. Seguramente existen un montón de Raes por ahí. —Al ver mi cara de susto, sacude la cabeza—. Pues sí, ya ves que tendrás que aparcar todos tus planes de mudarte aquí y quedarte con mi marido. Parece que tienes competencia, cielo. Y alguna de ellas es bastante más joven, según tengo entendido.
—Yo nunca he querido hacer eso. Tú y yo nos hicimos amigas antes de que Jez volviera a aparecer. No supe cómo decírtelo y luego ya fue demasiado tarde…
De repente alguien llama a la puerta principal de la casa. Las dos nos volvemos y vemos a Debs mirando nerviosamente hacia dentro desde la puerta abierta.
—¿Callie? —dice con tono inseguro—. ¿Te encuentras bien?
—Debs —exclamo—, por favor, ahora no.
Suzy levanta los brazos.
—¡Ah, maravilloso: solo faltaba la loca! ¿Lo ves, Cal? ¿Ves como grita en el portal de mi casa? ¿Sabes?, incluso después de descubrir que te acostabas con mi marido (¿lo sabías, Debs, que aquí nuestra amiga se follaba a mi marido?) intenté salvar a tu hija de esa chiflada, porque en eso consiste la amistad. Y en lugar de agradecérmelo (porque Dios sabe, Callie, que no tienes otra amiga, seguramente porque no paras de hablar de ti misma, por cierto), me acusas de mentirosa. Increíble.
Me vuelvo y veo a Debs con una mueca de incertidumbre en la cara. Sus ojos van y vienen entre Suzy y yo.
Se adentra en la casa, vacilante.
—Callie: ¿tienes una historia con Jez?
—Debs, por favor, ¿quiere marcharse? Eso no la incumbe. Ya hablaré con usted en otro momento.
Pero Debs no se mueve.
—Callie —balbucea—. Tienes que escucharme. Suzy miente. Sobre mí y sobre todo el mundo…
Suzy suelta un chillido agudo. Camina resueltamente hacia fuera de la zona de la cocina, pasando por delante de mí al encuentro de Debs.
—¡Cállate! ¡Largo de mi casa!
Pero Debs permanece donde está y me mira sorteando con la vista el cuerpo de Suzy, que está de pie frente a ella.
—Callie, por favor, escucha. Mi vecina, Beattie, te lo explicará. Todo el mundo en esta calle tiene miedo de hablar contigo, por culpa suya…
—¡Largo! —grita Suzy, intentando empujarla hacia la puerta; pero no hay manera de parar a Debs, que va asomando la cabeza a un lado y otro de Suzy.
Mi cerebro exhausto se debate por entender. ¿Qué dice?
—Y ha hecho lo mismo en el colegio. La hija de Beattie dice que ha contado mentiras horribles sobre todos los padres.
Suzy sigue empujándola hacia la puerta, usando toda su envergadura, pero Debs no está dispuesta a parar. Saco fuerzas de flaqueza para levantarme de una vez y empiezo a seguirlas hacia el vestíbulo, con curiosidad, sujetándome en el respaldo del sofá.
—El colegio tenía que hablar con ella sobre esto —prosigue Debs. Su tono de voz se hace desesperado mientras Suzy la lleva hasta la puerta e intenta empujarla fuera—. Y les explicó a todos mentiras terribles sobre ti. Cuando los padres supieron que Rae había estado muy enferma y que tú estabas sola, quisieron darte una buena acogida en el colegio, pero ella los detuvo. Les contó que tú te metías de mala manera con sus hijos. Y que Tom es agresivo, por eso nadie deja que sus hijos vengan a jugar contigo. Y también hizo correr el rumor de que te acostabas con un padre divorciado del colegio, Matt, ¿se llama así?, y que luego decías que era un desastre en la cama.
Llego a la puerta de la cocina y me quedo allí de pie.
—¿Qué? —grito—. ¡Suzy, para! Déjala. ¿Qué has dicho? Ni siquiera he hablado con ese tipo…
Suzy se vuelve. Está roja de ira; tiene los ojos muy abiertos e inyectados en sangre. Intenta cerrar la puerta de la calle empujando a Debs.
—¡Te he dicho que pares, Suzy! ¿Cómo puede saberlo ella? ¿Cómo puede saber cualquiera de las cosas que ha dicho?
Suzy entorna los párpados y esboza una mueca burlona.
Me la quedo mirando.
—Suzy. Di que no hiciste nada de todo eso. Dime que no eres la culpable de que todo este vecindario nos haya ignorado a mí y a Rae durante dos años y medio.
Una sonrisa boba atraviesa su cara, como si fuera una niña pillada in fraganti pasando notitas delante de la maestra. Suelta la puerta y retrocede un poco. Debs se escabulle y vuelve a entrar.
—¿Pero qué coño has hecho? —grito—. ¿Por qué me has tratado así, Suzy?
Ella suelta un largo suspiro histriónico. Mientras la miro es como si se deshinchara; toda la furia parece abandonar su cuerpo.
—Ha sido por celos —dice Debs—. Me parece que la tomó conmigo porque pensó que tú y yo podríamos ser amigas. Creo que no puede soportar que te relaciones con nadie. Y me parece que tampoco quiere que vayas a trabajar y veas a otras personas, por eso intentó asustarte para que pensaras que si ibas a trabajar podía pasarle algo malo a Rae, por no estar con ella. Los celos son algo terrible. Yo misma debería saberlo, porque mi hermana…
Yo permanezco quieta, confusa. Intento entender lo que está pasando.
Y de repente me quedo helada.
—Pero incluso si era verdad…, quiero decir… Rae… Suzy, no tenías… No a Rae. No tenías por qué hacer daño a Rae. No a propósito… Debs vuelve la vista hacia Suzy.
—¿Se lo confesarás tú, o quieres que se lo cuente yo? —dice, con un nuevo vigor en la voz. Suzy se echa un poco a un lado, en silencio—. Ella estampó el coche contra el banco, Callie. Con Rae en el coche. Y me parece que lo habría hecho igualmente aunque yo no hubiese estado allí. Lo siento, pero esa es la verdad.
Pero yo estoy pensando en otra cosa. Hay algo raro en el suelo. Unas pequeñas manchas rojas que recorren el vestíbulo en dirección a Suzy.
Entonces ella levanta la mano y por fin puedo ver qué hacía en la cocina.
—Debs —jadeo.
—¿Qué?
Dirijo la vista a la mano de Suzy. Lleva un cuchillo pequeño y afilado para verduras. La mirada de Debs sigue la mía y ambas bajamos la vista hacia su pantalón al mismo tiempo. La parte interna del muslo izquierdo está pasando rápidamente del caqui a un color de vino tinto. Advierto un ruido, un goteo, y me doy cuenta de que la sangre cae al suelo.
—Suzy —susurro—. ¿Qué has hecho?
Sin vacilaciones, Debs avanza hacia Suzy y le sujeta la mano.
—Dámelo, Suzy. Ahora, por favor —dice con voz amable—. Tranquila, estás bien. Todo saldrá bien. Callie, llama a una ambulancia.
Yo me quedo mirando horrorizada, mientras una expresión de ternura atraviesa el rostro de Suzy; da media vuelta y se vence suavemente contra la pared.
—Pensaba que serías tú —dice con un hilo de voz que se disipa en un susurro—. Ya sabes, tú y yo, Cal. Amigas para siempre.