—¡Allí! —grita Allen, señalando el punto donde se levanta una humareda blanca entre los árboles.
Corro a través de la hierba mojada, tan rápido que cada vez que tropiezo salgo disparada hacia el siguiente obstáculo; corro entre los árboles moviendo las piernas y los brazos descompasadamente, con el cuerpo casi horizontal luchando contra el viento.
—¡Rae! —grito.
Llegamos al camino y miramos desesperadamente a ambos lados.
—¡Callie: ayuda! —oigo que grita la voz de Suzy—. ¡Por favor, ayúdanos!
—Por ahí —exclama Allen, y me agarra del brazo mientras bajamos a trompicones entre la maleza mojada hasta un camino más estrecho.
Me paro, desolada.
El coche de Suzy se ha estrellado contra un viejo banco y el metal amarillo del capó aparece arrugado como un acordeón. Debs está delante del coche, sacudiendo la cabeza con los brazos extendidos.
—Llame a emergencias —grito a Allen. Corro hasta la puerta trasera—. ¿Rae? ¿Rae?
—Callie, ayuda. Ha intentado matarnos —gime Suzy en el asiento de delante, con la cabeza contra el airbag—. Ay. Me parece que me he roto el brazo. Ha salido gritando contra nosotras y me ha hecho chocar. ¿Rae está bien? Por favor, Cal. Míralo primero.
Levanto la vista y veo a Debs, que avanza con paso vacilante hacia el coche.
—¡Tú! —grito—. ¡No te acerques a mi hija! —Tiro frenéticamente de la puerta de atrás, intentando ver algo a través de los cristales tintados oscuros.
—Está cerrada, Suzy —grito.
—De acuerdo, cielo —masculla, palpando para buscar el seguro de cierre.
El seguro se desbloquea. La puerta se abre con un ruido pesado y puedo meter la cabeza en el interior del coche.
Y por un momento, un momento asombroso y apacible, no veo a Rae. Tanto las sillas elevadas como el asiento trasero están vacíos, los cinturones de seguridad perfectamente colgados en sus sitios. No es hoy, pienso. Por una vez, no somos nosotros. No soy yo, ni mi hija, ni mi familia.
Solo cuando paso la cabeza entre los asientos delanteros, para decirle a Suzy que Rae no está allí, veo un fogonazo plateado.
El vestido plateado debajo de la guantera.
Algo se quiebra en todo mi cuerpo. Una oleada de sangre se agolpa en mis venas. Y mis sentidos se desvanecen.