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Debs

¿Qué estaba haciendo esa americana? Había arrancado el coche y había empezado a acelerar mirándola como un monstruo a través del parabrisas. En su rostro se dibujaba una sonrisa siniestra, con los ojos furiosos y muy abiertos.

Con precisión, pulsó un botón y la miró mientras bajaba la ventanilla.

—Tengo que hablar con usted —gritó Debs con nerviosismo—. ¿Podría apagar el motor, por favor?

Pero la americana se limitó a seguir contemplándola mientras pisaba el acelerador. Sus ojos turquesa brillaban fieros entre las sombras grises proyectadas por los árboles mojados. Horrorizada, Debs advirtió que Suzy seguía acelerando al tiempo que giraba las ruedas hasta dirigirlas hacia ella. Vio a la niña en el asiento trasero, llorando y tirando del cinturón de seguridad.

—Por favor —gritó Debs—, ¿podría apagar el motor, Suzy? ¿O por lo menos podría dejar salir a Rae? La criatura está muy asustada.

Pero antes de que pudiera continuar, Suzy pisó el acelerador a fondo y se acercó a diez metros de ella; las ruedas se hundían en el suelo mojado y ganaban impulso, levantando arena y hojas.

—¡No! —chilló Debs, saltando hacia un lado.

El coche pasó a menos de un metro de ella y se estrelló contra un banco con un enorme estrépito que hizo saltar el capó por los aires. El airbag se abrió con un chasquido.

Hubo un momento de silencio, mientras una columna de humo se elevaba con un silbido.

Debs se quedó parpadeando.

Suzy levantó la cabeza poco a poco. Le salía sangre de la nariz. Volvió a mirarla con los ojos todavía brillantes de rabia.