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Suzy

Cuando llegaron, a las cuatro de la tarde, la pista de hielo estaba llena. El extenso aparcamiento a la derecha del Alexandra Palace estaba casi completo debido a toda la gente que salía el fin de semana para jugar al minigolf, aprovechar las instalaciones de skate y tomar algo en el café del estanque. Henry y Rae estaban hechos un manojo de nervios de pura impaciencia y se habían pasado gritando y haciendo ruido todo el camino desde Muswell Hill, donde Jez había esperado con los niños, en su todoterreno estacionado en el lateral, poniendo cara de palo. Suzy había tenido que pedirles que se calmaran un poco para poder concentrarse en la conducción y llegar a su destino sin problemas.

—¡Eres una nariz de zanahoria! —gritaba Henry.

—¡Y tú una cagarruta! —chillaba Rae encantada.

—¡Chicos! —les amonestó Suzy mientras echaba el freno de mano—. En la fiesta debéis portaros bien. La mamá de Hannah tiene muchos niños a su cargo, así que os lo advierto: a portarse muy bien.

Los niños reían como locos y entrechocaban las piernas con entusiasmo.

«¿Cómo lo haré?», pensaba Suzy. Giró hasta encontrar un hueco cerca de la entrada. Los niños, detrás, se quitaron el cinturón de seguridad y empezaron a dar saltitos. Suzy salió y abrió la puerta de Henry para que los dos salieran del coche. Alcanzó los regalos para Hannah, que estaban en el asiento del acompañante, y se los dio a los niños. Cada uno cogió un regalo y, cogidos de la mano, se encaminaron a la entrada.

—Con cuidado —dijo mientras cerraba las puertas del coche.

Abrió los portones azules y los niños se apresuraron a pasar. Caroline esperaba al fondo, junto al acceso a la pista de hielo. Sonreía abiertamente a todo el mundo, con sus piernas gruesas, a pesar de todo el jogging que hacía, enfundadas en unas medias negras.

—¿Qué tal? —Sonrió, saludando a los niños—. ¡Hannah tiene muchas ganas de veros!

Suzy se colocó detrás de los pequeños, apoyó la mano sobre el hombro de Rae y les recordó que entregaran el regalo.

—Muchas gracias —dijo Caroline, y su sonrisa decreció leve aunque perceptiblemente, al volverse hacia Suzy—. ¿No ha venido Callie?

—No. Está descansando. —Suzy esperaba a que Rae y Henry salieran corriendo para encontrarse con Hannah, que estaba radiante ataviada con un vestido de princesa. Hannah abrazó a Rae y las dos se pusieron a dar saltitos.

—De hecho, Caroline —dijo Suzy—, lo siento muchísimo, pero creo que voy a llevarme a Rae de vuelta. Tengo la impresión de que no está en condiciones.

Caroline miró a la niña. Su rostro estaba animado y reluciente, sus ojos chispeaban.

—Oh, qué pena, ¡parece tan contenta!

—Sí, bueno…, eso es lo malo —explicó Suzy—. Si se sobreexcita puede recaer.

—Ah, entonces nada, lo primero es lo primero. Bueno, acompañaremos a Henry a coger patines —dijo Caroline, frunciendo el entrecejo. A Henry lo habían invitado solo por Rae, y ambas lo sabían—. Terminaremos a eso de las cinco y media.

Suzy sonrió. Llamó a Rae y le pidió que se acercara.

—Cielo, pareces cansada —dijo.

—Me siento de maravilla.

—Yo no estoy segura. ¿Puedes venir un momento al coche, para ver cómo te encuentras?

—Bueno, vale —dijo Rae, confusa.

Suzy la cogió de la mano y se acercó a Henry.

—Cielo, dale un abrazo a mami. —El niño estaba demasiado entusiasmado y volvía la cabeza ansiosamente para ver qué hacían los otros niños—. Henry —repitió Suzy—. Mírame. Dale un beso a mami. —Él puso la mejilla, pero no los labios, sin despegar la vista de la pista de hielo. Suzy notó que su hijo hacía fuerza rechazándola. Como el padre, pensó—. Henry, escucha: luego vendrá papi a buscarte. Quiero que te portes bien con él, ¿entendido? —Pero como el niño no contestó, lo abrazó con fuerza—. Te quiero —dijo.

Pero Henry ya se había zafado del abrazo, retorciéndose para liberar el resto del cuerpo.

—Déjame —protestó, golpeando el brazo de Suzy.

Ella vio la cara de Caroline.

—De acuerdo, vámonos —murmuró dirigiéndose a la niña, y se dispuso a llevársela de allí antes de que Caroline reconsiderara lo de quedarse con Henry.

En el exterior, el cielo brillante de antes parecía ensombrecido. Grandes gotas de agua les golpearon el rostro. Rae volvió el cuello hacia la pista.

—Pero yo quiero ir a la fiesta —empezó a lloriquear.

Suzy abrió la puerta del coche y empujó a Rae adentro.

—No, ahora no. Ahora vamos a dar una vuelta en coche.