Veinte minutos después de que Tom se haya marchado, saco la basura y veo a Suzy saliendo de casa. Me ha pillado desprevenida y escondo la cara. Ahora mismo no estoy segura de poder mantener la compostura.
—Eh —me llama, y cruza la calle.
—Hola —la saludo sin levantar la vista, como si buscara algo que se me hubiera caído.
—¿Estás bien? —contesta desconcertada.
—Sí, solo un poco cansada.
—Rae, cielo… —dice levantando la voz y pasando por delante de mí hacia el interior de mi casa.
¿Adónde va? Me rehago y la sigo.
—Eh, ¿te llamó ayer el de la policía? ¿Sobre la loca?
—Oh. Me había olvidado. No.
—Tienes que insistir, nena. Lo tengo claro —se señala la cabeza—, son unos atontados. No sacaré a los niños al jardín.
—¿Ah, no? De acuerdo.
—En fin. —Suzy frunce el ceño con complicidad y me frota el brazo—. ¿Estás bien? Está siendo una semana dura, ¿eh? Antes he visto a Tom por aquí. ¿Estáis bien?
—Sí… Bueno, ha decidido instalarse en Londres, para ayudarme con Rae y para que así yo pueda volver a trabajar.
Suzy abre los ojos como platos y sonríe.
—¡Qué bien! Ya era hora.
Y sigue frotándome el brazo. El calor del roce se infiltra en mis músculos agotados y mis hombros caen como vientos de una tienda de campaña que se derrumban. Me invade la fatiga y siento la urgente necesidad de sentarme.
—Cielo —murmura—, pareces exhausta. Deja que la lleve yo.
—¿A quién?
—A Rae. A la pista de hielo. Volviendo de Hampstead, Jez y los niños han hecho una parada en la tienda de teléfonos de Muswell Hill. Yo recogeré a Henry en la rotonda de la calle Broadway y desde allí lo acompañaré al palacio. No me cuesta nada llevar también a Rae.
A la fiesta de Hannah. Es hoy. Dentro de nada.
—Oh. No sé, Suzy, ni siquiera he comprado un regalo…
—¿Quién dice que la tía Suzy se duerme? —exclama Suzy sacando del bolso un conjunto de Polly Pocket—. Lo he comprado en Brent Cross. Me imaginaba que no tendrías tiempo.
—Gracias —mascullo—, pero no sé; está cansada…
No quiero perderla de vista.
Suzy se rehace y me coge por los hombros.
—¿Qué te preocupa? ¿No te fías de mí?
Miro la cara amable de Suzy y todas las emociones que he sufrido en las últimas doce horas confluyen en mí. Me acuerdo de lo que ha dicho Jez sobre la tensión a la que está sometida. Y me doy cuenta de que estoy exhausta. No puedo seguir hiriendo a esta mujer.
—Sí. Sí, claro que confío en ti…
—Bueno, pues deja que la lleve. Tú has tenido una semana de locos. Siéntate, relájate y ponte una película. Además, si te llama el poli podrás hablar tranquilamente, sin tener a Rae al lado. En la pista de hielo habrá mucho ruido.
Anoche, cuando por fin me dormí, soñé que Rae pasaba patinando por delante de mí con los labios azules y yo le gritaba que parara, pero ella no me hacía caso.
—Oh, mira qué guapa se ha puesto —grita Suzy por encima de mi hombro—. ¿Estás preparada? —pregunta, mientras Rae se acerca a ella cojeando.
Me vuelvo y veo a Rae vestida para ir a la fiesta, radiante de emoción. El pánico me atenaza.
—En realidad, será mejor que no. Creo que no…
—¡No! —lloriquea Rae mirando hacia Suzy—. ¡Por favor, mami! Quiero ir. Nunca me dejas hacer nada divertido, nunca. Nunca voy a fiestas. Hannah quiere que vaya.
Saca para afuera el labio inferior, que amenaza con ponerse a temblar. La semana pasada solo deseaba que Rae tuviera alguna oportunidad de disfrutar de la vida, y ahora resulta que me opongo, dejando que mi preocupación desmedida por algún peligro recóndito le amargue la existencia.
—Cielo —dice Suze cogiéndome los hombros—. Escúchame. Haz caso a la tía Suzy…
Sonrío de mala gana.
—Sabes que la protegeré con mi vida. Si no te quedas tranquila, ven a la fiesta cuando hayas hablado con la policía. Jez acudirá más tarde con los gemelos, así que, en todo caso, como mínimo seremos dos adultos.
Rae se pone a dar gritos y saltitos.
—Vale —murmuro, imponiéndome a los malos presentimientos.
Me acerco al armario del vestíbulo, saco una bolsa que Debs ha rotulado con la palabra «invierno» y saco el anorak.
—Suzy, allí hará mucho frío. Si ves que baja la temperatura ponle esto encima del forro polar.
—Claro, cielo.
Me mira y vuelve a tocarme el brazo.
Suzy aúpa a Rae y me la pasa. Mi hija y yo nos besamos en los labios y me quedo pensando en la suavidad de su beso. Dulce y delicado, como un melocotón. Me la comería. Querría tenerla conmigo. A salvo.
—Dile adiós a mami —dice Suzy.
Y dejo ir a Rae.