28
Callie

¡Oh, Dios! ¿Qué está haciendo aquí?

Suzy está en la puerta de casa, con los ojos abiertos como platos.

Me ciño el albornoz, esperando que el brillo de mis ojos no delate lo que he estado haciendo en la cocina. ¿Por qué no puede dejarme en paz por un día?

—Cielo, ¿puedo pasar?

—Suzy, mmm, lo siento —digo, volviendo la vista hacia el interior del piso. La puerta de la cocina se está cerrando con mucha suavidad, empujada desde dentro. Me muevo un poquito para impedir que Suzy advierta el movimiento—. Rae está dormida.

—Lo siento, cielo, me he olvidado —dice, bajando el volumen de voz—. Escucha. Ay, Dios mío, estoy alucinada…

—Suzy, lo siento, pero me pillas a punto de acostarme —digo intentando disimular la irritación—. ¿Te importaría que habláramos mañana?

—Por favor, es que tienes que saberlo. Esa mujer: Debs… No te lo creerás. Resulta que se ha puesto a gritar a través del buzón de casa.

Bajo los brazos.

—¿Qué quieres decir? —pregunto vivamente.

—Estaba llamando a Jez para ver si quería comer algo esta noche al volver de Birmingham y de repente ella ha abierto la rendija del buzón y se ha puesto a gritar que yo la estaba llamando a ella, para acosarla por algo de no sé qué niña.

Por un momento me dejo llevar.

—¿Qué? Es una locura.

—Lo sé, cielo. Mira —Suzy me alarga las manos—: todavía estoy temblando. Creo que está como una cabra. Ay, no sabía si decírtelo o no, pero el otro día, en el patio, oí que su marido le decía algo de que no debería volver a trabajar con niños.

¿Qué? Siento que mi cara se pone sombría.

—Lo sé… Debería habértelo dicho, pero es que no le di mucha importancia; pensé que a lo mejor a ella le resultaba demasiado duro. Pero ahora… Ahora creo que no está bien de la cabeza. Quiero decir, ¿y si lo hizo a propósito? ¿Y si empujó a Rae a la calzada?

—Dios —murmuro, mirando hacia el piso, detrás de mí.

Quiero que Suzy se vaya, pero no puedo evitar explicárselo:

—Se ha metido en mi piso con las llaves que dejó el fontanero. Se ha pasado horas aquí dentro y lo ha limpiado todo.

—¿Qué? —pregunta Suzy enfáticamente.

—Lo sé. He pensado que, a su manera rarísima, intentaba pedir perdón, pero ahora ya no sé qué pensar. Y lo que más me inquieta es que estoy segura de que en el piso falta algo, pero ha cambiado tantas cosas de sitio que no soy capaz de descubrir qué es. ¿Y si es una foto de Rae, o algo así? —Suzy se tapa la boca y abre los ojos—. ¡Oh, Dios! ¿Debería informar a la policía?

—Yo creo que sí, cielo. Trabaja en el colegio, por el amor de Dios. Tenemos que informarles. Quizás hizo algo malo y mintió al respecto al solicitar el empleo. Lo siento; debería haber notado que era rara. Me limité a asumir que no había problema, por el hecho de que es maestra…

—No te preocupes, de verdad. No podías saberlo de ninguna manera —digo—. Está bien… llamaremos.

Me quedo esperando a que se vaya, pero ella se queda donde está, preocupada y con los ojos muy abiertos.

—Venga, vamos, cielo —me urge—. Esperaré aquí. Ve a por el teléfono.

Esto se está poniendo muy absurdo.

—De acuerdo: espera —murmuro.

Me meto en el piso. Cojo el teléfono, busco la hoja donde el agente de policía apuntó su número y regreso a la puerta, marcando el número y mirando a Suzy.

—¿Diga? —contestan al cabo de tres tonos.

—Hola —saludo, asintiendo a Suzy—. Soy Callie Roberts. Mi hija, Rae, sufrió un accidente ayer en Ally Pally…

—Hola, señora Roberts. ¿En qué puedo servirla?

—Mmm, pues, para ser sincera, estoy un poco alarmada. La mujer que estaba con la niña cuando pasó el accidente, la maestra… Bueno, he sabido que quizá no es la primera vez que un niño resulta herido estando a su cargo…

Suzy me mira conteniendo el aliento. Oigo que el agente inspira antes de contestarme. Hay un tono extraño en su respuesta, como si no estuviera muy seguro de qué ha de decirme.

—Me temo que no estoy autorizado a decirle demasiado al respecto. No hemos recibido ninguna declaración formal del ciclista o de su hija que indique que lo que pasó fuera otra cosa que un accidente.

—Perdone, ¿qué quiere decir «autorizado» a decirme? Da la impresión de que usted sabe algo que no quiere decirme.

—Perdone, no cuelgue, por favor.

Mientras espero que el agente hable con un colega fuera del alcance de mi oído, veo que Suzy mira su teléfono cada pocos segundos. ¿Qué hace? Vagamente, oigo un llanto amortiguado que llega desde alguna parte. No es Rae. Qué raro. Es como si viniera del teléfono de Suzy…

—Escuche, esta semana estoy en los juzgados, en un caso —dice el agente, de vuelta al teléfono—. ¿Puedo llamarla mañana? Tengo que consultar un par de cuestiones antes de hablar con usted.

—De acuerdo. Mañana… Gracias —digo, y cuelgo el teléfono.

—¿Qué? —pregunta Suzy.

—Es raro.

—¿Qué?

—No lo sé. Estaba como indeciso, como si hubiera algo que quisiera decirme pero no pudiera.

Nos miramos mutuamente con los ojos muy abiertos.

—Mierda —digo, soltando una risa repentina—. ¡Todo esto es rarísimo!

Suzy hace una mueca y me atrae entre sus brazos. Me zafo rápidamente, inquieta ante la idea de que adivine lo que estaba haciendo. La rechazo, liberándome de sus brazos sin poder contenerme. Me mira herida.

—Ah, vale, cielo. Debes de estar cansada.

—No… Sí, lo siento.

—Pero, oye, llegaremos al final de todo esto. No te preocupes. Bueno, tengo que irme. ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que te eche una mano esta semana cuando vuelvas al trabajo?

Me encojo de hombros. Podría contárselo.

—He perdido el trabajo que hacía en la película, Suze.

—Oh, cielo —dice Suzy, cogiéndome las manos—. Lo siento. Pero quizá sea lo mejor en estos momentos, ¿verdad?

La miro con suspicacia. Ahora entiendo lo que está pasando con el teléfono de Suzy. Parecían Otto o Peter llorando al otro lado de la línea.

—¿Quién se ha quedado con los niños?

—¿Perdona? —dice Suzy.

—Si Jez está en Birmingham, ¿quién se ha quedado con los niños?

—Si Jez está en Birmingham… —repite Suzy despacio. Se azora y traga saliva. La miro.

¿Me está mintiendo?

—No. No —dice aturdida—. Acaba de volver. En realidad, será mejor que me vaya, antes de que se queme intentando hacer la cena. Oye, te llamo mañana, cielo. Dale un beso a Rae de parte de la tía Suze.

—Está bien… Hasta mañana —murmuro, expulsando de mi mente un pensamiento incómodo.