Rae está tan ansiosa por ir a casa de Hannah a la salida del colegio, que se viste ella sola a los pocos minutos de haber saltado de la cama y corre por la casa haciendo acopio de las pulseras y las calcomanías que quiere llevarse.
—¿Qué, ya te apetece más ir a las actividades extraescolares? —aventuro, mientras toma la última cucharada de gachas de avena y salimos hacia el vestíbulo.
Esboza una sonrisa; parece turbada.
—Sí. No sé. —Baja la cabeza de golpe—. Te echo de menos.
—Claro, yo también a ti —digo mientras le cepillo el pelo largo y rizado delante del espejo del vestíbulo y se lo peino en dos trenzas que sé que se habrán deshecho mucho antes de volver a casa—. Pero pronto tendremos un montón de cosas que esperar. Si te portas bien y haces lo que la mamá de Hannah te diga, quizás un día podamos devolverle la invitación.
—¡Sí! —chilla Rae.
—¿Sabes una cosa? —Le sonrío a través del espejo—. A lo mejor yo también tengo una amiga nueva. Una chica del trabajo que se llama Megan.
Rae me mira en el espejo.
—¿Cómo es?
—Es maja. —Sonrío—. Simpática. Te gustaría: se parece a Alicia en el País de las Maravillas. Y le parezco graciosa, siempre se ríe con mis chistes.
Rae abre unos ojos como platos y luego hace una mueca burlona de escepticismo, en la que reconozco una de las expresiones típicas de Tom.
—Mira, el monicaco —gruño, agarrándola por la cintura y estrujándola.
Salimos a la calle con mucho tiempo de sobra.
—¡Eh, cielo!
Al oír la voz de Suzy, sin querer bajo la vista. Por alguna razón me asusta y me siento acosada. Me fuerzo a sonreír y miro hacia donde está ella acercándose a la verja con Henry.
—No te vimos ayer.
—Lo siento —digo cruzando con Rae a la otra acera—. Es que llegamos muy tarde a casa; pero luego podríamos pasarnos y usar tu lavabo, si nos dejas. El nuestro no acaba de funcionar y el fontanero del propietario no puede venir hasta mañana.
—Claro. ¿Cómo estás, guapísima? —dice Suzy, palmeando el hombro de Rae, mientras bajamos juntas Churchill Road—. ¿Le has dicho algo a mami de las actividades extraescolares?
Rae agacha la cabeza. Suzy me dirige un gesto inquisitivo.
—Hablaré con señorita Aldon algún día de esta semana —digo—. Todavía no he tenido la oportunidad.
—Bueno, que tengas suerte intentando sacarle algo coherente, cielo —suspira—. Estoy deseando que termine el curso y que Henry se libre de esa mujer: una de las mamás me contó que… —Levanta el brazo y hace el gesto de empinar el codo—. ¿No crees que a veces parece que tenga resaca?
Pero antes de que yo pueda decir nada, es Rae quien abre la boca.
—Mami tiene una amiga nueva en el trabajo. Se parece a Alicia en el País de las Maravillas. Y se ríe mucho con los chistes de mami.
Vuelve a hacer la mueca de incredulidad para Henry, que suelta una carcajada.
Oh, no. Pobre Suzy. Eso le hará daño.
—No es mi amiga —intento aclararle a Suzy sin que Rae lo oiga—. Simplemente trabaja allí.
Pero no parece que Suzy haya escuchado nada de todo eso. Se concentra en la cartera de Henry, que cuelga medio abierta: intenta cerrarla mientras caminamos.
La miro mientras pienso en Megan.
¿Se lo pido? ¿No será un poco hipócrita?
Pero al fin y al cabo, pienso, si hago amigos fuera de Churchill Road, a la larga también será bueno para Suzy. Quizás todavía no se dé cuenta, pero necesita independizarse de mí, tanto como yo necesito separarme de ella. De alguna manera, le estoy dando su propia libertad, a la vez que alcanzo la mía.
—Suze… —dejo ir cuando alcanzamos la calle principal.
—Hum.
—Sabes, hay una salida del trabajo el jueves por la noche. Me sabe mal pedírtelo, pero ¿podrías cuidar de Rae un par de horas? No sería hasta muy tarde, cuando los niños ya se hayan ido a la cama.
—Claro, si Jez está en casa.
—¿De verdad?
—Claro.
—Gracias —digo cogiéndola por el brazo—. Cuando el trabajo ya sea seguro, buscaré una niñera para no tener que pedírtelo más veces.
Suzy se me queda mirando.
—Callie, en serio, cielo. No hace falta. Me gusta ayudarte. Además, nunca se sabe en quién se puede confiar para dejar a los niños. Por cierto, ¿por qué no te vas ya a coger el metro? Ya llevo yo a Rae.
—¿De verdad?
—Claro. Si quieres, ya hablaré yo con la señorita Aldon y descubriré qué le pasa. O, al menos, lo intentaré.
—Vale, gracias —murmuro agradecida.
Sé que debería hacerlo yo misma, pero parece que hoy Rae está mejor, y si Suzy la lleva al colegio, eso me dará veinte minutos de más para empezar el trabajo del día con Parker.
Me despido mientras Suzy toma a Henry y a Rae de la mano y cruza la avenida.
—Te recojo en casa de Hannah —digo sin emitir sonidos, pero de manera que Rae lea mis labios. Iba a decirlo en voz alta, pero en el último momento algo me ha dicho que Rae no le ha contado nada a Henry.
Para cuando llego a Rocket mi cabeza es un hervidero de ideas para la banda sonora.
Parker se pasa por el despacho para discutir sobre el proyecto durante una hora y luego se va toda la mañana. Para inspirarme, busco en Google «lagos suecos» para saber más sobre la naturaleza y los animales que viven allí, y luego me pongo a examinar el inmenso banco de sonidos que tenemos. Estoy tan absorta en el ruido exacto que produce un rutilo al atrapar a una pequeña serpiente de agua con la boca, que ni siquiera me doy cuenta de que ya es la hora de comer, hasta que entra Megan y se ofrece a traerme un sándwich.
—¿Qué, al final podrás venir mañana por la noche? —pregunta, dejando en el aire un delicado perfume al pasar junto a mí con su blusa con estampado de piel de leopardo.
—Me parece que sí. —Sonrío—. Si no molesto…
—¡Claro que no! Estará muy bien. Bueno, ¿algo con queso de Pret?
Le doy el dinero, algo incómoda por el hecho de que ella haga ese recado por mí, pero por otra parte también un poco satisfecha de delegar una de esas tareas domésticas que me han ocupado a diario durante tanto tiempo en una persona que está contenta de hacerlo y a quien pagan por ello, y poder continuar con mi trabajo.
Estoy tan absorta en la búsqueda de efectos sonoros para la construcción de la casa que doy un respingo cuando se pone a sonar mi móvil.
No conozco el número. ¿Quién será?
—Callie, soy Caroline, la madre de Hannah —me lanza una voz al oído.
Tardo un poco en ubicarme.
—¡Ah, sí, Caroline!: hola —digo casi gritando, mientras echo una mirada al reloj. ¿Cómo se me han hecho las tres tan deprisa?—. Me alegro de que hayas llamado. Quería telefonearte esta tarde para decirte que de momento hay que tener un poco de cuidado con Rae por la calle. Es un poco complejo, pero cuando la operaron del corazón, antes de empezar el curso, hubo complica… En fin, perdió algo de oxígeno y desde entonces no tiene mucha coordinación. La cuestión es que ahora no quiere más que correr y, claro…
—Callie, perdona que te interrumpa un momento —dice Caroline.
—Sí, claro, disculpa. —Debo de parecer desquiciada. Pensará que vuelvo a estar borracha.
—Lo siento, pero llamaba para decirte que voy a tener que cancelar lo de Rae.
Se me corta la respiración. Oh, no. No, por favor. Caroline sigue hablando:
—Me había olvidado de que Hannah tenía una clase de piano extra hoy a las cinco, una recuperación de la semana pasada, que estuvo enferma.
Hace una pausa para dejarme responder.
¿Cómo se atreve? ¿Qué le he hecho yo a esta mujer?
Pero la cosa cae por su propio peso: Caroline no ha tenido en ningún momento la más mínima intención de llevarse a Rae para jugar. Ayer tuvo que decir que sí simplemente porque no fue capaz de pensar una excusa en el momento.
Me invade la decepción. ¿Cómo se sentirá la pobre Rae?
—Ah, qué lástima. Bueno, no pasa nada —mascullo—. Caroline, ¿podrás decírselo cuando vayas a las cinco a recoger a Hannah?
—Sí, claro. Y lo siento, Callie —dice Caroline—. Otro día será.
—Desde luego —digo, sabiendo que no habrá otro día.
—Bueno, adiós.
—Adiós.
No hay tiempo para lamentaciones. Mi tristeza yace en algún lugar de mi interior, como una indigestión. Guy entra y sale del estudio durante toda la tarde controlando mi trabajo. Espera que si el corto de Parker tiene una buena acogida, podrá pasarse a los largometrajes como los de Sam Taylor-Wood y otros artistas. Si el cliente queda contento con nosotros, quizás en el futuro eso nos traiga contratos más grandes.
Tiene que estar en Nueva York el martes próximo, así que no nos sobra el tiempo. Parker se pasa por el estudio para ver qué he hecho al cabo del día. Estamos visionándolo todo de nuevo, cuando al levantar la vista veo el reloj. Me quedo helada. ¿Cómo es posible? ¡Pero si hace un momento eran las cuatro y diez! ¡Y ahora son las cinco y veinte!
—¿Guy? —murmuro—. ¿Ese reloj va bien?
Consulta el suyo.
—Sí. ¿Pasa algo?
—Lo siento, pero llego tarde: tengo que irme.
Frunce el ceño.
—Dijimos que a las cinco… —señalo.
—¿No puedes quedarte diez minutos más, Cal?
Es evidente a qué se refiere. Aquí se trabaja bajo presión. Ayer me dejó salir a las cuatro. Se lo debo.
—De acuerdo, pero tengo que hacer una llamada.
Corro a recepción y Megan me pasa el teléfono. Tecleo el número, detestando mi hipocresía. Intento distanciarme de ella y al minuto siguiente le pido favores; como a la familia.
—Suzy —susurro—. Escucha, lo siento muchísimo, pero no he podido salir. No creo que pueda llegar a las seis. ¿Podrías recoger a Rae si yo les llamo para avisarles de que irás?
Hay un silencio.
—¿Suze…?
—De acuerdo, cielo, está bien… —murmura.
—¿Oye? Pareces molesta.
—No, en absoluto. Contigo no. Solo que Rae estaba un poco triste cuando he ido a recoger a Henry a las tres y media.
—¿Ah, sí? —pregunto, desconcertada. A las tres y media no había de saber que no iría a casa de Hannah: tendría que haber estado contenta de ir a extraescolares con ella.
—Sí, estaba tirada en el suelo y gritaba. La señora Aldon tuvo que llevársela al grupo de extraescolares porque no quería ir con la señora Buck. Y si ahora tampoco la vas a recoger a las seis… Bueno, cielo, solo pensaba: ¿seguro que podrás llevar todo esto?
¡Oh, Dios! Y ahora Rae estará hecha polvo por lo de no ir casa de Hannah cuando Suzy la recoja, así que también tendrá que tragar con eso. Tengo el corazón en un puño. Guy sale del estudio y me hace una seña para que vuelva.
Me duele el estómago.
—Suze, lo sé. Pero, por favor, ¿puedes hacerme el favor, por esta vez? Te llamaré en cuanto salga y te lo explicaré.
—De acuerdo, cielo. Oye, no te preocupes —dice antes de colgar.
Dejo el auricular y vuelvo la vista hacia Megan.
—Al final todo se soluciona, ya lo verás —dice—. A mi hermana al principio también le costaba.
¿Por qué Suzy no podía haberme dicho algo así? Ahora estoy tan nerviosa que no puedo ni pensar cabalmente.
Al final resulta que Guy me retiene cuarenta minutos, no diez; cuando acabamos ya estoy resoplando. Parker coge su chaqueta y Guy me da permiso para irme.
—Buen arranque —dice—, mañana seguimos por ahí.
Un respetable minuto después de Parker salgo del estudio a toda velocidad y me lanzo hacia el metro, mientras intento marcar en el móvil el número de casa de Suzy. No es extraño que se vea a tantas mujeres con traje y zapatillas de deporte corriendo por Londres.
En el teléfono de Suzy suenan seis tonos y luego salta el contestador.
A lo mejor han ido al parque. Pruebo en el móvil. Enseguida salta el contestador.
Qué raro.
Cuando llego a la parada de Oxford Circus me quedo en la entrada, sin saber qué hacer. Cuando baje al metro dejaré de tener cobertura durante media hora.
Nerviosa, vuelvo a probar en los dos teléfonos y dejo en ambos un mensaje abochornado de disculpa, avisando de que estaré de vuelta a eso de la siete menos cuarto.
Justo cuando he bajado el primer escalón suena el teléfono.
—Hola, Suze —grito entre el rugido del tráfico y los gritos del vendedor de diarios: «el periódico, las noticias»—. ¿Has oído mi mensaje?
Justo detrás de mí se oye un grito súbito. Una mujer alta en traje de negocios, con el pelo bien arreglado y un maquillaje perfecto, baja por Oxford Street hacia mí con firme paso militar gritando en francés hacia el micrófono de móvil con auriculares. Es una imagen tan chocante que me detengo a contemplarla por un segundo. A cada paso levanta enormemente sus largas piernas, mientras le canta las cuarenta a alguien, con la misma ferocidad con la que una madre estrecha a su pequeño contra su cuerpo. El novio debe de haberla engañado, pienso. Dios bendito. El tipo no sabe con quién se las está jugando.
—¿Cal? —oigo que dice Suzy.
—Lo siento —digo—. Hay una señora rara aquí…
—Cal.
—¿Qué?
Oigo un ruido incomprensible. Un sonido al otro lado, como si Suzy aspirara fuertemente. Luego, el silencio.
—¿Qué? —digo—. ¿Suze…? ¿Qué? Habla alto, no te oigo bien.
La francesa se detiene delante de mí y sigue gritando. Vuelvo la cabeza, intentando desesperadamente oír a Suzy.
—En la calle… —oigo.
—¿Qué?
La francesa sigue con su retahíla.
—¡Basta! ¿Puede callarse un rato? —grito, con lo cual consigo que cierre el pico y marche con una mirada altanera.
—¡Llámala, cariño! —se burla el vendedor de periódicos por detrás.
—Rae… se ha caído…
—¿Qué?
—… daño en la pierna… está bien…
—¿Qué ha pasado? —pregunto con voz ahogada, como si me faltara energía.
—Se ha hecho un corte…
—La respiración, Suze: ¿cómo es su respiración? —grito.
—Correcta. Creo… ¿quieres que… llame… urgencias?
—Sí, por favor —grito—. Tienen que hacerle pruebas. Ve al Northmore. Diles que en cuanto llegue contacten con cardiología…
Al otro lado del teléfono no se oye nada. Me quedo mirándolo. Suzy ha colgado.
Temblorosa, me doy la vuelta y me topo con el puesto de periódicos.
—¿Estás bien, guapa? —dice el vendedor de periódicos con voz ronca.
Sacudo la cabeza y miro a un lado y a otro.
Me pasa la mano por el hombro y capto el olor a humo de tabaco.
—Tengo que llegar al Northmore: mi hija se ha caído por la calle.
—De acuerdo, guapa, quédate aquí —dice; se mete los dedos en la boca y pega un silbido. Un taxi negro se detiene, el vendedor de periódicos abre la puerta y me empuja al interior del vehículo.
—A las urgencias del Northmore, amigo —dice—. ¡Su pequeña está allí!
Y el taxi arranca sin que me dé tiempo a darle las gracias.