Vaqueros desgastados, un jersey de cuello vuelto de color marrón cacao y una chaqueta de cuero negro estilo motorista con cremalleras en los bolsillos. No llevaba esmalte en las uñas ni anillos en los dedos. Me senté enfrente de ella y pedí al camarero una taza de café. La trajo y volvió a llenar la taza de Doll sin que ella se lo pidiera.
—Tengo que hacerte un par de preguntas —dije—. ¿Cómo sabes mi número de teléfono?
—Lo busqué en la guía.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Me lo dijiste tú, Bernie. ¿No te acuerdas?
—¿De veras?
—Me dijiste que te llamabas Bernie Rhodenbarr y que tenías una librería de libros usados en el Village. No he podido llamarte allí porque no sabía el nombre ni la dirección de la tienda, pero tú eres el único B. Rhodenbarr que figura en la guía de Manhattan, y además sabía que vives en la Setenta y uno con West End, porque me lo dijiste.
—Vaya.
—Me hiciste un favor —dijo—, y fuiste muy amable, así que he pensado que, si no me topaba contigo en el barrio, podía llamarte alguna vez. Y luego cuando Marty Gilmartin me habló de ti…
—¿Marty?
—Marty Gilmartin —dijo—. Seguro que lo conoces. Le has robado sus cromos de béisbol.
—Espera un momento —dije.
—¿Sí?
—Sé quién es Marty Gilmartin, pero no le he robado sus cromos de béisbol… Espera un momento.
—Estoy esperando, Bernie.
—Bien —dije, y cerré los ojos. Cuando los abrí, ella seguía allí, esperando pacientemente—. Esto es desconcertante —dije.
—¿De veras?
—¿Cómo es que lo conoces?
—Es amigo mío.
—Bueno, eso lo aclara todo.
—Digamos que un amigo especial.
—No me digas.
Lo dije con tono malicioso, supongo, porque se ruborizó.
—No sé si conoces bien a Marty —dijo.
—Pues no muy bien. Sé dónde vive, y sé el aspecto que tiene su edificio, porque he ido a echarle un vistazo, aunque juro que jamás he puesto los pies en su casa. A él no le conozco personalmente. He visto a su esposa en una ocasión, pero tampoco la conozco personalmente. Conozco a su cuñado porque resulta que es el dueño de mi local, lo cual significa que el mundo es un pañuelo. Algo que tú me has confirmado cuando has mencionado su nombre.
Ella bebió un sorbo de café.
—A Marty le chifla el teatro —dijo—. Lo ve todo, y no sólo lo de Broadway. Es miembro de los Pretenders, la sociedad de actores de Gramercy Park. Su nombre aparece en los carteles de la mitad de teatros de off-Broadway de la ciudad entre las personas que han financiado o dado una ayuda económica para producir la obra. Es sumamente generoso.
—Comprendo.
—Marty tiene cincuenta y ocho años. Es lo bastante mayor para tener una hija de mi edad, pero no la tiene. Se casó tarde, y él y su esposa no han tenido hijos.
—De manera que es como un padre para ti.
—No.
—Me lo imaginaba.
—Cuando lo conocí —dijo—, yo trabajaba en un bufete de abogados de la periferia llamado Haber, Haber y Crowell.
—Ya me hablaste de ellos.
—Lo sé. Te dije que todavía trabajaba en él, pero no es verdad.
—Marty te sacó de todo aquello.
Ella asintió.
—Él era un cliente y yo una aspirante a actriz de teatro, que iba a clases y acudía a todas las pruebas. Haber, Haber y Crowell era un lugar muy conveniente en ese sentido. Representan a mucha gente del mundo del teatro, y contratan a muchos actores y actrices jóvenes como recepcionistas y oficinistas.
—Y como pasantes.
—Nunca he trabajado de pasante. Trabajé en recepción y en centralita hasta que, como tú mismo has dicho, Marty me sacó de todo aquello. Fue muy amable conmigo, se interesó por mi carrera profesional, me invitó a comer en Pretenders y me presentó a mucha gente. Decía que para una joven es muy difícil intentar abrirse camino en el teatro de Nueva York y mantener al mismo tiempo un trabajo de jornada completa. Y es cierto, créeme.
—Lo creo.
—También me dijo que le gustaría pagar el alquiler de mi piso y darme cada mes el dinero suficiente para salir adelante. No nadaría en la abundancia, pero me permitiría ir tirando hasta que tuviese alguna oportunidad de triunfar en el teatro.
—Y a cambio todo lo que tenías que hacer era acostarte con él.
—Ya estaba haciéndolo.
—Vaya…
—Es un hombre atractivo, Bernie. Es alto y delgado, tiene un abundante cabello canoso y es muy distinguido. Tiene además una educación exquisita. Me quedé pirrada por él. Luego, cuando se me insinuó, me sentí tan halagada que ni siquiera se me ocurrió rechazarle. —Bajó la mirada y se mordisqueó un pulgar—. Pese a que por entonces yo estaba medio saliendo con alguien.
—Con Borden Stoppelgard —aventuré.
—¡Pufff! —exclamó ella—. ¿Has perdido el juicio?
—Evidentemente sí.
—Borden Stoppelgard es un cerdo asqueroso, Bernie. Te salen verrugas de tocar a gente como Borden Stoppelgard.
—Lamento haberlo mencionado.
—Yo también. Marty piensa que Borden es un tipo ridículo. Tiene que soportarle porque está casado con su hermana mayor. Sólo he hablado con Borden en una ocasión, y créeme, fue suficiente.
—¿Cuándo hablaste con él?
—En junio. Era un montaje de presentación de una de las primeras obras de P. J. Barry; yo trabajaba en ella. Ya sabes en qué consisten esas cosas, ¿no? Nadie paga, pero intentas que venga gente a ver tu trabajo. Agentes y personas de esa clase. Naturalmente, el noventa por ciento del público son amigos y familiares de los miembros del reparto, pero es una buena experiencia, sobre todo si la obra es buena, y esta era excelente.
—¿Y Marty llevó a toda la familia?
—Llevó a su mujer y a Borden y su esposa. Como es el ángel de la guarda de este teatro, recibe cuatro entradas de patrocinador para todas las producciones que se estrenan en él. —Apartó la vista por un momento y luego volvió a mirarme a los ojos—. Puede que esto esté relacionado con el hecho de que yo obtuviera el papel —añadió.
—Vaya.
—Cuando acabó la función, fui a cenar con ellos cuatro y con un par de miembros del reparto, de modo que tuve oportunidad de formarme una opinión de Borden, y ya te he dicho cuál es.
—Un cerdo asqueroso, ¿correcto?
—Quería darle el beneficio de la duda. Sería mala pata que dijera pestes de él y luego resultara tu mejor amigo. Pero está claro que no lo es, ¿verdad? Es el dueño de tu local.
—Exacto, y cerdo asqueroso es lo más agradable que han llegado a llamarle. Antes has dicho que estabas saliendo con otra persona aparte de Gilmartin.
—Es verdad, pero le dejé.
—¿Cuando empezaste a acostarte con Marty?
—No.
—¿Cuando él empezó a pagarte el alquiler?
—Después de eso, a decir verdad.
—¿Cuándo?
—El lunes pasado.
—¿De veras?
—¿O fue el martes? No, fue la noche del lunes. Le arrojé las llaves y me fui hecha una furia. Fue una buena salida, pero debería haberme quedado con las llaves. Bernie, ¿puedo preguntarte una cosa?
—Claro.
—¿Le has robado los cromos a Marty? Si temes que lleve un micrófono escondido, no respondas en voz alta. Guíñame el ojo una vez si la respuesta es afirmativa y dos veces si es negativa.
—Me da igual si llevas un micrófono —dije—. La respuesta es no. Nadie me cree, de manera que no espero que tú lo hagas, pero esa es la respuesta.
—Te creo.
—¿De veras?
—En ningún momento pensé que los habías robado tú. En cuanto Marty me dijo que habían desaparecido e incluso antes de que mencionara tu nombre, imaginé quién podía habérselos llevado. Creo que fue Luke.
—El bueno de Luke.
—No me lo puedo creer. ¿Conoces a Luke?
—No. Es la primera vez que oigo hablar de él. Pero creo que puedo adivinar quién es. Tu novio, ¿no?
—No desde el lunes.
—Cuando le arrojaste las llaves a la cara.
—En realidad las arrojé al otro lado de la habitación.
—Háblame de Luke —pedí.
—No sé por dónde empezar. Es actor. Vino a Nueva York recién salido del instituto y ha pasado los últimos quince años buscando una oportunidad. Ha hecho algunos anuncios y pequeños papeles en seriales. También dijo un par de frases en la última película de Sidney Lumet y ha hecho una gira de tres meses con la compañía de Las uvas de la ira. Paga el alquiler sirviendo en un bar y trabajando para un par de empresas de mudanzas clandestinas. Transportistas gitanos, los llaman. —Frunció el entrecejo—. Le gusta que le consideren un personaje de vida turbia, a la manera romántica. Una vez saltó de la cama a media tarde y se puso un traje y una corbata. Le pregunté adónde iba y me respondió que al supermercado. «¿Y te vistes así para ir a D’Agostino?», le pregunté. «Te tienen más respeto», me dijo, y cogió su maletín y se marchó.
»Al cabo de veinte minutos regresó con una bolsa del supermercado. Traía una lechuga, un par de patatas y no sé qué más. Un par de dólares en artículos de supermercado. Entonces exclama: “¡Ta-chán!”, abre el maletín y ¿a que no sabes qué tenía dentro? Dos estupendos solomillos de ternera de tres centímetros de grosor. “Hay que saber ir de compras”, me dijo.
—¿No es así como lo hacía Jesse James?
—He de reconocer que entonces me hacía gracia. Pero cuando empecé a salir con Marty, el contraste entre los dos resultaba bastante interesante.
—Ya.
—Es una especie de ratero. Yo procuraba no enterarme de los diversos chanchullos en que andaba, pero sé que ha hecho algún trabajito de poca monta como camello. Él toma muchas pastillas, estimulantes y tranquilizantes, y las paga vendiendo algunas a sus conocidos.
—Es más seguro que vender a desconocidos.
—Al principio pensó que era estupendo que Marty me pagara el alquiler. Creía que yo también tenía algún chanchullo y que por tanto estábamos cortados por el mismo patrón. Cuando hablaba de Marty lo llamaba «el viejo» o «el bono de la comida». Comenzó a preocuparse cuando se dio cuenta de que Marty realmente me gustaba, que la relación era importante para mí desde el punto de vista afectivo.
—De modo que se puso celoso.
—Más o menos, sí.
—Y entonces reñisteis y te separaste de él.
—Eso fue el lunes, y cuando el martes por la noche Marty se puso a buscar sus cromos de béisbol, descubrió que habían desaparecido. Todo ha sido por mi culpa.
—¿Por qué lo dices?
—Le hablé del piso de Marty, y de las cosas que tenía en él. Marty me llevó una tarde del mes pasado. Él y su esposa estaban pasando la semana con unos amigos en East Hampton, y había venido por el día. Salimos a comer y luego me dijo que le gustaría enseñarme dónde vivía. No se trata de lo que estás pensando.
—¿Cómo?
—No… no hicimos nada —dijo—. Me sentía incapaz en casa de su esposa. Ya fue bastante extraño entrar allí. De todos modos es un piso precioso, con una vista espectacular del río y unos muebles magníficos. Cuando vi a Luke aquella noche, no dejé de hablarle de lo que había visto.
—Cromos de béisbol incluidos.
—Los tenía en su estudio —prosiguió—, en un cofre pulimentado de palisandro recubierto con madera de cedro. Marty guardaba en él los puros cuando fumaba; cuando la abrió, todavía se podía oler el aroma de un buen habano. La caja ni siquiera estaba cerrada con llave, y la tenía encima de su escritorio. El jueves seguía allí, Bernie, pero cuando levantó la tapa estaba vacía.
—Alguien había robado los cromos y dejado la caja.
—Fue Luke. Mostró mucho más interés cuando me oyó hablar de los cromos que cuando le describí los puentes que se pueden ver por la ventana del salón. Empezó a hablarme de lo valiosos que son los cromos de béisbol, y de lo fácil que es venderlos. Al parecer los coleccionaba de pequeño y…
—Todo el mundo ha coleccionado cromos de béisbol de pequeño.
—Pues yo no. Bueno, el caso es que la colección de Martin despertó en Luke sentimientos de codicia y nostalgia. Y cuando vio que tenía la oportunidad de vengarse de mí y Marty y ganarse de paso una pasta…
—No dudó en aprovecharla.
—Exacto.
Pensé en ello y luego dije:
—Muy bien. Así es como tú, Marty y Luke encajáis en todo esto. Al menos ahora dispongo de una tarjeta de tanteo, y todo el mundo sabe que uno no puede distinguir a los jugadores sin una tarjeta de tanteo. El problema es que no tengo un espejo a mano y si no puedo mirarme en un espejo, ¿cómo voy a saber qué número llevo?
—No te comprendo, Bernie.
—Soy yo quien no lo comprende. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me has llamado? ¿Qué se supone que he de hacer?
—Bueno, eso es fácil —dijo ella—. Vas a ayudarme a recuperar los cromos de Marty.
—Ya sé lo que suele decirse sobre las coincidencias —dije—: Que es la manera que tiene Dios de permanecer en el anonimato. Pero sólo me trago parte de la historia. Volvamos a la noche del jueves, ¿de acuerdo?
—Bien.
—Marty Gilmartin y su esposa y Borden Stoppelgard y su esposa… ¿Cómo es ella físicamente?
—Nada del otro mundo. Esa es la única vez que la he visto y apenas me fijé en ella. Creo que no abrió la boca en toda la noche.
—Bueno, el caso es que los cuatro fueron a ver Si los deseos fueran caballos. Por cierto, ¿les gustó la obra? Se lo pregunté a Marty, pero fue como si le hubiera preguntado a Mary Lincoln qué opinaba de Nuestro primo americano. Esto ocurrió después de medianoche.
—¿Cuál es la coincidencia?
—Pues que en el momento en que salgo de la parada de metro que hay a una manzana de aquí, me paro a comprar el periódico y una joven atractiva ataviada con traje de ejecutiva y boina roja me escoge para pedirme que la acompañe a casa.
—Cosas así deben de sucederte a todas horas, Bernie.
—No me suceden nunca. Llevo ocho años comprando el Times de camino a casa y jamás me ha ocurrido.
—Supongo que debería haberte sucedido hace mucho tiempo.
—Pues bien —proseguí—, da la casualidad de que esta mujer es la amante de Martin Gilmartin y, en su tiempo libre, también la amante de un individuo que, según parece, ha robado los cromos de béisbol de Marty.
—Ya sé a qué te refieres con lo de la coincidencia.
—Si Dios realmente quiere mantener su nombre fuera de este asunto —dije—, debería llevar guantes, porque sus huellas dactilares están por todas partes. Esto es lo que no comprendo. ¿Cómo es posible que te enteraras del robo de los cromos a tiempo de salirme al encuentro en el quiosco de periódicos? Es más, ¿cómo sabías que era yo, teniendo en cuenta que nadie excepto la policía había consultado los datos de la compañía telefónica y averiguado que la llamada había sido realizada desde el piso de mi amiga Carolyn? ¿Y cómo te enteraste de que iba a volver a casa en metro? Habría ido en taxi si no llega a ser porque un par de patanes se me adelantaron. ¿Cómo pudiste reconocerme? No lo entiendo. No entiendo absolutamente nada, y además… Espera un momento, Doll. ¿Adónde vas?
Se disponía a salir del reservado.
—A pagar la cuenta —dijo—. Te he dicho que te invitaba a un café, ¿te acuerdas? —Puso una mano sobre la mía—. Ahora verás —añadió—, puedo explicarlo todo.
Salimos, recorrimos una larga manzana en dirección a Broadway y nos detuvimos en la esquina para mirar a la gente comprar periódicos.
—No sabía lo de los cromos de béisbol cuando te vi —me dijo Doll—. Y no sabía quién eras, y tampoco me importaba especialmente. Lo único que sabía era que no tenías aspecto de asesino sanguinario. De modo que te sometí a una prueba de carácter: esperé a ver qué periódico comprabas.
—¿Y si hubiera comprado el Post en lugar del Times?
—En ese caso —respondió—, habría escogido a otra persona. Pero estaba segura de que eras la clase de persona que compra el Times. Lo que te dije aquella noche es cierto. Había salido de clase de interpretación, acababa de bajar del autobús y no me gustaba el ambiente que había en la calle. Nunca me siento cómoda en la zona oeste. Sé que es un lugar tan seguro como cualquiera, pero el ambiente no me inspira confianza.
—Entonces ¿por qué vives aquí?
—No vivo aquí. Vivo en la calle Setenta y ocho entre la Primera y la Segunda avenidas.
—¿Y quién vive en el 304 de West End?
—Lucas Santangelo.
—Alias Luke el novio.
—Exnovio.
—¿Querías que una persona tipo New York Times te acompañara a casa de Luke? ¿Para que tuviera celos?
—Ya te lo he dicho. Tenía miedo de ir sola.
—Y de todas las personas que había en la calle…
—Bernie —dijo—, mira alrededor, ¿quieres? Y recuerda que era una hora más tarde y que estábamos a mediados de semana. Había menos personas en la calle y la mayoría se parecían a… no sé, a ese mendigo que hay allí y esos dos tipos raros de las chaquetas militares…
—Sé a qué te refieres.
—Había dejado algo de ropa en casa de Luke —prosiguió— y llevaba dos días llamándole para intentar quedar con él y recuperar mis cosas. Pero sólo me respondía su contestador automático, lo cual no significaba necesariamente que hubiera salido, ya que a veces deja que salte el aparato y espera a saber quién es antes de contestar. Así que al final decidí ir personalmente. Si estaba en casa, quizá sería lo bastante caballeroso para dejar que me llevara mis cosas.
—¿Y si no estaba?
—Quizá podría entrar por mí misma. La mayoría de las veces no se molesta en cerrar con dos vueltas. Pensé que podría entrar con una tarjeta de crédito.
—Eso no es tan fácil como parece en televisión.
—¿Y ahora me lo dices? —repuso, dándose una palmada en la frente teatralmente—. Me resultó imposible. Lo intenté con tres tarjetas de crédito, y luego probé con mi tarjeta del cajero automático, lo cual fue un error, pues creo que le doblé un poco el borde. Cuando intenté sacar dinero ayer por la mañana, el cajero se tragó la tarjeta.
—Menuda gracia.
—Me han dado una tarjeta nueva. Ha sido una molestia, nada más. Resultó más frustrante estar delante de la puerta de Luke sin poder entrar, de veras. ¿Por qué le tiraría las llaves? ¿Por qué no le tiré un cenicero?
—También podías haberte tirado de los pelos… Cuando te diste por vencida, ¿qué hiciste?
—Me fui a casa.
—¿Directamente?
—Sí. Le di las buenas noches a Eddie y me marché.
—¿Quién te acompañó a la parada de autobús?
—Nadie. Cogí un taxi.
—¿Por qué no cogiste un taxi para ir?
—Eso hice.
—Creía que habías ido en autobús.
—Te conté lo que hice de una forma un tanto resumida. Fui en autobús de clase de interpretación a casa, llamé a Luke y volvió a salirme el contestador; me cambié de ropa para tener un aspecto respetable y cogí un taxi que me llevó a través del parque. Despedí al taxi justo delante del edificio de Luke y pedí al portero que llamara a su piso. No hubo respuesta. Decidí subir, pero el portero no me dejó.
—¿Que Eddie no te dejó pasar? Me extraña que llegara incluso a notar tu presencia.
—No era Eddie. Llegué unos minutos después de las doce porque él comienza su turno a esa hora, pero aún no había llegado. El tipo que estaba de servicio es un joven haitiano que cumple siempre las normas a rajatabla. Además no creo que estuviera muy contento de tener que esperar. No me dejó entrar en el edificio, de manera que fui a Broadway por una taza de café… La otra cafetería cierra a medianoche…
—Lo sé.
—… y de camino empecé a sentir una aprensión terrible, como si alguien estuviera siguiéndome. Supongo que estaba nerviosa porque iba a entrar en el piso de Luke por la fuerza. Pero entonces apareciste tú y me acompañaste a mi casa, a casa de Luke, mejor dicho; entré, salí y me fui a casa. Al día siguiente supe que los cromos de Marty habían desaparecido. «Saben incluso quién los ha robado», me dijo. «Ese insolente hijo de perra llamó para fanfarronearse de ello y han conseguido localizar su llamada». Yo no podía creer que Luke hubiera sido tan estúpido, y luego me enteré de que habías sido tú.
—Gracias.
—No quiero decir que seas estúpido. Tú tenías tus motivos para hacer la llamada, y no había ninguna razón para no bromear al respecto. ¿Cómo ibas a saber que los cromos de Marty habían desaparecido?
—Tienes razón. Ni siquiera sabía que los tenía. —Estábamos regresando a West End mientras hablábamos; cuando llegamos a la esquina, giramos hacia el norte como si lo hubiéramos convenido previamente y nos encaminamos al número 304—. Tal como lo has contado, no parece que se produjera ninguna coincidencia. Simplemente dio la casualidad de que Eddie llegó tarde al trabajo, Luke no estaba en casa y yo fui la primera persona que apareció y compró el Times.
—Eso es.
—Ojalá supiera qué parte de tu historia he de creer. ¿Te llamas realmente Doll Cooper?
—Ahora sí, pero tú y yo somos las únicas personas que lo saben. Fuiste tú quien me puso el nombre, ¿recuerdas? Antes de que me lo pusieras te dije que me llamaba Gwendolyn Cooper, y así es.
—¿Puedes probarlo?
Rebuscó en su bolso y sacó un par de tarjetas de plástico.
—Mira —dijo—. Una tarjeta de cajero completamente nueva del Chemical. Antes de la fusión era Manufacturers Hanover, y a mí me encantaba ir a un banco al que podías llamar con el diminutivo manny hanny[6]. Mira, esta es mi tarjeta Visa. También se dobló. ¿Ves la esquina? He intentado enderezarla pero creo que sólo he conseguido empeorar las cosas. Supongo que no pasará nada mientras no la utilice.
Le devolví las tarjetas.
—Me dijiste tu verdadero nombre. ¿Por qué?
—Por el mismo motivo por el que tú me dijiste el tuyo. Éramos dos barcos que se cruzaban en la noche. ¿Qué motivos tenía para mentirte? —Sonrió—. Además, quería que me llamaras.
—¿Cómo? No estás en la guía telefónica.
—Claro que sí. G. Cooper, calle 78 Este.
—Pero ¿cómo iba a buscar tu número? Por alguna razón, tenía la impresión de que vivías en el 304 de West End Avenue.
—Podrías haberme llamado al trabajo.
—¿Dónde? ¿A Faber y Faber[7]?
—Haber, Haber —me corrigió— y Crowell.
—Ya no trabajas allí, ¿recuerdas?
—A veces recibo todavía llamadas en la oficina. Toman recados para mí. Te dije que era una pasante porque eso impresiona más que ser una recepcionista, y como tampoco lo soy, pensé: ¿por qué no le digo algo que suene bien?
—Podrías haberme dicho que eras abogada.
—Estuve a punto de hacerlo —dijo—, pero tenía miedo de que fuera a ahuyentarte de esa manera. Hay personas a las que no les gustan los abogados.
—¿De veras?
—Ya sé que no resulta muy creíble. Bernie, te conté un par de mentirijillas. Al principio me lo planteé como una clase de interpretación. Una improvisación, ¿sabes? En clase estamos siempre haciendo escenas de ese tipo. Pero no te mentí realmente, o en todo caso lo hice en la misma medida en que tú me mentiste al no mencionarme que eres un ladrón.
Habíamos dejado de andar, y nos encontrábamos a media manzana del número 304. Ella señaló el edificio con la cabeza.
—Escucha —dijo—. Tengo una idea estupenda. ¿Por qué no entramos ahora mismo? Estoy segura de que podemos hacerlo sin que el portero nos diga nada.
—A menos que sea tu amigo el haitiano.
—También podría haber pasado fácilmente por delante de él, pero quería llamar al piso antes. Esta vez no tendremos que hacerlo. Podemos pasar como si viviéramos allí.
—¿Y luego qué?
—Luego tú puedes abrirme la puerta del piso de Luke.
—Puede que eso no le guste a Luke.
—Estoy segura de que no está —dijo ella—. ¿Sabes lo que creo que ha ocurrido? Luke robó los cromos a Marty a principios de semana. Luego recibió una oferta de trabajo fuera de la ciudad que no dudó en aceptar. De todos modos, si piensas que está en casa y te pone nervioso forzar su cerradura, siempre podemos llamar al timbre antes.
—Claro, es una buena idea —dije—. Podemos llamar al timbre.
—Y si está en casa, diré simplemente que he venido a recoger mi ropa.
—Y luego podemos hacer una visita a los Nugent.
Ella frunció el entrecejo.
—¿Los Nugent? ¿Joan y Harlan Nugent?
—Exacto. Los del 9 G.
—¿Cómo es que los conoces?
—No los conozco.
—Entonces ¿por qué los has mencionado?
—Eres tú quien los has mencionado.
—Acabas de mencionarlos hace un segundo. «Y luego podemos hacer una visita a los Nugent». Esas son exactamente las palabras que has utilizado. ¿No te acuerdas?
—Perfectamente. Pero tú los mencionaste hace dos noches cuando estábamos delante de su casa.
—¿De veras? —Se rascó la cabeza—. ¿Qué motivo podía tener para hacerlo? Apenas los conozco.
—Aun así, sigues llevándome ventaja —dije—, porque yo no los conozco en absoluto. Le preguntaste a Eddie cuándo volvían de Europa.
—Dios santo —exclamó—. Tienes razón, se lo pregunté. ¿Pero no lo hice cuando ya te habías ido? —Meditó la pregunta y se respondió a sí misma—: Evidentemente no, porque de lo contrario no estaríamos manteniendo esta conversación. Los Nugent son una pareja de ancianos. Viven dos pisos encima de Luke.
—En el 9 G, si no me equivoco.
—¿Estás diciéndome que te mencioné incluso el número del piso? Debiste de pensar…
—Que estabas invitándome a desplumarles la casa —dije acabando la frase por ella—. Eso fue exactamente lo que pensé. Pero si no sabías que yo era un ladrón…
—¿Cómo iba a saberlo? Cuando un hombre me dice que es librero, suelo dar crédito a su palabra.
—¿Por qué mencionaste a los Nugent?
—Porque me preguntaba si habrían vuelto ya, eso es todo. Joan Nugent pinta, y el par de veces que nos hemos cruzado en el vestíbulo me ha preguntado si quería posar para ella. La última vez que nos encontramos en el ascensor me dijo que ella y Harlan se iban a Europa pero que me llamaría cuando volvieran. —Se encogió de hombros—. Aunque no sé si quiero hacerlo, si ello va a suponer venir a esta casa y encontrarme con Luke.
—Sobre todo si sospechas que ha sido él quien robó los cromos.
—Es más que una sospecha —dijo—. Estoy segura de ello, lo cual es una razón más para que quiera coger mis cosas antes de que regrese. ¿Y si la policía registra su piso y mi ropa acaba en el armario de las pruebas?
—Podría suceder.
—Pues no te imaginas cuánto me molestaría. —Apoyó su mano en mi brazo y añadió—: ¿Qué me dices, Bernie? ¿Vas a ser un verdadero encanto y enseñarme lo bien que se te da forzar cerraduras?