Por un momento, Marshall se quedó demasiado aturdido para hablar. Después la sensación de incredulidad se disipó tan deprisa como había aparecido, barrida por una rabia que ni siquiera era consciente de haber estado conteniendo.
—Lo siento —dijo, sorprendido por la calma de su voz—, pero eso no va a pasar.
La sonrisa de Conti no se borró.
—¿No?
—No.
—¿Por qué?
Justo cuando el productor hacía la pregunta, Marshall vio que Sully se acercaba desde la base. Probablemente había oído el barullo de la última toma de Conti y quería investigar. El climatólogo había aprovechado cualquier ocasión para adular a Conti, ansioso de favores, y tal vez incluso de un papel secundario en la película.
—El señor Conti acaba de explicarme la verdadera razón de su presencia aquí —dijo Marshall cuando Sully se unió al grupo.
—¿Ah, sí? —dijo Sully—. ¿Cuál es?
—Quieren sacar el esmilodonte de la cueva de hielo y derretirlo en directo ante las cámaras de televisión.
La revelación hizo parpadear de sorpresa a Sully, aunque no dijo nada.
Marshall se volvió otra vez hacia el productor.
—Una cosa es que invadan la base, interrumpan nuestra investigación y dejen que su gente nos trate como okupas, y otra muy distinta es que yo les permita poner en peligro nuestro trabajo.
Conti cruzó un brazo sobre el otro. Marshall se dio cuenta de que Ekberg le observaba atentamente.
—Ese cadáver es un descubrimiento científico importante; tal vez incluso de una importancia enorme —prosiguió—. No es un ardid publicitario que puedan explotar para sus fines. Si ha venido por eso, lamento que haya derrochado tiempo y dinero, pero más vale que haga el equipaje y se vaya ahora mismo.
Pareció que Sully dominara su sorpresa mientras escuchaba a Marshall.
—Oye, Evan, tampoco hace falta…
—Y otra cosa —dijo Marshall, interrumpiéndole—. Ya he advertido a la señora Ekberg de que la cueva es peligrosa. La vibración de los equipos pesados podría hacer que se nos cayera encima; así que, aunque no nos pareciera mal su idea de locos, nunca le dejaríamos entrar.
Conti apretó los labios.
—Ya veo. ¿Quiere decir algo más?
Marshall le miró fijamente.
—¿Le parece poco? No pueden coger el felino. Así de claro.
Esperó la respuesta de Conti, pero, en vez de responder, el director lanzó una mirada elocuente a Wolff.
Wolff carraspeó y habló por primera vez.
—La verdad es que tiene razón, doctor Marshall: está así de claro. Podemos hacer lo que queramos.
Al volverse hacia él, Marshall notó que se le crispaba la mandíbula.
—Pero ¿qué dice?
—Digo que si queremos sacar el felino del hielo, lo haremos. Y si queremos cortarlo a trozos y hacerlo a la barbacoa, también lo haremos.
El representante de la cadena metió una mano en la parka y sacó un fajo de papeles para dárselos a Marshall, que no los cogió.
—¿Qué es? —preguntó.
—El contrato que firmaron con Terra Prime el doctor Sully y el director del departamento de investigación de su universidad.
Como Marshall no contestaba, Wolff siguió hablando.
—A cambio de financiar su expedición de seis semanas, Terra Prime (y por extensión su compañía madre, Blackpool Entertainment Group) goza de acceso exclusivo e ilimitado no solo al lugar de la investigación, sino a cualquier descubrimiento que efectúen ustedes.
Marshall cogió el documento a regañadientes.
—Cláusula seis —dijo Wolff—. La palabra clave es «ilimitado».
Marshall leyó el contrato por encima. Era tal como decía Wolff: Terra Prime controlaba a todos los efectos cualquier bien físico o intelectual que produjese la expedición. No sabía que Terra Prime dependiera de Blackpool, y no le gustó. Blackpool tenía mala fama por practicar un periodismo sensacionalista y abusivo. Estaba claro que Wolff había previsto que llegaría aquel momento, por eso llevaba encima el contrato. Marshall se fijó un poco más en él. Era de una delgadez casi cadavérica, incluso con la parka puesta. Tenía el pelo castaño, muy corto, y una cara inexpresiva. Mientras sostenía la mirada de Marshall, sus ojos claros no expresaban nada.
Marshall se volvió hacia Sully.
—¿Tú has firmado esto?
Sully se encogió de hombros.
—De lo contrario no había expedición. ¿Cómo íbamos a saber que pasaría esto?
Marshall no contestó. De repente se sentía enormemente cansado. Dobló de nuevo el contrato sin decir nada y se lo devolvió a Wolff.