Cuando Marshall entró en la sala de control, con la caja negra de metal en la mano, vio a Sully y a Logan detrás de la mampara de cristal, en el estudio, inclinados hacia un carrito de acero inoxidable con ruedas; al mirar el carrito, se le cayó el alma a los pies. El aparato que había encima recordaba más un juego de construcciones infantil que un arma para matar a un monstruo de dos toneladas. En la bandeja superior había una pequeña jungla de dispositivos analógicos y aparatos digitales primitivos: potenciómetros, filtros controlados por voltaje, osciladores de baja frecuencia y una mesa de mezclas con un amasijo de cables multicolores que lo conectaban todo entre sí. La bandeja inferior contenía un amplificador antiguo de tubo de vacío, unido mediante finos cables rojos a un altavoz de bajos y uno de alta frecuencia.
El grupo había dedicado la última media hora a abrir cajas y desmontar aparatos no usados, en un desesperado esfuerzo por construir una máquina que pudiese crear una amplia gama de ondas sonoras de alta frecuencia, con la máxima amplitud posible. Al final habían cogido el altavoz de agudos de un aparato de sonido mucho mayor que el del altavoz de bajos, partiendo de la premisa de que lo más probable era que a la bestia le afectasen más las frecuencias altas. Pese a haber sido uno de los defensores del plan (principalmente porque era el único que parecía tener alguna posibilidad), Marshall sabía muy bien el riesgo que corrían. ¿Funcionaría el dispositivo? ¿Ahuyentaría realmente al animal? Lo estaban ensamblando sobre un carrito móvil, para poder ponerlo en cualquier sitio; preferiblemente lejos del ala de ciencias, puesto que de ese modo, si fallaba, tendrían donde refugiarse.
Le dio a Sully la caja de metal.
—Toma, el modulador de anillo. Faraday ha conseguido desmontarlo de un emisor sonar activo.
Sully lo puso en la bandeja superior, le conectó dos cables y gruñó, satisfecho. A medida que el arma sonora cobraba forma, el climatólogo se volvía cada vez menos escéptico y más entusiasta acerca de sus posibilidades.
—Al principio deberíamos intentar emitir ruido blanco: una señal de potencia estable dentro de un ancho de banda fijo, para conseguir la máxima eficacia en el estallido de presión sonora. —Miró a Marshall—. ¿Dónde está Faraday?
—En el almacén, recogiendo piezas de repuesto.
—Bien, entonces solo faltan las pilas secas. ¿Tú no habrás visto ninguna, por casualidad?
—No, pero tampoco las he buscado. Estaba demasiado ocupado desmontando aquella agrupación de transductores.
—Voy a ver si encuentro alguna.
El climatólogo se incorporó y salió al pasillo, cruzando la sala de control. Antes de irse por la izquierda, lanzó una mirada por encima del hombro derecho.
Marshall sabía el motivo de esa mirada. Él también había echado un vistazo a la derecha antes de entrar en la sala de control. Era por donde se iba a la compuerta principal del ala de ciencias, en la que montaban guardia González y Phillips, con las ametralladoras a punto, atentos a cualquier señal de la criatura.
Se dio cuenta de que Logan le miraba.
—¿Tiene alguna idea del tipo de investigación secreta que pensaban hacer aquí dentro? —preguntó el historiador.
Marshall se encogió de hombros.
—Con el poco material que llegaron a montar o a desembalar es difícil saberlo, pero a juzgar por la variedad de dispositivos sonar pasivos (no he visto muchos aparatos de sonar activo por aquí), yo diría que intentaban reforzar el radar de alerta temprana con un emisor sonar secreto.
—Para estar mucho más cerca de Rusia.
Marshall asintió con la cabeza.
—Hasta puede que incluso dentro. Con un sonar activo se puede conocer la posición exacta de un objeto, pero a una instalación como la base Fear eso no le hacía falta saberlo, al menos de inmediato. A ellos les bastaba con saber si algún objeto iba directo hacia ellos, y eso podía hacerlo un sonar pasivo, sin ruido, usando un TMA para dibujar la trayectoria de un misil.
—¿TMA?
—Análisis de movimiento del objetivo. Serviría para conocer el alcance, la velocidad y el rumbo constante mucho antes de que el radar de aquí pudiera establecer la posición.
—Y todo en un dispositivo suficientemente pequeño y silencioso para que no fuera detectado. Interesante. —Logan hizo una pausa—. Supongo que la gran pregunta es si esto nos salvará el pellejo.
Marshall echó un vistazo al invento de científico loco que estaba sobre la bandeja, entre ambos.
—Creo que tenemos posibilidades. El oído es el único de los cinco sentidos que responde a un proceso totalmente mecánico. Las ondas sonoras modifican la presión del aire y causan vibraciones. En los seres humanos, los sonidos de frecuencia muy baja pueden provocar falta de aliento, depresión y hasta ansiedad. Hay quien considera que los de alta frecuencia interfieren en los ritmos cardíacos normales, y pueden causar incluso cáncer. Circulan todo tipo de rumores sobre armas de infrasonidos o ultrasonidos capaces de herir, paralizar y hasta matar. —Se encogió de hombros—. ¿Quién sabe? Quizá el verdadero objetivo de esta instalación fuera este tipo de investigación.
—Sería irónico. —Logan dio unas palmadas a un lado del carrito—. ¿Esto ya está?
—Sí, aparte de las pilas. Sully las está buscando.
—Así que ya tenemos nuestra arma. Ahora solo nos falta el blanco.
—No está garantizado que venga hacia aquí. Tal vez tengamos que usar algún tipo de señuelo.
—No sé si no sería más correcto decir «cebo». —Logan hizo otra pausa—. Estaba pensando en otra cosa. Los dos animales, el que han encontrado ustedes y el que encontraron hace cincuenta años… ¿Cree que están emparentados?
—Buena pregunta. Yo solo lo he entrevisto a través de un bloque de hielo turbio, pero parece que las descripciones de González se ajustan a las de Usuguk, y…
—No lo decía en ese sentido. Me refiero a si son parientes.
Marshall le miró.
—¿Quiere decir si son padre e hijo, por ejemplo?
Logan asintió con la cabeza.
—O madre e hija; separados, y después congelados por el mismo fenómeno climatológico excepcional.
—Válgame Dios… —Marshall tragó saliva—. Si este fuera el caso, esperemos que el padre no sepa qué le pasó al hijo.
Logan se frotó la barbilla.
—Hablando del hijo, ¿no se ha preguntado de qué murió la primera vez?
—¿Quiere decir si no fue la electricidad?
—Exacto.
—Sí, pero no se me ocurre ninguna respuesta. ¿Ya usted?
—Tampoco, pero me parece muy interesante que ni el uno ni el otro se hayan comido a ninguna de sus víctimas.
—Ya se lo dije: no murió. Decidió abandonar el mundo físico.
Era la voz de Usuguk, sentado en un rincón del estudio, con las piernas cruzadas y el dorso de las manos apoyado en las rodillas. Estaba tan silencioso e inmóvil que Marshall no se había dado cuenta de su presencia. Al ver la expresión serena y reservada del tunit, y percibir su convicción callada pero granítica, casi se sintió dispuesto a creer en lo mismo que él.
—La historia que me contó —dijo al chamán—, la de Anataq y los dioses de la oscuridad… Era inquietante, incluso para alguien de fuera, como yo. Tengo que hacerle una pregunta: si cree sinceramente que nos enfrentamos con un kurrshuq, un devorador de almas, ¿por qué ha accedido a volver conmigo?
Usuguk levantó la vista.
—Mi gente cree que no sucede nada sin motivo. Los dioses me tienen reservado un destino, determinado desde el día de mi nacimiento. De joven, hicieron que me apartara de mi gente y me trajeron a este lugar, a sabiendas de que acabaría regresando con lazos más fuertes y estrechos que antes. Al dar la espalda al mundo de los espíritus, me ligué a él.
Marshall sostuvo su mirada, pensativo. Y de repente lo entendió. Durante todos aquellos años de vida ascética, monástica y espiritual, incluso para los cánones tunit tradicionales, Usuguk había estado expiando una traición a su fe. El regreso a la base (escenario, justamente, de dicha traición) era su último acto expiatorio.
—Siento que las cosas hayan ido así —dijo Marshall—. Yo no pretendía exponerle a este peligro tan enorme.
El tunit sacudió la cabeza.
—Voy a contarle una cosa: de muy pequeño, cuando aún había cacerías, mi abuelo siempre volvía con la morsa más grande. Todos querían saber su secreto, pero él no se lo decía a nadie. Finalmente, cuando ya era muy, muy anciano, me lo confesó a mí. Me contó que iba con su kayak al otro lado de los estrechos, a las corrientes profundas del mar, más lejos de lo que se atrevía a ir nadie. Yo le pregunté por qué lo hacía (exponerse a un peligro enorme, como dice usted), solo para conseguir la mayor pieza, y él me dijo que la caza en sí ya era un peligro. Ya que pisas hielo fino, me dijo, mejor bailar.
Se oyó algo al otro lado de la mampara de cristal. Era Faraday, que entró cargado de material eléctrico y mecánico.
—Traigo los osciladores y los potenciómetros de repuesto —dijo. Echó un vistazo al aparato del carrito—. ¿Dónde están las pilas?
—Sully ha ido a buscarlas —contestó Marshall.
—Muy bien. Cuando las tengamos empezaremos con las pruebas, y…
Justo entonces se oyó un fuerte chisporroteo en la sala de control y Marshall se volvió para mirar. Era la radio que les había dado González; estaba apoyada en el borde superior de la mesa de mezclas.
Otro chisporroteo.
—¿Hola? —Era la voz de Ekberg—. ¿Hola?
Marshall salió del estudio y entró en la sala de control. Cogió la radio y pulsó el botón de transmisión.
—¿Kari? Soy Marshall. Adelante.
—Dios mío… ¡Ayúdenme! —Hablaba entrecortadamente, al borde de la histeria—. ¡Ayúdenme, por favor! La cosa… ha cogido a Emilio. Le ha levantado, le ha levantado y le…
—Tranquila, Kari. —Marshall trató de modular su voz, y de no abandonar un tono razonable—. Ahora quiero que me diga dónde está.
Oyó que respiraba varias veces, con pánico.
—Estoy… ay, Dios mío… estoy en el patio. Al lado de… del puesto de vigilancia.
Mientras Marshall volvía a pulsar el botón de transmisión, Logan y Faraday salieron del estudio y se acercaron a la radio.
—Está bien. ¿Tiene una linterna?
—No.
—Entonces baje por la escalera hasta el comedor de oficiales. Lo más deprisa y silenciosamente que pueda. Allí encontrará linternas, y también armas.
¿Sabe usar una pistola?
—No.
—No pasa nada. Vamos, baje ahora mismo, y cuando haya llegado llámeme otra vez.
—Vendrá a por mí. Lo sé. Cuando haya acabado con Emilio. Vendrá y… y…
—Kari. Ahora iré a buscarla y la llevaré a mi posición. No pierda la cabeza. Ni la radio.
Después de otro chisporroteo, la radio se quedó en silencio.
Marshall se volvió hacia Faraday.
—Ve a buscar a Sully y ayúdale a encontrar las pilas. Después llevaos el arma sónica de aquí, a los pasadizos del Nivel E. Necesitaremos disponer del ala de ciencias como refugio, por si no sale bien.
Faraday asintió con la cabeza y salió rápidamente de la sala de control. Marshall miró a Logan.
—¿Se acuerda de lo que ha dicho sobre un cebo? Pues parece que voy a ser yo.
Sin decir nada más, guardó la radio en el bolsillo y salió corriendo de la sala, en dirección a la compuerta de acceso al ala central.