El laboratorio de física y ciencias naturales era un taller de metalurgia reconvertido del Nivel B. Como laboratorio no era gran cosa, se dijo Marshall en el umbral mientras miraba los ordenadores portátiles, los microscopios y el resto del instrumental distribuido por media docena de mesas de trabajo. Había lo imprescindible para los análisis y observaciones esenciales del día a día, en espera de poder llevar a Massachusetts los datos y las muestras.
Faraday y Chen estaban al fondo, de espaldas y con las cabezas muy juntas. Marshall se acercó, rodeando las mesas, hasta ver en qué estaban tan enfrascados: una gradilla, aproximadamente con una docena de tubos de ensayo pequeños.
—Ah, así que os escondíais aquí —dijo.
Ambos se irguieron y se volvieron hacia él con la culpable rapidez de los niños cuando se les pilla haciendo algo prohibido. Marshall frunció el ceño.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó.
Faraday y Chen se miraron.
—Analizar algo —dijo Faraday después de un rato.
—Ya lo veo. —Marshall echó un vistazo a los tubos de ensayo, que contenían líquidos de varios colores: rojo, azul, amarillo claro…—. Parece que os tiene muy absortos.
Faraday no dijo nada. Chen se encogió de hombros.
—¿Qué es? —preguntó Marshall sin rodeos.
Durante la pausa que siguió, miró las mesas más atentamente. Sobre una de ellas estaban repartidas las fotos de quince por veinte que Faraday había tomado del interior de la cámara. Vio círculos y flechas dibujados con lápiz graso. En otra mesa había una cubeta de plástico con lo que parecían virutas de madera, y al lado un estereomicroscopio.
Faraday carraspeó.
—Estamos examinando el hielo.
Marshall le miró.
—¿Qué hielo?
—El hielo donde estaba metido el felino, el animal.
—¿Cómo? Hace mucho que se derritió. Además, el agua resultante estaría contaminada y no se podría usar como muestra científica.
—Ya lo sé. Por eso he cogido muestras en el origen.
—¿En el origen? —Marshall frunció el entrecejo—. ¿Quieres decir… de la cueva de hielo?
Faraday se subió las gafas y asintió.
—¿Has vuelto a la cueva? ¿Con esta tormenta? Qué locura.
—No, fui anoche, después de nuestra reunión en la sala de mapas.
Marshall cruzó los brazos en el pecho.
—Sigue siendo una locura. ¿En plena noche? ¡Como si la cueva no fuera lo bastante peligrosa de por sí!
—Parece que esté hablando Sully —contestó Faraday.
—Podría haber osos polares cerca.
—Yo le acompañé… —dijo Chen—. Con una de las escopetas.
Marshall suspiró y se apoyó en una mesa.
—De acuerdo. ¿Te importaría decirme por qué?
Faraday le miró, pestañeando.
—Tal como dijimos en la reunión: aquí pasa algo raro.
—Ni que lo digas. Tenemos un ladrón entre nosotros.
—No me refería a eso. Hay algo que no cuadra. Que se derritiera tan deprisa, que el animal haya desaparecido, las marcas de la sierra… —Señaló la cubeta de plástico que había al lado del microscopio—. He tomado unas muestras de los bordes del agujero de la cámara y las he examinado a cuarenta aumentos. Está clarísimo: las marcas están hechas desde dentro, no serrando por debajo.
Marshall asintió con la cabeza.
—Hace un minuto has dicho que hablaba como Sully. ¿Qué querías decir?
—Al enterarse de que había subido a la cueva, a Sully le ha dado un ataque. Ha dicho que era una pérdida de tiempo y que más me valía tirar las muestras a la basura.
Marshall no contestó enseguida. Se acordó de lo despectivo que se había mostrado Sully con la teoría y con las fotos en general. Aunque Faraday pudiera haber cometido una imprudencia al recoger las muestras, científicamente hablando parecía obvio que, ya que las tenían, las analizaran. Se acordó de lo que había dicho Conti sobre Sully.
Chen miró a Faraday y señaló con la cabeza las muestras de madera.
—Cuéntale lo otro.
Faraday se alisó la bata por delante.
—Al examinar en el microscopio las virutas, también hemos encontrado muestras de pelo y bastante sustancia seca y oscura pegada a los bordes más afilados.
—¿Pegada? —repitió Marshall—. ¿Era sangre?
—Todavía no la he analizado —dijo Faraday.
Abrió la boca, pero la cerró como si se le hubiera ocurrido otra idea mejor.
—Vamos, cuéntame el resto —dijo Marshall.
Faraday tragó saliva.
—Las marcas de la sierra… —empezó a decir—. No sé. Vistas con el microscopio no parecen de sierra.
—Pues entonces, ¿de qué?
—Parece que tengan un origen más… natural.
Marshall les miró: primero a Faraday, después a Chen y otra vez al primero.
—¿Natural? Ahora sí que me he perdido.
Finalmente fue Chen quien habló.
—Más que serrado, el agujero estaba hecho a mordiscos.
Esta vez el silencio fue mucho más largo.
—¿Cómo diablos esperas que me crea eso, Wright? —preguntó Marshall, intentando disimular su profundo escepticismo.
Faraday volvió a carraspear.
—Escucha —dijo, bajando la voz—. Cuando esté seguro de algo, si llego a estarlo, os lo diré. No me lo callaré. Pero no quiero que Sully vuelva a criticarme.
—Sully —repitió Marshall, pensativo—. ¿Sabes dónde está?
—Hace horas que no le veo.
—Está bien. —Marshall se apartó de la mesa—. Si te enteras de algo, ¿me lo dirás?
Faraday asintió con la cabeza. Tras una mirada inquisitiva a los dos hombres, Marshall se giró y salió despacio del laboratorio.