HARPER

HARPER

13 de junio de 1993

La luz es cegadora. La fuerza lo estrella contra la pared.

Harper se toca el agujero de la camisa, en el que empieza a formarse una flor oscura. Al principio no siente nada, pero después llega el dolor, todos los nervios con los que se ha encontrado la bala en su trayectoria se encienden a la vez. Intenta reírse, pero el aliento le sale húmedo y sibilante, ya que los pulmones empiezan a llenarse de sangre.

—No puedes —dice.

—¿En serio?

Harper piensa que está preciosa: el gesto de sus labios, hacia atrás, le permite enseñar los dientes, tiene los ojos brillantes y el cabello, como un halo alrededor de la cabeza. Es luminosa.

Ella dispara de nuevo y parpadea sin querer con el ruido. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Hasta que oye el clic de la recámara vacía. Él solo es vagamente consciente del impacto de las detonaciones en su cuerpo, como si se estuviera desprendiendo de él.

Entonces, ella le arroja la pistola, frustrada; cae de rodillas y oculta la cara entre las manos.

«Deberías haberme rematado, zorra estúpida», piensa Harper. Intenta acercarse a ella, pero el cuerpo no le responde.

La perspectiva de su visión está torcida, distorsionada en un ángulo obtuso. Toda la escena queda debajo de él, como si cayera hacia arriba y se alejara poco a poco.

Ve que a la chica le tiemblan los hombros, como tiemblan las llamas que escupen un oscuro humo químico y lamen el revoltijo formado por el sillón, las cortinas y los objetos.

Ve al hombretón tirado en el suelo de madera, tragando saliva con dificultad. Permanece con los ojos cerrados, sosteniéndose el estómago y el pecho, aunque la sangre le sigue manando entre los dedos.

Harper se ve a sí mismo apoyado contra la pared. ¿Cómo puede estar fuera de su cuerpo? Mira hacia abajo y lo ve todo, como si se estuviera sosteniendo en el techo, pero todavía sigue unido al trozo de carne de abajo que tiene su cara.

Harper ve que las piernas de Harper se quedan sin fuerzas y que su cuerpo empieza a deslizarse por la pared. La nuca va dejando oscuros manchurrones de sangre y de cerebro en el papel pintado color crema.

Percibe que la conexión se pierde, hasta que se rompe de golpe.

Aúlla, incrédulo, intentando aferrarse a algo para volver a bajar, pero no tiene manos con las que agarrarse. Es una cosa muerta. No es más que carne en el suelo.

Se estira en busca de cualquier cosa que lo pueda retener.

Y encuentra la Casa.

Tablones en vez de huesos, paredes en vez de carne.

Puede volver atrás, empezar de nuevo y deshacer todo esto. Evitar el calor de las llamas, el humo asfixiante y la pura furia.

Más que una posesión, es una infección.

La Casa siempre fue suya.

Siempre fue él.