HARPER Y KIRBY

HARPER Y KIRBY

13 de junio de 1993

La puerta se abre y por ella entra Harper cubierto de sangre, sonriendo como un loco ansioso y con la navaja y la llave en la mano. Pero la sonrisa muere cuando ve lo que se dispone a hacer Kirby, que está en el centro de la habitación agitando el Ronson Princess De-Light y preparada para rociar con combustible un montículo hecho con un montón de objetos que ha reunido.

Ha arrancado las cortinas de la ventana y ha empapado algunos trozos, las ha echado encima del colchón del dormitorio de invitados de una de las habitaciones de arriba. Hay botellas tiradas con descuido debajo. Las del queroseno de la cocina, las de whisky. Ha volcado el sillón y lo ha rajado para que el relleno salga en grumos blancos. El gramófono está hecho pedazos. Relucientes astillas de madera, billetes de cien dólares y boletos de apuestas están metidos en el cuerno de latón dentado. Ha bajado todo lo que había en el dormitorio principal: las alas de mariposa, la tarjeta de béisbol, el poni, el casete con una maraña de cinta negra desenrollada que se ha enganchado en una pulsera de dijes, la tarjeta de identificación del laboratorio, una chapa de protesta, un pasador de conejito, una caja de píldoras anticonceptivas, una letra «Z» de imprenta. Una pelota de tenis mordida.

—¿Dónde está Dan? —pregunta Kirby. La luz de la chimenea que tiene detrás hace que le brille el pelo como si fuese a pronunciar una profecía.

—Muerto —responde Harper mientras la tormenta de nieve de diciembre de 1929 sigue viéndose a sus espaldas, tras la puerta abierta—. ¿Qué haces?

—¿Tú qué crees? —se burla ella—. No me diste nada en que entretenerme mientras te esperaba.

—¡No te atrevas! —grita Harper cuando enciende el mechero.

De él surge una firme llama dorada. Kirby suelta el mechero encima de la pila, que prende un segundo después. Un aceitoso humo negro surge arremolinado del papel, entre llamas naranjas.

Harper grita angustiado y se lanza a por ella con la navaja por delante, pero algo lo detiene en seco.

Se estrella contra el suelo y se le cae la llave porque Dan, de rodillas, le está sujetando las piernas con los brazos. Todavía está vivo, aunque la sangre forma charcos a su alrededor, negra y espesa. Tira de los pantalones de Harper para arrastrarlo hacia él y evitar que se abalance sobre Kirby. Harper le da patadas, frenético. Con el talón, sin querer, empuja la llave, que se desliza por el suelo ensangrentado y acaba junto a la jamba de la puerta, justo en el umbral de la Casa.

Por un golpe de suerte, una de las patadas consigue acertarle a Dan bajo la mandíbula. El periodista gruñe y suelta los vaqueros del asesino.

Ya libre, Harper se pone en pie como puede, todavía con la navaja en la mano, triunfante. La matará, apagará el fuego y después cortará en pedacitos a su amigo, muy despacio, por las molestias causadas.

Entonces mira a Kirby a los ojos, justo cuando ella levanta la pistola. Las llamas arden a su espalda. Kirby abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor, deja escapar el aire y aprieta el gatillo.