HARPER
13 de junio de 1993
Una furia negra ahoga el cerebro de Harper. Debería haber matado al chico indio del periódico. Tendría que haberlo arrastrado hasta una ventana y tirarlo a la calle. Se hizo el tímido con el chico, le siguió la corriente, como si fuera un idiota de mirada vacía del Manteno State Hospital, de esos que siempre tienen la barbilla cubierta de su propia saliva y mierda en los pantalones.
Había tenido que emplear hasta la última pizca de su fuerza de voluntad para hacerle preguntas razonables, en vez de: «¿Cómo coño sigue viva y dónde está la muy puta?». Lo que le dijo es que, si Kirby estaba en la oficina, le gustaría hablar con ella sobre los premios. Estaba muy interesado en los premios. «¿Podría hablar con ella, por favor? ¿Está aquí?».
Presionó demasiado, vio que el chico pasaba del desprecio salpicado de aburrimiento a una precaución recelosa.
—Llamaré a seguridad para que la busquen —dijo, y Harper lo entendió perfectamente.
—No es necesario. Dile que he venido a verla, ¿de acuerdo? Que volveré.
Enseguida se da cuenta de que ha sido un error decirle eso. Tanto, que compra una gorra de béisbol de los White Sox en la calle y se tapa la cara con la visera porque sospecha que el maldito chico llamará a la policía. Va directo al tren. Necesita volver a la Casa y meditar sobre cómo resolver la situación.
Costará más encontrarla si la asusta, pero no puede reprimir su rabia. Quiere que ella lo sepa, quiere que huya, que se esconda. La sacará del agujero en el que se meta como antes hacía con los conejos, la sacará del agujero a rastras por el cogote mientras ella se sacude y grita, y después le cortará el cuello.
Mientras observa la ciudad que pasa por la ventanilla del vagón, se toca con el dorso de la mano a través de los pantalones, pero su consternación es tal que se siente apabullado. Está pudiendo con él y todo se le escapa entre las manos. Es por ella. Debería haberla matado un día que fuera sin el perro. Había otras oportunidades.
Se siente muy solo. Necesita clavarle la navaja en la cara a alguien para aliviar la presión que se le acumula detrás de los ojos. Tiene que volver a la Casa y arreglarlo. Volverá para buscarla e intentar enmendar los errores. Las estrellas deben alinearse de nuevo.
No ve a Kirby. Ni siquiera cuando se baja del tren.