DAN

DAN

13 de junio de 1993

Dan la pierde de vista en algún punto de la calle Randolph. Dominado por el pánico, logra atravesar el tráfico provocando otra ronda de bocinazos enfurecidos, pero no puede seguirle el ritmo. Se apoya en una de las papeleras verdes, sobrevivientes del antiguo Chicago, como también lo son las farolas con sus bombillas de lámparas de gas que parecen condones inflados. Jadea. El flato le desgarra las costillas y se siente como si el puto Dolph Lundgren le hubiese metido una patada giratoria en el pecho. Un tren le pasa por encima de la cabeza y la vibración casi le suelta los empastes.

Si Kirby ha estado aquí, ya no está.

Siguiendo una corazonada, se dirige a la avenida Michigan apretándose el costado y respirando entrecortadamente. Lamentable. Está enfermo de pánico y rabia. Piensa en Kirby. Se la imagina muerta en un callejón perdido detrás de una pila de basura. Seguramente ha pasado junto a ella. Nunca atraparán al culpable. Lo que esta ciudad necesita es cámaras en todas las esquinas, como en las gasolineras.

Por favor, Dios, se pondrá en forma, comerá verduras, irá a misa, se confesará y visitará la tumba de su madre. Nada de cigarrillos furtivos. Pero que Kirby esté bien. En realidad, no es mucho pedir, ¿no?

Cuando llega al Sun-Times los polis todavía no han aparecido. Chetty está en pleno ataque de rencor, intentando explicarle a Harrison lo que pasa. Richie aparece, pálido y asustado, para decirles que esa mañana han asesinado a otra chica. Se la han encontrado apuñalada en un laboratorio farmacéutico del West Side. Parece el mismo modus operandi. Peor. Los detalles son aún más horrendos. Y una mujer que iba a las reuniones de ayuda de la drogadicta muerta ha declarado que un hombre cojo había preguntado por ella.

Dan se da cuenta de que nadie sabe bien cómo asumirlo. Que, a lo mejor, Kirby ha estado en lo cierto respecto a aquel puto tipo desde el principio. No puede creerse que el pendejo haya tenido cojones para entrar en el periódico y preguntar por ella.

Se acerca a la tienda de electrónica que hay calle abajo y compra un busca. Es rosa porque era el que estaba en el escaparate, listo para que se lo llevara. Vuelve con Chet, le da el número e instrucciones estrictas de que lo avise si averiguan algo. Especialmente si es sobre Kirby. Procura calmar la preocupación. Siempre que esté ocupado, no la sentirá.

Va a por su coche y a recoger algo de su casa. Después conduce hasta Wicker Park y fuerza la entrada del piso de Kirby.

Está todavía más desordenado que antes. Todo su armario parece haber migrado al salón y haberse repartido por los muebles. Aparta la mirada de unas bragas rojas que están vueltas del revés sobre una silla.

Constata que la chica ha estado jugando a ser una buena detective. El contenido de las cajas de pruebas está repartido por todas partes. Hay un mapa de la ciudad pegado con Blu-Tack al armarito de la limpieza. Todos los asesinatos de mujeres por apuñalamiento de los últimos veinte años están marcados con puntos rojos.

Hay un montón de puntos.

Abre la carpeta que encuentra sobre la chapucera mesa de caballete. Está llena de transcripciones a máquina cuidadosamente numeradas, fechadas y unidas con clips a los artículos originales. Familiares de las víctimas de asesinato. Decenas de personas a las que ha localizado y entrevistado. Ella le explicó que llevaba haciéndolo todo el año. Ya te digo.

Se deja caer con pesadez en el taburete pintado mientras repasa los testimonios.

No «la perdí». Puedo perder las llaves de casa. A ella me la quitaron.

Todos los días pienso en cómo reaccionaré cuando lo capturen. La reacción cambia, ¿sabes? A veces pienso que me gustaría torturarlo hasta que muriera. Otras veces creo que lo perdonaría, porque eso sería peor.

Me robaron mi inversión para el futuro. ¿Te suena raro?

En las películas hacen que parezca algo sexy.

Es lo más horrible que pueden decirte, pero, en cierto modo, también fue un alivio. Porque si solo tienes un hijo, sabes que nunca volverás a recibir esa llamada.