HARPER
13 de junio de 1993
Harper está sentado al fondo del Valois, bajo el mural de la iglesia blanca y el lago azul, con un montoncito de tortitas y beicon crujiente delante. Observa a los transeúntes por la ventana mientras espera a que el negro de hombros encorvados termine con el periódico. Bebe cautelosos tragos de café porque todavía está demasiado caliente y se pregunta si la razón por la que solo se le permite avanzar en el tiempo hasta este día es porque no podrá volver a la maldita Casa nunca más. Está asombrosamente tranquilo. Ya se ha alejado de todo antes, en realidad demasiadas veces para llevar la cuenta. También podría ser un vagabundo en esta época, a pesar de las multitudes, la furia y el ruido. Desearía haberse llevado más dinero, pero siempre hay formas y medios de conseguirlo, sobre todo con una navaja encima.
El anciano por fin se prepara para salir, y Harper coge otro sobrecito de azúcar y el periódico. Es demasiado pronto para que informen sobre Mysha, pero a lo mejor sale algo de Catherine, y es ese impulso por saciar su curiosidad lo que le deja claro que no ha terminado. Podría quedarse en 1993 pero, al final, encontraría otras constelaciones. O crearía unas nuevas.
Enseguida ve su nombre porque da la casualidad de que el Sun-Times está doblado por las páginas de deportes. Ni siquiera es un artículo de verdad, sino una lista de los premios al atleta del año de los institutos de Chicago.
Lo lee con atención dos veces, y repite los nombres impresos como si así pudiera desentrañar el misterio de la flagrante obscenidad del primero que aparece arriba: «Por Kirby Mazrachi».
Comprueba la fecha: es el periódico de hoy. Se levanta despacio de la mesa. Le tiemblan las manos.
—¿Ha terminado con eso, amigo? —le pregunta un tío que lleva barba para ocultar la grasa que le rodea el cuello.
—No —responde Harper de malos modos.
—Vale, relájese, hombre. Solo quería mirar los titulares. Cuando acabe.
Harper cruza pausadamente la cafetería para llegar al teléfono público que hay junto a los servicios. La guía cuelga de una cadena mugrienta. Solo hay una Mazrachi en la guía: R. Oak Park. Supone que debe de ser la madre. La puta guarra que le mintió al decirle que Kirby estaba muerta. Arranca la hoja de la guía.
Al dirigirse a la puerta ve que el gordo ha cogido el periódico de todos modos. La furia lo supera. Se acerca en un par de zancadas, agarra al hombre por la barba y le estrella la frente contra la mesa. La cabeza rebota hacia atrás, de nuevo hacia sus manos, y el hombre se agarra la nariz, que está chorreando sangre. Empieza a gemir, incrédulo. El quejido es demasiado agudo para un hombre tan corpulento. Toda la cafetería guarda silencio y se queda mirando cómo Harper sale por la puerta giratoria.
El chef del bigote (gris, grandes entradas) está saliendo de detrás de la barra mientras chilla:
—¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí!
Pero Harper ya va camino de la dirección que aparece en la página de la guía que lleva hecha una bola en la mano.