HARPER

HARPER

28 de marzo de 1987

Primero Catherine y después Alice. Rompió las reglas. No debería haberle dado la pulsera a Etta. Está perdiendo el control, como el eje de un camión que se resbala del gato.

Solo le queda un nombre. No sabe qué pasará después, pero tiene que hacerlo bien, como se supone que debe hacerlo. Tiene que enmendar la situación, alinear las constelaciones y confiar en la Casa. Tiene que dejar de resistirse.

No intenta forzarla cuando abre la puerta, permite que se abra al momento adecuado: 1987. Se deja conducir a una escuela de primaria, en la que se mezcla con los padres y los maestros que se mueven entre los expositores del vestíbulo presididos por una pancarta escrita a mano que reza: «¡Bienvenidos a nuestra Feria de Ciencias!». Pasa por delante de un volcán de papel maché, de unos alambres con cierres de resorte sobre una tabla de madera que encienden una bombilla al unirlos, de unos carteles que ilustran hasta dónde puede saltar una pulga y la aerodinámica de los aviones a reacción.

Se para en seco, atraído por un mapa de estrellas, son constelaciones auténticas. El niño que está detrás de la mesa empieza a leer una tarjeta con entonación monótona:

—Las estrellas están hechas de bolas de gas ardiente. Están muy lejos y, a veces, cuando la luz nos llega, la estrella ya está muerta y nosotros no lo sabemos todavía. También tengo un telescopio…

—Cállate —le dice.

El niño parece a punto de echarse a llorar. Lo mira con el labio tembloroso y después sale corriendo y se mete entre la gente. Harper apenas se da cuenta de la reacción del pequeño, está recorriendo con el dedo las líneas dibujadas entre las estrellas, hipnotizado. La Osa Mayor. Ursa Major. La Osa Menor. Orión, con su cinturón y su espada. Sin embargo, es fácil convertirlos en otra cosa conectando los puntos de una manera distinta. Y ¿quién dice que de verdad se trate de un oso o de un guerrero? A él no se lo parecen, lo tiene claro. Hay patrones porque procuramos encontrarlos. No es más que un intento desesperado de encontrar un orden, porque no somos capaces de enfrentarnos al terror de que todo sea aleatorio. Esta revelación lo destroza. Es como si perdiera pie, como si todo el puto mundo trastabillara.

Una maestra joven que lleva la rubia melena recogida en una coleta le tira con delicadeza del brazo.

—¿Está usted bien? —le pregunta en tono amable, con una voz pensada para dirigirse a los niños.

—No… —empieza a decir Harper.

—¿No encuentra el proyecto de su hijo?

El chico regordete está al lado de la profesora, sorbiéndose los mocos, agarrado a su falda. Harper se aferra a la realidad de ese gesto, a la forma en que se restriega la nariz en la manga de la camisa dejando una mancha de mocos en la tela oscura.

—Mysha Pathan —dice como si saliera de un sueño.

—¿Es usted su…?

—Tío —responde, regresando al parentesco que siempre le ha funcionado tan bien.

—Ah —comenta la maestra, desconcertada—. Creía que no tenía familia en Estados Unidos. —Lo examina durante un instante, perpleja—. Es una alumna muy prometedora. Encontrará su proyecto cerca del escenario, junto a las puertas —añade, solícita.

—Gracias —responde Harper, y consigue apartarse del mapa de las estrellas, que no es más que un fetiche inútil.

Mysha es una niñita de piel morena y metal en la boca, como si fuera una vía de ferrocarril en miniatura. Su ortodoncia no se diferencia mucho de los alambres que sujetaron la mandíbula de Harper durante un tiempo. La niña, que se balancea ligeramente sobre los talones, aunque no parece darse cuenta, está delante de un escritorio en el que descansa una hilera de plantas carnosas en tiestos. Detrás de su cabeza hay un cartel con números y colores que no significan nada para Harper, aunque los examina con atención.

—¡Hola! ¿Puedo hablarle de mi proyecto? —pregunta Mysha con chispeante entusiasmo.

—Me llamo Harper —responde él.

—¡Vale! —dice ella alegremente. Como aquello no forma parte de su guion, se queda algo desconcertada—. Yo soy Mysha y este es mi proyecto. Hum… Como puede ver, he plantado cactus en, hum, diferentes tipos de tierra con distintos grados de acidez.

—Este está muerto.

—Sí. He aprendido que algunas condiciones de la tierra son muy malas para los cactus, como puede ver en los resultados que he marcado en esta gráfica.

—Lo veo.

—El eje vertical representa la cantidad de acidez del terreno y el horizontal…

—Hazme un favor, Mysha.

—Hum.

—Volveré. Ahora mismo. En cuanto pueda. Pero a ti no te lo parecerá. Tienes que hacer algo por mí mientras esté fuera. Es muy importante, no pierdas tu luz.

—¡Vale!

* * *

De vuelta, en la Casa, siente que todos los objetos le arden dentro de la cabeza. Todavía es capaz de seguir las trayectorias, pero, por primera vez, ve que el mapa no lleva a ninguna parte. Se pliega sobre sí mismo formando un círculo del que no puede escapar. Lo único que puede hacer es rendirse a él.