ALICE

ALICE

1 de diciembre de 1951

—¿Alice Templeton? —pregunta, no muy seguro.

—¿Sí? —responde ella al volverse.

Es el momento que ella lleva esperando toda la vida. Lo ha revivido en su cabeza, ha rebobinado para reproducirlo una y otra vez.

«Él entra en la fábrica de chocolate y todas las máquinas se detienen en seco con empatía mecánica, mientras el resto de las chicas levantan la mirada para verlo acercarse a ella y tumbarla sobre sus brazos. Antes de apretar los labios contra los suyos y robarle el aliento, le dice: “Te dije que volvería a por ti”.

»O se apoya de lado en el mostrador de cosmética mientras ella aplica carmín a una dama de la alta sociedad que se gastará en un pintalabios más dinero del que ella gana en una semana y dice: “Perdone, señorita, he estado buscando por todas partes al amor de mi vida. ¿Me ayuda?”. Y después le ofrece una mano, y ella pasa por encima del mostrador y deja atrás a la señora que la mira con el ceño fruncido. Él la coge en volandas y le da vueltas hasta que la deja en el suelo, la mira con deleite, y los dos salen corriendo de los grandes almacenes, de la mano, entre risas, y el guarda de seguridad dirá: “Pero, Alice, todavía no se ha acabado tu turno”. Y ella se quitará la chapita dorada con su nombre, la lanzará a sus pies y responderá: “Charlie, ¡dimito!”.

»O él entrará en la sala de las secretarias y exclamará: “¡Necesito una chica!”. Y será ella.

»O la tomará de las manos y la salvará de restregar los suelos del restaurante de rodillas, como Cenicienta —no importa que en realidad usara una mopa—, y dirá con una ternura increíble: “Ya no tienes por qué seguir haciendo eso”».

* * *

No esperaba que fuese a verla mientras iba camino del trabajo. Quiere llorar de alivio, pero también de frustración, porque en ese momento no puede estar menos glamurosa. Un pañuelo le cubre el pelo para ocultar que está sucio y lacio, se le han helado los pies dentro de las botas, tiene las manos cuarteadas y las uñas mordidas, apenas lleva maquillaje porque tener un trabajo en el que hablas por teléfono todo el día significa que la gente solo te juzga por tu voz. «Departamento de Ventas del catálogo de Navidad de Sears, ¿qué desea encargar?».

Una vez, un granjero la llamó para encargar un tacómetro nuevo para su John Deere y acabó proponiéndole matrimonio. «No me importaría despertar con esa voz al oído», aseguró, y le suplicó que quedara con él cuando volviera a la ciudad, pero ella se lo quitó de encima tomándoselo a risa. «No soy para tanto», respondió.

Alice ha tenido en el pasado malas experiencias con hombres que esperaban que fuera más y menos de lo que es. También ha habido otros buenos pero, normalmente, cuando ya saben de antemano qué es lo que hay, suelen tratarse solo de breves encuentros apasionados. Ella quiere «un amor de domingo», como dice la canción, A Sunday Kind of Love. Uno que dure más que los besos con sabor a ginebra del sábado por la noche. Su relación más larga fue de diez meses, y él no dejaba de romperle el corazón y volver a empezar. Alice quiere más. Lo quiere todo. Ha estado ahorrando para ir a San Francisco, donde dicen que las cosas son más sencillas para las mujeres como ella.

* * *

—¿Dónde has estado? —le pregunta sin poder contenerse.

Odia la irritación que le asoma en la voz, pero lleva más de diez años esperando, sin rendirse y regañándose por basar sus sueños en un hombre que la besó una única vez en una feria antes de desaparecer.

Él sonríe con remordimiento.

—Tenía que hacer algunas cosas que ahora ya no parecen tan importantes —responde. Después la coge del brazo y la lleva en dirección contraria, hacia el lago—. Ven conmigo.

—¿Adónde vamos?

—A una fiesta.

—No estoy vestida para ir a una fiesta —se queja ella al detenerse—. ¡Estoy hecha un espantajo!

—Es una reunión privada, estaremos solo nosotros dos. Y estás maravillosa.

—Tú también —responde ella, ruborizada, y le permite que la conduzca hacia Michigan.

Alice sabe con absoluta certeza que a él no le importará. Lo notó en su forma de mirarla hace ya tantos años y lo sigue notando en sus ojos, iluminados por el deseo y la aceptación.