CATHERINE
9 de junio de 1993
Catherine Galloway-Peck se pasea delante del lienzo en blanco. Mañana se lo llevará a Huxley y lo venderá por veinte pavos, aunque eso solo cubre el gasto de estirar el lienzo; pero a Huxley le dará pena y añadirá un chute de regalo, y aunque puede que tenga que compensárselo con una mamada, eso no la convierte en puta, porque es un favor, y los amigos se ayudan entre ellos. Puedes ayudar a un amigo a sentirse bien.
Además, se supone que lo que alimenta el arte es la depresión y la drogadicción. Mira Kerouac, o Mapplethorpe, ¡Haring!, ¡Bacon!, ¡Basquiat! Entonces ¿por qué cuando mira el lienzo en blanco sus fibras entretejidas le pitan en el cerebro como un piano desafinado atascado en una nota?
El problema ni siquiera es empezar, ha empezado veinte veces. Sin miedo, magnífica, con una idea muy clara de lo que pretende. Puede ver la imagen completa desplegándose en su cabeza, los colores que se solapan como ladrillos que la llevarán hasta el final; pero, de repente, se vuelve resbaladizo, se le escurre entre los dedos, no consigue sujetarlo y los colores se enturbian. Acaba con collages medio terminados de páginas arrancadas de viejas novelas malas que compró por un dólar la caja; después los pinta una y otra vez para borrar las palabras. La idea era hacer una caja de luz con agujeritos que escribieran frases nuevas que solo ella conocería.
Es un alivio abrir la puerta y encontrárselo allí. Creía que a lo mejor era Huxley, anticipándose a su necesidad; o Joanna, que a veces le lleva café y un sándwich, aunque cada vez la visita menos y cada vez la mira con una expresión más dura.
—¿Puedo entrar? —pregunta el hombre.
—Sí —responde ella, y abre la puerta a pesar de que él lleva una navaja y un pasador de pelo con un conejito rosa de hace unos ocho años, si no se equivoca, pero que parece comprado ayer mismo. Se da cuenta de que ha estado esperándolo desde que tenía doce años, desde que se sentó junto a ella en la hierba durante los fuegos artificiales. Su padre no estaba en ese momento porque los perritos con chile nunca le han sentado bien y había tenido que ir a los retretes portátiles. Le dijo al hombre que no se le permitía hablar con desconocidos y que llamaría a la policía, aunque, en realidad, se sentía halagada de que se interesara por ella.
Él le explicó que ella brillaba más que los estallidos que iluminaban el cielo por encima de los edificios y se reflejaban en el cristal, que había visto su luz de lejos y que eso significaba que tendría que matarla. No ahora, más adelante, cuando creciera. Ella tenía que estar pendiente por si lo veía.
Después alargó una mano y Catherine dio un respingo para alejarse, pero él no la tocó, o más bien solo lo hizo para quitarle el pasador del pelo. Y fue eso, más que la terrible e inexplicable noticia que le había dado, lo que la hizo llorar desconsolada ante la consternación de su padre, cuando por fin regresó, pálido, sudoroso y agarrándose el estómago.
Y ¿no fue precisamente eso, el hombre del parque que le había dicho que la mataría, lo que la lanzó a la espiral de autodestrucción?
«Eso es algo demasiado terrible para decírselo a un niño», piensa ella, pero lo que dice es:
—¿Quieres beber algo?
Interpreta el papel de la anfitriona educada, como si tuviera algo más que ofrecer que agua en un vaso manchado de pintura.
Vendió su cama hace dos semanas, pero encontró un sofá roto en la acera y engatusó a Huxley para que la ayudase a subirlo por la escalera y después a bautizarlo, porque, «Venga, Cat, no iba a hacerlo gratis».
—Me dijiste que brillaba. Como los fuegos artificiales. Fue en el Taste of Chicago. ¿Te acuerdas? —pregunta.
Después hace una pirueta en el centro de la habitación y está a punto de caerse. ¿Cuándo comió por última vez? ¿El martes?
—Pero no es cierto.
—No —responde ella, y se deja caer en el sofá.
Los cojines están en el suelo, ha empezado a arrancar las costuras en busca de restos. De un poquito de farlopa que se le hubiera pasado. Antes tenía un Dustbuster con el que aspiraba las rendijas que quedan entre las tablas del suelo, y cuando estaba muy desesperada rebuscaba en la bolsa, pero no recuerda lo que le pasó al cacharro. Se queda mirando, aturdida, las novelas con la mitad de las historias arrancadas y desperdigadas por el suelo. Arrancar las páginas ha sido catártico, aunque no las pinte. La destrucción es un instinto natural.
—Ya no tienes luz —dice él, devolviéndole el pasador—. Pero tendré que volver de todos modos —añade, enfadado con ella—. Debo cerrar el círculo.
Ella recoge el pasador, atontada. El conejito rosa tiene los ojos cerrados, lo simbolizan dos pequeñas equis donde tendrían que estar los ojos, y aun hay otra más para la boca. Catherine piensa en comérselo. La hostia de la comunión de una sociedad consumista. En realidad, sería una buena idea para una obra.
—Lo sé, y lo siento. Creo que es por las drogas. —Sin embargo, sabe que no es verdad, que es la razón por la que se droga. Como la visión de su arte que se le escurre entre los dedos, ella tampoco es capaz de aferrarse al mundo. Es demasiado para ella—. ¿Me vas a matar de todos modos?
—Para qué voy a perder el tiempo —responde, y ni siquiera es una pregunta.
—Has venido, ¿no? Vamos, que estás aquí, no me lo estoy imaginando.
Catherine rodea la hoja de la navaja con la mano, pero él la retira. El ardor de la palma hace que se sienta más viva de lo que se ha sentido en mucho tiempo. Es un dolor feroz y claro. No como el pinchazo de la aguja en la piel de entre los dedos, el crack mezclado con vinagre blanco para poder inyectarlo.
—Me lo prometiste —añade.
Ella le coge la mano, y él se burla, pero un pánico momentáneo, mezclado con asco, se le refleja en la cara. Catherine conoce esa mirada, la ha visto en los rostros de la gente cuando les cuenta su bulo de que necesita cambio para el autobús porque le han robado y tiene que volver a casa. ¿No es esto lo que esperaba? Estaba haciendo tiempo porque necesita llegar al lugar donde las imágenes de su cabeza cobrarán sentido. Necesita que él la lleve hasta allí. «Sangre salpicando el lienzo. Chúpate esa, Jackson Pollock».