KIRBY

KIRBY

2 de agosto de 1992

Dan y Kirby suben por el camino que pasa junto al impoluto césped, en el que han puesto un cartel de «Vote a Clinton». Rachel solía poner carteles de todos los partidos políticos solo por incordiar. También le decía a los que hacían campaña que pensaba votar por el más extremista. Sin embargo, cuando pilló a Kirby haciendo llamadas telefónicas de broma a una anciana para convencerla de que envolviera los electrodomésticos en papel de aluminio para que la radiación de los satélites no le entrara en la casa, Rachel le dijo que no fuera tan cría.

Dentro de la casa se oyen gritos de niños. A la vivienda no le vendría mal una mano de pintura, pero el conjunto mejora porque en el porche hay macetas de geranios naranjas. La viuda del inspector Michael Williams abre la puerta, sonriendo, aunque agobiada.

—Hola, lo siento. Los chicos…

—¡Mamááá! —grita alguien en el interior—. ¡Está usando agua caliente!

—Disculpen un segundo —dice la mujer antes de entrar de nuevo en la casa.

Cuando vuelve, lleva a un niño de cada mano, y ambos van armados con pistolas de agua. Deben de tener unos seis o siete años, a Kirby no se le da bien calcular la edad de los críos.

—Saludad, chicos.

—Hola —mascullan los dos, mirándose los pies, aunque el más pequeño les dedica una mirada a través de unas pestañas larguísimas, y Kirby se alegra de haberse puesto un pañuelo alrededor del cuello.

—Vale. Venga, fuera, por favor. Gracias. Y usad el grifo del jardín.

Su madre los lanza al patio, y ellos cogen impulso, como si fueran misiles, entre voces y gritos.

—Entren, acabo de preparar té helado. Kirby, ¿verdad? Yo soy Charmaine Williams —se presenta, y se estrechan la mano.

—Gracias por recibirnos —empieza Kirby mientras Charmaine los conduce al interior de una casa que está tan bien cuidada como el jardín.

Kirby piensa que mantenerla así es un gesto de desafío, porque eso es lo que pasa con la muerte, ya sea asesinato, ataque al corazón o accidente de coche: la vida sigue.

—Bueno, no sé si les servirá de algo, pero todo esto está ocupando sitio y los chicos de la comisaría no lo quieren. En realidad, me hace un favor, en serio. Los niños se alegrarán de poder tener una habitación cada uno.

Abre la puerta de un pequeño estudio con una ventana que da al callejón de detrás de la casa. La habitación está invadida por cajas de cartón que se desparraman por el suelo y cubren las paredes. Frente a la ventana hay un tablón de anuncios de fieltro con fotos familiares, un banderín de los Bulls, un lazo azul del Campeonato de la Liga de Bolos del Departamento de Policía de Chicago de 1988 y una colección de viejos boletos de lotería alrededor del marco; una frontera para la mala suerte.

—¿Apostaba por el número que llevaba en la placa? —pregunta Dan mientras examina el tablón.

No comenta nada sobre la fotografía del hombre muerto y tirado sobre un macizo de flores con los brazos extendidos, como Cristo, ni sobre la polaroid de una bolsa con las herramientas necesarias para entrar a la fuerza en las casas, ni sobre el artículo del Tribune, «Encontrado cadáver de prostituta», todo ello clavado entre los recuerdos familiares felices, lo que resulta inquietante.

—Ya sabe —responde Charmaine, que mira el escritorio con el ceño fruncido, un mueble de bricolaje del K-Mart apenas visible bajo una montaña de papeles. Pero, sobre todo, mira la taza de café que tiene una fina pelusilla de moho en el fondo—. Iré a por el té —añade antes de recoger la taza.

—Esto es muy raro —comenta Kirby mientras mira a su alrededor y examina la dolorosa exposición de los restos de investigaciones pasadas—. Parece una habitación encantada. —Recoge un pisapapeles de cristal con el holograma de un águila en vuelo y vuelve a dejarlo—. Supongo que lo está.

—Dijiste que querías acceso a la información. Esto es tu acceso. Mike investigó muchos de los homicidios a mujeres y guardó todas sus notas sobre los casos.

—¿No guardan eso con las pruebas?

—Solo lo esencial para la investigación: el cuchillo ensangrentado, el testimonio de los que vieron algo… Es como las matemáticas, tienes que enseñar cómo has llegado a la solución, pero hay muchos borrones antes de llegar a ella: entrevistas que no parecen llevar a ninguna parte o pruebas que, en ese momento, parecen irrelevantes.

—Estás acabando con la poca fe que me quedaba en el sistema legal, Dan.

—Mike fue uno de los polis que intentaron cambiar el sistema, quería obligar a los inspectores a archivarlo absolutamente todo. Opinaba que había que renovar muchas cosas en el Departamento de Policía.

—Harrison me contó lo de tu investigación sobre las torturas.

—Qué bocazas. Sí, este tío, Mike, fue mi informante hasta que empezaron a amenazar a Charmaine y a los niños. No lo culpo por echarse atrás. Aceptó un traslado a Niles y dejó el camino libre. Pero, a la vez, guardó todos los papeles que pasaban por su mesa sobre cada caso de asesinato en el que trabajaba, además de cualquier otro al que pudiera echar mano. En uno de los distritos había un problema de humedad, así que rescató gran parte de los archivos y los trajo aquí. Es imposible identificar una buena parte de ellos. Creo que pensaba repasarlo todo y dedicarse a resolver casos cerrados cuando se jubilase. Quizá quería escribir un libro. Y entonces pasó lo del accidente de coche.

—¿Fue un accidente de verdad?

—Un conductor borracho. Le dio de lleno y se mataron los dos casi al instante. Es una putada, pero a veces las cosas suceden porque sí. Volviendo al tema, como Mike coleccionaba información sobre homicidios, aquí habrá cosas que no encontrarás en los archivos del Sun-Times ni en la biblioteca. Seguramente no te servirán de nada pero, ya sabes, como dijiste, hay que ampliar la búsqueda.

—Puedes llamarme Pandora —comenta Kirby, intentando no dejarse amedrentar por la ingente cantidad de cajas, todas llenas de tristeza. Este sería un buen momento para rendirse.

Y una mierda.