HARPER

HARPER

20 de noviembre de 1931

Es la primera vez que regresa a las chabolas desde que se fue, aunque vuelve antes de haberse ido. Todo parece menguar ante su experiencia, la gente es más mezquina y despreciable. No son más que sacos de piel gris manejados por un titiritero.

Se recuerda que nadie lo busca, todavía no, pero evita los lugares que frecuentaba y toma una ruta distinta para atravesar el parque, manteniéndose al borde del agua. No tarda en encontrar la casa de la mujer, que está recogiendo la colada; los dedos ciegos palpan el cable para bajar la combinación manchada y la manta plagada de piojos que se resisten a ahogarse en el agua fría. Dobla con habilidad cada prenda y se la pasa al chico que tiene al lado.

—Mami, alguien; hay alguien.

La mujer vuelve el rostro hacia Harper, inquieta. Él supone que siempre ha sido ciega, que no conoce la necesidad de modificar la posición de los músculos para facilitar el engaño. Eso hace que la tarea que Harper tiene por delante le resulte aún más tediosa. No hay desafío, no le interesa esta mujer apagada que ya está muerta.

—Perdone usted, señora, por molestarla en esta bella tarde.

—No tengo dinero —dice la mujer—, por si quiere robarme. No es el primero que viene a eso, ¿sabe?

—Todo lo contrario, señora. Vengo a pedirle un favor. No es gran cosa, pero puedo pagar por ello.

—¿Cuánto?

Harper se ríe ante lo obvio de su necesidad.

—¿Directa al regateo? Ni siquiera espera a saber lo que quiero que haga.

—Querrá lo mismo que los otros. Tranquilo, enviaré al chico a pedir a la estación. Si quiere conejito, no hay problema.

Harper le pone los billetes en la palma de la mano, sobresaltándola.

—Un amigo mío pasará por aquí dentro de una hora, más o menos. Quiero que le dé un mensaje y esta americana —le pide mientras se la coloca sobre los hombros—. Tiene que llevarla puesta, así la reconocerá. Su nombre es Bartek. ¿Lo recordará?

—Bartek —repite ella—. ¿Cuál es el mensaje?

—Creo que con eso bastará. Se producirá un alboroto, ya lo oirá. Solo tiene que decir su nombre. Y no se le ocurra sacar nada de los bolsillos; sé lo que hay dentro y si desaparece algo volveré para matarla.

—No diga esas cosas delante del chico.

—Él será mi testigo —responde Harper, satisfecho por lo verídico de sus palabras.