HARPER
22 de noviembre de 1931
La puerta se abre al pasado, y Harper entra en el vestíbulo cojeando y con una pelota de tenis en la mano, aunque ya no lleva su navaja, y se da prácticamente de bruces con un hombre del tamaño de un oso. Está borracho y lleva en la mano un pavo helado agarrado por una pata rosácea. La última vez que Harper lo vio, ese hombre estaba muerto.
El desconocido se abalanza sobre él entre voces y agita el pavo como si fuera una porra.
—Hej! Cos’ty za jeden? Co ty tu kurwa robisz? My’lisz, z.e moz.esz tak sobie wejs’c’ do mojego domu?
—Hola —contesta Harper, que ya conoce el final de la historia—. Si fuera de los que juegan, apostaría a que usted es el señor Bartek.
El hombre se pone suspicaz y cambia de idioma.
—¿Lo ha enviado Louis? Ya lo he explicado, ¡no hago trampas, amigo mío! Soy ingeniero. La suerte tiene sus mecanismos, como todo. Se puede calcular. Incluso los caballos y las partidas de faro.
—Me lo creo.
—Puedo ayudarlo, si quiere. Haga una apuesta. Mi método es a prueba de fallos, amigo mío. Garantizado —asegura, esperanzado, mirando a Harper—. ¿Bebe usted? ¡Tome un trago conmigo! Tengo whisky. ¡Y champán! Y estaba a punto de asar este pavo. Hay más que de sobra para los dos. Podemos llevarnos todos bien, no hace falta que nadie salga herido. ¿No?
—Me temo que no. Quítese la americana, por favor.
El hombre se queda indeciso hasta que se da cuenta de que Harper lleva la misma americana, o una variación futura de la misma. Su fanfarronada se desinfla y se arruga como el estómago de una vaca cuando le clavas un cuchillo.
—No viene de parte de Louis Cowen, ¿verdad?
—No —responde Harper, que reconoce el nombre del gánster aunque nunca haya tenido nada que ver con él—. Pero me siento agradecido por todo esto.
Harper hace un gesto con la muleta para señalar el vestíbulo, y Bartek, sin pretenderlo, sigue su movimiento con la vista, momento que Harper aprovecha para golpearlo con la muleta en la nuca. El polaco cae entre chillidos, y Harper se apoya en la pared para mantener el equilibrio y descarga de nuevo la muleta sobre su cabeza. Una y otra vez, con una facilidad fruto de la práctica.
Tarda bastante en quitarle la americana. Harper se limpia la cara con el dorso de la mano y se la mancha de sangre. Tendrá que darse una ducha antes de salir a hacer lo que debe hacer, poner en marcha el engranaje de algo que ya ha sucedido.