KIRBY

KIRBY

24 de julio de 1992

Sienta muy bien notar el cálido aliento de otra persona en el cuello, las manos de otra persona bajo la camiseta. La dulce torpeza de la adolescencia, los morreos en el coche, la seguridad de lo familiar… «Nostalgia, el pasatiempo nacional».

—Has mejorado mucho, Fred Tucker —susurra Kirby mientras arquea la espalda para que a él le resulte más sencillo desabrocharle el sujetador.

—¡Eh! Eso no es justo —responde él, y se aparta al recordar su desastroso primer encuentro sexual adolescente.

A Kirby se le ocurre que debe de ser bonito eso de que todavía te duelan tanto las pequeñas humillaciones, aunque de inmediato se regaña por ser tan poco generosa.

—Chiste tonto, lo siento. Sigue.

Kirby acerca los labios de Fred a los suyos. Se da cuenta de que él se ha enfadado un poco, pero al bulto que le sobresale de los vaqueros le importa una mierda su orgullo herido de antaño. Fred se echa sobre el freno de mano para besarla de nuevo y mete la mano bajo las copas de su sujetador, ya sueltas, para rozarle el pezón con el pulgar. Ella jadea contra su boca. Fred desliza la otra mano por el estómago de Kirby, explorándola, en dirección a los vaqueros, y ella nota que se queda paralizado al dar con la telaraña de cicatrices.

—¿Se te había olvidado? —pregunta Kirby. Ahora le toca a ella apartarse. Siempre va a pasar lo mismo. Durante el resto de su vida va a tener que hablar con el otro para hacérselo más fácil.

—No, pero supongo que no esperaba que fuera tan… espectacular.

—¿Quieres verlo?

Kirby se levanta la camiseta para enseñárselo y se echa hacia atrás para que la luz de las farolas le ilumine la piel y la red de costuras de color rosa chillón que le recorre el estómago. Él las recorre con los dedos.

—Es precioso. Tú eres preciosa, quiero decir.

La besa de nuevo y siguen enrollándose durante un buen rato. Kirby se siente de puta madre porque todo es muy sencillo.

—¿Quieres subir? —le pregunta—. Venga, vamos a hacerlo.

Él vacila cuando ella va a coger la manilla de la puerta del coche. Es el de su madre, él lo usa cuando está en la ciudad.

—Solo si quieres —añade ella con más prudencia.

—Quiero.

—Veo venir un «pero» —dice Kirby, ya a la defensiva—. No te preocupes, no busco una relación, Fred. Eso de robarle la virginidad a una chica y que te ame para siempre es una chorrada. Ni siquiera te conozco, pero te conocía. Y esto hace que me sienta bien, es lo único que me interesa.

—A mí también me gustaría.

—Sigo oyendo un «pero» —insiste ella, y una chispa de impaciencia asoma por debajo de lo que, hasta el momento, solo había sido una lujuria estupenda y arrolladora.

—Tengo que sacar una cosa del maletero.

—Tengo condones. Los compré antes, por si acaso.

Él se ríe un poco.

—La última vez también los compraste tú, Kirby. No es eso, es mi cámara.

—Nadie te la va a robar. Mi barrio no es tan malo. A no ser que la dejes a la vista en el asiento de atrás.

—Es que quiero grabarte. Para el documental —responde él tras besarla de nuevo.

—Podemos hablar de eso después.

—No, quiero decir mientras…

—Que te den —dice Kirby, apartándolo de un empujón.

—Pero ¡no de ese modo! Ni siquiera te darás cuenta.

—Ah, perdona, a lo mejor no lo he entendido bien. Creía que estabas diciendo que querías grabarme mientras lo hacíamos.

—Sí, para poder mostrar lo preciosa que eres. Segura de ti misma, sexy y fuerte. La intención es reivindicar lo que te pasó. ¿Qué es más poderoso y vulnerable a la vez que presentarte desnuda?

—¿Estás oyendo lo que dices?

—No es explotación, tendrás pleno control. De eso se trata. La película sería tan tuya como mía.

—Qué considerado.

—Obviamente, tendrás que conseguir las partes con tu madre; por lo menos al principio, hasta que me la gane, pero te ayudaré. Volveré dentro de unos meses para la grabación.

—Y ¿no es poco ético acostarte con la protagonista de tu documental?

—No si forma parte de la película. En cualquier caso, los cineastas suelen ser cómplices de lo que filman. La objetividad no existe.

—Dios mío, qué capullo eres. Tenías esto planeado desde el principio.

—No, solo quería proponerte la idea. Sería fantástico.

—Y, por casualidad, llevabas la cámara en el coche.

—En el mexicano pareció gustarte la idea.

—Ni siquiera habíamos empezado a discutirla. Y estoy bastante segura de que no mencionaste lo de hacer porno casero.

—¿Es por el tío ese de los deportes? —gimotea Fred, dándole la vuelta al asunto.

—¿Dan? No. Es porque eres un pedazo de imbécil insensible que ya no va a pillar cacho, lo que es una tragedia, porque pensé que por una vez podría disfrutar de una noche de sexo sin complicaciones con alguien que me gustaba un poco.

—Todavía podemos hacerlo.

—Sí, si todavía me gustaras un poco —responde ella. Cierra la puerta del coche de golpe y se dirige hacia la entrada de su casa pero, cuando está a medio camino, regresa y se asoma a la ventanilla—. Un consejo importante, semental: la próxima vez, acuéstate con la chica antes de cabrearla con una estúpida idea sobre una película.