DAN
1 de junio de 1992
Dan y Kirby se aprovechan de los privilegios de los periodistas y se sientan en el banquillo de los jugadores para ver el partido desde el campo, que tiene un color tan verde que parece imposible en contraste con el cálido rojo de la tierra, las líneas blancas recién pintadas que lo atraviesan y la parra virgen que trepa por los ladrillos. Los queridos confines del estadio siguen vacíos, aunque ya haya empezado la fiesta en los tejados que lo rodean.
Los otros periodistas están acomodándose en la cabina de prensa que flota en lo alto, sobre las curvas de asientos de plástico gris que bordean el estadio. Aunque todavía quedan cuarenta minutos largos para que entre la marea de público, los vendedores ya han subido las persianas y el olor a perritos calientes se propaga por el aire. Este es uno de los momentos favoritos de Dan, cuando todo el estadio está lleno de potencial. Pero se sentiría más feliz si no se hubiera enfadado un poco con Kirby.
—No soy tu pase de acceso a la biblioteca del Sun-Times. Tienes que trabajar de verdad —le suelta—. Sobre todo si quieres ese crédito para tus clases.
—¡Estaba trabajando! —exclama ella, echando chispas.
Viste una incomprensible camiseta punki sin mangas y de cuello alto que le cubre la cicatriz, como una sotana con las mangas cortadas. Y eso no encaja mucho con la brigada de camisas y jerseys de corte informal que espera encontrarse en la cabina de prensa. Llevarla al estadio lo ponía nervioso y, al parecer, tenía un buen motivo. Procura no distraerse con el delicado vello rubio de sus brazos desnudos.
—Te di una lista con las preguntas aprobadas, solo tenías que leerlas con la entonación adecuada. En vez de eso, Kevin y los chicos vinieron a decirme que, mientras yo me deslomaba para sacarle una buena frase a Lefebvre, tú estabas en el vestuario de los San Diego Padres jugando a las cartas y coqueteando.
—Hice todas tus preguntas y después me puse a jugar al póquer. Es lo que se conoce como preparar el terreno. Un procedimiento periodístico sólido, según me cuentan mis profesores. Ni siquiera fue idea mía, me metió Sandberg. Gané veinte pavos.
—¿Crees que te saldrás con la tuya haciéndote la guapita inocente? ¿Te vas a aprovechar de eso toda la vida?
—Creo que puedo librarme de eso si demuestro interés y despierto interés. Creo que la curiosidad triunfa sobre la ignorancia, y creo que siempre ayuda comparar cicatrices.
—Ya me lo han contado —dice Dan, sonriendo un poquito—. ¿Sammy Sosa te enseñó el culo? ¿En serio?
—Vaya, así que hablando de noticias sensacionalistas. ¿Quién te ha contado eso? Fue la parte baja de la espalda, justo por encima de la cadera. Además, no sé de qué te sorprendes, si esos se desnudan en las duchas delante de ti. Tenía un moratón enorme porque se había tropezado con uno de esos descomunales cubos metálicos de la basura. No lo vio, estaba despidiéndose de un amigo, se volvió y ¡pam! Dice que a veces es un poco torpe.
—Ya. Si deja escapar alguna pelota, usamos esa cita.
—Hasta te la he escrito. Y saqué otra cosa interesante. Estábamos hablando de viajar, de estar fuera todo el tiempo… Les conté esa historia tan graciosa de cuando estaba durmiendo en el sofá de una chica que conocí en un videoclub de L. A., y que como ella intentó meterme en un trío con su novio, acabé sola en la calle a las cuatro de la mañana y me dediqué a pasear hasta que salió el sol. Fue precioso ver cómo se despertaba la ciudad.
—No he oído esa historia.
—Eso es todo. En fin, que les dije que estaba contenta de haber vuelto a Chicago y le pregunté a Greg Maddux si se sentía a gusto en la ciudad, y él se puso un poco raro.
—¿En qué sentido?
—Lo escribí cuando salí del vestuario —dice Kirby mientras comprueba su cuaderno—. Dijo: «¿Por qué iba a querer irme a otra parte? Aquí la gente es muy agradable. No solo los aficionados, sino también los taxistas, los conserjes de los hoteles, la gente de la calle… En otras ciudades te tratan como si te estuvieran haciendo un favor». Después me guiñó un ojo y empezó a hablarme de sus palabrotas favoritas.
—¿No seguiste insistiendo?
—Me cambió de tema. Quería seguir preguntando porque me pareció que daría para un buen artículo, «El Chicago de un jugador de béisbol». Cinco recomendaciones de restaurantes, parques, clubs, sitios para pasar el rato… lo que sea. Entonces volvió Lefebvre y me echaron para prepararse para el partido, y ahí empecé a pensar que era curioso lo que había dicho sin venir a cuento.
—Ahí tienes razón. Es raro.
—¿Crees que va a fichar por otro equipo?
—Quizá lo está considerando. Mad Dog es un fanático del control. Le gusta presionar todo lo posible y creo que estaba jugando contigo. Lo que significa que no hay que quitarle el ojo de encima.
—Es un poco injusto para los Cubs que se largue ahora.
—No, yo lo entiendo. Tienes que ir adonde te ofrezcan la mejor oportunidad de jugar como quieres. Ahora mismo, ese tío es de lo mejor.
—¿Ah, sí? ¿Así funcionas?
—Ya sabes lo que quiero decir, bullanguera.
—Sí —responde ella, y le da un toque cariñoso con el hombro. Tiene la piel tan caliente por el sol que Dan la nota a través de la camisa, como si lo hubiese quemado.
—¿Te guardas algún otro as en la manga? —pregunta, apartándose de ella e intentando simular que no le pasa nada, pero pensando: «No seas ridículo, Velasquez, ¿es que tienes quince años?».
—Dame una oportunidad y habrá más partidas de póquer.
—Mejor tú que yo, se me dan fatal los faroles. —Fatal de verdad—. Venga, vamos arriba.
—¿No podemos verlo desde ahí? —pregunta Kirby, que señala el marcador verde que se cierne sobre las gradas de la parte central. Él ha pensado lo mismo, es precioso. Es la pura esencia estadounidense, con su limpio frontal blanco y las ventanas que se abren entre las lamas en las que van los números.
—Eso quisierais tú y todo el público. Imposible. Es uno de los últimos marcadores manuales del país. Lo protegen mucho, y nadie entra.
—Pero tú sí.
—Me gané ese derecho.
—Y una mierda. ¿Cómo lo hiciste?
—Publiqué una semblanza del tipo que da la vuelta a los números. Lleva décadas haciéndolo y es una leyenda.
—¿Crees que me dejaría darle la vuelta a uno?
—Creo que tus posibilidades son mínimas. Además, ya sé cómo te funciona la cabeza: solo quieres entrar porque no se lo permiten a nadie.
—Creo que en realidad es un club secreto en el que los hombres y las mujeres más poderosos de Estados Unidos se reúnen para planear el futuro del país entre cócteles y strippers, mientras abajo juegan un inocente partido de béisbol.
—Es una habitación vacía con el suelo hecho polvo y hace un calor de la leche.
—Ya. Eso es justo lo que diría alguien que intenta proteger los secretos del club.
—Vale, intentaré que te dejen entrar alguna vez. Pero antes tienes que pasar la iniciación y dominar el apretón de manos secreto.
—¿Prometido?
—Lo prometo por el de arriba, pero a condición de que, cuando subamos a la cabina de prensa y estemos delante de mis colegas, finjas que te he echado una bronca por ser poco profesional y que estás muy arrepentida.
—Estoy taaan arrepentida… —dice ella, sonriendo—. Pero te tomaré la palabra, Dan Velasquez.
—Soy muy consciente de ello.
* * *
Al final resultó que el miedo a que no encajara era completamente infundado. Efectivamente, no encaja, pero eso la hace más encantadora.
—Esto es como las Naciones Unidas, pero con mejores vistas —suelta Kirby mientras examina las filas de teléfonos y de personas sentadas detrás de las chapas identificativas de los medios de comunicación a los que representan, casi todos son hombres. Ya habían empezado a tomar notas o a hacer la previa del partido parloteando por los micrófonos.
—Sí, pero esto es mucho más serio —dice Dan. Ella se ríe, y eso es lo único que le importa al periodista.
—Claro, ¿qué importancia puede tener la paz mundial si la comparamos con el béisbol?
—¿Es tu becaria? —pregunta Kevin—. Debería buscarme una, ¿te hace la colada?
—Bueno, no me fiaría mucho, pero sí que sabe conseguir buenas declaraciones.
—¿Me la prestas?
Dan está a punto de saltar a defenderla, pero Kirby ya tiene preparada una réplica ingeniosa.
—Claro, pero tendrás que subirme la paga. ¿Cuánto es el doble de nada?
Eso arranca las risotadas de media sala, ¿por qué no iba a hacerlo? El partido está empezando, se oyen los bates de los Cubs. La tensión en la cabina de prensa se eleva, de repente todos están muy concentrados en la acción que se desarrolla en el diamante de abajo. A lo mejor ganan de verdad. Y Dan se alegra al ver que la chica se ha contagiado del espíritu y de la magia del ambiente.
Más tarde, Dan telefonea entre el barullo de voces del resto de periodistas que hacen lo mismo que él y lee las notas que ha escrito en su cuaderno con una letra tan ilegible que Kirby dice que parece de un médico. Los Cubs ganaron en la séptima entrada después de que el partido frenó y se convirtió en un despiadado duelo entre pícheres, sobre todo gracias al nuevo chico de oro, Mad Dog Maddux.
Dan rodea los hombros de Kirby con un brazo.
—Buen trabajo, niña. Incluso puede que valgas para esto.