DAN

DAN

9 de mayo de 1992

Ya se ha acostumbrado a ella. No es solo porque le tenga preparadas esas molestas investigaciones que, de otro modo, se vería obligado a realizar él durante el viaje, ni tampoco por la posibilidad de delegar llamadas de teléfono para sacar citas jugosas. Es porque la tiene cerca, en general.

La lleva a comer al Billy Goat el sábado para que «se acostumbre a la cultura» antes de meterla en la cabina de prensa durante un partido en directo de verdad. En el local hay teles de pantalla grande y recuerdos deportivos, sillas de vinilo verdes y naranjas, y los habituales de siempre, incluidos los periodistas. La bebida es razonable y la comida es buena, aunque cada vez hay más turistas. Empezó con el sketch de John Belushi con la cheezborger en el Saturday Night Live, que resulta que ella había visto.

—Sí, pero su mala fama viene de lejos —dice Dan—. Esta taberna forma parte de la historia de los Cubs. En 1945, el propietario de esto intentó llevar un macho cabrío de verdad, por lo del nombre del bar, al partido en Wrigley Field. Hasta le compró una entrada al animal, pero lo echaron porque el señor Wrigley decidió que la cabra olía demasiado mal. El propietario de la taberna se mosqueó tanto que allí mismo hizo la solemne promesa de que los Cubs nunca ganarían la Serie Mundial. Y nunca lo han hecho.

—Entonces ¿no es porque juegan de pena?

—¿Ves lo que te decía? Ese tipo de comentarios son los que no puedes soltar en la cabina de prensa.

—Me siento como si fuera la Eliza Doolittle del béisbol.

—¿Quién?

¿My Fair Lady? Me estás transformando para que resulte presentable en público.

—Y tengo tanto trabajo por delante…

—A ti tampoco te vendría mal refinarte un poco, ¿sabes?

—¿Ah, sí?

—El look este de tío desaliñado casi guapo que te gastas no te queda mal, pero necesitas una ropa mejor.

—Espera, que me lío: ¿me estás insultando o pretendes ligar conmigo? Y mira quién habla, niña. En tu armario solo hay camisetas de grupos de los que nadie ha oído hablar.

—De los que tú no has oído hablar. Un día deberías dejar que te instruya. Te llevaré a un bolo.

—Jamás.

—Ah, y hablando de instrucción, ¿podrías corregirme estos trabajos antes de que empiece el partido y tenga que prestar atención?

—¿Quieres que te haga los deberes? ¿Aquí?

—Ya están hechos, solo quiero que me los revises. Además, me gustaría verte a ti trabajando de becario, estudiando e intentando localizar a un asesino en serie.

—¿Cómo va eso?

—Despacio. Todavía no ha respondido nadie al anuncio. Pero tengo una reunión con el abogado de la defensa del caso Madrigal.

—Se suponía que tenías que hablar con el fiscal.

—Me colgó el teléfono. Creo que piensa que intento reabrir el caso.

—Bueno, es lo que intentas. Por una teoría a la que le falta un hervor.

—Tú déjala un rato más en la olla y ya verás. Entonces ¿te puedes leer estos ensayos mientras yo voy a por la bebida?

—Te aprovechas de mí —masculla él con poco entusiasmo, pero se pone las gafas de todos modos.

* * *

Los trabajos abarcan una variedad de temas demencial, desde el libre albedrío (le decepciona descubrir que, al parecer, no existe) hasta la historia del arte erótico en la cultura popular. Kirby se deja caer de nuevo en el asiento con una Coca-Cola Light para él y una cerveza para ella, y ve que Dan arquea las cejas mientras lee.

—Era eso o «películas bélicas y propagandísticas del siglo XX», y ya he visto Bugs Bunny contra los nazis, que es la definitiva obra maestra de la época.

—No tienes que darme explicaciones, pero está claro que el que te enseña estas cosas las usa de excusa para llevarse a las estudiantes a la cama.

—En realidad es una profesora y no, no es lesbiana. Aunque, ahora que lo pienso, mencionó que también lleva un negocio de cáterin para orgías.

A Dan le da mucha rabia que Kirby consiga hacerlo ruborizar con tan poco.

—Vale, cierra el pico. Tenemos que hablar de tu entusiasmo por la coma. No puedes meterla donde te dé la gana.

—Es lo mismo que dijo mi profesor de Estudios de género.

—Voy a hacer como si no lo oyera. Tienes que dominar los misterios de la puntuación y olvidarte del estilo académico y formal. Todo esa mierda de «hay que contextualizar este parámetro dentro de las restricciones del marco teórico posmoderno».

—Bueno, es que el lenguaje académico forma parte del paquete, ya sabes.

—Claro, pero te matará cuando tengas que escribir en el periódico. No lo compliques. Di lo que quieras decir. Por lo demás, está bien. Algunas ideas son algo rancias, pero ya tendrás tiempo para desarrollar un pensamiento original —concluye, mirándola por encima de los vasos—. Y no es por nada, porque me encanta leer sobre el paso de las películas obscenas de los años veinte a las pornos del blaxploitation, pero a lo mejor deberías plantearte hacer esto en un grupo de estudio, con otros universitarios de verdad.

—Ya, pero no. Tengo bastante con ir a clase.

—No seas tonta, seguro que podrías…

—Si vas a decir «hacer amigos si quisieras», no lo digas ni de puta coña, ¿vale? —lo interrumpe ella—. Me siento como si fuera una famosa zorra drogata hecha polvo, aunque sin la limusina ni los trajes caros de diseño. Todos los días todo el mundo se me queda mirando. Todo el mundo lo sabe. Todos hablan de ello.

—Estoy seguro de que no es verdad, niña.

—Verás, tengo un don asombroso que consiste en condensar nubes de silencio a mi alrededor. Es como magia. Paso por delante de una conversación y se para en seco. Y se reanuda en cuanto me largo, aunque en un tono de voz más bajo.

—Se pasará. Son jóvenes y estúpidos, y tú eres una moda pasajera.

—Soy un esperpento, que no es lo mismo. No debería haber sobrevivido. Y si no me quedaba más remedio que sobrevivir, ahora debería ser distinta. Como esas damiselas trágicas que mi puñetera madre no deja de pintar.

—No eres una tímida Ofelia, está claro. —Al ver que ella arquea una ceja, añade—: Eh, que yo también tengo una carrera. Aunque no malgasté la mía bebiendo Coca-Cola Light con periodistuchos deportivos.

—No estoy perdiendo el tiempo. Es una parte muy valiosa de mi trabajo de prácticas, que me sirve para ganar un crédito universitario.

—Se te ha olvidado añadir que no soy un periodistucho.

—Ajá.

—Bueno —dice Dan alegremente—, ya que nuestra tarde ha empezado con tan lamentable pie, ¿quieres ver un partido?

El bar está lleno hasta la bandera y los aficionados visten los colores de sus respectivos equipos.

—Como pandilleros —le susurra Kirby durante el himno—. De los Bloods y los Crips.

—Shh —replica Dan.

Se da cuenta de que disfruta explicándole el juego, no solo el funcionamiento paso a paso, sino también los detalles.

—Gracias, mi comentarista personal —dice ella, poniendo los ojos en blanco.

Todo el bar se levanta de golpe, rugiendo; la mitad de los presentes, encantados, y la otra mitad, decepcionados. Alguien derrama su cerveza y está a punto de salpicar los zapatos de Kirby.

—Y eso es un home run —comenta Dan dándole un codazo y señalando la pantalla—. No un gol.

Ella le da un puñetazo amistoso en el brazo, aunque potente, con los nudillos, y él se venga sin pensárselo, golpeándola con la misma fuerza. Sus hermanas le habían enseñado a devolverla en la misma medida. Ellas sí que daban unos puñetazos de miedo, y sabían retorcerle la muñeca para lanzarlo al suelo y tirarle de los pelos. Violencia cariñosa, para cuando los abrazos no bastan. Toma eslogan para una tarjeta de felicitación.

—¡Eh, burro! Eso duele —se queja ella con los ojos muy abiertos.

—Mierda. Perdona, Kirby —responde Dan, presa del pánico—. No quería… No me he parado a pensarlo.

«Joder, buen trabajo, Velasquez, pegar a una chica que ha sobrevivido al ataque más horrible del que hayas oído hablar. Lo siguiente: darle palizas a las ancianas y patadas a los perritos».

—Sí, vale, no me subestimes —dice ella, riéndose por lo bajo, aunque mira fijamente la pantalla montada sobre el bar, en la que echan un anuncio de MilkBoy que ya han puesto otras dos veces durante el partido.

Dan se da cuenta de que lo que la ha molestado no ha sido la pelea de pega, sino su reacción.

Y es así de fácil. Le da un golpecito suave con los nudillos en la rodilla.

—Una tía dura de roer, ¿eh?

Ella esboza una sonrisa de lado, pura malicia, y dice:

—Tan dura de roer que ni las girl scouts consiguen venderme nada.

—Buf, tus chistes son muy flojos —comenta Dan, sonriendo y totalmente relajado.

—No tanto como tus puñetazos.

—¿Casi guapo? —pregunta él mientras sacude la cabeza.