25
Los héroes se encontraron en una llanura situada en el centro del valle; la reunión empezó con caras largas: los hombres se mesaban las barbas, se cuadraban de hombros y sus manos no se separaban del mango de sus espadas. Pero Svein tomó la palabra:
—Amigos, a todos nos consta que hemos tenido nuestras diferencias en el pasado. Pero hoy os propongo una tregua. Estos trows se están saliendo de madre. Sugiero que unamos nuestras fuerzas y los expulsemos del valle. ¿Qué me decís?
Tras una pausa, Egil dio un paso adelante.
—Svein —le dijo—, yo estoy contigo.
Y, uno a uno, los demás hicieron lo mismo.
Entonces intervino Thord:
—Todo eso está muy bien, pero ¿qué ganamos nosotros?
—Si juramos proteger el valle —respondió Svein—, este nos pertenecerá a nosotros doce para siempre. ¿Qué os parece?
Los otros dijeron que les parecía muy bien.
Y entonces Orm dijo:
—¿Dónde nos colocamos?
Era media mañana, y alrededor del Clan las nieblas solo se habían disipado un poco. Se distinguían débilmente los bordes oscuros de los campos más próximos, casi sepultados por la blancura. Los árboles aislados eran simples líneas grises engarzadas en silencio. Nada se movía en el camino; bandadas de pájaros lejanos giraron en el aire y se perdieron en el horizonte.
En el Clan de Svein el ambiente no era en absoluto tranquilo. Había en él un ajetreo constante, interminable, que no desfallecía, notable en la intensidad de sus propósitos y en la extrema variedad de sus actividades. Ni siquiera el año anterior, cuando se realizaban los preparativos para la Asamblea, había vivido el Clan un frenesí como el de ese día.
Un grupo de personas se hallaba entre los arbustos y matojos del viejo foso seco, escarbando la tierra y recogiendo piedras caídas de la muralla. Las mujeres y los niños cargaban con las más pequeñas, mientras que los hombres se ocupaban de trasladar las más grandes por el camino y llevarlas al interior de las puertas. Las más pesadas eran acarreadas por caballos o transportadas a mano por esforzados equipos de tres o cuatro hombres. Al otro lado de las puertas, otros grupos clasificaban las piedras y las asignaban a las distintas partes de aquella maltrecha muralla, que poco a poco iba tomando nueva forma.
En el interior del Clan, en los talleres del patio central, se había emprendido un proceso distinto. Una gran pila de troncos, extraídos del almacén, había sido llevada hasta allí. Los hombres escogían troncos y los llevaban rodando a los talleres, en los que se oía el rítmico caer del hacha y el chasquido de las sierras.
Muy cerca, en la forja de Grim, la luz roja resplandecía con fuerza. La voz del herrero dando órdenes a sus hijos se hacía oír por encima de los golpes del martillo.
En una de las zonas más alejadas del Clan, cerca de la puerta sur, donde el muro se había derrumbado por completo, un pequeño grupo de jóvenes cavaba la tierra blanda con la ayuda de palas y azadones.
Entretanto, las mujeres salían de todas las casas provistas de cestas, cajas, barriles y cántaros, y se dirigían con ellos al interior de la casa. El ganado fue sacado de los corrales y establos que había al otro lado del muro y conducido al patio; cerdos, pollos y cabras campaban a sus anchas entre todo aquel bullicio.
Y en medio de todo, en el mismo centro del patio, se hallaba Halli Sveinsson, vigilando, escuchando y dando órdenes a quienes se le acercaban.
Apareció Bolli, el panadero, arrebolado y sudoroso.
—Las hogazas ya casi están. ¿Dónde las guardamos?
—Gudny organiza las cocinas; ella te dirá adonde llevarlas.
Luego pasó Unn, que salía del taller de curtido.
—Tengo cuatro cubas preparadas. ¿Quién las quiere?
—Una para cada lado. Haz que Brusi las lleve.
Entonces fue el turno de Grim, que salió de la forja con un hierro candente en la mano.
—Necesito más cubos. ¿Cuántas cosas de estas tenemos que hacer?
—Tantas como troncos. Es un muro muy largo.
Grim se detuvo al tiempo que se secaba el sudor de la frente con su rollizo antebrazo.
—¿Crees que funcionará?
—A Svein le funcionó, ¿verdad? Kol se quedó totalmente asombrado.
—Bien, ya he completado dieciséis y en la forja no me caben más. Necesito que alguien las saque de allí.
—Se lo pediré a Leif. Es el encargado del muro.
Grim partió. Aprovechando un rato de tranquilidad, Halli hizo un repaso general. Por lo que veía todo estaba en orden. Nadie parecía ocioso; todos arrimaban el hombro para conseguir sus propósitos. No es que eso significara que el entusiasmo fuera generalizado: había quien no se molestaba en ocultar su escepticismo, y alguno que otro, entre ellos su hermano Leif, demostraba una franca hostilidad. Pero desde el momento en que Halli, algo dubitativo al principio, había empezado a esbozar sus indicaciones, nadie le había desafiado. Las sugerencias se habían convertido en órdenes; la cautela había cedido el paso a la confianza. Había desarrollado sus ideas con creciente vigor; su gente había absorbido su plan… y también parte de su energía.
—Halli.
Levantó la mirada, sorprendido; la voz le sacó de aquellas nuevas sensaciones que le embargaban y de repente se sintió más pequeño, como si hubiera vuelto a su estado normal.
—¡Aud! —No pudo evitar una oleada de culpa. No había hablado con ella desde primera hora de la mañana, cuando Katla se la había llevado para cambiarle el vendaje y él se había dedicado a alertar a todo el Clan. En el salón, ella había sido una figura aislada, al margen del debate. Él no había tenido tiempo para plantearse cómo debía de sentirse—. Lo siento mucho… Debería haber…
Aud hizo un gesto con la mano; aún llevaba un pequeño vendaje.
—No pasa nada. Tenías cosas que hacer. Y yo ya estoy mejor. Casi. —Le sonrió. Sus ojos estaban más serenos; de ellos habían desaparecido el terror y la furia que los ensombrecían la noche anterior.
Llevaba un vendaje nuevo en el tobillo.
—Se ve menos hinchado —comentó Halli.
—Katla ha preparado un ungüento esta mañana y me lo ha aplicado. Una masa negra y apestosa, por cierto. Prefiero no pensar en lo que lleva.
Halli dio un respingo.
—Ya sé lo que es. ¿Recitaba algo mientras lo aplastaba en un mortero?
—Sí. Pero sea lo que sea, funciona de maravilla. Lo tengo irritado, pero al menos puedo andar. He bajado al muro y he estado moviendo rocas con los demás. La zona de la puerta ya tiene otro aspecto a estas horas.
—Perfecto… Oh, espera. —Halli levantó la mano para llamar la atención de una chica que pasaba—. Ingirid, ¿podrías ir corriendo a la puerta norte y cerciorarte de que Leif se acuerda de asegurar los goznes? Antes se me ha olvidado recordárselo. Gracias. —Se volvió hacia Aud—. Lo siento, pero lo que me has dicho me lo ha recordado de repente…
—Ya te he dicho que no pasa nada. —Ella le miró—. Sé que no es el momento de pensar en eso, con todo lo que está pasando, pero… ¿cómo te sientes? Me refiero a lo de anoche. No consigo quitármelo de la cabeza. Cuando cierro los ojos, vuelvo a estar en la oscuridad, con aquel…
Halli le cogió la mano y la apretó con fuerza.
—Yo también. Siempre está ahí. Pero, Aud, escucha… hemos sobrevivido y eso nos ha hecho más fuertes.
—¿Tú crees? ¿Y por qué?
—¿De verdad tienes miedo de Hord Hakonsson después de lo que hemos visto?
Ella suspiró sin responder. Por último dijo:
—Te he escuchado hablar en el salón esta mañana. Has estado bien, Halli. —Señaló a las personas que se movían a su alrededor—. La gente ha creído en tus palabras; actúan en base a ellas.
Halli se encogió de hombros mientras observaba cómo dos hombres, con la espalda encorvada, se apresuraban a trasladar sendos barriles desde los almacenes hasta el porche. Le miraron de soslayo y él los saludó con la mano.
—Así debe ser. Mi padre habría hecho lo mismo y ellos le habrían querido. A mí no me tienen más aprecio que antes: simplemente necesitan que alguien les diga lo que deben hacer.
—Confiésame algo —dijo Aud.
—¿Sí?
—¿Funcionará? Hablo de tu idea…
Halli se lo pensó antes de contestar.
—Podría salir bien —dijo él—. En parte sí. Creo que pillaremos a Hord por sorpresa y quizá le hagamos el daño suficiente como para que se eche atrás, pero… No es alguien que se deje vencer fácilmente. Los obstáculos le enfurecen, Aud, como a mí. Y tiene espadas. —Halli titubeó—. Lo que me lleva a pensar en otro tema. Llevo horas queriendo hablar contigo. Ahora que estás restablecida, creo que deberías irte.
Aud le miró, boquiabierta.
—¿Qué?
—Coge tu caballo, toma la senda oeste hasta el Clan de Gest. Podrás seguir la línea de la muralla incluso a pesar de la niebla. Haz que te acojan en su casa. Preferiría saber que estás a salvo, y…
—¿Has terminado? —le espetó Aud.
—Bueno, pues no, la verdad. Estaba a media frase…
—Entonces cállate. —Dio un paso hacia él para esquivar a una piara de cerdos que trotaban por el patio azuzados por un chaval provisto de un palo—. ¿Crees que escaparía así? ¿Como iba a hacer Leif?
—No te hablo de escapar. Pero eres una invitada aquí. No es tu…
—Sí lo es —replicó Aud—. Claro que lo es. Es mi lucha tanto como la vuestra.
Halli se cruzó de brazos.
—¿Y cómo justificas eso, vamos a ver?
Aud imitó su gesto.
—Hord nos amenaza a todos. Nada en el valle estará a salvo si gana esta batalla. ¿Es, o no es así?
Halli se rascó la nariz.
—Técnicamente hablando, supongo que así es.
—Por tanto es tarea mía intentar derrotarle. ¿Así que me quedo? —Aud esbozó una sonrisa triunfal.
Halli se rio.
—Vale. ¿Ya has terminado? El argumento se sostendría si fueras un tipo fuerte y barbudo con músculos de acero y buena puntería a la hora de manejar un palo como lanza. Pero, en tu caso, cuando llegue el momento del combate serás totalmente inútil y sucumbirás en cuestión de segundos. Si quieres quedarte en la casa con Gudny y las demás mujeres, me parece bien. No me cabe duda que habrá bebés que necesitarán que les cambien los pañales. O, como te decía antes, puedes montar en tu caballo y… ¡Ay! ¡Por Svein! ¡No me pegues patadas delante de todo el mundo! Mina su moral.
Y encima me has dado con el pie herido.
Aud estaba pálida, su voz era un susurro furioso.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? ¡Te olvidas de que desciendo de un héroe! Además, al menos yo podría llevar una espada a la cintura sin miedo a tropezar con ella cada vez que muevo mis gordas piernecitas.
Los ojos de Halli parecían a punto de salirse de sus órbitas.
—No sigas por ahí o…
—¿Crees que tú podrías luchar en una batalla? —susurró Aud—. ¡Lo mejor que se puede decir de ti en ese aspecto es que, si alguien de estatura normal blandiera una espada, esta pasaría por encima de tu cabeza sin llegar a darte! Oh, y tal vez, cuando apuntara a tu corazón, el enemigo podría cortarse sus propios pies y caer al suelo. Si no es así, tu futuro en el campo de batalla no es muy prometedor.
Halli hervía de ira.
—Ah, ¿sí? Ah, ¿sí? ¿Y quién te salvó en la montaña?
—Oh, ya sé que me salvaste —rezongó Aud—. Pero si no recuerdo mal luchamos contra ese trow los dos juntos. ¿Acaso me desmayé? ¿Hui? ¿Te dejé en la estacada? ¿Eh? ¿Lo hice?
Halli se mordió el labio.
—No, no, pero…
—¿Crees que quizá te fallaría ahora?
—¡No! Pero…
—Entonces, ¿qué diantre dices?
—Digo que…
—¿Sí?
—Digo que no quiero que sufras el menor daño.
—¿Por qué?
—Porque… —Halli agitaba las manos como si estuviera al borde de la histeria—. Porque entonces tu padre se enfadará y estaremos metidos en otro incidente diplomático, y eso es lo último que necesita este Clan.
—Así que esa es la única razón… —dijo Aud.
—Sí.
—Ya veo. Muy considerado por tu parte. Estoy segura de que mi padre te estaría muy agradecido. —Su voz era fría y altiva.
—Me alegro de oírlo.
Halli se volvió entonces para atender a Ketil, que le preguntaba algo sobre una red en la hierba. Luego apareció Leif para consultarle, en tono hosco, una duda referente a la defensa del muro, y luego Grim, que pedía a gritos más cubos. Para cuando Halli hubo terminado con ellos y con varias preguntas más, y se volvió en busca de Aud, esta había desaparecido de su vista.
* * *
La tarde terminaba y la niebla volvía a espesarse. Surcaba los campos como jirones de lana, enredándose en los árboles, ocultando el sol que ya descendía. Los prados que había bajo el Clan habían desaparecido por completo; pronto lo haría el camino que se iniciaba más allá del foso.
Halli se hallaba subido a la muralla, con la vista perdida.
Aspiró profundamente, absorbiendo en el aire la quietud y el peligro inminente. Hord ya estaba cerca: lo sabía con tanta certeza como si lo hubiera visto agachado en los campos; estaba apostado con el reducido grupo de hombres que había realizado aquel triunfal ascenso del cañón helado bajo sus órdenes. Agazapado, a la espera de que anocheciera.
Halli entrecerró los ojos. ¿Dónde? ¿Dónde habría ido él si estuviera en lugar de Hord? Habría cabalgado hasta el viejo bosque, sí, para abrevar a los caballos. Y luego habría ido campo a través, evitando el camino principal, hasta salir a… ¿adonde? A la zona noreste, tal vez, por encima del huerto, por aquel bosquecillo que llevaba a un pequeño hueco…
Se apoyó en la parte alta del muro y paseó la mirada por la lejanía, cada vez más invadida por la neblina.
Sí, en la distancia, apenas visible, se distinguía una gris masa de árboles…
Halli sonrió con malicia. Ahí estaba. Justo allí.
Los invasores podían estar más cerca, por supuesto, rodeando el Clan, buscando los puntos débiles de la muralla. Bien: deberían ser evidentes incluso bajo la niebla. Con suerte llegarían a las conclusiones más lógicas.
Miró hacia el cielo. Faltaba poco para que anocheciera. Había llegado el momento de preparar a su gente.
La reunión final en el salón resultó difícil: a medida que la luz se desvanecía, la tensión había aumentado y los nervios estaban a flor de piel. En el ambiente se respiraban el miedo y el aroma a sopa de remolacha fresca. Todos se colocaron en torno a las mesas, donde Gudny, Kada y otras mujeres se encargaron de repartir las provisiones. Snorri ayudaba a Katla, sin dejar de lanzarle guiños y medias sonrisas que hacían que la anciana enrojeciera y balbuceara como una jovencita. También estaba Aud, sirviendo sopa con absoluta serenidad. Halli no terminaba de creérselo: esa pasividad parecía fuera de lugar en alguien como Aud. Le habría gustado hablar con ella, pero no quedaba tiempo. Con un esfuerzo, la alejó de su mente.
Halli se subió a la tarima. Su primera orden fue que retiraran un barril de cerveza que Leif había traído hasta allí.
—Ya tendremos tiempo para celebraciones por la mañana —dijo él, por encima del coro de quejas—. Podéis estar seguros de que a estas horas Hord no está bebiendo.
Cuando hubieron dado buena cuenta de la sopa y todos estuvieron en silencio, Halli alzó los brazos en un gesto imponente que había visto en su padre muchas veces.
—Gentes del Clan de Svein —dijo él—, debemos ocupar nuestros puestos. La noche está al caer. No creo que Hord avance hasta que sea noche cerrada, pero deberíamos estar preparados. Madres, niños, débiles y enfermos se quedarán aquí, en la casa, bajo las órdenes de Gudny, y las puertas quedarán cerradas a cal y canto hasta que los guerreros se hayan marchado. No os bebáis toda la cerveza en nuestra ausencia, por favor: ¡la necesitaremos cuando volvamos! —Se permitió una risa breve; aguardó a que volviera a reinar el silencio y dio una palmada con las manos con la misma felicidad que si se dirigiera a la mesa de un banquete—. Esta noche será recordada con alegría por nuestros hijos y nietos… ¡Pero las viudas del Clan de Hakon la maldecirán! Amigos, ¡en marcha!
Y con estas palabras Halli saltó de la tarima, aterrizó con los dientes apretados, se alisó el cabello y salió del salón. La multitud le siguió. Tras él fueron los defensores del Clan de Svein: los fuertes, adultos, jóvenes y adolescentes. Las mujeres y los niños les vieron partir con un nudo en la garganta; cerca de la puerta un bebé rompió a llorar.
* * *
La bruma era ahora más espesa y hacía frío. El brillo de la forja y de los candiles en las ventanas de las casas arrojaba más luz que el cielo. Flotaba un olor a humedad, a tierra mojada; reinaba un silencio expectante.
Los defensores entraron en el patio y cerraron tras ellos la puerta de la casa principal. Oyeron cómo alguien la atrancaba enseguida por dentro con la barra.
—Todos a sus puestos —ordenó Halli—. Tú también, Leif. Haré una ronda completa para asegurarme de que todos estáis bien.
Las sombras se dispersaron por el patio hacia las cuatro esquinas del Clan. Nadie hablaba; solo se oían pasos rápidos. Halli esperó un momento; sus ojos se posaron en una llama baja que se veía al otro lado de una de las ventanas, procedente de una habitación situada en un extremo de la mansión. La habitación de sus padres…
Después iría a verle, relataría a su padre la victoria conseguida en su honor. Después, cuando todo hubiera terminado…
Halli soltó una carcajada débil. Las posibilidades de que tanto él como su padre estuvieran vivos al final de la noche eran bastante remotas, y por distintas razones.
El patio se había quedado vacío, el Clan estaba sumido en el silencio. Halli cogió un candil de entre los que ardían en el porche. Había también una serie de armas que habían sido rechazadas por los defensores. Halli escogió un cuchillo de carnicero de hoja larga y afilada, y se lo colgó del cinturón, junto a la falsa garra negra. Luego inició su inspección. Se dirigió a la puerta norte, probó los goznes y los cierres, confirmó que habían sido reforzados.
A ambos lados del muro, ahora más alto después de todo un día de trabajo, vio los dos primeros centinelas falsos. Los habían fabricado con la ayuda de troncos, tallándolos de forma tosca para sugerir la silueta de unos hombros, el cuello y la cabeza. Sobre cada uno Grim había colocado sendos «cascos»: uno era un cubo para la leche, otro, un barreño metálico, ambos redibujados a martillazos para que ofrecieran el aspecto deseado. Los dos aparecían colocados en lo alto del muro, ocultos tras las piedras, para que solo los cascos y la parte de la cabeza resultaran visibles desde fuera. Unos candiles colocados a sus pies aseguraban que se les viera, incluso en la oscuridad.
Halli asintió, satisfecho. Era el viejo truco de Svein, el mismo que este había usado para engañar al asesino Kol Kin. A media luz, y con la niebla reinante, esa parte del muro parecería bien defendida. Con el candil bajo, se deslizó detrás de la casita más cercana y siguió la línea del muro hacia la izquierda. Al poco tiempo este se reducía a la mínima expresión hasta casi desaparecer. En esta primera parte habían colocado otros tres soldados de madera, iluminados de forma más tenue: dos se hallaban más juntos, y el tercero, algo aislado, asomando desde detrás de un montículo de piedra. Todos tenían un trozo de madera fina al lado: largo, estrecho, que podía confundirse con una lanza. Halli los examinó con ojo crítico, ajustó el ángulo de un casco que parecía un poco torcido, y prosiguió su camino.
El muro volvía a subir para poco después descender de nuevo: era la parte donde se hallaba el taller de pieles de Unn, desde donde Leif había caído aquella vez sobre la pila de estiércol. Era un lugar lleno de despojos, botes viejos, herramientas en desuso y rejas rotas. Se trataba de un punto vulnerable, pero en él no había falsos soldados. Todo estaba silencioso, vacío; por encima de la neblina la luna llena empezaba a alzarse sobre las montañas del sur.
Halli avanzaba con cautela, moviendo la cabeza a un lado y al otro.
—¿Kugi? ¿Sturla?
Seis hombres armados saltaron desde la pila de despojos y se abalanzaron sobre Halli. Este soltó un áspero gemido de alarma.
—¡Parad, bobos, soy yo!
Kugi detuvo el rastrillo del estiércol a escasos centímetros de la cabeza de Halli. Sturla bajó la hoz. Otras palas y objetos contundentes se pararon en el aire. El ambiente quedó cargado de disculpas mudas. Halli los apartó a todos y se puso en pie.
—Supongo que debería felicitaros por estar tan alerta —admitió de mala gana—. Pero, Kugi, recuerda que lo más probable es que el ataque se produzca desde fuera del Clan.
—Oh, claro. Sí.
—Este es uno de los tres puntos de entrada más probables —dijo Halli—. Por lo que he visto, lo defenderéis de forma admirable. Sin embargo, si necesitáis ayuda, silbad y vendré corriendo.
Los defensores volvieron a sus puestos; palpándose las magulladuras, Halli continuó con su ronda de inspección en torno al muro. Hacia la zona sur del Clan, de cara a la montaña: más trozos derrumbados, más puntos débiles protegidos por maniquíes. Llegó así cerca de la puerta sur: otra grieta abierta, aparentemente sin protección, donde el muro apenas le llegaba a la rodilla. Allí encontró a Eyjolf y a un buen número de los miembros de más edad del Clan agachados en silencio.
Halli se había acercado con cuidado para que no volvieran a confundirle, solo para descubrir a los defensores roncando, dormidos a pierna suelta. Golpeó la huesuda cabeza de Eyjolf con los nudillos.
—¡Despierta! ¡No deberías dormir ahora! Nuestras vidas dependen de vosotros.
El viejo se despertó de repente.
—Era un descanso estratégico.
—Pues se acabó. ¿Tenéis las piedras listas?
—Un buen montón, pesadas y afiladas.
—Excelente. —Halli miró hacia el derruido muro y hacia los prados que se extendían desde allí, ahora envueltos por la niebla—. Este puede ser uno de los puntos de ataque. Silbad si nos necesitáis.
Siguió adelante, pasando junto a más soldados de madera. Cuando por fin llegó al extremo oeste del muro, la noche había caído ya y las brumas que se alzaban del suelo ofrecían su brillo átono a la luz de la luna. A pesar de que estaba cerca, no conseguía ver los árboles del huerto. Allí el muro apenas era una pendiente de hierba y cascotes. Cualquier atacante podría rebasarlo y, tal y como habían hecho él y Aud la mañana en que se conocieron, usar un estrecho callejón que giraba entre dos casas y llegaba al patio principal.
Halli no pretendía recorrer ese callejón. Con un vistazo rápido advirtió su atrayente y vacío aspecto; dio media vuelta y, dejando atrás el muro, se acercó al callejón desde el patio. Incluso ahí avanzó despacio, moviendo el candil para que le vieran bien.
—¿Leif?
Una voz en la oscuridad.
—¿Sí?
—Soy yo, Halli.
—Lo sé. Si no, ya estarías muerto.
—Ah, perfecto. ¿Estáis todos preparados?
—Estamos listos.
—¿Silbaréis pidiendo ayuda si…?
—No hará falta. Lárgate ya.
Halli se mordió los labios, pero optó por irse sin decir nada más. Que Leif tolerara su autoridad ya era en sí mismo un milagro.
Cuando estuvo en el patio, aminoró el paso hasta detenerse. Ya estaba. Eso era todo.
Excepto…
Casi lo había olvidado. Corrió hacia los establos, entró, y, sin hacer caso a los resoplidos de los caballos, se dirigió al rincón vacío más cercano. Se agachó y escarbó entre la paja.
—¿Buscas el cinturón de la suerte?
Él se incorporó bruscamente; el candil iluminó el cinturón del héroe. No podía ver quién era la figura que le hablaba desde la puerta, pero conocía esa voz y no se sorprendió.
—Ya me imaginaba que te aburrirías de servir sopa —dijo él, mientras quitaba unas hebras de paja de la plata—. ¿Cómo has salido?
—Por la ventana de mi cuarto. ¿Vas a ordenarme que vuelva a casa?
—No.
Halli se quitó el chaleco rápidamente, pasó el cinturón por encima de su hombro y lo sujetó en diagonal sobre el pecho. Le reconfortó notar aquel peso familiar. Volvió a ponerse el chaleco y cogió el candil. Al dirigirse hacia la puerta, la silueta se hizo visible, recortada sobre la niebla.
—Siento lo de antes —dijo él—. Debes hacer lo que consideres correcto.
—Puedo ser de más ayuda aquí…
—Bien. —Él estaba ahora muy cerca de ella, pero sus ojos estaban puestos en la niebla, en el brillo rojo que salía de la forja de Grim. Siguió hablando en voz baja—. Lo único que te pido es que te mantengas alejada de mí. Hord quiere tomar el Clan, quiere humillarnos, pero sobre todo me quiere a mí.
—Eso no lo sabes.
—Lo sé. Así me sentía yo cuando murió Brodir. Eso es lo que Hord siente ahora. Vive en función de las viejas reglas. La venganza es la clave. Si me consigue, se dará por satisfecho. Escucha, Aud… No, cierra la boca por un momento y escucha. Antes me has preguntado si mi plan iba a funcionar y aún no lo sé. Pero, si no sale bien, si las defensas no paran el ataque, no les dejaré entrar aquí. Prefiero entregarme a Hord que ver que eso sucede.
—¿Qué? ¿Dejarás el Clan? —Él notó el asombro y la preocupación en su voz—. Te matará.
—Lo intentará.
—Sí, si por «intentar» te refieres a «hacerte pedazos», no te equivocas. No seas tonto.
Él habló en tono irritado, pero siguió sin mirarla.
—No creerás que voy a consentir que entre a por mí, ¿verdad?
—Halli. —Aud le cogió con firmeza del brazo—. No puedes luchar contra él. Ya lo hemos hablado. Incluso aunque fuera solo una lucha entre tú y Hord, él tiene una espada, mientras que tú… —Aud señaló con la mano el cuchillo de larga hoja que Halli llevaba prendido del cinturón—, tú solo tienes ese mondadientes de ahí. No eres rival para él.
Halli apretó la mandíbula y se acercó más a ella.
—No estoy pensando en luchar contra él. ¿Por qué iba a hacerlo cuando hay otras cosas que pueden encargarse de eso por mí? Y ya sabes de qué te hablo. —Se alejó un paso de ella—. Escucha, tengo que ir a la forja, comprobar si Grim y el resto están listos.
Se hizo el silencio. Aud no le había soltado el brazo.
—Aud…
—Te refieres a… —Su voz se alzó, teñida de una súbita indignación—. Bien, ¿cómo diablos vas a hacerle subir allí?
—Quiere vengarse de mí, ¿no? Creo que podría llevarlo hasta allí. Si persiste la niebla, no sabrá dónde está hasta que sea demasiado tarde. En fin, ahora no quiero hablar de eso. Tengo que…
—Halli —le interrumpió Aud, sin soltarle la manga—, ese es el peor plan que he oído en mi vida. ¿Qué harías tú cuando llegarais arriba?
—Están las rocas. Podría encaramarme a una. Los trows son débiles cuando…
—Sí, pero no tanto. Mataron a los héroes, ¿o no te acuerdas?
—Nadie ha dicho que el plan sea perfecto.
—No hace falta que lo repitas. Se me ocurren mil razones por las que no funcionará.
—Bien, pues esperemos que no haga falta ponerlo en práctica, ¿no crees? —replicó Halli—. Ahora déjame. Me voy a la forja. Puedes acompañarme o no, haz lo que quieras.
Cruzaron el patio enfurruñados y sumidos en el silencio; Halli iba delante y Aud le seguía unos pasos por detrás. En la forja de Grim brillaba la luz roja. Grim, Unn y veinte personas más entre hombres y mujeres se hallaban de pie o sentados cual aquelarre, rodeados por las armas que cada uno había escogido. El gran martillo de Grim reposaba en su regazo. Unn tenía un cuchillo estrecho y de hoja curvada, que solía utilizar para arrancar la grasa de las pieles.
Cuando entró Halli, todos se giraron, adoptando una actitud de alerta.
Halli asintió al verlos.
—Todo está listo. Ahora solo falta que…
Antes de que terminara la frase, un silbido corto y agudo resonó a lo lejos, quebrando la paz nocturna. Luego otro… de un tono distinto, más profundo. Casi al mismo tiempo llegaron los gritos, chillidos y otros ruidos incoherentes.
—Hord llega temprano —dijo Halli.
Las manos de los ocupantes de la forja se apresuraron a coger las armas. Veinte hombres y mujeres se pusieron de pie, sus sombras negras se proyectaron en las paredes teñidas de rojo.
Halli ya había cruzado la puerta. Los silbidos procedían de tres sitios distintos. Halli corrió, Aud corrió; los defensores corrieron. En cuestión de segundos se habían dispersado por el patio.