23
Después de la muerte del rey de los trows, Svein, que ya se hacía mayor, salía mucho menos de sus dominios. Cierto es que planeó varios ataques contra los Clanes de Rurik y Ketil, pero, a pesar de las intensas luchas, el resultado de tales expediciones no fue concluyente. No se sabe sifué esto o la edad lo que le agrió el carácter, pero en los últimos años el temperamento de Svein se volvió más desapacible que nunca y las sentencias de sus juicios totalmente imprevisibles. Le dio por ponerse el cinturón incluso para sentarse en el Asiento de la Ley, y fueron muchos los condenados que no llegaron vivos al cadalso.
Algunos creían que a Svein lo reconcomía la impaciencia por la rutina de la vida en su Clan y buscaba otra hazaña que acometer. Por fin, un verano, hizo llegar a los héroes de los otros Clanes un mensaje en el que solicitaba una tregua y los convocaba a una conferencia para discutir el asunto de los trows.
Las ventanas del Clan de Svein eran como altos bloques oscuros. Fuera, el viento azotaba los cristales. El fuego ardía sin fuerza en los braseros de las paredes, pero el de la chimenea crepitaba con vigor, como un ser vivo que, rojo y de múltiples brazos, proyectaba su sombra en las baldosas del suelo.
Aud y Halli se acurrucaron juntos al lado de la lumbre. No hablaban.
Halli se había servido un vaso de vino fuerte y se lo bebió deprisa. Con cada sorbo, lanzaba una mirada de soslayo hacia Aud: su semblante pálido y el cabello enmarañado le resultaban desconcertantes. La capa de la chica presentaba un corte a la altura del pecho, la lana había sido desgarrada casi por completo. Llevaba un vendaje nuevo en una mano y el tobillo se veía hinchado debajo de su respectiva venda limpia. Ella sostenía su vaso como si fuera la única cosa del mundo de la que pudiera estar segura. Sus ojos parecían ausentes, perdidos, y la fuerza con que sujetaba el vaso le teñía los nudillos de blanco.
Halli apuró el vino. En cambio, él había salido bastante bien parado. La parte superior de la capa se había rasgado, sí, y de hecho el cuello le dolía un poco: aún podía sentir los puntos donde la garra del trow había dejado su marca. Pero aparte de eso, y del frío que tenía en los huesos debido a las horas pasadas en la montaña, no presentaba heridas de consideración.
Cuando por fin se habían acercado al Clan, después de un largo y azaroso descenso, se habían encontrado con una partida de hombres que había salido en su busca por los campos, antorchas en mano. La reacción general fue de alivio y preocupación por las heridas de Aud; Katla se había llevado rápidamente a la chica mientras Halli explicaba a Leif, Eyjolf y a unos cuantos hombres más que, durante un paseo por los pastos altos, Aud había resbalado y caído de una piedra, después de lo cual él la había ayudado, despacio y con cuidado, a volver a casa. Después de que todos expresaran la previsible indignación ante el hecho de que él hubiera puesto en peligro la salud de su invitada, los miembros del Clan en pleno se retiraron a sus aposentos. Para sorpresa de Halli, nadie puso en duda su historia. Se tragaron sus embustes sin más preguntas.
Halli bebió más vino y contempló el fuego. Historias, mentiras…
El problema era que, por supuesto, las historias habían resultado ser ciertas.
Había trows ahí arriba. Estaban más allá de la frontera. Tal y como decían los cuentos, era esta la que los mantenía a raya. No cabía otra explicación. Lo que a su vez significaba que Svein y los demás héroes los habían vencido, mucho tiempo atrás, en la Batalla de la Roca; que los héroes habían existido y habían realizado tamaña gesta. Significaba que sus tumbas protegían el valle. Significaba que los trows estaban allí arriba, atrapados en las alturas, esperando.
Significaba que no había posibilidad de huir.
Halli observó los estertores agitados del fuego: las llamas saltaban y brillaban con fuerza, para luego desvanecerse sin dejar rastro. ¿Podía aplicarse lo mismo a su aventura? Después de aquel breve intento de huida, después de haberse atrevido a hacer lo que nadie había hecho en generaciones, después de atisbar aquel camino que ascendía hacia el horizonte (una posible ruta para cruzar las montañas), después de todo eso, ¿él y Aud se verían condenados a conformarse con seguir con su vida, ya sin esperanzas, hasta que llegara la hora de viajar hacia el anonimato de sus tumbas?
Era lo que hacía todo el mundo.
Detrás de las puertas cerradas, oyó un sonido áspero. La tos de su padre.
En parte para sofocar ese ruido y en parte para expresar la ira sorda que ardía en su interior, Halli dijo con brusquedad:
—Ese corte en la capa. ¿No te ha llegado a tocar la piel?
Aud alzó la mirada. Carraspeó; llevaba un buen rato en silencio.
—No. Estoy magullada, no herida.
—Bien.
Silencio.
—Ese cuello tiene mal aspecto —comentó Aud por fin.
—¿Sí? No me duele mucho.
—Hay cinco marcas rojas en él.
Halli se estremeció, pero se limitó a decir:
—Bueno, el tacto era gélido.
—Lo sé. Cuando me ha golpeado en el pecho me ha dejado sin respiración. —Ella posó la mirada en el tobillo hinchado y luego en el fuego—. Lo siento, Halli.
—No pasa nada. —Bebió un sorbo de vino—. ¿Qué es exactamente lo que sientes? Solo para estar seguro.
—Siento haberte convencido para subir hasta allí. Siento todo lo que dije sobre… sobre las historias. Ya sabes a qué me refiero. Siento haberlo negado todo, Halli. La verdad es que nunca pensé…
—Tampoco yo.
—¿Queda más vino?
—Aquí no. Iré a buscar más a la cocina. —Pero él no se movió.
—¿No crees —preguntó Aud, tras un segundo de silencio— que el trow nos haya seguido hasta aquí? Por haber cruzado la frontera…
—Si lo hubiera hecho, nos habría atrapado hace ya un buen rato. Tardamos siglos en bajar. La frontera aún funciona.
Aud se hundió más en la silla.
—No lo has visto, ¿verdad? —preguntó a Halli.
—No. Solo lo he olido, oído, sentido… —Se frotó los ojos con gesto irritado.
—¡Qué tontos hemos sido! Todo lo que cuentan las historias es verdad…
Halli se percató de que la voz de la chica era más débil y temblorosa. Se movió en su silla y se esforzó por animarla.
—Bueno, no todas. Lo que Kada nos dijo de la maldición no se ha cumphdo.
—¿Qué maldición?
—No ha pasado… —Hizo un amago de sonrisa—. Ya sabes a lo que me refiero.
Ella parecía no entender.
—¿De qué hablas?
—La maldición que cae sobre los hombres… los hombres que cruzan el límite… —Soltó un bufido—. Bueno, da igual.
—Ya… ¿Sigues entero? Bien. Me alegro.
Se produjo otro silencio.
—¡Pero ese trow estuvo a punto de matarnos, Halli! —exclamó Aud—. ¡Y de eso no me alegro!
—Bueno, hemos sobrevivido, ¿no? Ya está.
—Sí, pero ¿de qué nos sirve eso? ¡Estamos atrapados aquí! En el valle, en nuestros Clanes. No hay escapatoria, tal y como aseguran las leyendas.
El hecho de que esta afirmación fuera un fiel reflejo de sus propias reflexiones avivó la ira de Halli. Ya no podía ocultarlo.
—¡No estoy dispuesto a aceptarlo! —gritó—. Pienso volver ahí arriba.
—¿Qué? ¿Qué? ¡No seas tan…!
—Dos personas, Aud. Solo dos de nosotros, armados con viejos aperos de labranza y una falsa garra de trow. —Se inclinó hacia delante, al tiempo que hacía oscilar el vaso de vino—. Nos hemos enfrentado a ese trow en la más absoluta oscuridad. ¿Y si hubiera brillado la luna? ¿Y si hubiéramos llevado antorchas encendidas con las que ver? ¿Y si hubiéramos sido más de dos? Lo habríamos matado sin problemas.
Aud soltó un ruido incoherente, mezcla de resoplido y gruñido.
—¡Un trow, Halli! ¡Ese es el tema! ¡Solo uno! Debe de haber cientos de ellos allí arriba. ¿Te has olvidado de los huesos? ¿Quieres acabar diseminado por esa cueva? ¡Pues vuelve a subir a esa montaña!
—¡Ni siquiera teníamos un arma decente! —insistió él, sin tener en cuenta los razonamientos de Aud—. Mira esto… —Se levantó el chaleco para que ella viera la curva garra de trow que llevaba prendida del cinturón—. Sí, es afilada, pero no es nada especial. Supongo que Bjorn, el comerciante, la talló en menos de media hora.
Y sin embargo consiguió herir al trow, le hizo huir. Si hubiéramos llevado una espada, una espada de verdad, hecha a la antigua usanza… Bien, ¿qué habría pasado entonces?
—No hay espadas, Halli.
—Lo sé.
—Las únicas que existen están enterradas con los héroes.
—Lo sé.
Él la contempló. Ella le contempló. Una ráfaga de viento hizo temblar las ventanas.
—Si estás pensando lo que creo que estás pensando, será mejor que no pienses. Y desde luego no lo digas. Es una locura.
—¿Por qué? Se podría hacer.
—No, Halli. No se puede. Las historias lo dejan muy claro. Son las espadas lo que mantiene a raya a los trows.
—¡Exactamente! Con una de ellas…
—Es por eso por lo que todos somos enterrados con una espada. Para reforzar la frontera.
—… podríamos cruzar los páramos, llegar a la montaña…
—Pero son los héroes los que conservan la fuerza de la frontera, Halli. Sus espadas; el recuerdo de su gesta. ¡Quién sabe por qué funciona, pero funciona! ¡Tú y yo lo sabemos ahora! Arne protege sus tierras. Svein, las suyas. Consiguen que todo siga igual.
—Había un agujero en su montículo, Aud.
—Si la cogieras, Halli, si profanaras la frontera de ese modo, ¿qué detendría a los trows si estos decidieran bajar al valle?
La carcajada de Halli sonó irónica, incluso a sus propios oídos.
—¿Y a quién le importa eso? Ya nos habríamos ido.
Aud se levantó de la silla. La luz del fuego se derramaba sobre ella, pero las rasgaduras de sus ropas eran como agujeros negros. Cojeó hasta hallarse frente a Halli.
—Mírame —le ordenó—. ¡Mírame! —Él obedeció, con la boca cerrada y la mirada hosca—. ¿Quieres que tu familia y tu gente acaben así? ¿De verdad quieres que pasen por eso? Porque eso es lo que sucederá si coges la espada y los trows bajan desde las montañas. Si es lo que quieres, perfecto. Solo tienes que decirlo y abandonaré tu casa en este mismo momento; no volveré a verte. Tengo tantas ganas de escapar como tú, Halli Sveinsson, pero no importa lo mucho que odie a mi familia: nunca podría hacerles algo así.
Ella no había alzado la voz, pero su mirada transmitía toda la furia que sentía. Cuando dio media vuelta, Halli se quedó pálido, inmóvil.
Esperó hasta que ella se hubo sentado y dijo:
—Lo siento. He dicho una tontería. Solo estoy enfadado, nada más.
—Lo sé. Yo también.
—Y no los odio.
—Ya sé que no.
El silencio se apoderó de la sala.
Halli miraba hacia las oscuras ventanas.
—Mi padre se muere… —musitó.
—Halli…
—¡No has entrado en su cuarto! ¡No sabes lo duro que es verlo! ¡No puedo hablar con él, Aud! Svein es testigo de que ni siquiera puedo mirarle… —Su voz era frágil, quebradiza; se calló, respiró hondo y dejó que la presión de su corazón fuera descendiendo poco a poco. Al final, prosiguió—: Pero tienes razón. No querría que les pasara lo que has dicho. La espada de Svein debe quedarse donde está. Pero pienso encontrar una manera de salir de este valle. Con o sin trows, debe de haber algo que podamos hacer. Solo hay que pensar un poco. Necesitamos tiempo.
Entonces alguien empezó a aporrear con fuerza la puerta principal de la casa.
Aud no pudo evitar un chillido. Halli dejó caer el vaso; la luz del fuego lo iluminó, rodando sobre el suelo.
—¡Los trows! —susurró Aud—. ¡Vienen a buscarnos!
Halli negó con firmeza.
—No creo que se molestaran en llamar, ¿no te parece? —A pesar de la rotundidad de sus palabras, su tono no expresaba la misma seguridad; él no se levantó de la silla.
Los golpes en la puerta siguieron, fuertes, estrepitosos.
A lo lejos se oyó la asustada voz de la madre de Halli.
—¿Quién va? ¿Qué es eso?
—¿Quién abrirá la puerta? —preguntó Aud—. ¿Eyjolf?
—Está sordo.
—¿Leif?
—Está borracho.
Bum, bum, bum… más golpes.
—Iré yo —dijo Halli por fin.
Dejó la mesa y cruzó despacio el salón hacia el pasillo y la puerta que daba al porche. A medida que andaba, se palpó con la mano la garra del trow por debajo del chaleco. La asió con fuerza. La otra mano se apoyó en la barra que atrancaba la puerta.
Bum, bum, bum…
Halli levantó la barra y abrió la puerta de par en par.
Una gran forma negra se abalanzó hacia dentro. Halli retrocedió de un salto. Percibió ruido de cascos, olor a caballo, y un aliento húmedo le abofeteó; luego el animal pasó junto a él, bajo las vigas bajas del pasillo, hasta entrar en el caliente salón.
Junto al fuego, Aud se levantó, aterrada. Halli tenía la garra del trow en la mano. Corrió en pos del caballo y del jinete, intentando sujetar la brida.
—¡Alto! —gritó—. ¡Para! ¡Dinos a qué vienes! ¿Eres amigo o enemigo?
El jinete llevaba la cabeza cubierta con la capucha; no podían verle la cara. Solo las manos sobresalían de la capa: manos de viejo, surcadas de venas y de manchas oscuras, con uñas largas y curvadas como las de un ave rapaz. Sobre el costado llevaba una bolsa grande y oscura, a todas luces pesada y llena de bultos. Algo en la forma redondeada de aquellos bultos, en la forma en que la bolsa se balanceaba cuando se detuvo el caballo, hizo que a Halli se le pusiera la piel de gallina. Movió la garra del trow, para que la luz del fuego la iluminara abiertamente.
—¡Lo preguntaré una vez más! ¿Eres amigo o…?
Con un gesto imperioso, el jinete se abrió la capa. La luz arrancó pálidos destellos en el largo cuchillo prendido a su cinturón. Un cuchillo que Halli conocía bien.
Halli dio un paso atrás, boquiabierto.
—¿Snorri…?
Aquellas viejas manos bajaron la capucha para revelar las pobladas cejas, los ojos vigilantes, el semblante macilento y curtido del viejo de la cabaña. El hombre contempló a Halli con una sonrisa; luego paseó su mirada implacable por todo el salón: Aud de pie junto al fuego, Gudny atisbando desde detrás de las cortinas, un par de criados apiñados en la puerta. Entrecerró los ojos; parecía buscar alguna prueba instantánea que señalara atrocidad o corrupción. Al final, al no hallar nada que lo indicara, se dignó volver a mirar a Halli.
—He venido —dijo el viejo, mientras tocaba el cuchillo de Arnkel que llevaba en la cintura— tal y como dije que lo haría. Para hacer algo por ti. Devolverte un favor, a cambio de la amabilidad que demostraste conmigo hace meses.
Halli parpadeó, asintió.
—Eh… Gracias. ¿No te gustaría desmontar?
—¡Dos cosas! —gritó Snorri, en una voz que resonó por todo el salón e hizo estremecer a Halli—. ¡Dos cosas te traigo! Esta es la primera.
Se giró un poco, aflojó una cuerda que ataba la gran bolsa a la silla; la bolsa cayó al suelo con un impacto sólido. Unas formas grandes, redondeadas y pesadas salieron rodando del saco, manchado de rojo.
Halli tragó saliva.
—¿Qué…? ¿Qué es eso?
—Remolachas. Tengo tantas que no sé qué hacer con ellas. Es un regalo de bienvenida.
—Bien, es todo un detalle…
—¡Espera! —gritó Snorri—. ¡Lo segundo que te traigo son noticias! ¡Noticias terribles! ¡Hord Hakonsson y sus hombres han cruzado el cañón helado! Ya están en el norte del valle. Mañana por la noche, mientras estéis dormidos, llegarán a estas puertas. ¡Su intención es quemar el Clan y apropiarse de vuestras tierras! —Se rascó la nariz, cruzó una de sus huesudas piernas al otro lado del caballo y se dispuso a desmontar—. Oh, sí… —añadió después de hacer una pausa—, y mataros a todos.