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No pasó mucho tiempo antes de que el Clan de Svein se convirtiera en un lugar floreciente y próspero, y lo mismo puede decirse del propio Svein. Empezó a usar broches de piedras preciosas, collares y anillos, y capas de intrincados estampados confeccionadas en el sur del valle. Los comerciantes que vendían tales objetos eran bien recibidos en su casa, pero los otros visitantes —mendigos y truhanes atraídos por la riqueza— despertaban su más profunda irritación.

Svein había hecho erigir unos postes que marcaban los márgenes de sus tierras; dentro de esta área su palabra era ley. Ordenó que le tallaran una silla especial y que la colocaran sobre una tarima en el salón de su casa, y sentado en ella dictaba sentencias contra ladrones, estafadores y otros delincuentes. Sus edictos eran firmes y no eran muchos los que se atrevían a desobedecerlos. Un cadalso situado en el patio contribuía a que nadie olvidara las reglas.

Después de la partida de los Hakonsson, el salón del Clan de Rurik se vio sumido en un intenso bullicio. Mientras los criados se apresuraban a recoger los muebles rotos, y otros se retiraban a curarse los ojos morados y otras heridas menores, los Jueces del valle, incluida Astrid, se agruparon para debatir la situación. Se trataba de un problema inaudito: había que remontarse a poco después de la Batalla de la Roca, cuando ciertos pleitos entre los Clanes se mantenían aún entre los descendientes de los héroes; desde entonces ningún Clan se había declarado inmune a la ley del valle. Las opiniones sobre qué curso de actuación seguir estaban divididas. Un par de los Jueces más guerreros (entre ellos la arpía del Clan de Gest) proponían montar una expedición punitiva contra Hord y su familia. Otros, en cambio, señalaban que nadie poseía espadas, y que en cualquier caso eso solo serviría para destruir aún más la serena paz que el valle había conseguido disfrutar. El punto de vista mayoritario era que Hord no tardaría en lamentar su arrebato y retractarse; entretanto, y con la intención de fomentar ese arrepentimiento, se prohibió cualquier trato comercial con el Clan de Hakon.

—Se acercan las nieves —dijo Helga, la Presidenta del Consejo—. La ira de Hord se enfriará. Dispondrá de todo el invierno para reflexionar sobre su intemperancia, y en primavera volveremos a abordarle. No me cabe duda de que el año próximo conseguirás tus tierras, Astrid.

—Espero que tengas razón —dijo la madre de Halli—. Pero ¿y si Hord lleva a cabo sus amenazas? ¿Y si se empeña en atacarnos?

—¡No se atreverá! ¡Piensa en las sanciones que le impondríamos! Entre tú y yo, todo esto tiene un lado positivo. Hord necesita que le paremos un poco los pies.

—Pese a todo, temo las consecuencias que esto pueda ocasionar a mi Clan y a sus gentes. —Astrid no conseguía ocultar su preocupación; hablaba casi a regañadientes—. Y sobre todo a mi hijo…

Helga asintió.

—Ah, sí. Halli. Ahora iba a hablar de él. Se ha mostrado un poco descarado en el debate, ¿no crees? La diplomacia no es su punto fuerte, ¿verdad? Creo que eso puede haber contribuido al abrumador enfado de Hord. Me pregunto si podrías dedicar el invierno a enseñar a tu hijo los méritos del autocontrol.

—Oh, no te preocupes por eso —replicó Astrid—. Pienso hacerlo.

—¿Por qué me las cargo yo? —rezongó Halli, mientras se frotaba la oreja dolorida—. ¡No asesté ni un solo golpe!

—¡No te hizo falta! —gritó su madre—. Tu lengua hizo el trabajo de una docena de luchadores. No paraste de provocar a Hord hasta que este perdió el control.

Halli se cruzó de brazos.

—Creía que estarías contenta. Al fin y al cabo habéis conseguido más tierras, que era de lo que se trataba, ¿o no?

—Aún no hemos conseguido nada, excepto amenazas de venganza. ¿Y, puedo recordarte, pedazo de serpiente venenosa, que todo esto es el fruto de tus tropelías? Ragnar dijo la verdad sobre lo que vio, ¿no es así?

Halli desvió la mirada.

—Pues sí. Pero yo no maté a Olaf…

Su madre no pudo evitar un grito airado.

—¡No me mientas!

—¿Así que ahora mentir se ha convertido en un crimen terrible, madre? Me permito recordarte que tú también mentiste ante el Consejo, y con bastante fluidez, la verdad.

Astrid levantó la mano para abofetearle, pero Leif se interpuso.

—Madre, no te rebajes.

Halli le agradeció el gesto con una leve inclinación de cabeza.

—Gracias, Leif… ¡Ay!

—¡Ya me rebajo yo por ti!

El semblante de Astrid estaba pálido, sus ojos echaban chispas.

—Que un trow se te lleve, Halli, por el daño que has hecho a este Clan.

—¿Un trow? —Halli se rio en su cara—. ¡Vaya amenaza! Creo en ellos menos aún que en vuestra doctrina de la paz en el valle, ¡que no es más que interés egoísta! ¡Arrancad las tumbas! ¡Dejad que los trows vengan a por mí! Ya estoy harto de todo esto.

Tanto Leif como Astrid hicieron gestos instintivos de protección contra la mala suerte. Los ojos de Leif parecían a punto de salirse de las órbitas.

—Creo que estás loco, hermanito.

—Monta en el caballo. ¡Ya! —dijo Astrid—. Y no quiero oír ni una palabra más. Debemos llevar estas malas noticias al Clan.

* * *

La noticia de que el esperado acuerdo se había retrasado fue recibida con muda decepción por las gentes que formaban el Clan de Svein. Pero las amenazas de Hord causaron una ola de ansiedad bastante mayor. Empezaron a circular viejas historias de masacres e incendios, así como un resentimiento general hacia Halli, por el papel que había jugado en todo el asunto. Aunque seguían tratándole con la extrema cautela que suscita un asesino peligroso, la reacción más común ante él era ahora la indiferencia, tanto entre su familia como entre los granjeros.

Halli ponía al mal tiempo buena cara, pero aquella marginación le pesaba en el alma. Más que nunca lamentó haber vuelto al Clan de Svein, a su atmósfera hostil, a la envidia y los mezquinos temores que reinaban allí. De todos los Clanes que había visto durante sus viajes, este era sin duda el más pequeño y el más decrépito; las afirmaciones gloriosas de los viejos relatos le parecían ahora cosa de risa. No soportaba la compañía de su familia, ni estos la suya, pero no había forma de escaparse ahora que había llegado el invierno. Las tumbas de la montaña apenas se veían, ocultas por la mortaja gris de niebla y nubes bajas.

Solo dos cosas aliviaban su malhumor. Una era el hecho de que Katla había decidido volver a dirigirle la palabra. La magnitud de sus fechorías parecía haber sofocado su disgusto, así que volvía a llevarle comida a su cuarto.

—Gracias, Katla. Me alegro de que no me consideres un delincuente y un asesino.

—Al contrario, creo que estás maldito de verdad, y predestinado a una muerte temprana y horrible. Siempre he dicho que eso es lo que les depara el destino a los niños que nacen en mitad del invierno, y los hechos me dan la razón. Pero ¿qué le vamos a hacer? Disfruta de mi compasión, y mientras estés con nosotros disfruta también de mi sopa. Háblame de Olaf. ¿Cómo lo mataste?

La otra compensación, más sustanciosa, de todo este lío era la inminente llegada de Aud. La súbita caída en desgracia de los Hakonsson y el hecho de que los Sveinsson gozaban de las simpatías generales en el valle había hecho que Ulfar Arnesson cambiara de opinión con la rapidez de un rayo en los planes que tenía para su hija. Antes de que salieran del Clan de Rurik, se había apresurado a dirigirse a Astrid para reestablecer la visita de Aud. Se la esperaba en cuestión de días.

* * *

Las primeras nieves cubrieron los campos; en poco tiempo el camino que cruzaba las cataratas resultaría intransitable debido al hielo y las nevadas. Una semana después, tres jinetes ateridos se plantaban en la puerta norte. Dos de ellos, robustos miembros del Clan de Arne se apresuraron a azuzar a sus caballos y a dar media vuelta hacia el sur del valle; el tercero, Aud, la hija de Ulfar, entró sonriente en la casa.

Se celebró un banquete en su honor, al que asistió la mayoría de las gentes del Clan, a excepción de Arnkel, que seguía enfermo en sus aposentos. El pronóstico de su estado no era bueno, y en la casa se respiraba una atmósfera febril y desasosegada.

Aud iba vestida como una damisela y sus cabellos estaban recogidos en una pulcra trenza. Con pasos rápidos y elegantes, saludó a los notables que se habían dispuesto en fila. Halli, que la observaba de lejos, advirtió cómo se ganaba el favor general gracias a su estilo. Solo Gudny se mostraba reticente y no se dejaba arrastrar por aquella ola de simpatía hacia la recién llegada.

Por fin le tocó el turno. Aud se le acercó, con Leif a su lado. Halli la saludó formalmente, con una leve reverencia.

—Me alegro de volver a verte.

—Y yo a ti, Halli Sveinsson. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez… —Sus ojos parecían risueños—. ¿En qué líos te has metido mientras tanto?

—Oh, no muchos.

Leif se interpuso entre ambos.

—Señorita Aud, creo que tienes mejores cosas que hacer que charlar con este truhán. Ven, deja que te enseñe las grandes armas de Svein. Puedo contarte muchas historias…

Aud se dejó llevar, pero lanzó una sonrisa en dirección a Halli.

A la mañana siguiente las nubes de nieve eran tan bajas que cubrían el tejado de la casa, pero la esperada tormenta no llegó a desatarse. La amenaza se hacía sentir en el Clan. Sus gentes recogieron los animales que aún quedaban sueltos y los condujeron a los cálidos cobertizos junto con sus compañeros.

Astrid y Leif ocuparon gran parte del tiempo de Aud ese día, así que Halli apenas tuvo ocasión de hablar con ella. Observándola de lejos, advirtió que ella era capaz de realizar sutiles cambios de carácter. Aunque él sabía que era descarada y escéptica, con Leif se mostraba juguetona y asombrada, casi coqueta, mientras que con su madre aparentaba ser una chica callada y prudente, ávida de consejo.

Por fin se cruzaron en el pasillo que daba al salón.

—¿Dónde te has metido? —preguntó Aud—. Si tengo que volver a oír otra de las aburridas historias de Leif sobre Svein, le clavaré una horquilla. Esperaba que vinieras a rescatarme.

—Lo siento. —Le sonrió con torpeza—. Bueno… me alegro de que al final hayas venido. Se decía que pasarías el invierno en el Clan de Hakon.

Aud puso los ojos en blanco.

—Sí. El asqueroso de mi padre lo tenía todo planeado. Creo que había llegado a una especie de acuerdo con Hord. ¿Te lo imaginas? ¿Casarme con Ragnar? ¡Con lo soso y debilucho que es! Si llegan a insistir, habría sido capaz de escaparme, o cortarme la garganta, o ahogarme en el río. Gracias a Arne, hubo todo aquel lío en el Clan de Rurik. —Estiró la mano para apoyarla en el brazo de Halli—. Y creo que es a ti a quien debo agradecérselo, ¿no es verdad?

—Bueno, estrictamente hablando fue Ragnar quien…

—Te vio cuando le prendías fuego a su casa. Sí. Las cosas como son, Halli: tienes un gran talento para difundir la concordia y la armonía entre las casas. Pero en este caso ha salido bien… al menos para mí.

Halli suspiró.

—Eres la única que se alegra de las amenazas de Hord hacia mí. Aquí todos creen que soy un asesino a sangre fría y me tratan con una mezcla de miedo y reproche. Ya lo verás.

—Oh, Leif ya me ha advertido en tu contra tres veces por lo menos. —Ella se rio—. Creo que tiene celos. Y no te preocupes por Hord: es un chulo. La fuerza se le va por la boca.

—No lo sé. Es un hombre que no tiene miedo a actuar. —Halli apartó a Aud, ya que Eyjolf y un criado se dirigían hacia ellos por el pasillo; se percató de que Eyjolf les miraba fijamente al pasar—. Pero tampoco me preocupa mucho —prosiguió—. Hord puede hacer lo que le venga en gana el año próximo, porque para entonces estaré fuera de su alcance.

A Aud le brillaron los ojos.

—Has madurado mi idea sobre la frontera, ¿verdad? ¿Ya no te asustan los trows?

—Prefiero que me coma un trow a pasar el resto de mi vida atrapado en este lugar. Estoy harto del Clan de Svein y de todos los que viven en él. Del valle en pleno, si te digo la verdad. ¿Tú qué opinas?

—Padre planea casarme con alguien el próximo verano, caiga quien caiga. Si no es con Ragnar, será con cualquier otro bobo de remate. Claro que sigo con la idea. Me iría hoy mismo si pudiera, pero con este tiempo…

—Ahora es imposible. El tiempo ha cambiado ya. Tenemos que esperar al deshielo. —Le sonrió—. Pero no te agobies. Esto te dará mucho tiempo para empaparte de la historia de nuestro Clan y nuestro héroe. No me cabe duda de que Leif estará encantado de enseñarte todo lo que sabe.

Aud suspiró.

—Me temo que va a ser un invierno muy largo…

* * *

Aquella noche estalló la tormenta. El Clan fue azotado por vientos que hacían temblar las persianas y apagaban las velas hasta en las zonas más recónditas de la mansión. Los truenos resonaban como aullidos en los oscuros pasillos. Por la mañana reinaba una luz blanca y enfermiza, y el patio estaba totalmente cubierto de nieve. Al otro lado de los muros, los campos parecían una extensión blanca interminable.

A partir de ese momento el tiempo no dio tregua. Comenzaron las nevadas. Las gentes estaban atrapadas en sus casas, como los rebaños en las cuadras. Ardían intensos fuegos en todas las chimeneas; el humo llegaba hasta las vigas. Todos los días los hombres se esforzaban por despejar de nieve los caminos que separaban los edificios; cuando regresaban, en sus barbas relucían cristales de hielo.

Aud no tardó en acostumbrarse a la rutina de la casa: tejía, ayudaba en la cocina, daba de comer a los animales y esparcía pienso para los pollos. Por las tardes se sentaba junto a Gudny y escuchaba las historias que recitaba Astrid. Pero también tenía tiempo libre, y todos notaron que prefería pasarlo en compañía de Halli. A menudo se les veía enfrascados en una amistosa conversación, riendo y charlando.

Poco después de que pasara la mitad del invierno, las tormentas alcanzaron un nivel feroz. Nadie salía. La atmósfera de la casa era irrespirable debido al olor a cerrado, a humo, a cerveza y a sudor; la gente estaba de malhumor, y las comidas se convirtieron en circos de tensión creciente, durante los cuales el menor incidente provocaba un estallido de ira. Siempre pasaba lo mismo en invierno, pero aquel año estaba siendo el peor de todos. La amenaza de los Hakonsson aún pesaba en las mentes de las gentes de Svein; al mismo tiempo, resultaba evidente que Arnkel estaba muy grave. Ya no se levantaba de la cama.

Halli, entregado a sus sueños de exploración de las montañas, mantenía la compostura tan bien como podía y se desahogaba en compañía de Aud.

Una mañana estaba trabajando con su madre en la cocina, colocando moras en tarros para conserva. Astrid llevaba el cabello recogido en la nuca y oculto por un pañuelo ajado. Se había arremangado el vestido, y tenía los antebrazos manchados de rojo de presionar y remover las moras. Se la veía fatigada, ya que había pasado la noche en vela junto a la cama de su marido. Supervisaba el trabajo de Halli mientras este metía moras calientes en pesados tarros de arcilla, aunque se detenía de vez en cuando para dar órdenes a las chicas de la cocina.

Aud acababa de entrar en busca de una jarra de agua para las mujeres de la sala de costura. Cuando se fue, Astrid comentó:

—Aud es una chica muy agradable.

Halli asintió.

—Sí, madre.

—Bastante lista, y guapa dentro de su estilo. Ya está lleno; ahora cierra el tarro con la tela. Yo ataré la cuerda. He visto que os lleváis muy bien.

—¿Con Aud? Sí, madre.

—Apriétalo más. Así. Y dime, ¿te gustaría acostarte con ella? Vaya, ahora has roto la tela. No eres consciente de la fuerza que tienes, Halli, ¡y por el amor de Svein no te pongas así de rojo! Soy tu madre, estoy autorizada a hacerte esta clase de preguntas. Mira, ya sostengo yo la tela; tú limítate a atarla. Y ahora córtala con el cuchillo. Así. Bueno, me parece bien que la idea te dé vergüenza, porque con quince años aún no eres del todo un hombre. Pero tu hermano Leif tiene cuatro años más que tú, Halli, y me corresponde encontrarle una esposa. Le he dicho que hable con Aud, a ver qué le saca. Alcánzame ese tarro, el de allí. Está claro que el Clan de Arne no es uno de los mejores, pero ella es hija única, y eso convierte el enlace en un buen trato. Podríamos unir ambos Clanes con esa boda. ¿Por qué paras?

Halli reanudó la tarea de manera mecánica. Su madre dedicó un momento a una criada que llevaba una taza de caldo a la habitación de Arnkel. Cuando su madre volvió a estar por él, Halli le dijo:

—Quizá Aud aún no quiera casarse.

—Cumplirá los dieciséis en primavera. Yo conocí a tu padre a esa edad. Claro que lo tiene en la cabeza. Quiero que dejes a la pobre chica en paz, Halli; dale una oportunidad a Leif. No es que sea el más expresivo de los chicos, así que lo último que necesita es tenerte a ti enredando mientras intenta cortejarla.

—Madre, Leif no me necesita a mí para meter la pata. Si consigue soltar dos frases seguidas sin atragantarse, ya habrá superado todas mis expectativas.

Su madre le dio un coscorrón con la cuchara de madera.

—Esos comentarios son la razón por la que no quiero que andes cerca de ellos. De todas formas, supongo que Aud ya se habrá hartado de ti a estas alturas. Parece una niña amable y bastante sensible. Tú eres un asesino violento. Dudo que te quiera para nada.

* * *

Después de haber recibido las confidencias de su madre, Halli deseaba ardientemente hablar con Aud, pero de repente se vio bajo las órdenes de Eyjolf, quien le encargó largas y complicadas tareas en los extremos más remotos de la casa. Cuando aparecía, a las horas de las comidas, cubierto de polvo, se encontraba con la desagradable sorpresa de que Aud le resultaba inaccesible: estaba siempre sentada con Astrid y Leif, sonriendo y atenta a su conversación.

Halli se sentaba, taciturno, a cierta distancia; a menudo se le unía Gudny, que parecía igual de irritada ante la atención de que Aud era objeto.

—No llegarán a ninguna parte con esa —comentó Gudny un día.

—Pues parece estar pasándolo en grande —rezongó Halli.

—Exacto, Halli: lo parece. Tú lo has dicho. Esa chica es una coqueta sin remedio. Tiene una docena de caras y hace con la gente lo que quiere. Mira al pobre Leif: ahí está, con la boca abierta como un pez y con la manga metida en la sopa. Si ella le pidiera que se despeñara por un precipicio, saldría corriendo. ¿En qué te ha metido a ti?

Halli se sobresaltó.

—¿Qué?

—Te tiene atrapado, no lo niegues. Llevo semanas observándote. Todavía eres más tonto que Leif, mirándola de reojo como si fueras una lechuza. Te daré un consejo: mantente alejado de ella. Solo te causará problemas… y tú ya te metes en bastantes sin su ayuda.

Halli no supo qué responder. Volvió a su trabajo.