18
Rurik montó en cólera al enterarse de que Svein había secuestrado a sus arrendatarios. Reunió a un grupo de hombres y con ellos cruzó el río en dirección a las tierras de Svein, donde mató al primer grupo de granjeros con que se encontró.
Svein meneó la cabeza al oír la noticia.
—Es peligroso que un hombre empiece algo que no puede terminar —dijo.
Entonces cruzó el río con sus hombres e incendió la primera granja de las tierras de Rurik, pero apenas regresó a casa supo que Rurik había llevado a cabo otro ataque como represalia.
El pleito se prolongó durante todo el año.
—Rurik no se da por vencido —dijo Svein al final—, pero veremos si sigue igual con el estómago vacío.
Prendió fuego a los graneros de Rurik y se retiró a esperar acontecimientos. Este resultó ser un golpe decisivo. Con la llegada del invierno Rurik se vio obligado a arrodillarse ante la puerta de Svein y a suplicarle comida para alimentar a su gente. Svein dejó que se humillara durante un buen rato y luego le hizo entrega del grano.
Entraron pues a un salón bullicioso: susurros, risas, saludos a gritos, muestras de camaradería entre personajes importantes decididos a demostrar su estatus. El salón había sido despojado de los muebles que lo llenaban habitualmente; se había formado un semicírculo de diez sillas en la pared frontal, y dos juegos separados de asientos (para los acusados y los acusadores) dispuestos uno frente a otro en las paredes más largas del salón. La mayoría de los asientos estaban ya ocupados; atentos criados deambulaban por allí, prestos a rellenar los vasos de cerveza y a presentar bandejas de comida a los diez Jueces presentes. Ocho de los diez eran mujeres; los únicos hombres (Ulfar Arnesson y otro a quien Halli no conocía) eran Árbitros viudos que habían asumido el papel de Jueces tras el fallecimiento de sus esposas. Los únicos dos Clanes que no tenían representantes eran los que se enfrentaban en el pleito: el de Hakon y el de Svein. El resto de las familias del valle estaban representadas allí: las caras sonrosadas, cabezas rubias, redondas barrigas y grandes nalgas de los Clanes del sur del valle contrastaban con los miembros de los Clanes del norte, más flacos, nervudos, morenos y de ojos aceitunados. Cada miembro del Consejo iba ataviado con los colores de su Clan, todos hablaban con espontaneidad con sus compañeros. Era un círculo de gente ruidoso y bastante intimidatorio.
Halli, Astrid y Leif tomaron asiento en el lado de los demandantes. Los cinco hombres que formaban el séquito del Clan de Svein permanecieron en pie, detrás de la familia, apoyados contra la pared.
Las sillas de enfrente seguían vacías. La sala estaba llena de curiosos, pertenecientes al Clan de Rurik, y de los criados de los Jueces. Halli miró con atención hacia ellos, pero no consiguió distinguir a Aud.
Entonces Ulfar Arnesson, con su eterna barba blanca, dejó su asiento del Consejo y fue a saludar a Astrid. Le cogió la mano con excesiva ceremonia.
—Bueno, bueno, prima… Al final hemos tenido que recurrir a esto. ¡Lamento que mi mediación no diera resultado! Pero estoy seguro de que todo quedará resuelto de manera satisfactoria hoy mismo.
Astrid esbozó una sonrisa forzada.
—Eso esperamos nosotros también. ¿Cómo está la joven Aud? Estamos ansiosos por disfrutar de su compañía durante el próximo invierno.
Una sombra nubló los suaves rasgos de Ulfar; su semblante se endureció un poco.
—¡Ah, sí! Había olvidado que llegamos a ese acuerdo. Perdóname, pero he cambiado de planes. Ragnar Hakonsson la ha invitado a pasar esa atroz estación en su Clan, y he aceptado la invitación gustosamente, por supuesto. El aire del mar es de lo más saludable, como sabes. Además, así la niña no tiene que realizar un viaje tan largo, y creo… que tal vez disfrutará de más comodidades en el Clan de Hakon… ¡Es una finca espléndida! —Iba mirando de soslayo hacia la puerta: los demandados debían de estar a punto de llegar.
La madre de Halli se sonrojó ante aquel velado insulto. Halli, para quien la noticia había supuesto un puñetazo en el estómago, sonrió con educación.
—¿Todavía es tan espléndida? Había oído rumores de que el lugar había sido pasto de las llamas.
La sonrosada lengua de Ulfar humedeció la parte superior de su barba.
—Los daños solo afectaron a una pequeña parte de la casa. ¿Qué sabrás tú, joven…? Lo siento, he olvidado tu nombre.
—Halli Sveinsson. Testificaré hoy.
—Ah, sí. —Ulfar miró a Halli con desinterés—. Ya me acuerdo, eres el testigo. Si me perdonáis. —Y, con estas palabras, volvió a su asiento.
Astrid hizo una mueca.
—No hace falta ser muy listo para saber de qué parte está. Siempre se arrastra frente a la riqueza y el poder; por eso su hija pasará el invierno con los Hakonsson. Si Ulfar se sale con la suya, habrá boda el año próximo. Halli, ¿estás bien? Se te ve muy pálido.
Halli casi ni la oyó. Aud no iría al final. Se quedaría con Ragnar Hakonsson. Como si estuviera soñando, recordó la conversación mantenida por Hord y Ragnar sobre la posibilidad de concertar un matrimonio ventajoso…
Leif cruzó las manos y fue chasqueando sus nudillos uno por uno.
—No me ha gustado tu insolencia hacia Ulfar, Halli —dijo—. Si no eres capaz de controlarte, estamos perdidos.
Con gran dificultad, Halli sofocó su disgusto.
—Puedo asegurarte de que trataré a todo el mundo con el mayor respeto —dijo con voz débil—. Por cierto, madre, llevo un rato preguntándome qué hace aquella criada rolliza sentada entre los representantes. ¿No creéis que alguien debería indicarle que ese no es su sitio?
—Esa es la eminente Jueza Helga, del Clan de Thord, presidenta del Consejo durante este año.
—¡Oh!
Una súbita conmoción sacudió el extremo del salón. Incluso sin mirar, Halli notó que se le tensaban los hombros y percibió que una corriente de enemistad flotaba por la sala. Volvió la cabeza con una calma deliberada, y vio que Hord y Ragnar Hakonsson cruzaban el pasillo encabezando la delegación del Clan de Hakon. Ambos vestían imponentes capas de piel, ambos llevaban el cabello recogido en la nuca con prendedores brillantes. Hord se desabrochó la capa y, con un gesto ampuloso, la dejó sobre la silla. Tomó asiento, apoyó las manos sobre las rodillas con aire jactancioso y lanzó una mirada teñida de condescendencia. Sus hombres se colocaron frente a la pared. Ragnar, que iba detrás, tenía problemas a la hora de quitarse la capa, y aún se peleaba con el cierre cuando Helga, del Clan de Thord, se puso en pie para abrir la sesión. Ella lo miró con mala cara y Ragnar se apresuró a sentarse.
Helga carraspeó. Era una mujer grande y fuerte, con una voz capaz de fundir la cera de los oídos a una docena de pasos de distancia. Todos la escuchaban con atención.
—El Consejo se reúne hoy para atender las alegaciones del Clan de Svein contra el Clan de Hakon. Tres hombres, Hord, Olaf y Ragnar, están acusados del asesinato de Brodir Sveinsson, acontecido tres días después de la Asamblea de Otoño. ¡Procedamos con la dignidad y la serenidad que caracteriza a las gentes de nuestro valle! Para empezar, Astrid, del Clan de Svein, nos presentará sus cargos.
La madre de Halli se puso en pie y expuso los hechos en tono sobrio y carente de emoción.
—Mi hijo Halli lo presenció todo —dijo al final—. ¿Puedo cederle la palabra?
—Por supuesto.
Todas las miradas se posaron en Halli. Este respiró hondo, se puso en pie y saludó al Consejo con una inclinación de cabeza.
—Juro que lo que diré es la verdad. A primera hora de la mañana del día en que murió mi tío…
La Jueza del Clan de Gest, una anciana, de vista cansada y arrugada como una pasa, golpeó el suelo con su bastón.
—¿Por qué habla ese truhán desde el otro lado de la sala?
Ulfar Arnesson le dijo al oído:
—No está lejos, es así de bajito.
—Continúa, Halli Sveinsson —le instó Helga.
Halli narró los hechos tal y como su madre le había pedido: de manera sucinta, sobria y sin exageraciones emotivas, pero conservando en el relato los detalles del horror que presenció en los establos. En ningún momento cruzó la mirada con los Hakonsson. Cuando hubo terminado, contestó a un par de preguntas sobre puntos concretos y luego se le ordenó que se sentara. Su madre le dio una afectuosa palmada en la rodilla.
La Presidenta del Consejo asintió.
—Muchas gracias. Ahora ha llegado el turno de oír a los demandados. Hord Hakonsson, ¿qué tienes que decir?
—Esto se pone interesante —susurró la madre de Halli—. No creo que pueda negarlo; las pruebas son aplastantes.
Hord se levantó, tosió, saludó al Consejo con una inclinación de cabeza. Hablaba en tono bajo, claramente pensado para expresar humildad. Para sorpresa de Halli, su versión de los hechos se ajustó bastante a la verdad.
—Pero hay que contemplar la acción cometida por mi hermano en su contexto —concluyó Hord—. No olvidéis que ese canalla borracho, que insultó nuestro honor con tanta rudeza, era el mismo hombre que cometió un crimen en nuestro Clan y escapó sin castigo.
Astrid se puso en pie, enojada.
—¡No escapó sin castigo! El asunto fue juzgado y nuestro Clan perdió una buena porción de tierra por esa causa.
Helga, del Clan de Thord, le indicó que se sentara.
—Astrid tiene razón en eso, Hord. Tus actos y palabras dejan entrever que esto puede justificarse en nombre de un pleito de honor cuando es un simple asesinato. Los pleitos están prohibidos, como bien sabes. Así ha sido desde la época de los héroes. Hemos superado esas reacciones primitivas.
Hord tensó todos los músculos de su rostro, pero inclinó la cabeza con respeto.
—Como tú digas.
Se tomaron otras declaraciones, pero la discusión no se prolongó demasiado.
—Los detalles no dejan lugar a dudas —dijo Helga—. Pasaremos a considerar el veredicto. En primer lugar me gustaría oír qué compensación solicitan los demandantes, en caso de que ganen el caso. —Miró a la madre de Halli con expresión inquisitiva.
La madre de Halli volvió a levantarse e hizo una reverencia en dirección al Consejo.
—Para nosotros se trata de una cuestión de principios, no de ganancias materiales. Hemos perdido a un querido miembro de la familia, a un tío, a un hermano, a un amigo… Pedimos doce mil acres, ni uno menos.
A medida que avanzaba la sesión, Halli había ido hundiéndose en la silla. Habían llegado al quid de la cuestión, la auténtica razón de ese juicio. ¡Política y tierra! Aunque sus anticuadas ideas de venganza habían resultado ser traicioneras y corruptas, aún le disgustaba más ese regateo material. No se trataba de su tío, sino de poder. ¿Dónde quedaba el honor? ¿Dónde quedaba la alianza fraternal? ¿Dónde, de hecho, quedaba el amor? Aud tenía razón: el valle ya no le ofrecía nada.
El Consejo seguía formulando detalladas preguntas sobre la compensación a Astrid y a Hord; allí sentado, esperando, Halli volvió a pensar en Aud, en sus sueños de escapar, en el temor que la chica sentía ante el matrimonio… Imaginaba lo mucho que estaría sufriendo ella ahora ante la perspectiva de pasar un invierno, y quizá toda una vida, junto a Ragnar Hakonsson. La idea hizo que su cara se sonrojara de ira, le aceleró la respiración. Movió los ojos; se descubrió mirando a Ragnar Hakonsson, y comprobó que este le devolvía la mirada, con la cara surcada de arrugas de odio. Halli la sostuvo. Sus ojos se cruzaron; sus miradas se encontraron a medio camino y lucharon en silencio, invisibles para el resto del salón. A su lado, los padres respectivos discutían en tono comercial sobre los méritos de campos y rebaños, mientras los miembros del Consejo intervenían, sugerían, citaban precedentes. Era una disputa legal que debía ser resuelta legalmente. La muerte de Brodir no tardaría en quedar olvidada, el asunto zanjado entre los dos Clanes… Pero Ragnar y Halli seguían inmóviles, uno frente a otro, al tiempo que sus voluntades se juntaban como si fueran cornamentas, retrocediendo, avanzando, sin ceder terreno.
Helga, del Clan de Thord, levantó la voz por encima del tumulto; los vasos del salón temblaron ante esa potencia.
—Bien, esto ya está hecho. Discutamos el veredicto.
—¡Un momento, por favor! —Fue Ragnar Hakonsson quien habló. Sin apartar los ojos de Halli, se puso en pie bruscamente y dio unos pasos hacia el centro del salón—. Antes de que el Consejo tome una decisión, creo que se nos permite atraer a la atención de sus miembros otros temas relativos al caso que nos ocupa. ¿Es eso cierto?
La Presidenta del Consejo asintió.
—Así es.
Hord Hakonsson se removió en su asiento.
—Ragnar, ¿a qué viene esto?
—Espera y lo sabrás, padre. Deseo presentar un cargo de asesinato, que, como mínimo, negará y anulará cualquier daño cometido contra los Sveinsson. Hablo de la reciente muerte de mi tío Olaf.
Preparaos para una sorpresa, pero no me cabe la menor duda de ello. —Miró a Halli con ojos que echaban chispas—. Su asesino está sentado en esta sala.
Al oír las palabras de Ragnar, varios Jueces contuvieron la respiración; los asientos crujieron bajo el peso de los traseros. Todos estaban expectantes. Hord Hakonsson parecía tan atónito como los demás; gesticuló en dirección a Ragnar, pero este no le hizo el menor caso.
La voz de la Presidenta del Consejo tenía una nota de severidad.
—Se trata de una grave afirmación que requiere ser justificada.
—Y lo haré. —Ragnar saludó al Consejo y se plantó en el centro del salón. Hablaba ahora dirigiéndose a Halli, que estaba pálido en su silla—. Mi padre —empezó Ragnar en tono suave— corre más despacio que yo. Tardó bastante tiempo en cruzar la casa y llegar a la ventana. Así que no pudo ver nada. Pero yo sí lo vi. Y lo sé.
—Desde un punto de vista legal, tus palabras son levemente dudosas —intervino Ulfar Arnesson—. Además, ¿podrías alzar un poco la voz? Esto es de lo más emocionante.
Los labios de Ragnar esbozaron una fina sonrisa.
—Creo que Halli Sveinsson me entiende perfectamente.
Halli, recordando las órdenes de su madre, mantuvo la compostura y no dijo nada.
Ragnar avanzó por el salón.
—¿Lo veis? ¡La culpabilidad lo ha dejado mudo! Es como si la sombra de mi tío se hubiera levantado de su tumba y hubiera apoyado su mano espectral en su hombro de enano. Resulta fácil ver que…
Sin hacer caso del gesto de advertencia de su madre, Halli se puso en pie de un salto. Le parecía que no era el momento más adecuado para guardar silencio.
—Disculpadme —dijo—, pero ha sido el más puro asombro lo que me ha quitado la voz. Plantear enigmas absurdos puede que sea, junto con besar a las vacas y bañarse en los páramos, uno de los pasatiempos favoritos de las gentes de Hakon, pero a mí no me divierte. Te ruego que aclares tus palabras o las retires.
Varios Jueces fruncieron el ceño, pero la mayoría asintió a las palabras de Halli.
—¡Basta de escenitas! —gritó la arpía del Clan de Gest—. Vayamos al fondo de la cuestión.
Ragnar asintió.
—Muy bien. No hace mucho, la noche en que mi tío murió por causa del fuego, se vio a un intruso que huía de mi casa. Fue perseguido durante millas, pero logró escapar. Todo esto es de sobra conocido por las gentes del valle.
—Cierto —afirmó Ulfar—, pero la identidad de ese malhechor…
—A mí no me cabe la menor duda: fue Halli Sveinsson quien cometió ese crimen.
Se produjo una enorme conmoción en la sala. Hord Hakonsson se levantó de la silla, al igual que otros Jueces. Todos se volvieron hacia Halli, excepto la dama del Clan de Gest, que miraba hacia otro lado. Halli notó que su madre se tensaba a su lado y oyó la maldición que su hermano Leif murmuró entre dientes. En cuanto a él, tuvo la sensación de que las tripas se le contraían, formando un nudo fuerte, pero mantuvo el semblante impasible y un aire tan despreocupado como le fue posible fingir.
—¿Acaso Ragnar tiene alguna prueba con la que apoyar esta sarta de absurdos? —Sonrió—. Juraría que no. Esto es solo un intento desesperado de librarse de la multa que se les impondrá por el asesinato de Brodir. ¡Un truco típico de los Hakonsson!
La respuesta de Ragnar quedó ahogada por los gritos de Hord, Astrid y Leif, y de los séquitos de ambos Clanes; también gritaban varios miembros del Consejo, enormemente emocionados con el desarrollo de los acontecimientos. La anciana bruja del Clan de Gest se había puesto en pie y daba peligrosos golpes al aire con su bastón, mientras que Helga, del Clan de Thord, exigía silencio con las maneras de un toro bravo. Por fin, y gracias a su enorme capacidad pulmonar, logró imponerse sobre el resto.
—¡Silencio he dicho! ¡Sentaos todos! ¡Esto debe manejarse con calma y siguiendo los procedimientos habituales! ¡No! Ni una palabra más, Halli Sveinsson, hasta que te diga lo contrario. Ragnar, expón tu acusación sin ambages.
—Halli Sveinsson asesinó a mi pobre tío enfermo, con alevosía, prendiéndole fuego. ¿Con qué objeto? Vengar la muerte de su tío. ¿Cómo lo sé? Porque cuando llegué a la ventana después de cruzar el salón en llamas, miré hacia el muro que rodea el Clan y le vi allí, ¡justo antes de que saltara al foso! ¡Le vi con mis propios ojos!
—Halli, ¿niegas esta acusación? —preguntó Helga.
Halli contestó con sumo cuidado:
—Yo no maté a Olaf.
—Astrid, del Clan de Svein, ¿qué tienes que decir?
La madre de Halli se puso de pie.
—¡Esta afirmación es ridícula! Halli no es más que un crío, y es bajito incluso para su edad… ¿Cómo iba a matar a Olaf, un guerrero experto?
—Es improbable, pero no imposible… —Helga, del Clan de Thord, tamborileó con los dedos sobre su ancha rodilla—. ¿Acaso él, o cualquier otro miembro de tu Clan, ha viajado al sur del valle durante este pasado otoño?
—¡Nadie, y menos aún el pequeño Halli! Ha estado con nosotros todos los días, ayudando en el campo, como corresponde a un buen chico como él.
—¡Mientes! —gritó Ragnar—. ¡Tú, una Jueza, mintiendo ante el Consejo para proteger a tu hijo! ¡Debería darte vergüenza!
En ese momento Leif Sveinsson se abalanzó hacia Ragnar con gesto amenazador, mientras los hombres del Clan de Svein vigilaban listos para actuar. En el lado opuesto del salón, Hord Hakonsson y los suyos avanzaron hacia delante. Varios miembros del Clan de Rurik, cuyos bíceps eran más grandes que la pata de un cerdo, se dirigieron hacia ellos desde los extremos del salón, aunque no estaba claro si su intención era poner paz o unirse a la refriega.
Helga, del Clan de Thord, profirió un grito de furia que hizo temblar las vigas y paralizó a los hombres en seco. Todos volvieron a sus sitios, cariacontecidos. Ella contempló la escena en tenso silencio.
—¡Esto no es una leyenda de héroes! —gritó—. No toleraré el menor acto violento aquí. Ahora hacemos las cosas de manera distinta, ¡y llevamos así doce generaciones! ¡Que sobre ambas partes caiga la vergüenza por actos como este! Debemos hablar, discutir, debatir; al final el Consejo llegará a un veredicto que reimpondrá la paz en el valle. ¿Vais a aceptarlo u os lanzaréis al cuello del contrario en nombre del honor? ¡Pensadlo bien! ¡Tendréis que responder por vuestros actos!
Un rumor de toses y murmullos se extendió entre los hombres.
Helga asintió con vigor.
—Bien.
Ulfar Arnesson levantó la mano.
—Tengo una pregunta. Ragnar es un joven noble, todos lo sabemos, pero no entiendo por qué ha tardado tanto en acusar a Halli, por qué nos ha mantenido en la ignorancia a todos, incluido a su padre.
Ragnar se encogió de hombros.
—Nadie excepto yo vio a Halli allí; soy el único que sabe que es culpable. Decidí no llevar el asunto más lejos, ya que no poseía más pruebas. Además, sé que mi padre anhelaba terminar con estos problemas cuanto antes, no prolongarlos aún más. Pero hoy, cuando vi la horrenda cara de Halli jactándose ante mí, no pude contenerme. Sea cual sea el veredicto, he dicho la verdad.
Ulfar asintió.
—Sabias palabras. Me inclino a creer en su historia.
—¡Menuda novedad! —replicó Astrid—. ¿Cómo está tu pobre hija hoy, primo? ¿Lista ya para su boda con Ragnar?
Ulfar dejó escapar un suspiro airado y se puso de pie. Mientras Helga le tranquilizaba, Halli dijo:
—Me parece obvio que Ragnar habla por hablar. Permitid que le haga una pregunta. Esa misteriosa figura del muro, ¿se volvió en algún momento hacia ti?
Ragnar meneó la cabeza.
—No.
—¿Así que en realidad no le viste la cara?
—No.
Halli sonrió al Consejo.
—En otras palabras, podría haber sido cualquiera.
Fue Ragnar quien se levantó entonces, como impulsado por un resorte.
—¿Quién de aquí posee tus repulsivas proporciones? —vociferó—. ¡No me hizo falta verte la cara! Ese cuerpo achaparrado que tienes bastó para reconocerte a la luz de las llamas.
Halli se encogió de hombros.
—Piensa que viste a esa persona desde arriba. No es de extrañar que te pareciera más baja de lo normal.
—Nadie es tan paticorto. Eras tú.
Halli apretó los dientes.
—Ah, ¿sí? Recuerdo a la sala que esta es la primera vez que alguien oye la acusación. Afirmo que es una pura invención, debida al odio que los Hakonsson sienten hacia mi familia. Recordad que la última vez que vi a Ragnar, este me pisó el cuello.
Ragnar dejó escapar una risa socarrona.
—Sí, y el hedor aún persiste en la suela de mi bota.
—¿Acaso necesitamos más pruebas? —dijo Halli—. ¿Por qué te metes conmigo, Ragnar? Ve a acusar a alguien que tenga más aspecto de criminal. Tu padre, por ejemplo.
Ragnar soltó un suspiro audible. Si antes estaba pálido, dicha palidez se acentuó aún más al oír las últimas palabras de Halli. Hord, por su parte, no pudo resistir la provocación y se levantó de un salto; las venas de su cuello parecían a punto de estallar.
Helga intentó poner paz.
—¡Hord, vuelve a tu sitio! ¡Orden en la sala! Halli Sveinsson, controla esa lengua.
Halli inclinó la cabeza.
—Pido disculpas. Me he dejado llevar por los nervios del momento. Es uno de mis defectos. Pero al menos no me dedico a acuchillar a la gente, como hace el viejo Hord aquí presente. —Una vez más, Hord avanzó hacia él, con los brazos abiertos como si fuera un oso, pero Halli retrocedió y se puso a salvo—. ¡¿Por qué no me apuñalas ahora?! —gritó—. Haz que tus hombres me sujeten entre todos para que no pueda moverme… Pero, espera, ¿estaré lo bastante indefenso? ¿Por qué no clavas el cuchillo a un palo bien largo? ¡Así podrías matarme desde la sala de al lado sin correr ningún riesgo!
Incluso mientras hablaba comprendió que había ido demasiado lejos. Los tendones sobresalían del cuello de Hord como cuerdas; tenía la cara amoratada y la vista nublada. Con un brazo a la espalda y apretando los dientes, se abalanzó sobre Halli, que se escabulló rápidamente, pero tropezó con su propia silla y cayó sobre el regazo de su madre.
Hord se cernía sobre ellos con el puño en alto. Astrid chilló; Halli levantó la mano en un gesto inútil para proteger a su madre y a sí mismo…
Una sombra avanzó de izquierda a derecha. Cuando Hord estaba ya sobre ellos, su cabeza retrocedió como si le hubieran dado un martillazo en la barbilla. Se tambaleó, sus ojos hicieron chiribitas, pero mantuvo el equilibrio.
Leif bajó la mano y se masajeó los doloridos nudillos.
—Deberías dejarte crecer la barba, Hord —dijo en voz alta—. Así tendrías un poco más de protección…
Hubo un momento de silencio y segundos después… estalló el tumulto.
Varios Jueces se pusieron a emitir agudos chillidos; los asistentes gritaban alarmados. Los hombres de los Clanes de Svein y Hakon no se lo pensaron más y se lanzaron al ataque: algunos volcaron sillas, otros las saltaron en sus esfuerzos de alcanzar al contrincante. Los criados de los Ruriksson se unieron a la pelea con igual velocidad. En el centro del salón las colisiones de hombres se sucedían sin pausa: se agarraban de las barbas, se liaban a puñetazos, patadas, golpes y mordiscos con furia inusitada.
Halli se incorporó e intentó poner a salvo a su madre. Entonces, detrás del furibundo Hord apareció Ragnar: con los ojos echando chispas y la boca abierta, pasó el brazo por detrás del cuello de Halli.
En la zona del Consejo, Helga estaba de puntillas y daba órdenes a voz en grito que resultaban inaudibles. Unos cuantos Jueces la dejaron atrás; entre ellos, la dama del Clan de Gest, que blandía el bastón con una habilidad alarmante aunque poco certera.
Hord se acarició la barbilla. Había recuperado la visión. Se estiró, miró a su alrededor… y fue derribado de rodillas cuando el bastón de la vieja del Clan de Gest impactó con fuerza sobre sus omoplatos.
Halli retrocedía con los dedos de Ragnar en torno a su garganta. Se debatía, intentando presentar batalla con los codos, sin resultado alguno.
Astrid arañó la cara de Ragnar, quien, con la mejilla sangrando, tuvo que soltar a su presa.
De los Asientos de la Ley apareció entonces Ulfar Arnesson, que corría en ayuda de los Hakonsson. Lanzó varios puñetazos débiles contra la espalda de Leif y sus secuaces, que pasaron sin pena ni gloria; Leif y Halli consiguieron conducir a su madre a un extremo tranquilo del salón, pasando entre el montón de sillas volcadas.
Un buen número de mirones pertenecientes al Clan de Rurik, al no tener un aliado obvio a quien unirse, se mantuvo al margen, indeciso. Luego optaron por pelear entre sí. Sus refriegas impedían el paso, y Halli y Leif retrocedieron, sin saber dónde meterse.
Entonces Ulfar Arnesson propinó a Leif un puntapié en el culo; Leif, que de esto sí se enteró un poco, le respondió con un puñetazo que lanzó a Ulfar al otro lado de la sala, dónde fue a darse contra el bastón de la vieja del Clan de Gest y rebotó contra las amplias faldas de la Jueza más corpulenta y gritona, cuya silla se desplomó debido al súbito aumento de peso.
Leif y Astrid trataron de avanzar hacia el centro del salón, entre puntuales refriegas. Halli, que les pisaba los talones, miró hacia atrás. Vio que Hord Hakonsson se incorporaba despacio; al principio parecía aturdido, pero enseguida asomó a sus ojos una decidida expresión de violencia. Vio cómo Hord los miraba, amenazante; vio cómo su mano se perdía en el chaleco y sacaba de él un cuchillo de caza…
Halli señaló hacia él y lanzó un grito, pero el fragor de las peleas sofocó su aviso.
Hord iba hacia ellos, cuchillo en mano.
Halli retrocedió como pudo: el caos circundante le impedía moverse con libertad.
Hord se acercaba cada vez más.
Al percatarse de que sus gritos no servían de nada, Helga, del Clan de Thord, se levantó con semblante amenazador y, agarrando su silla con una mano, avanzó a grandes zancadas. Con la facilidad de quien está habituada a cargar con ovejas cojas desde las montañas, dibujó un rápido arco en el aire con la silla y la dejó caer limpiamente sobre la cabeza de Hord.
Hord se tambaleó como un buey aturdido y se desplomó. El cuchillo se le escapó de la mano, se deslizó por el suelo y siguió girando. Su hoja resplandecía al dar vueltas.
Como si el ruido hubiera sido realmente fuerte, todos los ojos se posaron en él; los hombres soltaron las barbas, narices, orejas y pelos ajenos. Un silencio sepulcral se apoderó del salón. Halli, Astrid, Leif, Ragnar, la arpía del Clan de Gest, Ulfar Arnesson (aún liado entre las faldas de la Jueza del Clan de Orm): todos se quedaron paralizados y observaron el cuchillo, que no paraba de dar vueltas sobre sí mismo.
La rotación del arma fue haciéndose cada vez más y más lenta… Hasta que se paró.
Helga, que todavía sostenía su silla con una mano, se llevó la otra a la cara y se apartó el cabello de la frente, cubierta de una fina capa de sudor.
—Creo que ya basta —dijo Helga, y esta vez no le hizo falta gritar—. Todos nos sentimos avergonzados de que una escena tan desagradable como esta haya tenido lugar durante una reunión de nuestro sagrado Consejo. Presenciar este estallido de violencia donde deberían reinar la serenidad y la discusión civilizada me hace hervir la sangre; mis brazos tienen ganas de inculcaros el sentido común a golpes. Pero también yo tengo parte de culpa. —Dejó la silla en el suelo con un ruido estentóreo y prosiguió con su discurso—: Nadie está libre de ella. Todos seguimos malditos. Al parecer no importa cuántos años pasen, ni que nuestras familias se unan mediante lazos de matrimonio, la vieja locura que afectó a los héroes sigue vigente en nuestra sangre. ¡Qué poco tardamos en enzarzarnos en una pelea! Todos: hombres y mujeres, viejos y jóvenes. Sí, todos estamos malditos. Pero ha sido un único bando —dijo, endureciendo el tono de voz— el que se ha atrevido a sacar un arma… Se ha atrevido a volver a sacarla, debería decir, ya que ese era el mismo delito por el que hoy debíamos juzgarlo. Todos hemos sido testigos de tus intenciones, Hord Hakonsson, y ahora no nos cabe la menor duda de las pruebas que hemos oído referentes a la muerte de Brodir Sveinsson. Deberás pagar por ello, y pagar de manera ejemplar. También se te multará por sacar ese cuchillo a la vista de todos. Espero que los muchos campos que vas a perder sirvan de lección para que el resto aprenda a contener sus más bajas pasiones y a luchar solo en aras de mantenerlas bajo control. Ahora arreglemos este desaguisado.
Hord yacía en el suelo, parpadeando, boqueando como un pez fuera del agua. Pero fue Ragnar quien, al tiempo que se masajeaba la dolorida mejilla con un pañuelo, gritó en voz bien alta:
—¡¿Y qué pasa con Halli?! ¡¿Qué pasa con su crimen?! ¡¿Dónde está su castigo?!
Helga miró a Ragnar con frialdad glacial.
—No existe la menor prueba que confirme tu historia, y el honor de vuestro Clan está tan erosionado que no veo razón alguna para creer ni una sola de tus palabras. Si esa acusación se vuelve a mencionar en presencia del Consejo, dictaré nuevas y peores sanciones para tu Clan.
Ragnar observaba a Helga de hito en hito; luego pasó a mirar a Halli, que le guiñó un ojo maliciosamente. Luego, con semblante inexpresivo, Ragnar se agachó a ayudar a su padre. Hord se había puesto de rodillas; se movía con dificultad y parecía tener problemas para incorporarse. Tenía la nariz hinchada y roja del trompazo contra el suelo, y la mirada algo perdida. Pero cuando habló, lo hizo con voz firme. Todos los allí presentes le oyeron.
—Es de sobra sabido que los juicios del Consejo adolecen de un exceso de feminidad, y que están dictados más por el afán de paz que por el de hacer justicia —dijo él—. Pero la declaración de Helga marca un nuevo hito a este respecto. ¿Así que el asesino de mi hermano queda libre mientras yo debo arrodillarme y perder mis tierras para enriquecer a su Clan? Bien, que sepáis que no acepto este veredicto. Que sepáis que no cederé ni un centímetro de tierra a los Sveinsson. Que sepáis que, si alguien intenta imponernos esta sentencia, nos rebelaremos con la fuerza de las armas. Quiero dejar claras mis intenciones de vengarme del Clan de Svein en general, y de ese enano descarado que se atreve a sonreírme en particular, antes de que pase un año. No habrá paz en el valle hasta que lo vea en su tumba. ¡Lo juro en nombre de Hakon, el héroe de héroes! Ahora me marcharé del salón y espero que nadie ose detenerme. Gracias a los Ruriksson por su hospitalidad.
Todos le oyeron. Todos permanecieron en silencio mientras, ayudado por su hijo, Hord se ponía de pie con la cara contraída por el dolor. Todos retrocedieron, temblorosos, mientras, con paso vacilante, los Hakonsson se dirigían hacia la puerta. Hord avanzaba encorvado; su nariz parecía más protuberante que nunca. Ragnar tenía la mejilla arañada y ensangrentada. Juntos llegaron a las puertas y las abrieron de par en par. Se marcharon. La luz del día inundó la sala.
El salón de Rurik seguía sumido en el silencio. Luego se produjo un suspiro general.
Leif y Astrid se miraron, y se volvieron hacia Halli al unísono.
Halli aplaudió con alegría.
—Bueno —exclamó—, al final tampoco ha ido tan mal, ¿no?