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La gran mansión del Clan de Svein estaba terminada, pero todas las noches los trows seguían olisqueando sus puertas. Esto enojaba a Svein. Empezó a construir unos muros de protección alrededor de la finca. Hizo que sus hombres trabajaran duramente, pero un año después el trabajo aún estaba a medias.

—Esto no funciona —dijo Svein—. Necesito más mano de obra.

Al norte del río el valle estaba controlado por el héroe Rurik. A Svein le pareció que Rurik tenía hombres de sobra. Svein cogió una porra y un trozo de cuerda, fue hasta el río y se sumergió en él. Cruzó a nado los torrentes, se secó, caminó hasta la granja más próxima y llamó a la puerta.

—Necesito trabajadores para mi muro —dijo Svein—. Vosotros me serviréis. Salid y hablaremos del tema.

Los granjeros salieron, espadas en mano, pero Svein los derribó a porrazos, los ató y volvió a cruzar el río a nado con ellos. Cuando llegó a sus tierras, los puso a trabajar.

Consiguió así a dos docenas de hombres y la barrera de piedra se construyó con más facilidad.

Pasaron tres días. Durante la mañana del tercer día, Ulfar Arnesson supo que los Hakonsson habían cesado en la cacería humana emprendida por sus tierras y habían decidido volver a su Clan. Del mismo modo, las patrullas que habían apostado en el camino central del valle fueron disueltas. Se decía que la frente de Hord Hakonsson se había tornado negra; eran pocos los hombres de su séquito que se atrevían a acercársele y nadie osaba hablar en voz alta en su presencia.

Al caer la noche, las gentes del Clan de Arne se reunieron en el salón principal para cenar. Los caminos que circundaban el Clan se volvieron silenciosos, densos de sombras. Nada se movía. De repente algo sucedió en el oscuro interior del viejo granero. Se oyó una maldición entre dientes seguida de una palmada en los cuartos traseros de un caballo. Del granero salió una silueta encogida montada en un poni bajo y rechoncho. El jinete miró de soslayo las brillantes ventanas del Clan y luego sacudió las riendas con energía. El poni no aceleró en lo más mínimo: con el mismo paso cansino recorrió el camino principal y se internó entre los árboles.

* * *

Durante el tiempo pasado en el granero la forma física de Halli había mejorado a pasos agigantados. Aud le había llevado comida todos los días, y agua para lavarse; las heridas se habían curado y él había recobrado parte de sus fuerzas. Sus viejas ropas acabaron en la pila del estiércol, gracias a Aud; en su lugar Halli vestía ahora una túnica gris de lana, típica de los criados, con la banda púrpura en la manga que caracterizaba al Clan de Arne. Se parecía muy poco al harapiento fugitivo que había huido de las tierras de Hakon.

Incluso así, avanzó hacia el norte del valle con suma cautela. Aprovechó la primera hora de la mañana y la última de la tarde para viajar, y se escondió durante los ratos del día de mayor bullicio en los bosques que flanqueaban el camino. En las noches de luna llena, proseguía el viaje al amparo de su luz. Tuvo cuidado en evitar las regiones donde alguien podía recordar su cara o su persona, dio rodeos siempre que lo creyó necesario y se detuvo a comprar provisiones solo en las granjas más remotas. Su cautela obtuvo resultados. Casi con sorpresa, se halló por debajo de las cataratas sin haber sido embreado, emplumado, colgado o atravesado por una flecha, y sin que nadie se hubiera enterado de su paso.

Ni Halli ni el poni, que Aud había robado de una manada de viejos animales de carga, ya agotados, estaban en condiciones de subir por el cañón a gran velocidad. El ascenso se prolongó durante tres largos días. En este tiempo Halli se cruzó con varios viajeros que descendían: tres comerciantes de lana del Clan de Gest, que llevaban una recua de caballos cargados de abultados sacos; un mensajero que iba del Clan de Rurik al de Thord; y, por último, justo antes de llegar a las empinadas pendientes del Jalón, un joven músico con su arpa. Todos le hablaron con amabilidad; nadie intentó apuñalarlo. Sin embargo, Halli se sentía acosado por inquietantes recuerdos, sobre todo cuando pasó por el pequeño prado con el círculo de ceniza en el centro. No acampó allí, sino que decidió pasar la noche en un repecho estrecho, algo más arriba, escuchando los saltos de agua de las cataratas.

Cuando despertó, al amanecer, con la capa y el cabello tiesos de escarcha, echó un vistazo a los acantilados del norte, y vio, más allá de los pinos altos, una fila de tumbas lejanas. Su visión se le antojó un desafío silencioso.

La propuesta de Aud, por sorprendente que le sonara al principio, le había ido pareciendo menos descabellada a medida que pasaron los días. De hecho, una vez superado el primer impacto, las objeciones de Halli se desvanecieron enseguida: cuanto más hablaba Aud, más lógica tenían sus razonamientos sobre los trows. Esto se debía en parte a que el escepticismo que suscitaban en ella las leyendas despertaba preguntas que él siempre se había formulado para sus adentros, y en parte porque cuando ella le halagaba le ayudaba a recuperar su maltrecha confianza en sí mismo. Era porque ella se sentaba muy cerca de él, y porque sus ojos brillaban en la semipenumbra. Pero sobre todo porque la aventura que le proponía —por peligrosa y arriesgada que fuera— le servía para llenar aquel vacío interno, el hueco que sus últimas experiencias habían dejado atrás. El deseo de ella le resultaba contagioso, y las confidencias compartidas, a la vez divertidas y emocionantes. La mera idea de explorar las montañas prohibidas, arriesgándose al enfrentamiento con los trows, le producía un agradable hormigueo que le hacía sentir vivo.

Lo cual contrastaba enormemente con la decepción que le embargaba ante la perspectiva de regresar a casa.

Cuando partió del Clan de Svein en su misión de venganza, no se había detenido a pensar demasiado en lo que sucedería cuando volviera. Pero en el fondo, las esperanzas que había albergado eran claras y simples: ser aclamado como un héroe que había realizado grandes hazañas. Ahora todo aquello había quedado reducido a polvo, ya que el encuentro con Olaf había supuesto para él una profunda transformación. Sus certezas se habían esfumado y ya no confiaba en el impulso que había guiado sus actos. Lo único que sabía con seguridad era que no quería, ni merecía, reconocimiento alguno por su actuación. Ningún miembro de su Clan necesitaba saber dónde había estado o qué había sucedido. Mantendría el secreto, inventaría algún cuento, aceptaría los ineludibles castigos y volvería a su vida normal. Cuando menos hasta que llegara Aud.

Por encima de las cataratas, el otoño ya dejaba notar su presencia y la proximidad del invierno. Las hojas de los árboles habían adquirido un tono rojizo y anaranjado, y la nieve llegaba a cotas bajas. Al igual que en el viaje de ida, la niebla envolvía el valle y los monumentos funerarios que se hallaban junto al camino. Sin mirar a derecha ni a izquierda, Halli intentó apresurar el trote del poni.

No había luz en la choza de Snorri y nadie respondió cuando llamó a la puerta. Era de suponer que el viejo habría salido al campo, a recolectar remolachas con el cuchillo de Arnkel. Halli suspiró. Otra mala acción por la que tendría que rendir cuentas cuando llegara a casa.

Habían transcurrido apenas cuatro semanas desde la última ocasión en que había pisado las tierras de Svein, pero los campos de la familia le parecieron distintos. Prosiguió sin prisas, dejando que el poni marcara el ritmo. No se cruzó con un alma durante ese tramo del camino.

Había anochecido cuando llegó al Clan. Como siempre, la puerta norte estaba abierta. Halli desmontó del poni, atravesó la puerta con el animal cogido de las riendas y pasó por delante de las casas de los trabajadores hasta alcanzar el pequeño patio. Algunos le vieron en ese momento: atisbo a Brusi paralizado por la sorpresa junto al pozo, y a Kugi, que le miraba boquiabierto desde la pocilga; oyó que su nombre recorría los callejones y entraba y salía de las casas, donde los calderos se calentaban al fuego, y vio cómo hombres y mujeres abandonaban sus quehaceres vespertinos para salir a verle, de manera que antes de que llegara a la mansión, todo el Clan, incluida Gudrun, la cabrera, que vivía en una chocilla en mitad del campo, sabía que Halli había vuelto. Este no hizo el menor caso de todo aquello. Llevó el poni por el patio y lo ató allí; luego, tras echarse la bolsa al hombro por última vez, cruzó el porche y entró en la mansión, donde ya se habían encendido las luces.

Su familia estaba sentada a la mesa. El primero en verle fue el viejo Eyjolf, que soltó un grito entre sorpresa y la alarma. Entonces su madre fue corriendo hacia él, seguida por su padre, y Katla lloraba junto al fuego, y su hermana y hermano parecían alegres y enojados a la vez, y de repente se vio abrazado por todos; el silencio que se había autoimpuesto sobre el viaje quedó substituido por un clamor repentino, mientras él casi se ahogaba bajo el aluvión de abrazos.

* * *

El retorno de Halli llenó el Clan de alegría, y no hubo una sola persona que no se conmoviera ante la felicidad y el alivio que embargó a su familia. Esto duró unos cinco minutos; a partir de ese momento las cosas se complicaron un poco, cuando el gozo se trocó en asombro y luego en enfado.

En función del relato que Kada había realizado de su último encuentro, todos habían supuesto que Halli, llevado por el dolor ante la muerte de su tío, había subido la montaña el día del funeral, quizá para observarlo a distancia. Cuando no regresó, partidas de búsqueda registraron los montes y las grietas hasta donde les estaba permitido ascender; por fin, varios días después, al no hallarse ni rastro de él, aceptaron de mala gana la respuesta: ya fuera de manera accidental o deliberada, Halli había ido más allá de las runas; no volverían a verlo.

Sumidos en la tristeza, los miembros del Clan se entregaron a evocar la figura de Halli bajo el prisma cálido de la añoranza: junto a los barriles de cerveza recordaron con cariño su espíritu aventurero y su amor por la vida, se rieron de sus escapadas, se comentó lo mucho que prometía… Sin embargo, ahora que había reaparecido, más delgado de cara pero evidentemente sano y salvo, aquella luz cálida no tardó en apagarse, y todos rivalizaban entre sí para rememorar sus múltiples defectos y las molestias que había causado a todas horas.

A Halli le importaba bastante poco la opinión de la mayoría de la gente, pero la desazón de su familia le afectó más de lo que había esperado. Les contó la historia que había pergeñado durante el viaje de regreso y luego se calló y aguantó el chaparrón.

—¿Fuiste a explorar el valle? —bramó Arnkel—. ¿Así sin más? ¿Sin mi permiso?

—¿Mendigaste en los porches de los Clanes del sur del valle? —chilló Astrid, mesándose los cabellos—. ¡Has arrastrado por el barro el nombre de nuestra familia!

—Tú, un hijo de Svein, ¿te has paseado por el valle vestido con una túnica de criado? —gritó Leif—. Y luego, cuando esa se convirtió en harapos, ¿no se te ocurrió nada más que coger la de un criado de otro Clan? ¿Acaso no tienes orgullo?

—Hemos llorado desde que te fuiste —dijo simplemente Gudny—. Tu madre no ha vuelto a sonreír desde ese día. ¿Qué dices a eso, bribón?

Cuando podía introducir una palabra entre aquel alud de reconvenciones, Halli ofrecía respuestas breves:

«Estaba muy triste por la muerte de Brodir. No podía seguir aquí ni un solo momento más».

«Me preocupé de que nadie se enterara de mi nombre».

«No me sentía digno de llevar nuestros colores».

«Sé el dolor que os he causado y lo lamento. Pero ahora he vuelto».

No estaba claro si alguien oía sus respuestas entre tanto alboroto; pero, aunque así fuera, era poco probable que se hubieran dado por satisfechos con ellas. El interrogatorio prosiguió de manera intermitente varios días, al igual que los arrebatos sucesivos de alegría y furia. Halli se ganó una asombrosa sucesión de reacciones, que iban de los gritos a la indiferencia, y de esta al llanto. Arnkel le azotó, y no solo en una ocasión, sino cada vez que se enteraba de algún detalle nuevo de su travesura, lo cual sucedía bastante a menudo.

Halli no protestó. Todo aquello formaba parte de su castigo y lo sabía.

Lo que más le desconcertaba era la reacción de Katla. A diferencia de su familia, su vieja aya se quedó callada y mantenía las distancias con respecto a él.

—Katla, por favor. Dime algo…

—He pasado muchas semanas llorando por el pequeño Halli. Está muerto.

—Pero no es así… ¡Mira! ¡Estoy aquí! He regresado…

—El chico al que yo conocí nunca habría sido tan egoísta y malvado como tú. Vete y déjame llorar en paz.

Por mucho que él se esforzó, no logró consolarla.

A pesar de la sorpresa ante su retorno, el Clan se hallaba enfrascado en los preparativos para el invierno y la gente disponía de poco tiempo para dedicarlo a un pródigo hijo menor. Las nubes que se cernían sobre el Clan de Svein eran más bajas cada día; el ganado fue conducido más y más cerca de la barrera contra los trows; se almacenó la comida, se realizaron reparaciones en los tejados y en las paredes de los cobertizos para animales. Halli ocupó su lugar entre los trabajadores y puso manos a la obra en silencio; la gente no tardó en darse cuenta de que era más fuerte y rápido que antes, su semblante se mostraba más decidido, sus ojos poseían una mirada más dura y fuerte. Los que le echaban en cara su escapada tuvieron que morderse la lengua al ver todo esto y eran muchos los que le miraban de reojo.

Un día Halli fue llamado a presentarse en los aposentos de sus padres. Arnkel, que había adelgazado mucho durante el otoño y estaba ahora afectado por una tos insistente, se hallaba sentado de manera descuidada y con la mirada perdida. Su madre estaba en pie a su lado, y sus ojos eran tan penetrantes como de costumbre.

Arnkel miró a Halli por el rabillo del ojo, luego fingió no prestarle atención.

—¿Aún estás aquí? —se exclamó Arnkel—. ¿No te has vuelto a escapar?

—Padre, ya te he dicho que lo siento…

—Tus disculpas cayeron en saco roto antes; no sigas repitiéndolas. Ya basta. Tu madre y yo tenemos una pregunta para ti. Ayer Kar Gestsson pasó por este Clan, con su cargamento de mantas roñosas. Le compré dos de ellas por pura educación, pero eso da igual ahora. Kar traía noticias del sur del valle. Dice, y conste que siempre he pensado que era un tipo sincero aunque incoherente por la falta de dientes, dice… —De repente los ojos de Arnkel se clavaron en Halli, observando su cara fijamente—. Dice que Olaf Hakonsson está muerto y que su casa fue pasto de las llamas. ¿Qué sabes de eso?

Halli notó un nudo en el estómago, pero conservó la expresión tranquila.

—¿Muerto? ¿Cómo ha sido eso, padre?

—Aún no está claro. Al parecer, juego sucio.

—Corren rumores de un único intruso… —intervino la madre de Halli.

Rascándose la barbilla con aire pensativo, Halli dijo:

—Menuda noticia. Recuerdo haber visto una columna de humo durante mis correrías. Procedía del este. Quizá fuera la casa.

—¿De modo que no aprovechaste tu escapada para ir al Clan de Hakon…?

—No, padre.

—¿Y no mataste a Olaf?

—¡No, padre! —Halli se rio a carcajadas—. ¿Yo?

La risa se esfumó en el aire. Halli posó los ojos en sus padres. Ambos estaban impasibles; contemplaron a su hijo durante un rato sin decir nada.

—La verdad es que la idea parece ridícula —dijo Arnkel por fin—. Y sin embargo… Bueno, si no ha sido así, no hay más que hablar. Hemos preguntado y tú has respondido: el tema queda zanjado entre nosotros. —Suspiró y estiró las largas piernas. Sus brazos parecían más delgados de lo que recordaba Halli, los huesos se perfilaban bajo la carne. Su padre prosiguió—: En confianza, me alegro de que el asesino de tu tío esté muerto y siento un gran respeto por su asesino, quienquiera que sea. Tu madre está más atemorizada. La semana próxima se reúne el Consejo para resolver el asunto de la muerte de Brodir y ella teme que nuestra demanda se vea afectada por este suceso. A mí no me preocupa. Siempre y cuando —añadió con intención—, siempre y cuando no hayamos jugado ningún papel en su muerte, y nadie pueda demostrar lo contrario. En ese caso no hay nada que temer.

Fuera por la fragilidad que adivinaba en Arnkel o por algo en su tono de voz, Halli sintió unas súbitas ganas de tranquilizarlo, de complacer a su padre con sus palabras:

—Sospecho —dijo muy despacio— que el asesino no habrá dejado la menor prueba de su identidad. No me cabe duda que alguien como Olaf debería haberse granjeado muchos enemigos. Son muchos los que le querían muerto, así que existen numerosos posibles culpables. No hace falta que nos preocupemos. Padre, ¿te encuentras bien?

—Oh, sí. Es solo el invierno que se acerca. Nunca me ha gustado. Hijo, controla tus energías y serás un honor para este Clan. Si te aplicas y trabajas duro, en un par de años tendrás tu propia granja. ¿Lo harás? Bien.

La madre de Halli había apoyado la mano sobre el hombro de su marido. Su semblante denotaba ansiedad; su expresión, al mirar a Halli, seguía siendo dura. Por fin tomó la palabra:

—Por nuestro bien espero que aciertes en lo que dices. Resulta de vital importancia que presentes el caso adecuadamente delante de los Jueces.

—Seré un buen testigo, madre.

—Muy bien. Puedes irte.

—Una última cosa… —añadió Arnkel cuando Halli ya estaba casi en la puerta—. No habrás visto mi cuchillo, ¿verdad, hijo preferido?

Halli bajó la cabeza.

—Padre, lo cogí y… lo perdí.

Arnkel suspiró, y tuvo un repentino ataque de tos.

—Debería volver a azotarte, pero ya tengo la correa gastada. Vete ya, hijo, y no hables con nadie de esta conversación.

Halli pasó por el salón, donde los tesoros de Svein colgaban de las paredes llenos de polvo. La caja que había contenido el cinturón de plata seguía donde él la había dejado. Halli, que había planeado devolver el cinturón, aún no había tenido la ocasión de hacerlo. El cinturón estaba ahora escondido en el colchón de su cama, junto con la falsa garra de trow. Lo colocaría en su sitio cuando tuviera tiempo, cuando la gente se hubiera olvidado de su escapada y ya nadie le prestara atención.

* * *

Por desgracia para Halli, los comerciantes que habían llevado a oídos de Arnkel y Astrid las noticias sobre los sucesos del sur del valle también las habían comentado con otros miembros del Clan de Svein. Renació rápidamente el interés por las actividades de Halli, y se sacaron conclusiones.

—Se cuenta —dijo Grim, el herrero, al tiempo que se secaba los restos de cerveza de la barba— que a Olaf Hakonsson lo sacaron de la cama y le rajaron la garganta, así, sin más preámbulos. Y luego, como insulto añadido, el asesino prendió fuego al cadáver para que sus familiares lo encontraran.

—Olaf no era ningún debilucho, todos lo sabemos —susurró Eyjolf—. Hace falta mucha fuerza para cometer ese crimen.

—Uno nunca lo pensaría del chico, ¿verdad?

—No. Tan bajito, tan poca cosa…

Bolli, el panadero, meneó la cabeza con aire reflexivo.

—Ah, pero ¿le habéis visto trabajar en los corrales de ovejas? ¿Habéis visto cómo usa el martillo? Presientes la violencia que lleva dentro con cada golpe que asesta. En cierto sentido eso de ser menudo es aún peor. Si fuera un grandullón uno lo entendería, sería más natural. Ah, me pone la piel de gallina. Lo que es yo, no pienso contrariarle.

—¿Os acordáis de su tío abuelo Onund? —intervino Unn, el curtidor—. Las historias dicen que era igual que él. Una mosquita muerta durante la mayor parte del tiempo, pero cuando se enojaba… ¡mejor ponerse a cubierto! Era capaz de partirte el cuello con sus propias manos en un segundo.

—Lo que me gustaría saber es cómo consiguió penetrar en el Clan. ¡Habéis visto esos muros! Tuvo que escalarlos como una especie de murciélago.

—No es ni natural, ¿no creéis?

—Lo que os digo: me abstendré de contrariarle.

No pasó mucho tiempo antes de que Halli advirtiera que la gente se callaba al verlo pasar, las miradas de soslayo que le dedicaban cuando les daba la espalda, los susurros apenas audibles. Para su estupefacción, los adultos empezaron a tratarlo con un respeto torpe e incluso temeroso, mientras que puñados de críos lo seguían por todas partes, apostados detrás de arbustos y postes mientras él iba a lo suyo.

—¿Qué narices les pasa? —exclamó Halli un día en el salón delante de Leif y Gudny—. ¡He tenido que soportar a tres malandrines que me espiaban mientras estaba en el retrete! Cuando levanté la cabeza, se rieron y echaron a correr. El Clan entero está loco.

—¿Por qué te preocupas? —le atajó Leif. Desde que empezaron a circular los rumores, trataba a Halli con una cautela no exenta de resentimiento. Se le veía a menudo junto a un barril de cerveza, con el vaso en la mano—. Es lo que siempre habías deseado, ¿no?

—¿De qué hablas?

Su hermano soltó una carcajada amarga.

—¡De la fama! No te hagas el inocente conmigo.

—No lo hago —replicó Halli—. Pero esto es…

—Déjate de falsa modestia, por favor, Halli —dijo Gudny. También ella se había vuelto algo más educada con él en los últimos días. Era como si se percatara de su existencia por primera vez—. Olaf se lo había ganado a pulso. Todos estamos de acuerdo en eso.

—¿Alguien lamenta su muerte? —rezongó Leif—. Yo no, desde luego.

—Ni yo —dijo Gudny—. Ni nuestro pobre padre. Nos alegramos de que lo mataras.

—Pero…

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Leif—. Con el cuchillo de padre, supongo.

—No. Yo…

—¿Lo estrangulaste entonces? Supongo que lo pillarías desprevenido. Era demasiado fuerte para ti.

—He oído que murió quemado —dijo Gudny—. Creo que es una muerte atroz, ¿no estás de acuerdo, Leif? Incluso para un Hakonsson.

—Bueno, ¿qué cabe esperar cuando alguien ajusta cuentas con un asesino?

Halli puso los ojos en blanco y movió las manos.

—Escuchad, os contaré lo que pasó…

Leif alzó una mano.

—No queremos saber cómo lo hiciste. Una vez hecho, los detalles resultan desagradables. Pero asegúrate de no meter la pata en el juicio. Eso es lo importante. Necesitamos esas tierras.

* * *

Unos cuantos días después una delegación partía hacia el juicio de los asesinos de Brodir. Debía tener lugar en un entorno neutral, el Clan de Rurik, situado al otro lado del valle, frente al Clan de Svein. Halli, aliviado de verse libre de la opresiva atmósfera que se respiraba en casa, cabalgaba con su madre y su hermano y un grupo de cinco hombres más. Su padre no asistiría; la tos había empeorado y la fiebre le obligaba a guardar cama.

El viaje duró poco más de tres horas. El Clan de Rurik era una finca agradable, de tamaño medio, situada entre campos verdes, no muy lejos del caudaloso río. Al igual que el de Arne, ya no tenía muralla contra los trows: estaba rodeado de huertos repletos de panales, cuya miel había dado fama al Clan en todo el valle. La mansión, más alta que la mayoría de las que había por la zona y provista de un tejado en forma cónica, bullía de actividad; a través de las ventanas pudieron ver los verdes atuendos de los Ruriksson, que recibían a un surtido grupo de dignatarios procedentes de todo el valle vestidos con la ceremonia que merecía la ocasión.

Desmontaron y se prepararon en el patio; Halli se mantenía callado, con la vista puesta en las palomas que revoloteaban por el tejado. Para su sorpresa, el inminente encuentro con los Hakonsson no le provocaba ansiedad; más bien tenía ganas de zanjar el asunto cuanto antes. Todo su odio se había evaporado en el fuego que había consumido a Olaf, y puesto que nadie le había visto salir del salón en llamas, no temía verse descubierto. ¡Ya bastaba de esos cuentos que corrían por el valle! Cuando Aud se instalara en su casa, pondrían su atención en cosas más importantes. Levantó la vista hacia las montañas que había a lo lejos, detrás del Clan.

En algún lugar de ahí arriba existiría la forma de escapar de todo eso…

Tal vez Aud estuviera presente en el juicio. Su padre comparecería, seguro, en calidad de Juez. A Halli se le aceleró un poco el corazón ante la perspectiva de verla. Recorrió el patio con la mirada, silbando.

Una sombra se cernió sobre su hombro. Su madre le agarró de una oreja y se lo llevó a un lado del patio.

La voz de Astrid era muy seria.

—Escúchame con atención, Halli: quiero que prestes atención con cada músculo de tu cuerpo. Estamos a punto de someter nuestro caso al veredicto del Consejo de Jueces, ante mis iguales en el valle. Les relatarás lo que le sucedió a tu tío, y lo harás de manera clara, educada y concisa. Hay mucho en juego. Dirígete únicamente a los Jueces; y sobre todo no quiero que cruces ni una mirada con los Hakonsson, que también estarán presentes. Intentarán burlarse de tu historia, intentarán que te contradigas. ¡No caigas en su trampa! Ni una mirada, ¿entendido?

—Un hombre más altivo inferiría de todo esto que no confías en mí, madre —replicó Halli.

—Altivo o no, sería un tipo perspicaz, ya que confío menos en ti que en un gato traicionero. Hord y Ragnar estarán a quince metros de distancia. Evita demostrarles hostilidad o disgusto; no quiero miradas desafiantes, intercambios de insultos, gestos obscenos con la mano. Y sobre todo no quiero el menor ataque físico contra ellos. ¿Me he explicado bien?

—Podrías haber sido un poco más explícita en los detalles, pero sí, supongo que sí.

—Bien. Entonces, entremos.