16
Svein no estaba satisfecho con el aspecto de su Clan, que era poco más que unas cuantas granjas en ruinas diseminadas por los campos.
—Podemos conseguir algo mejor —dijo.
Hizo que sus hombres arrastraran pinos desde el bosque y los puso a picar piedra, pero cuando iniciaron la construcción de su mansión, surgieron los problemas. Las paredes se derrumbaban una y otra vez.
Cerca del Lago Esbelto vivía una vieja de quien se decía que era bruja. La mayoría de la gente la evitaba, pero Svein se llevaba bien con ella y fue a pedirle consejo sobre las paredes.
—Eso es fácil —dijo ella—. Necesitas que alguien proteja los cimientos.
—¿Alguien en especial?
—Joven, guapo, fuerte. Esa clase de cosas.
De manera que Svein regresó a su casa y escogió a un joven de entre los presos capturados durante los ataques. Lo mandó matar y enterrar en los cimientos. A partir de ese momento la mansión se alzó alta y fuerte.
Durante varios segundos Halli y Aud se quedaron paralizados mientras —separados de ellos por solo unos cuantos metros de aire y un estrecho grosor de madera— dos hombres entraban en el establo. Escucharon el rumor de pasos en el suelo de tierra y otros sonidos indefinibles que indicaban movimientos deliberados a derecha e izquierda en la parte de abajo del granero.
Los hombres revisarían las cuadras, los antiguos cubículos para los animales; mirarían en las montañas de heno si las había. No tardarían mucho en agotar todas las posibilidades.
Entonces subirían por la escalera.
Halli paseó la mirada desesperadamente por todo el espacio superior, por los escasos montones de paja que cubrían el suelo, por las vigas inclinadas repletas de telarañas.
Nada. Un espacio vacío. No había donde esconderse.
Excepto…
Se agarró a la manga de Aud, levemente sorprendido por la delgadez del brazo bajo la lana; cuando ella le miró, él movió la cabeza en dirección a la parte trasera del establo, al lugar donde se reflejaba un óvalo de luz.
El agujero del techo.
La cara de Aud no expresó comprensión, pero debió de captar la idea, ya que se alejó de él en un periquete, avanzando por el pajar con pasos rápidos y a la vez inaudibles. Halli la siguió, aunque se percató de que no podía alcanzar aquella velocidad sin hacer un ruido que tendría consecuencias fatales. Con sumo cuidado para no darse con las vigas recorrió el espacio, esperando oír un grito airado procedente de la planta inferior en cualquier momento.
En el extremo opuesto le esperaba Aud, con una expresión de fastidio e impaciencia dibujada en el semblante. Sin hacerle mucho caso, Halli sacó la cabeza por el agujero al igual que había hecho antes ese mismo día. Oteó los campos con curiosidad, no vio a nadie cerca y, aferrándose a la seca paja de los bordes del orificio, se dio impulso y sacó el cuerpo al aire libre.
El tejado estaba construido con haces de paja superpuestos, que en principio habían sido tensados con fuerza pero que ahora estaban viejos, gastados y algo sueltos. Presentaba una pronunciada inclinación, y culminaba no muy por debajo del agujero: una buena distancia le separaba del suelo, lleno de piedras, troncos de madera y matas de espinos.
Con gran esfuerzo Halli consiguió apoyar las rodillas en el borde del agujero. Sus dedos intentaron agarrarse a ambos lados. Consternado, comprobó que la paja estaba suelta y no facilitaba el agarre.
—¡Por amor de Arne, no te lo pienses tanto! —susurró una enojada Aud—. Mueve el culo.
Halli se giró hacia la derecha, se apoyó en la paja y salió por fin del agujero. Sus pies encontraron un apoyo; se quedó, sano y salvo, en la parte exterior del tejado.
En algún lugar lejano, por la planta inferior del establo, una voz gritó algo. Él no pudo entender qué decía.
Aud se subió al agujero. Halli le tendió la mano.
Justo cuando ella la cogió, una expresión de horror invadió su cara. Las dos acciones no tenían nada que ver; ella dijo algo sin palabras y al mismo tiempo Halli cayó en lo que se habían olvidado.
Habían dejado las bolsas.
Antes de que Halli pudiera reaccionar, Aud le había soltado la mano y había desaparecido en el pajar.
Halli maldijo entre dientes. Apoyado en el techo, metió la cabeza por el agujero y escrutó el oscuro espacio.
Vio a Aud, que cruzaba el pajar a toda prisa. Vio la escalera, cuyos extremos temblaban. Alguien subía.
Con pasos rápidos Aud se plantó en el otro extremo del pajar. Recogió la bolsa de Halli de entre la paja y luego fue a por la de comida que ella había llevado y que ahora yacía abierta y vacía. La cogió con la otra mano y se volvió, lista para irse, pero de repente se agachó y empezó a limpiar la paja del suelo con la mano libre.
Halli la contempló, asombrado. Luego recordó la voracidad con la que había comido, todas las migas que había esparcido.
La escalera se movió. Aud levantó la cabeza.
Halli gesticuló con vigor. «Vamos».
Aud dejó de limpiar; sin enderezarse, en cuclillas, recorrió a toda prisa el espacio que la separaba del agujero, saltando las vigas. Aun así, no hizo el menor ruido.
Ya en el agujero, Aud colocó las bolsas en la mano de Halli. Agarrándose a la paja de ambos lados, ella levantó una rodilla, apoyó un pie en el hueco y se izó con decisión hacia fuera. Era bastante más rápida que Halli, iba mucho más acelerada, y no se había molestado en asegurarse un punto de agarre.
Al salir del agujero intentó aferrarse a la paja, pero resbaló y cayó hacia delante…
Halli estiró la mano y, cogiéndola de la trenza, impidió que cayera del tejado. Los brazos de ella le agarraron la túnica, sus dedos palparon el cinturón de Svein. Halli se sostenía sobre el techo con una mano. Con los pies apoyados en la parte inferior del techo, Aud estaba suspendida por el cabello y agarrada al cinturón.
Alguien saltó de la escalera al pajar.
El suelo crujió, las botas pisoteaban la paja. Se oyó una tos, seguida de un ruido sordo (la cabeza contra una viga, probablemente) y una imprecación de furia. Los sonidos se acercaron y luego se alejaron. Por encima de Halli y Aud, bajo el sol otoñal, palomas blancuzcas revoloteaban por el alero del tejado. Aud se esforzaba por subir, con cuidado; Halli no se movió. Sus dedos, resbalosos por el sudor, se clavaron en la paja.
El registro no fue ni largo ni riguroso, pero a Halli le pareció que duraba una eternidad: fue una interminable secuencia de silencios y pasos repentinos, que al parecer se producían justo debajo del agujero. Le dolía el brazo, le temblaba el hombro. Se mordió con fuerza el labio inferior.
Por fin: pasos que descendían la escalera; voces lejanas; los cascos de los caballos alejándose por el camino, al otro lado del establo.
Halli soltó el aire. Aud consiguió por fin agarrarse al tejado. Permanecieron un rato ahí tumbados, en silencio.
—Por poco —murmuró Halli.
—Sí. —Ella sonrió—. ¿Halli?
—¿Qué?
—¿Te importa soltarme el pelo?
* * *
Ya a salvo en el interior del pajar, los nervios que le había provocado incidente pudieron con Halli. Le temblaban las piernas; su corazón latía acelerado. Se dejó caer sobre la paja mullida y se frotó la cara con las manos una y otra vez.
En cambio Aud parecía revitalizada por la aventura. Si antes estaba nerviosa, ahora se la veía radiante de excitación. Iba de un lado a otro del pajar, moviendo los brazos, dando patadas a la paja, maravillada por las emociones de su estratagema.
—Ahora estarás a salvo —le dijo—. Nadie volverá por aquí. De hecho, nadie entra nunca. ¡Maldito sea mi padre! ¿Puedes creerlo? «Oh, sí, gran Hord, haré lo que quieras. Mataré a todos mis hombres si me lo ordenas. Registra mis tierras, pisotea nuestras cosechas, remueve todas las piedras de mi Clan». Me sorprende que no se ensillara y se ofreciera como caballo para Hord. ¡Odio a mi padre! Le odio.
Halli, repentinamente agotado, se encogió de hombros.
—Quizá no le quede otro remedio. Al fin y al cabo sois vecinos. Sabe lo poderosos que son los Hakonsson. ¿Cómo puede negarse?
—¡Ah! —Aud saltó como un gato—. Mi madre no habría tenido tantos miramientos con Hord. Una sola palabra fuera de lugar por parte de él y le habría mandado a su casa con una escoba clavada en el… —Su voz se perdió detrás de uno de los puntales que sostenían el techo—. No habría podido montar con comodidad, te lo aseguro.
—Tu madre realmente parece haber sido una mujer de bandera —dijo Halli.
—Era del Clan de Ketil. No se andan con paños calientes.
—Diría que has salido a ella.
—Desde luego no tengo nada que ver con mi padre. Ni siquiera nos llevamos bien. —Por un momento sus rasgos se ensombrecieron—. De hecho ha dejado bien claro que quiere casarme cuanto antes. Cada vez que puede, me exhibe como si fuera una bonita yegua en una feria. Pero dejemos esto. —Volvió a sonreír—. Halli, ¡ha sido tan emocionante! ¡Has sido tan listo al pensar en el tejado! A mí no se me habría ocurrido nunca. Ahora comprendo por qué has sobrevivido a todo esto.
Halli soltó un bufido.
—Sobrevivir, sí. Pero no he conseguido nada. ¿De qué ha servido? Brodir sigue muerto y yo no estoy mejor que cuando empecé. Peor, de hecho, ya que supongo que tendré que volver a mi Clan: a la rutina habitual de palizas y abusos. Svein sabe la que me va a caer encima cuando mis padres me echen el guante.
Aud se dejó caer a su lado.
—¿Vuelves a casa?
—Bueno, ¿qué opciones tengo? ¿Deambular como un hombre sin familia? Nadie me recibirá. Ya he recorrido suficiente valle como para saberlo. Me tratarán como a un mendigo o un ladrón. Claro que tampoco ayudó el hecho de que robara comida en la mitad de los Clanes que se hallan entre este y el cañón. Estoy seguro de que los Eiriksson estarán encantados de atrapar al hombre que mató a su comerciante. —Suspiró—. No, mejor me vuelvo a casa.
—Al menos no estarás obligado a contraer un matrimonio de conveniencia para agradar a tu padre —replicó Aud con amargura—. El hecho de ser el hijo segundo te libra de todo eso. Yo acabaré unida a cualquier idiota para aumentar la fortuna de este Clan; luego tendré que sentarme a su lado en los Asientos de la Ley durante años, juzgando quién robó ese cordero, quién echó mal de ojo a ese otro cerdo y cuántos pollos reciben a cambio. Un mundo de aventuras fascinantes. Mi tía lleva seis meses enseñándome las Leyes, y casi ha logrado matarme de aburrimiento.
—Lo siento, pero es mejor que lo que me espera —dijo Halli—. Tú consigues un Asiento de la Ley, yo una remota granja en la montaña donde trabajaré para mi hermano durante toda mi vida.
—Oh, vamos. Eso no puede ser tan malo.
—¿Que no? ¿Sabes cómo se llama la granja? Rincón Húmedo. El último arrendatario murió de paludismo. No hay ni lobos, porque se ahogan antes de llegar.
Aud soltó aquella risa suya tan socarrona. Halli también se rio. Era la primera vez que lo hacía desde hacía semanas.
—¿Te he hecho daño? —preguntó él—. ¿Al agarrarte del pelo?
—Pues sí. Ha sido horroroso. Pero gracias de todos modos.
—Buena idea lo de recoger las bolsas.
—Sí, ese detalle nos habría perdido. ¿Qué llevas en la tuya? Pesa poco.
—Ya casi nada. La falsa garra de trow con que el comerciante intentó matarme.
—¿Sabes una cosa, Halli? —dijo Aud—. Supe que eras distinto desde el día en que nos conocimos en tu Clan. Cuando engañaste a Ragnar con el barril de cerveza envenenado… No tienes miedo de hacer cosas, ¿verdad?
Halli arrugó la frente.
—No tengo el mismo miedo que sienten mis padres, o el tuyo… Pero sí que me asusto. Lo que pasa es que ese temor me vuelve… enfadado, resentido, y me obliga a morder. No es fácil describirlo.
—Claro que es fácil, idiota —replicó Aud—. Se llama valor.
—No. —Frunció el ceño, convencido—. No. Ya te conté lo que pasó cuando tenía a Olaf a mi merced. Ese fue el momento de la verdad, y fracasé.
Aud echó la cabeza hacia atrás y dijo en tono enojado:
—¡No empieces otra vez con eso! Tu error, Halli Sveinsson, es que aspiras a hacer lo que no debes. Realizaste un centenar de actos valerosos durante el viaje, pero no eran los que esperabas. Seguías confiando en encontrar una espada con la que matar a salteadores de caminos y a monstruos varios, y al final decapitar a Olaf. No sucedió nada de eso, ¿verdad? Así que ahora estás decepcionado. Pero no deberías estarlo, Halli, porque todo eso no son más que tonterías. Bobadas que suceden en los cuentos. No hay ni un ápice de realidad en ello.
Halli la observó con la perplejidad dibujada en la cara.
—¿Cuentos? Ya me lo dijiste otra vez. ¿Te refieres a los héroes?
—Los héroes, los trows… las leyendas que nos atan, Halli. Las leyendas que marcan nuestras vidas, nuestros actos y nuestras decisiones. Las leyendas que nos dan nombre, identidad, el lugar al que pertenecemos, los enemigos a quienes odiamos. Todo.
—¿No te las crees?
—No. ¿Tú sí?
—Bueno, sí… Al menos… —Se tiró de la nariz y suspiró—. ¿No crees que los héroes existieron? ¿Y que lucharon contra los trows? ¿Qué me dices de la Batalla de la Roca? ¿Lo niegas todo?
—Oh, es posible que algo pasara. Hombres llamados Arne, Svein y Hakon seguro que vivieron. No lo dudo. Sus huesos están en las tumbas, a menos que se hayan podrido del todo ya. Pero ¿creo que hicieron todo lo que se cuenta de ellos? La respuesta es no.
—Pero…
—Piénsalo, Halli —le interrumpió ella—. Piensa en cómo las historias se solapan y contradicen unas a otras, en las diferentes versiones que se cuentan a un lado y otro del valle. Piensa en las hazañas que se atribuyen a los héroes. Arne, por ejemplo, el Fundador de este Clan. Podía lanzar piedras grandes como cobertizos y cruzar ríos de un solo salto. Una vez subió por las cataratas con un bebé en una mano, aunque ahora no recuerdo por qué hizo algo así.
—No te niego que se haya exagerado un poco a lo largo de los años —razonó Halli—, pero…
—¿Qué más? Se enfrentó a dos hombres con las manos atadas a la espalda, aunque no me atrevo a decir con qué luchó en ese momento. Ah, y fue a la colina y mató al rey de los trows antes de volver a casa a desayunar.
—No —intervino Halli—, era antes de cenar. Y creo que te equivocas: fue Svein quien lo hizo.
Aud soltó un gemido de frustración.
—No, Halli. No fue Svein, ni tampoco Arne. Tú, más que el resto, debería creerme. ¿Qué has intentado ser en estas últimas semanas? Dime. Has probado a emular a Svein, ¿o no? ¿Y cómo te ha salido la aventura? ¿Cuántas piedras has lanzado? ¿Cuántos ríos has saltado? ¿Cuántas cabezas de criminales llevas a casa metidas en un bolso?
—¿Un bolso? —Halli frunció el ceño—. Suena un poco femenino. ¿Quién hizo eso? ¿Arne?
Aud se había sonrojado un poco.
—No, no. Creo que fue Gest, o uno de esos héroes de pacotilla. Concéntrate en lo que te digo. Emprendiste este viaje porque creías en todos esos cuentos de viejas y querías vivirlos en persona. ¿No es verdad?
—No, fue por mi tío…
—Solo en parte. Admítelo.
—Bueno…
—Es cierto que tu caso es un poco extremo, pero no eres el único. Todo el mundo vive pendiente de esos cuentos. ¿Recuerdas a Brodir y a Hord, insultando a los héroes de sus respectivas familias durante el banquete? Di algo grosero de un Fundador y es como si hubieras abofeteado a sus descendientes. Es patético. ¿Y sabes algo más? En el fondo no son más que reglas, ardides que sirven para que no nos movamos de nuestro sitio.
Aud se había puesto en pie mientras hablaba, y daba vueltas al pajar con pasos pequeños y delicados sobre las vigas alzadas al tiempo que rodeaba los puntales y jambas; charlaba con tono animado, sin hacer caso a las telarañas que se le enredaban en el pelo, ni al polvo que le ensuciaba el vestido. Sus ojos echaban chispas en la penumbra, su rostro relucía. Halli se descubrió observándola boquiabierto.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella de repente, mientras salía de detrás de un poste. La trenza se le había deshecho, su cabello flotaba suelto.
—Sí, sí. Solo iba a decir… No sé lo que iba a decir.
—Y lo peor son las runas —prosiguió Aud—. Todo ese rollo de los trows. Mamamos el miedo en la leche materna. Pero nadie los ve nunca. Nadie los oye. Nadie…
—Bueno, eso es porque nadie rebasa la frontera.
—¡Exactamente! Nadie se atreve. Porque los héroes marcaron la frontera, y sus viejas reglas siguen vigentes. ¡Aunque detrás hay buenas tierras de pasto! Y quién sabe qué más. Cuando me siento frente a la tumba de mi madre, me enfado tanto. Al Clan de Arne no le iría mal disponer de unos acres más de tierra, y supongo que al de Svein tampoco. Pero no. Te comerá un trow. Los héroes establecieron las reglas y no hay más que hablar.
—¿Sabes lo que no me gusta de las tumbas? —dijo Halli, sin dejar de observar los movimientos de Aud en el extremo opuesto del pajar—. Su aspecto. Cómo se alzan en la pendiente de la colina. Tengo la sensación de que se interponen entre el sol y yo.
—¡Sí! Se supone que están para protegernos, pero parece lo contrario. Se ven desde todas partes. Es como si nos clavaran aquí.
—Pero no siempre fue así —continuó Halli—. Los héroes subieron hasta allí. Y también los colonos, claro. Procedían de algún lugar más abajo. ¿De dónde? ¿Cómo superaron las montañas? ¿Cómo es ese otro lugar? A menudo me lo he preguntado. Cruzaron el valle hacia el norte, cerca de los dominios de Svein… o así lo cuenta la historia. Supongo que tu gente dice lo mismo pero con respecto a Arne.
Entonces Aud se giró, y él notó su mirada fija; su rostro ya no estaba oculto por las sombras.
—No —dijo ella despacio—. No dicen eso sobre Arne. ¿Hay algún sendero por encima del Clan de Svein, o algo así?
—No lo sé. Tendría que preguntárselo a Katla. —Suspiró—. Si es que ella vuelve a dirigirme la palabra después de lo que he hecho. No sé si alguien de allí volverá a hablarme.
—Bueno, no estarás del todo solo. No olvides que iré a pasar el invierno con vosotros, para evitar el próximo brote de fiebre. Padre no querría verme muerta sin antes… casarme… —Su voz languideció, como si tuviera la mente en otro sitio. Por primera vez en todo el rato no se movía.
—La verdad es que no sé qué pensar de los trows —decía Halli—. Es cierto que no todo el mundo cree en su existencia. Hord Hakonsson no, por ejemplo: oí que se lo decía a Ragnar. Pero ¡lo que me irrita es que nadie se atreve a desafiar los viejos edictos! Estoy seguro de que podríamos volver a fabricar espadas, y que podría organizarse una expedición que subiera a ver si… ¿Qué pasa? —Aud se acercaba hacia él, con los ojos brillantes. Halli se echó hacia atrás de manera instintiva—. ¿Qué pasa?
—¡Ya lo tengo! —Esbozó una amplia sonrisa, decidida y reconfortante, que hizo que Halli se sintiera como si ya hubiera accedido a lo que ella iba a decir. Era una sensación turbadora, aunque no del todo desagradable—. ¡Ya lo tengo! —repitió ella—. Eso es lo que haremos.