15
Los ataques de Svein a las granjas de las tierras altas duraron un par de meses. Algunos granjeros testarudos se resistieron al principio, pero cuando los mataron y quemaron sus casas el resto juró lealtad eterna al Clan. El control de Svein se extendió por todas las tierras al sur del río.
—Bien —dijo Svein—. Por fin reina el orden en esta zona.
Durante la campaña, Svein entrenó a sus hombres en las artes de la guerra: practicaron con la espada y la lanza, con palo y arco, hasta dominarlo todo. Luego Svein puso su atención en los trows. Se dispusieron trampas en los campos y caminos, entre las casas, para que los monstruos ardieran en llamas por las flechas de alquitrán, murieran aplastados por pedruscos o cayeran bajo las súbitas emboscadas de sus hombres camuflados.
—Esto me gusta más —dijo Svein.
Un puntapié en el trasero sacó a Halli del más profundo sueño. Abrió los ojos de golpe y contempló lo que tenía delante sin saber muy bien dónde estaba: una serie de vigas y travesaños, telas de araña, hebras de paja que volaban por los aires. Y la cara de una chica que le miraba fijamente.
—Levántate y espabila —le dijo—. ¿Sabías que estás babeando?
La cara desapareció de su campo visual. Oyó pasos, el crujido de la tela y otros sonidos que no identificó. Al principio Halli no se movió. Fue recobrando la consciencia muy despacio. Vio rayos de luz que brillaban entre las vigas del techo. El aire era cálido y neblinoso, lleno de diminutas motas de polvo. Las palomas zureaban cerca del tejado.
—Sigues babeando —dijo la voz—. ¿Por qué no cierras la boca? Te ayudará.
Poseído por un súbito arranque de actividad, Halli tosió, se secó la barbilla y se esforzó por levantarse: una tarea difícil, ya que le dolía o escocía cada centímetro de su cuerpo, y se quejaban todos sus músculos. Varias articulaciones apenas podían moverse. Cuando estuvo más o menos de pie, vio a Aud, hija de Ulfar, sentada en una viga del techo, que observaba sus progresos con semblante imperturbable. Llevaba un vestido azul un poco arrugado. La parte inferior de la falda estaba sucia del roce con la hierba. Sus cabellos rubios estaban recogidos en una única y afilada trenza que le caía desde la nuca.
—Buenos días, fugitivo —dijo ella, y sonrió.
Halli la miró. Notaba la cara magullada e hinchada. Se la frotó con la palma de la mano.
—¿Dónde está el sol? —preguntó él, con voz espesa y vacilante.
—Justo asoma por encima del mar. Es muy temprano, pero quería comprobar cómo estabas. Y he hecho bien, o alguien habría acudido al oír tus ronquidos.
—¿Estaba roncando?
—Como un tronco al fuego: el establo entero temblaba, los pájaros volaban asustados y el polvo se desprendía de las vigas. Me sorprende que no derribaras el techo. —Lo recorrió con una mirada llena de compasión—. En fin, ¿cómo te encuentras?
—Bueno, no tan…
—¡Porque tu aspecto es terrible! Anoche no me di cuenta del todo porque faltaba luz, pero tienes cara de muerto, Halli. Tus ropas no son más que harapos. Y prefiero no preguntar qué son esas manchas de los leotardos. Pensar que anoche dejé que te apoyaras en mi capa de montar; voy a tener que quemarla. Y tus pobres pies: arañados, llenos de sangre. Nunca he visto al hijo de un Fundador con un aspecto como el tuyo. Apuesto a que esto es algo inaudito en la historia del valle. Seguro que hay cadáveres enterrados con mejor pinta de la que luces tú ahora mismo.
Halli aprovechó un instante en que ella se calló para tomar aliento.
—Bueno, aparte de eso estoy en perfecta forma, gracias por preguntar.
—Supongo que querrás algo de comer.
El hambre de Halli era como un cuchillo que le arañaba el estómago: no había comido desde que entró en el Clan de Hakon, hacía un día y medio.
—Por favor, si me has traído algo…
Ella hizo un gesto indolente hacia un zurrón que había en el heno, a su lado.
—Ahí hay comida. Pan, cerveza, tarta, un poco de carne. Anoche, cuando terminamos de cenar, saqueé la cocina. La botella de piel contiene té de sauce, va muy bien para el dolor. Come lo que quieras.
En un segundo Halli había recorrido el espacio que le separaba de la bolsa y se había abalanzado sobre ella.
Aud, hija de Ulfar, dio un grito agudo:
—¡Por el fantasma de Arne!
Halli la miró mientras masticaba un trozo de tarta.
—Lo siento, pero tengo mucha hambre…
—No es eso. Es que hasta ahora no me había percatado de lo rota que estaba tu túnica.
—¡Oh!
Halli se ciñó la túnica a toda prisa y siguió comiendo. Tal y como esperaba el té de sauce era tremendamente amargo. La cerveza y las tartas sabían mejor y sirvieron para que diera rienda suelta a su hambre y su sed.
Aud se había retirado a una prudente distancia.
—Es como alimentar a los cerdos. Escucha, me marcho. Quiero ir a buscar algunas prendas viejas de mi padre. No son de tu talla, pero será divertido ver cómo te las pruebas. Volveré enseguida. No te muevas de aquí.
Halli levantó la vista, con la boca llena de comida.
—Aud… Todavía no te he… no te he dado las gracias por tu ayuda. La verdad es que es… Bueno, eso, no sé cómo…
Ella había llegado a la escotilla del pajar, por donde sobresalía una escalera, y se dispuso a bajar por ella. Sus movimientos tenían estilo y la trenza oscilaba a su espalda.
—Oh, por favor. No suelo acoger a delincuentes en mi granero. Es un honor. Además, anoche te arrastraste por el polvo y me prometiste estar en deuda conmigo para siempre, ¿te acuerdas? No puedo dejar escapar una oportunidad como esta, ¿no crees? Tengo que mantenerte con vida. Y, ahora que tocamos el tema, no salgas. He oído caballos que entraban en el patio justo cuando yo venía hacia aquí. No creo que sea nada, pero será mejor que me asegure de qué pasa. Luego volveré para oír tu versión de los hechos. Y exijo la historia entera: no me ocultes nada, así que ve tomando aire.
Ella le guiñó un ojo y se despidió. La luz procedente del establo le iluminó la cara antes de que desapareciera de su vista. Halli se concentró en la bolsa de comida.
* * *
Después, con la barriga a reventar, esperó el regreso de Aud. En el extremo más alejado del pajar había un lugar donde el tejado presentaba un orificio y dejaba pasar un fino óvalo de luz que se derramaba sobre el heno. Halli fue a mirar por el agujero: vio campos cultivados, líneas recortadas de cosechas otoñales, muros bajos, los márgenes del bosque de Arnesson. Estiró un poco el cuello, y a su izquierda distinguió varias construcciones anexas al Clan, largas, bajas y de techos rojos; casitas lejanas y árboles solitarios. Era un paisaje amable que emanaba tranquilidad y paz; se sintió totalmente ajeno a todo ello. Con un gesto brusco, sacó la cabeza del agujero.
Halli fue a sentarse al lado opuesto del pajar, donde las sombras eran marrones y débiles. En más de una ocasión oyó a las gentes del Clan de Arne que se movían para realizar tareas desconocidas para él. Oyó pasar a mujeres, oyó sus risas suaves, y el ruido le hizo pensar en su madre. Oyó voces de hombres a lo lejos, demasiado distantes para entender qué decían. Un caballo cruzó por delante del establo a toda velocidad.
Se dejó mecer por los ruidos; no se levantó, sino que permaneció sentado con la mirada perdida. Gracias al té de sauce el dolor de su cuerpo se reducía, pero el aturdimiento que le embargaba podía más que el dolor mismo. Además, ahora que tenía el estómago lleno, fue consciente de un profundo vacío interior: no debido a la falta de comida, sino a la ausencia total de pasiones. Ira, odio, pena y miedo, las emociones que le habían asaltado sin parar, que le habían mantenido en pie durante aquellas últimas semanas, que habían llenado y moldeado su mente, se habían secado del todo y habían dejado atrás solo la forma, el molde vacío.
Durante el día anterior no había tenido tiempo para plantearse esa pérdida, pero entonces se percató de que se habían desvanecido antes de que huyera de la habitación de Olaf. La revelación de que no era capaz de matar, de que todo su viaje se basaba en una premisa completamente errónea, había conseguido dar la vuelta a sus emociones. El descubrimiento de que no se conocía a sí mismo le turbó, y todos los ideales que había albergado durante tanto tiempo salieron volando por los aires. Había sido físicamente incapaz de vengar a su pariente, incapaz de acometer el acto necesario que exigía el credo de los héroes. Cierto, Olaf había muerto poco después, de manera más o menos accidental —a Halli no le cabía duda alguna de que el tapiz en llamas había hecho su trabajo—, pero ¿y qué? Al pensar en ello, Halli no sentía la menor satisfacción.
Otras certezas habían quedado turbadas en aquella estancia, y la principal era la adoración que había mantenido hacia su tío. Por mucho que Halli detestara creer la historia que le contó Olaf, no podía negar que coincidía con ciertos comentarios oídos en casa. Brodir había tenido una juventud inquieta y había perdido muchas tierras: todo esto ya lo había oído de labios de su propia familia. ¿Había sido también un asesino? Halli lo ignoraba. Pero que Brodir había deshonrado al Clan de Svein mucho tiempo atrás y que había despertado la ira en los hombres del Clan de Hakon parecía innegable.
Y ahora Halli, con sus actos, había seguido los pasos de Brodir y Olaf. Otro hombre había muerto, un Clan había sido pasto de las llamas… ¿Y para qué? Sentado en las sombras del pajar, Halli no tenía respuesta.
¿Qué podía hacer ahora? ¿Adonde podía ir? La única ventaja en todo ese asunto era que sus perseguidores desconocían su identidad. Él había mantenido las distancias durante toda la cacería. Pero si le atrapaban, si le encontraban tal y como estaba entonces… Expulsó el aire despacio. Bien, Aud le había salvado. Gracias a ella seguía vivo.
Evocó su cara en la escalera, iluminada por el nerviosismo y el sol matutino. Ella no tenía ni idea. Ni idea de lo que había hecho él.
Y era mejor que no lo supiera. De repente estiró la espalda y alzó la barbilla con aire decidido: ella no debía verse arrastrada a aquel asunto. Cuando volviera a llevarle ropa, él le daría las gracias y partiría. No pensaba exponerla a más peligros. Ni historia, ni nada.
Una fugaz sensación de noble melancolía le embargaba cuando oyó un súbito chasquido en la escalera y ante su vista apareció la rubia cabeza de Aud con su desordenada trenza. Ella saltó al pajar y se agachó cerca del agujero; le costaba respirar, su cara estaba arrebolada del esfuerzo. Tenía los hombros tensos, el semblante impasible, pero sus ojos despedían un brillo resplandeciente. Miró a Halli. Le miró de una forma distinta a como le había mirado hasta entonces. Era algo parecido a un examen.
Un rato después, Halli dijo:
—Eh… ¿ha habido suerte con la ropa?
Ella negó con la cabeza muy despacio, sin apartar los ojos de él.
Halli carraspeó.
—Mira, sabes que te estoy muy agradecido. Dejando aparte el tema de la ropa, me preguntaba si podrías proporcionarme un caballo. Bueno, tendría que ser más bien un poni, la verdad. O un caballo pequeño que no esté muy gordo. Tengo problemas para abrir las piernas. El tema es que preferiría irme de aquí tan pronto como sea posible, para evitarte… Para no meterte en líos.
—¿Quieres marcharte?
—Sería lo mejor.
Aud lanzó una carcajada breve. Se apartó del agujero del techo hasta una pila de heno bañada por un rayo de sol y se sentó allí, con las piernas cruzadas, alisándose la falda con las manos.
—Pues yo no creo que sea una buena idea ahora mismo —dijo ella por fin.
—¿No?
—No. ¿Recuerdas que te he dicho que había oído caballos acercándose al Clan hace un rato?
Halli suspiró.
—¿Alguien del Clan de Hakon?
—¿Alguien? Treinta hombres, todos a caballo, todos con cuchillos, cuerdas y lanzas de caza y vete a saber qué más. Hord Hakonsson en persona los dirige. Cuando he vuelto, estaba hablando con mi padre, comunicándole las noticias. —Aud miró fijamente a Halli—. ¡Y menuda noticia! Quizá te gustaría oírla. Al parecer, hace dos noches, un intruso no identificado entró en la mansión de Hakon, mató al hermano de Hord, Olaf, y prendió fuego al lugar antes de saltar al foso y huir. Lo persiguieron durante todo el día de ayer por los márgenes que hay al este de nuestro bosque, donde, a juzgar por el rastro que dejó, fue recogido por un jinete y desapareció. El rastro se perdía, pero Hord pretende remover todas las piedras del valle para encontrar al asesino y a su cómplice.
Halli no sabía qué decir.
—Aud, lo siento… No pretendía meterte…
—Hay algo más —prosiguió Aud—. En cuanto he llegado, mi padre me ha llamado para que hablara con Hord. Mi padre sabía que anoche estuve cabalgando por el bosque. Me han interrogado sobre dónde había estado y qué había visto. Han sido muy insistentes. Ha resultado muy duro para una chica. Al final les he dicho… —Ella titubeó al ver la cara de Halli, que se había ido poniendo pálida a medida que la escuchaba—. Les he dicho que no había visto a nadie. ¡Como si fuera a contarles algo! ¿Por qué iba a hacerlo? ¡Los Hakonsson me importan un comino! Ya es bastante malo que el bobo y servil de mi padre acceda a todas las demandas de Hord: ya les ha dado permiso para que lleven a cabo un registro en las tierras de Arnesson. ¡En nuestras tierras, como si les pertenecieran! Registrarán todos los establos y cuadras desde el valle hasta el camino. —Irritada, hundió los pies en la paja—. Así que de momento yo me quedaría escondido aquí, si fuera tú.
Halli se secó el sudor de las sienes.
—¿Sabes? Este granero es bastante acogedor. Creo que me quedaré aquí durante un tiempo. —Una idea le asaltó—. Espera, ¿no vendrán a buscarme aquí?
—Oh, no se atreverán a entrar en las dependencias de nuestro Clan. Eso sería ya una afrenta demasiado grande incluso para mi padre. —Ella soltó un bufido y luego se cruzó de brazos—. Nadie sugiere que estemos metidos en ese asunto, solo dicen que el criminal ha entrado en nuestras tierras. Y hablando de eso, Halli Sveinsson, ¿no crees que es hora de que me lo cuentes todo?
Él desvió la mirada.
—No. Es mejor que te mantengas al margen. Ya te he puesto en peligro más de lo que querría. Además, la historia no es muy interesante y no estoy seguro de que pueda contarla. No es que no te agradezca tu ayuda, ¿eh? Ya me entiendes.
—¡Claro, claro! —Aud se apoyó sobre las manos y se levantó, dispuesta a irse—. Me marcho. Me han entrado unas ganas locas de cantar por todo el Clan. Cantaré una balada de composición propia titulada «El chico que buscáis está en el granero». Te recitaré una estrofa: «Venid, hombres, con vuestras lanzas; Halli se esconde aquí / Mirad, entre la paja, su culo tembloroso; ensartadlo por ahí». ¿Qué te parece?
Halli la observó.
—No serías capaz.
—¿No? Te aconsejo que desembuches.
No era el orgullo lo que detenía a Halli a la hora de contar sus experiencias, ni el miedo a las consecuencias de que Aud lo supiera todo, ya que confiaba en ella plenamente. Era más bien aquel vacío que notaba dentro. Aquel día, mientras había estado solo en el granero, un vacío insondable había estado a punto de engullirlo. Temía lo que podía provocarle hablar sinceramente. Pero no había forma de evitarlo.
—De acuerdo —accedió—. Aunque no sé por dónde empezar.
—¿Por qué no empiezas por la muerte de tu tío? —dijo Aud en voz baja—. Yo estaba allí, ¿recuerdas? ¿Tiene algo que ver con todo esto?
—Supongo que sí.
Muy despacio, en tono vacilante, luchando para encontrar las palabras, él se lo contó todo. Le habló de la indiferencia de su familia y de su furia silenciosa; de la decisión de coger el cinturón del héroe y el cuchillo de su padre. De la cabaña de Snorri, de Bjorn, el comerciante, y de sus tribulaciones en el sur del valle. No embelleció el relato ni exageró en lo más mínimo. A medida que hablaba, el relato fue haciéndose más fluido, y se descubrió contando con absoluta franqueza todas sus peripecias, que culminaron con la revelación experimentada en los aposentos de Olaf. Por curioso que parezca, cuanto más contaba, mejor se sentía. Tal y como había sucedido en el huerto, aquel día de la Asamblea, resultaba muy fácil sincerarse con Aud. El gran peso con que había cargado desde la muerte de Brodir se redujo un poco; una corriente de aire fresco lo elevó y lo descargó de sus hombros. Hacía mucho tiempo que no notaba la cabeza tan despejada.
Aud no le interrumpió, ni hizo comentario alguno hasta que el relato hubo concluido.
—Entonces tú no le mataste —dijo Aud—. Cuando menos, no a propósito.
—No. No pude hacerlo. Simplemente no pude. —Negó con la cabeza con aire triste—. Al principio del viaje, aquel viejo loco, Snorri, me dijo que no sería mejor que Olaf Hakonsson si hacía lo que tenía pensado hacer. Y me reí de él. Pero luego, con el asesino de mi tío en mis manos, me sentí, me sentí… —Hizo un gesto de impotencia—. Aud, no sé a qué se debió esa debilidad, pero fue algo físico… Algo me impedía clavarle el cuchillo.
—Oh, pero eso no fue debilidad —se apresuró a decir Aud, hija de Ulfar—. Halli, escucha…
—Fue como si todo en lo que había creído siempre se viniera abajo. Y no fue el único momento en que esto sucedió. El hombre del cañón. Intentó asesinarme. Pensé que era un ladrón, como los que salen en los cuentos. ¡Pero no era así! ¡Era un hombre respetado en el Clan de Eirik! ¡Y lo maté!
Aud soltó un resoplido irónico.
—Oh, vamos. Él te atacó y él se despeñó por la montaña. ¿O no? Tú no le empujaste. Y lo mismo puede aplicarse a Olaf. Tú no le quemaste. Murió por su culpa mientras te perseguía.
—Supongo —rezongó Halli—. Aunque tu argumento suena un poco técnico. No estoy seguro de que el Consejo lo viera igual que tú.
—Haz el favor de escucharme, Halli —dijo Aud. Avanzó hacia él, estiró la mano para tocarle, pero la retiró enseguida—. Uf, mejor no, si no te importa. Tengo que traerte un cubo de agua. Escucha, Halli: cuando he oído lo que decían los Hakonsson, no he sabido qué pensar. Parecía… Bueno, necesitaba que me contaras tu versión, saber qué había pasado. Si de verdad hubieras matado a Olaf como tenías planeado, no sé… —Se encogió de hombros, su semblante adoptó un aire serio y tranquilo—. Pero no lo hiciste. Estaba segura de que no lo habías hecho. Y me alegro de ello, eso es todo.
Durante un breve instante se miraron a los ojos, luego Halli se descubrió con la vista puesta en el suelo del granero. Carraspeó.
—Eres muy amable, pero…
—¡Chist! —Ella se llevó un dedo a los labios.
Halli frunció el ceño.
—Bueno, ¿no crees que me toca…?
Ella negó violentamente con la cabeza y se puso de pie, al tiempo que señalaba hacia el agujero del techo. Un haz de luz atravesaba el viejo techo e iluminaba las vigas. El orificio daba al camino por el que habían llegado, el camino que conducía a la mansión de Arne. Halli oyó ruido de caballos, chasquidos metálicos, toses cansadas de hombres que se acercaban.
Él se puso en pie al momento: los dolores y agujetas parecían haberse esfumado.
Se colocó detrás de Aud, silencioso y preocupado bajo las sombras del granero.
Seguro que pasaban de largo. Iban de vuelta al bosque. Seguro que…
Los ruidos se hicieron más lentos hasta pararse. Resonó una voz, una voz profunda, familiar, brusca y condescendiente a la vez.
—¿Qué es esto, Ulfar?
En su mente, Halli vio al canoso padre de Aud, emoliente, apaciguador, subiendo por el camino por detrás de los vigorosos pasos de Hord.
—Es el viejo granero; apenas se usa ahora, excepto en los años de cosechas muy abundantes, que, por Arne, son cada vez más escasos. —Ulfar parecía nervioso, tenso.
—¿Podemos echar un vistazo aquí? —dijo Hord. Era más una afirmación que una pregunta.
Halli y Aud se miraron, sus caras estaban blancas como fantasmas. Posaron la vista en la abertura del techo, en la luz que subía desde abajo.
—¡Faltaría más! Registrad todos los rincones del granero. ¡Si lo encontráis aquí, podéis colgarlo en mi patio, frente a la ventana de mi habitación! Y si algún miembro de mi Clan le ha ayudado, bailará de la cuerda a su lado. ¡Así será! ¡Yo mismo le pondré la soga al cuello!
—Sí, sí, Ulfar, tu lealtad me consta. Bork, Einar, entrad a ver.
Crujió la piel de las botas cuando esos dos hombres bajaron del caballo. Sus pasos resonaron sobre las piedras del camino mientras se dirigían hacia la puerta de abajo.