12
El asesino Kol Kin había cometido una atrocidad tras otra por todo lo ancho del valle y se había labrado la reputación de ser un luchador duro. No prestaba fidelidad a Clan alguno y entre sus hombres contaba con un puñado de delincuentes. Después de que la banda de Kol atacara las propiedades de Gest en el valle alto, se desplazó hacia el este a través de las tierras de Svein. Por allí, cerca de Valle Profundo, había una granja donde vivían unos primos de Svein. Un día Svein distinguió una columna de humo negro que se elevaba de la colina. Cabalgó hacia allí para investigar y se encontró con la granja quemada y a sus primos empalados en estacas de madera. En ese momento Svein se puso tan furioso que sus seguidores huyeron de él. Cuando se calmó, miró a su alrededor y descubrió el rastro de los ladrones que se internaba en el bosque.
—Marchaos a casa —ordenó tranquilamente Svein a sus hombres—. Me voy de caza.
El ruido de la tapa al caer resonó entre las columnas y recorrió todo el salón. Ragnar y Hord se irguieron en sus sillas.
—Padre… —musitó Ragnar.
—Ha sido por esos barriles —dijo Hord—. Ve a ver.
La silla de Ragnar arañó el suelo con fuerza.
Halli, metido en su barril, se encogió tanto como pudo. Notaba la abertura por encima de su cabeza; el aire fresco le hacía cosquillas en la nuca.
—Aquí, hijo —dijo Hord en tono despreocupado—. Coge el cuchillo.
Se oyó un chirrido metálico; los pasos de Ragnar cruzaron el salón. Halli palpó a tientas la base del barril en busca de su cuchillo y lo agarró con fuerza por el mango.
—¿Crees que ha sido en uno de estos, padre? —La voz de Ragnar no sonaba del todo sobria.
—¡Por la sangre de Hakon, mira que llegas a ser inútil! —bramó Hord—. ¡Echa un vistazo y lo verás!
Movimientos vacilantes, ruido de madera al ser arrastrada: alguien destapaba los barriles.
Halli oyó el ruido de la respiración de Ragnar, entrecortada y rápida. Estaba muy cerca. Halli se tensó, listo para saltar…
—¡Ah! ¡Allí!
El grito de Ragnar surcó el aire, pero desprendía algo que era parecido al alivio. Halli, que se había incorporado, observó sus movimientos. Algo chocó contra la pared. Las botas de Ragnar se alejaron deprisa de él y volvieron a cruzar el salón.
—¡Allí! ¡Ratas! —gritó de nuevo.
Hord emitió un gruñido largo y grave.
Ragnar regresaba a la mesa.
—¡Menudo bicho, padre! Casi le he dado con la tapa. Lo habría partido en dos.
—Oigo las baladas que componen los trovadores mientras hablamos. Ven aquí, hijo mío, y escúchame atentamente. —Hord se llevó la copa a la boca y sorbió el vino haciendo mucho ruido—. ¡Ratas! Eres un hijo de Hakon. Bueno, una última cosa. Esta tarde he hablado con el jefe de los herreros. Ya casi están listos. ¿Me entiendes?
—Sí, padre.
—Es muy probable que el Consejo falle en nuestra contra en el caso de Brodir. Tienden a anteponer la política a la justicia; quieren equilibrio en el valle, y no desean que ningún Clan logre un poder indebido. Eso es de sobra conocido.
—Sí, padre.
—Bueno, el gran Hakon no lo habría tolerado ni nosotros tampoco. Si las cosas salen como esperamos, el año que viene podremos tomar las riendas de todo este asunto. Aún es pronto para decir cómo… pero este invierno practicaremos. Quiero que tú también lo hagas.
—Oh, lo haré, padre.
—Muy bien. Y ahora vete a la cama antes de que te caigas de cansancio. No queremos que también tú enfermes.
—¿Crees que Olaf morirá? —musitó Ragnar.
—No.
—Pero ha sido herido por un trow.
—Tiene fiebre, nada más. No te dejes llevar por supersticiones tontas.
—¡La sombra de la tumba le rozó! ¡Lo vi!
—¡Porque cabalgaba demasiado cerca! ¿¡Acaso su caballo está enfermo!? ¡No! ¿Y por qué no, si la sombra también le tocó a él? —Hord dejó la copa en la mesa y se puso de pie—. Un hombre de verdad no presta atención a esos cuentos de viejas sobre trows y maldiciones. Olaf ha tenido fiebre otras veces; se recuperó entonces y lo mismo sucederá ahora. Y vete a la cama ya, mariquita, antes de que te desmayes.
Cada uno cogió una vela de la mesa; subieron las escaleras hasta la galería y se separaron. Las puertas se cerraron con brusquedad. El salón se quedó en silencio.
Durante casi un minuto no sucedió nada.
Halli se levantó de su escondite, con el dolor reflejado en la cara. Saltó del barril y se dejó caer al suelo, donde se pasó unos momentos estirando las piernas, mortificado por el dolor, hasta que logró desentumecerlas.
Sus pasos recuperaron la firmeza por fin. Cojeó hasta una mesa y apuró el contenido de una jarra de cerveza. Luego se secó la boca, se echó la bolsa a la espalda y volvió a coger el cuchillo.
Había llegado la hora de poner manos a la obra.
Cruzó el salón, dibujando una larga sombra oscura que se deslizaba como un fantasma sobre los fieros reflejos del suelo. El cuchillo en su mano despedía un suave brillo.
Fue hacia las escaleras y las subió con paso firme. Sus pisadas no hacían el menor ruido. Mantenía la mirada fija en la galería.
Halli ni se apresuró ni redujo la velocidad. Cruzó un descansillo corto y siguió hasta el final de la escalera. Así habría cazado Svein al asesino Kol Kin en el bosque, o así habría perseguido al gigantesco verraco de Valle Profundo.
Llegó hasta la galería y fue hacia el mismo umbral por el que había visto cruzar a Ragnar hacía un rato aquella misma tarde.
Titubeó, escuchó… Nada se movía en el interior del Clan.
Con el corazón clamando venganza, abrió la puerta, entró y la cerró con suavidad a su espalda.
* * *
Halli permanecía en la oscuridad, pero en algún lugar cercano una única vela ardía con vigor. Era difícil deducir a qué distancia estaba, porque la luz se agitaba borrosa ante él, como si fuera algo vivo, y le deslumbraba. Cerró los ojos y fue contando despacio, al ritmo de la respiración, hasta que su vista se acostumbró a la penumbra, al mismo tiempo que arrugaba la nariz ante el aire viciado del cuarto, ante ese olor a enfermo.
Volvió a abrir los ojos. Mejor: ahora la luz se había definido. En el centro había un núcleo blanco, suspendido sobre la mecha de una vela; a su alrededor se extendía un suave halo amarillo, brillante en el centro, que se desvanecía hasta convertirse en un resplandor que solo rasgaba la negra oscuridad. El círculo iluminado no era grande. Colgaba a una distancia imprecisa, incorpóreo y parpadeante, como el reflejo de la luna en un lago.
Había una cara en él.
Muy a su pesar Halli se estremeció y retrocedió hacia la puerta; un escalofrío recorrió su columna vertebral. Era un espíritu siniestro, un personaje sacado de los cuentos de Katla, un horror fantasmagórico, una cabeza reluciente y flotante…
Se recompuso con vigor. ¡No seas tonto! ¡Era Olaf! No era más que un hombre. Un hombre enfermo con la cabeza apoyada en la almohada.
Olaf tenía los ojos cerrados, la boca ligeramente abierta; su nariz aquilina apuntaba hacia el techo. Su piel translúcida parecía haber sido estirada sobre sus rasgos: todo lo que quedaba debajo (los pómulos, la nariz y el mentón) parecía a punto de partirse. El vello de la barba se rizaba ralo sobre la barbilla como pinchos en torno a una piedra.
Halli escuchó con atención, pero no le oyó respirar.
Se quedó junto a la puerta, al amparo de la oscuridad, con la vista puesta en la figura durmiente. Esta no se movió.
De manera perfectamente deliberada Halli recordó aquel momento en el establo: el cuerpo de Brodir que caía al suelo, el brazo de Olaf blandiendo el arma, la implacable sangre fría que se apreciaba en aquella misma cara que ahora dormía al hundir el cuchillo en el cuerpo de su tío…
Halli cerró los ojos y se los frotó con la mano libre.
En ese momento, con el enemigo a su alcance, había esperado sentir un arranque de ira, la explosión de adrenalina necesaria para cometer aquel acto de justicia. No se había esperado las náuseas que le sobrecogieron de repente. Le temblaban las piernas; se sentía igual que en los momentos que siguieron al asesinato de su tío: indefenso, aturdido, mareado.
No era la reacción adecuada.
Exhaló el aire en silencio mientras se maldecía a sí mismo en nombre de Svein.
Solo unos pasos, una única puñalada y el viaje habría acabado. Su tío sería vengado, su asesino pagaría con la vida. Era así de simple. Lo único que tenía que hacer era moverse.
Con los gestos vacilantes y pesados de un sonámbulo Halli avanzó hacia el círculo de luz. Su brillo se reflejó en el cuchillo que llevaba en la mano, que de golpe empezó a pesar más que antes y le hizo bajar el brazo.
Pasó junto al borde de un baúl de ropa, abierto, que dejaba ver unas lujosas sábanas; una silla de respaldo bajo, tallada de forma caprichosa; una mesa donde había un vaso con vino, pan y fiambre; una chimenea fría con un atizador atravesado en las cenizas.
Eso fue todo. Antes de darse cuenta se hallaba junto a la cama.
El delgado cuerpo de Olaf Hakonsson yacía debajo de una gruesa manta de piel que casi se había caído al suelo, dejando sus brazos visibles; tenía las palmas abiertas, como quien pide clemencia. Entonces Halli notó el pulso en aquella fina garganta y el leve movimiento de la manta encima del pecho.
Un único golpe bastaría. Pero ¿dónde…? ¿En el pecho o en la garganta? El corazón sería lo adecuado, ya que así había matado Olaf a Brodir. Pero la garganta era un objetivo más fácil… Halli tenía los labios secos; sus miembros parecían aquejados por una extraña debilidad, le fallaba la vista. Necesitaba comida y descanso antes de poder hacer nada. Quizá debiera volver al salón, recuperarse un poco y regresar cuando…
Halli negó con la cabeza en la oscuridad. ¡Basta de excusas! ¡Ese era el momento! No volvería a repetirse.
Halli apuntó hacia abajo con el cuchillo. Lo agarró con ambas manos y, después de dar un paso adelante e inclinarse un poco sobre la cama, lo elevó en el aire apuntando hacia la garganta desnuda.
Respiró hondo, hizo una pausa…
Una imagen le vino a la mente sin saber de dónde. En el cañón, la silueta de Bjorn el comerciante, a punto de matar a Halli mientras este dormía. El terror que él había sentido en aquel momento, mientras yacía a la espera del golpe, se fundió con el pánico que sentía ahora, justo cuando era él quien estaba a punto de asestar un golpe parecido. Y eran pavores idénticos.
Le tembló el brazo, tanto que casi dejó caer el cuchillo. Los ojos se le llenaron de lágrimas que nublaron su visión. Contuvo la necesidad de sorberse los mocos, dio un paso atrás, bajó los brazos y, hundido en la miseria, se secó la cara con la manga.
Cuando volvió a mirar hacia la cama Olaf tenía los ojos abiertos y le observaba.
Un gran peso cayó sobre las espaldas de Halli: estaba paralizado, inmóvil. Se sentía como si estuviera a punto de horadar el suelo.
Contempló la figura en la cama como si un trow hubiera aparecido ante él.
La boca de Olaf Hakonsson se movió un poco. Su voz era un leve susurro.
—No has podido hacerlo, ¿eh?
Halli notó la lengua paralizada contra los dientes. No pudo responder.
El susurro llegó de nuevo a sus oídos.
—¿Por qué no?
Atontado, Halli negó con la cabeza.
Los párpados temblaron; los ojos amarillentos parecían los de un búho.
—¿Qué? ¡Habla!
Haciendo acopio de fuerzas, Halli dijo:
—No lo sé. No ha sido por falta de odio.
Se oyó algo parecido a un silbido que salía de los labios entreabiertos; el enfermo debía de estar riéndose.
—¡Estoy seguro! ¡Estoy seguro! Tu presencia lo deja bastante claro. —Le falló la voz y cerró los ojos—. Dime, ¿las puertas del Clan están cerradas, las puertas del salón atrancadas?
—Sí.
—¿Los hombres del Clan de Hakon están en sus aposentos en la planta de abajo?
—Sí.
—¿Y mi hermano duerme ahora detrás de esta misma pared?
—Supongo que así es.
Los ojos de Olaf seguían cerrados; su murmullo denotaba algo parecido al respeto.
—Y a pesar de todos esos obstáculos has conseguido llegar hasta mí… como un diminuto espectro de ojos oscuros que se levanta de su tumba. Estoy impresionado. Eres un joven valiente e ingenioso.
Halli no dijo nada.
—Solo tengo una pregunta.
—¿Cuál es?
—¿Quién diablos eres?
Halli retrocedió asombrado.
—¿Qué? ¿No me reconoces?
Los ojos de Olaf Hakonsson se posaron en Halli con aire ausente.
—¿Debería?
—¡Por supuesto!
—Lo siento.
—Pero… no puede ser.
Se produjo una pausa educada.
—Pues no.
—Hace solo unas semanas mataste a mi tío delante de mis propios ojos… ¡y ahora no sabes quién soy! ¡No puedo creerlo! —Halli se acercó a la cama—. ¿Qué pasa? ¿Acaso no merezco que me recuerdes? ¡Adelante, mírame de cerca!
Una mano débil se elevó de la cama.
—No digas más. Ya lo tengo.
—Ya era hora.
—Eres el sobrino de ese granjero timador al que colgamos en Pedregal Remoto. Compartís el mismo cuerpo. Los miembros más cortos que he visto nunca.
Halli soltó un ruido incoherente.
—No. No… te equivocas.
—¿Qué, unos establos rebosantes de grano y sin pagar el menor impuesto al Clan? Era un estafador y eres ciego si no lo ves. ¿Qué haces aquí en su nombre? ¡Ni siquiera eres su hijo! El deber de honrar a un hombre muerto recae en su hijo.
Halli se enfureció; dio un paso adelante con el cuchillo en alto.
—¡Silencio! No soy uno de esos arrendatarios a los que tratáis de manera tan vergonzosa, sino un hombre de sangre noble.
El susurro que procedía de la cama era áspero e irónico.
—No estás muy lejos. De hecho eres un crío que ataca a un inválido mientras duerme. No es lo mismo.
—No sabía que estabas enfermo cuando… —Halli se interrumpió. La cabeza le daba vueltas. La luz de la vela le bailaba en los ojos; la oscuridad lo cercaba por todos lados. Movió el cuchillo hasta acercar su extremo afilado a la garganta de Olaf—. Está claro que la fiebre te ha destruido la memoria. Te pondré las cosas fáciles. Soy Halli Sveinsson, hijo de Arnkel, sobrino del valiente Brodir, al que asesinaste hace menos de cuatro semanas. Vi cómo le matabas mientras él se hallaba indefenso, como un animal en el matadero, cuando lo único que había hecho fue responder a tus arrogantes palabras. —Halli dejó que la punta acariciara la piel amarillenta—. Eres el peor de los asesinos, mataste a un hombre que se encontraba bajo los efectos del alcohol, así que será mejor que no te atrevas a hablarme de honor, ya que es algo que desconoces por completo.
Los párpados cubrían ahora los ojos casi del todo; únicamente se distinguía un atisbo de brillo. Un suspiro muy leve escapó de los labios.
—Ah —murmuró Olaf.
—¿Me reconoces ahora?
—Sí. Has realizado un largo viaje para fallar en el último momento, Halli Sveinsson.
Halli apretó los dientes; el cuchillo seguía firmemente apoyado en el cuello de su víctima.
—No he fracasado.
—Entonces mátame.
Halli se mantuvo inmóvil.
—¿Y bien?
Halli tenía los ojos fijos en el extremo del arma, en los nudillos blancos de tensión de su mano, en la garganta expuesta al sacrificio. No se movió. Luego, despacio, como si la reacción saliera de dentro de él, el brazo extendido empezó a temblar.
Olaf Hakonsson levantó una mano de la colcha y empujó el cuchillo con suavidad.
—Yo lo llamaría fracaso, ¿tú no? ¡Espera! ¡No huyas! Eso empeora más las cosas.
Aturdido por la vergüenza, sin apenas darse cuenta de lo que hacía, Halli había retrocedido varios pasos para buscar refugio en la penumbra. Era verdad. Había fracasado. Le había fallado a su tío, que yacía enterrado en una tumba lejana… había fallado al pobre Brodir. También había deshonrado a su Clan y al linaje de Svein. ¿Qué clase de vengador es incapaz de llevar a cabo su venganza? ¿Qué clase de héroe temblaba así de miedo? Halli no merecía llevar el nombre de la familia y menos aún el cinturón de plata. Sus dedos se aflojaron, el cuchillo cayó al suelo.
Olaf no había movido la cabeza; la cara, inundada de luz, miraba fijamente al techo.
—¿Sabes cuál creo que es el problema? —susurró—. Deja que lo adivine. No quieres tanto a tu tío como creías.
La ronca voz de Halli resonó en la oscuridad.
—¡No! ¡Esa no es la razón!
—¿Por qué si no ibas a fallar? No eres ningún cobarde. Lo vi con mis propios ojos en el establo. Pero ahora no te decides a vengarlo. Por tanto está claro que no le quieres.
—No. Sí le quiero. Le quería.
—No le quieres. —Con gestos vacilantes, inseguros, Olaf consiguió levantar la cabeza de la almohada; sus hombros se doblaron hacia delante, echó los codos hacia atrás. Ahora estaba medio incorporado sobre los brazos, en el borde del círculo de luz, mirando con ojos ciegos hacia el lugar oscuro donde se hallaba Halli—. Y te diré por qué. Porque sabes lo que era tu tío. Sabes que no era un hombre de honor. Ni un hombre de paz. No era un hombre virtuoso y tranquilo. Era un borrachín, un pendenciero, un bocazas arrogante que cubrió de vergüenza a vuestra familia. Un tipo violento.
—Ah, ¿sí? —La voz de Halli se tiñó de rencor—. Cuando fuiste tú quien…
—¿Acaso tus padres no te han contado la verdad? —La piel parecía agitarse sobre los huesos de la cara; los ojos de Olaf tomaron un súbito brillo divertido—. Vaya. Creo que no lo han hecho. —Se incorporó un poco más en la cama—. Halli, chico, ¿qué te contó Brodir de su juventud? ¿Te dio alguna pista de sus correrías? ¿Te contó acaso lo que hizo una noche y cómo perdió mil acres de las tierras de tu Clan? —Aguardó, pero de la oscuridad no salió ruido alguno—. Puedes hablar. Sé que estás ahí. Veo que tus ojos brillan como los de un lobo. ¿No quieres decir nada? ¿Prefieres que te cuente la historia de Brodir? Pues presta atención… la fiebre me ha robado la voz.
—Sabes que no te creeré —dijo Halli.
—No, ya. Yo mismo no me creo la mayoría de las historias. —Olaf se había sentado. Las mantas rozaban el suelo. Llevaba un camisón largo que brillaba debido a la luz de la vela; sus miembros eran muy delgados—. Pero descubrirás que esta es verdad. —Sacó las piernas de debajo de las mantas; sus pies tocaban la alfombra—. ¡Ah, hace frío! La verdad es que debería guardar reposo, pero me siento en la obligación… —Tosió y se ajustó el camisón al cuello— de abrirte los ojos por fin. ¿Brodir no te contó cómo mató a un hombre? Y no de forma honorable: no en un duelo cara a cara, como en los días de Hakon, ni en el fragor de la batalla, sino a traición, con alevosía y sin que mediara provocación.
Estiró una mano hacia la oscuridad y cogió el vaso de vino de la mesa. El corazón de Halli latía con fuerza en su pecho. Deseaba cerrar los oídos, irse antes de que se dijera una palabra más, pero se descubrió como hipnotizado. Ni se movió ni contestó.
Olaf dio un buen sorbo de vino; tragó el líquido con avidez, haciendo ruido. Dejó el vaso en su sitio.
—Bien, no te sorprenderá enterarte de que tu tío Brodir viajó mucho en su juventud, visitó muchos Clanes en uno u otro momento, a veces por asuntos familiares y a veces solo por gusto. Vino aquí a menudo, Halli: era un montañés de pequeña estatura, delgado, moreno y que se tomaba los placeres de la vida muy en serio. Lo conocíamos bastante bien: demasiado bien… sobre todo cuando la cerveza se apoderaba de él. Sabrás que se volvía… jactancioso en esos momentos.
—Eso no es ningún crimen —dijo Halli en tono hosco.
—Cierto. Es un estilo de vida para los Clanes escuálidos del norte del valle, como el tuyo. —Olaf se sentó en el borde de la cama, su rostro quedaba en la penumbra—. Hord y yo teníamos una hermana menor. Se llamaba Thora. Podría haberse casado con cualquiera, ya que era una hija de Hakon y además muy hermosa, y fueron muchos los que probaron suerte con ella, incluido tu tío Brodir. Pero Thora los rechazó a todos, algo que a Brodir le sentó bastante mal. La acosaba siempre que venía por aquí, y en varias ocasiones Hord y yo tuvimos que intervenir para calmar las aguas. Pobre Thora… a ella le desagradaban tantas atenciones y, en fin, amaba a otro. —Olaf volvió a coser; se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en las rodillas y la vista fija en el suelo—. Amaba a un chico de este Clan, un carpintero, apuesto y rubio. Recuerdo perfectamente su cara, aunque he olvidado su nombre. Pues, pequeño Halli, resultó que tu tío vino aquí a tratar un asunto de negocios. Durante la fiesta de la noche la noticia del carpintero de Thora llegó a sus oídos. Esto le dolió: su orgullo borracho se sintió herido. ¿Sabes lo que hizo?
—Mientes —susurró Halli.
—Se acercó al chico mientras este estaba hablando y, sin mediar palabra, le golpeó con tanta fuerza que le derribó al suelo. ¿Qué pasó? El chico dio con la cabeza contra la chimenea y se partió el cráneo. No se pudo hacer nada… murió poco después. Pero, cuando todos se volvieron a buscar al hombre que le había matado, tu tío se había ido.
—Mentiras —murmuró Halli—, mentiras.
—En absoluto. Pregúntale a tu madre.
Se hizo el silencio.
—El Consejo, en su sabiduría y guiado por el deseo de mantener la paz y la armonía, no quiso colgar al hijo de un Arbitro —prosiguió Olaf—. Lo calificaron de homicidio en lugar de asesinato a sangre fría. Y tu tío se salvó de la muerte.
—Si eso es cierto —dijo Halli con voz ronca—, si eso es cierto, se trató de un acto de maldad, pero también de un accidente. Un accidente —repitió—, y vosotros ganasteis tierras a cambio. ¡Y sin embargo mataste a Brodir, muchos años después, para vengar a un hombre de cuyo nombre ni siquiera te acuerdas!
—No quería vengarle a él —susurró Olaf—, sino a mi hermana. A la pobre Thora, que amaba tan apasionadamente a aquel chico que se ahorcó la misma noche en que él murió. A mi hermana, que se suicidó por culpa de Brodir. Tu tío merecía morir.
Olaf bajó la cabeza, su voz apenas llegaba a los encendidos oídos de Halli.
Durante un rato ninguno de los dos dijo nada. Por fin, intervino Halli:
—Nunca le habríais permitido que se casara con el carpintero.
Olaf le miró.
—¿Con un chico del pueblo? No lo creo. Mi hermana habría tenido que casarse con el hijo de algún otro Clan, ¿no crees?
Olaf se encogió de hombros de manera casi imperceptible.
—No me cabe duda —dijo Halli—. Le habrían partido el corazón de una forma u otra. —Retrocedió despacio hacia la puerta—. Pero gracias por la historia. Me preguntaba por qué no he logrado matarte y ahora tal vez entiendo el motivo. Ya ha habido demasiadas muertes inútiles, y no hay honor en nada de todo esto. Bien, si la fiebre no acaba contigo, testificaré en tu contra en el juicio y perderéis tierras y vuestro buen nombre. Así terminará el asunto. Adiós. —Se volvió para marcharse, pero la oscuridad le impidió encontrar la puerta.
A su espalda, el susurro de Olaf adquirió un tono casi irónico.
—¡Qué chico tan raro eres! ¿No se te ha ocurrido que sin tu testimonio el caso se cae en pedazos? No es probable que te deje ir con vida, ¿no crees?
Halli palpó la pared con las manos, en busca de la puerta.
—Sabias palabras, pero ¿qué va a hacer un viejo enfermo como tú?
Halli oyó un movimiento, un débil ruido, como si alguien hubiera quitado de repente un peso del colchón y la paja se expandiera.
Miró por encima del hombro.
Y vio que la llama de la vela temblaba con fuerza, provocando un halo de luz que, distorsionada y parpadeante, iluminaba el lecho vacío.