10

10

Adondequiera que fuera, la gente cantaba las gestas de Svein. Los ancianos de los Clanes le obsequiaban con oro y otros regalos, mientras que bonitas doncellas le salían al paso cada pocos metros bastante ligeras de ropa. Consumidos por los celos, los otros héroes jóvenes del valle trataron de imitarle. Ketil se internó en el bosque para luchar contra los salteadores, pero acabó huyendo de un enano armado con una navaja. Eirik subió al Risco de la Paloma para terminar con la vida de un oso devorahombres, solo para ser perseguido por su cachorro en una carrera de kilómetros y más kilómetros por las montañas.

Svein no hizo comentario alguno al respecto; era un tipo parco en palabras. Para entonces ya era adulto; se había transformado en un hombre alto, severo, con un pectoral duro como una roca; ágil y seguro de sí mismo; rápido a la hora de juzgar y actuar en función de sus juicios. Pocos eran los miembros del Clan que se atrevían a discutir sus opiniones.

En algún momento de las horas más negras que preceden al amanecer, Halli había recuperado la capa y había buscado cobijo, pero la mañana le descubrió helado y enfebrecido.

Con manos temblorosas encendió otra hoguera y se comió los restos de carne que quedaban, que acompañó con generosos tragos de vino. El viejo caballo le observaba desde debajo de un pino. Más allá del borde del precipicio, finos hilos de niebla flotaban entre los árboles de la lejanía.

Halli se dijo que tal vez incluso Svein pasó un mal rato la primera vez que mató a un hombre. Los relatos no daban cuenta de sus sentimientos, de las emociones más íntimas que pudo albergar, pero parecía lógico que también él se hubiera sentido desasosegado e incluso aterrado por la experiencia.

Seguro que era buena señal saber lo que era esa clase de miedo. No sentirlo te convertía en un hombre de menor valía. Cuando lo superabas, y seguías triunfante, mostrabas de qué estabas hecho.

Eso se repetía Halli. Pero se quedó junto al fuego durante un buen rato, y cuando por fin se decidió a registrar las pertenencias de Bjorn, las piernas aún le temblaban.

Las bolsas contenían un montón de cosas que Halli rechazó al instante: horquillas y grabados de varios héroes, todos tallados en madera de forma bastante tosca; perlas, collares de ámbar, broches de hueso; una colección de sábanas de lino. Los tesoros que Bjorn le había mostrado la noche anterior tampoco le llamaron la atención, ya que Halli estaba convencido de que eran todos falsos. Pero en el fondo de la segunda bolsa encontró algo mejor: una cartera de piel suave llena de monedas.

Halli se quedó con la cartera y con toda la comida y el vino. Vació el contenido de las bolsas entre los pinos. Luego apagó el fuego a pisotones y fue hacia el viejo caballo, aún atado a los márgenes del claro.

—No me veo capaz de montarte —le dijo—. Si te sirve de algo, eres libre. Ve a donde quieras.

Dio una leve palmada a sus cuartos traseros; después de cierta vacilación, el caballo emprendió el descenso hacia el acantilado. No tardó en desaparecer entre los árboles.

Cuando Halli iba a seguir sus pasos, sus ojos se posaron en algo negro que resaltaba sobre la hierba: era la supuesta garra de trow, clavada en la tierra con malvado ímpetu. Le costó arrancarla y, al observarla con más atención, se sorprendió al descubrir que el trabajo del artesano había sido excelente. La madera había sido pulida a conciencia, y era más dura y pesada de lo que había imaginado a primera vista. Era tan afilada que rasgó la tela de su bolsa cuando la metió dentro. Bueno, pues tanto mejor. Le serviría de protección hasta que encontrara un cuchillo.

* * *

El resto de su descenso por el cañón transcurrió sin novedad. Los precipicios fueron suavizándose y disminuyó la pendiente. El camino salió de entre los árboles hacia un paisaje de rocas rotas y cascotes diseminados: era el principio del valle sur. El río seguía su curso, una sucesión de curvas y saltos rápidos. Ya era más caudaloso que en las alturas; en ciertos puntos avanzaba sobre huecos fondos de piedra antes de formar charcos profundos y oscuros. Halli empezó a distinguir vacas en las pendientes que se hallaban por debajo de los acantilados; también cabras, pastando en los pedregales. Poco a poco el suelo fue ganando en riqueza, la hierba adoptaba un color más lustroso. Aumentaba el número de reses. Las paredes del valle se alejaban de él; le embargó una sensación de espacio y aire libre. El sol disipó la niebla, y a lo lejos Halli vio algo que asomaba entre las montañas: un curioso horizonte plano donde sabía que estaba el mar.

Con la piel caliente por el sol, libre del adusto encierro que había supuesto el cañón, Halli notó que su ánimo mejoraba con cada paso que avanzaba. Los horrores de la noche se mitigaban, y empezó a ver sus actos como algo menos fruto de la desesperación, más sensatos de lo que le habían parecido antes. No pudo evitar reírse. ¡Con qué habilidad había llevado a aquel villano hasta el borde del precipicio!

Junto al camino, una figura de madera que representaba a un héroe —una estatua antigua, gastada y deformada, pero provista de unos brillantes ojos azules— marcaba un límite. Detrás de una arboleda, más allá de los campos, se veía un buen número de tejados de color rojo. Ondeaban banderas en los extremos del claro, la señal de que estaba junto a un buen Clan. Bien, allí podría comprar comida, un cuchillo y alguna otra cosa, y, ¿por qué no?, explicar a los cuatro vientos su reciente victoria. No le cabía la menor duda de que Bjorn había asaltado a muchos viajeros por esos caminos solitarios. La noticia de su muerte sería bien recibida: con un poco de suerte, Halli no tendría ni que pagar por sus compras.

Absorto en esos agradables «pensamientos», Halli llegó a un lugar donde el camino se dividía en dos en torno a un pilar de piedra; hacia la derecha se llegaba a un sendero ancho bordeado de árboles frutales que conducía hasta el lejano Clan. Varias mujeres se hallaban en el huerto, enfrascadas en recoger ciruelas. Un chaval pequeño, bronceado y pelirrojo, que solo iba vestido con una larga camisa de tela cruzada, estaba sentado a los pies del pilar en medio del polvo del camino. Miró a Halli con manifiesta curiosidad.

—Buenos días, chico —dijo Halli—. ¿Qué son esos tejados que se ven a lo lejos, más allá de los árboles?

—El Clan de Eirik, como sabe todo el mundo —respondió el niño—. ¿No deberías tener las piernas más largas? ¿Te cayó un árbol encima?

—¿Qué prefieres —preguntó Halli—: una moneda de oro o un pescozón? Piénsalo bien.

El zagal se lo pensó, al tiempo que se pellizcaba la nariz.

—La moneda.

—Entonces refrena tu lengua y corre a tu Clan. Alerta a la gente. Diles que ha llegado un héroe.

El chaval miró asombrado hacia los cuatro puntos cardinales.

—¿Dónde?

—Aquí —replicó Halli con cierta aspereza—. No… aquí. Soy yo. Yo soy el héroe.

El chico puso cara de decepción.

—Dame la moneda antes de que vaya. De hecho, quiero dos. Siempre que cuento mentiras evidentes me gano una tunda, así que como mínimo que merezca la pena recibirla.

Halli se le acercó.

—¿Te atreves a dudar de mi palabra? Acabo de matar a un peligroso ladrón en la inmensidad del cañón mientras tú pierdes el tiempo en la calle. ¡Deberías obedecer mis órdenes corriendo!

El niño se puso de pie.

—Por lo que se refiere a por qué estoy aquí, resulta que espero a mi padre. Y en cuanto a correr, la verdad es que no me queda energía. Mi madre y yo hemos tenido poco que comer en estas últimas semanas en que papá ha estado ausente. Si no vuelve pronto, provisto de dinero del viaje, ambos moriremos de hambre.

Halli sacó la cartera de tela de la bolsa y cogió una moneda.

—¡Vamos, vamos! Aquí tienes una pieza de oro para mitigar tus quejas. Y deja de mirar la cartera con esa cara. Ve tan rápido como puedas y proclama la noticia. Yo te seguiré.

El chico partió, despacio al principio y sin dejar de mirar hacia atrás. Para descontento de Halli, no tomó el camino, sino que se desvió hacia un árbol cercano junto al cual había una mujer pelirroja y escuálida que metía en un cesto las ciruelas que le iban pasando desde arriba. Ambos iniciaron una animada conversación, en la que el niño no paraba de señalar a Halli con el dedo. La mujer puso punto final a la charla y corrió hacia el recién llegado mientras sus compañeras observaban la escena desde los árboles.

Halli sacó pecho.

—Hola, buena mujer. Traigo noticias importantes…

—Mi hijo dice que ha bajado del norte, ¿es verdad? —preguntó la mujer, con evidente ansiedad.

Halli inclinó la cabeza.

—Así es.

—Sin duda es muy valiente al viajar solo por esos parajes desolados.

—Bueno, no están tan desolados. Excepto la zona del cañón, claro, donde…

—Me pregunto —prosiguió la mujer— si se habrá cruzado con alguien durante el camino. Por favor, tanto mi hijo como yo estamos enfermos de preocupación por mi marido, que…

Halli la interrumpió con un gesto amable.

—Señora, lamento decirle que no he visto a nadie. Sin embargo, sí caí en las redes de un malvado comerciante que intentó robarme y matarme. Ah, era un hombre perverso: una bestia enorme y corpulenta carente de toda virtud. Por suerte, no me acobardo con facilidad y en la parte más solitaria del cañón, en los momentos más negros de la noche, nos enzarzamos en una pelea. Basta decir que acabé con su vida. Ya no tenéis que temerle nunca más. Ahora estoy algo cansado y desearía disfrutar de algún refresco en vuestro Clan. Una ciruela servirá para empezar. —Y con un guiño y una sonrisa, cogió una del cesto y la mordió con avidez.

La mujer le contempló, boquiabierta.

—¿Un comerciante dice?

—Eso decía él. En realidad vendía trastos falsos y curiosas horquillas de madera. Y era un ladrón de marca mayor. ¿Nos vamos?

—¿Horquillas de madera, dice?

—Sí, sí. —Halli esbozó una amplia sonrisa hacia las otras mujeres, que se acercaban decididas desde todas partes—. ¡Por favor! ¡Espero que no todos los miembros del Clan de Eirik sean tan obtusos!

El zagal no paraba de saltar junto a su madre, tirándole de la manga sin cesar.

—¡La cartera, mamá! ¡Echa un vistazo a la cartera!

Halli le miró, con mala cara.

—Ya te he dado una moneda. ¿También debo pagar por este interrogatorio? El perverso Bjorn era poco más avaricioso que tú.

La mujer soltó un suspiro de sorpresa, que fue coreado por el de varias de sus compañeras.

—¿Bjorn, ha dicho?

Halli resopló, harto de preguntas.

—¡Sí! ¡Bjorn! —Luego vaciló, sintiendo que debía aplicar cierta cautela—. ¿Qué pasa? Es un nombre común.

Con un gemido, la mujer se llevó ambas manos a la frente.

—¡Mi marido! ¡Ha matado a mi marido!

—¡Tenía la cartera de papá! ¡Ha sido él, ha sido él!

—¡Mi pobre y gordo Bjorn!

Halli se percató de que las mujeres del huerto se le acercaban por todos lados, los cuchillos para la fruta brillaban en sus manos. Habló, nervioso:

—¿Es que todos los de esta zona sois unos histéricos? No hay la menor prueba de que el hombre al que maté tenga nada que ver con su Bjorn. Su marido debe de estar durmiendo la mona a la sombra de un seto. Y…

El niño lanzó un grito que expresaba a la vez sorpresa y reconocimiento.

—¡Mira! ¡Allí! ¡Es Grettir!

Todos volvieron la cabeza hacia el camino. El viejo caballo, que sin duda se había atiborrado ya de hierba, había completado el descenso del cañón y aparecía ante ellos: su trote indicaba que sabía hacia dónde iba y conocía el entorno. En un silencio sepulcral, el animal rodeó a Halli y fue hacia el chico; le frotó la mano cariñosamente con el hocico.

Todos miraron al caballo sin jinete. Un segundo después, todos los ojos se posaban en Halli.

Este dio un paso atrás al tiempo que levantaba las manos en señal de protesta.

—¡Era un ladrón! ¡Un maleante!

—¡No! ¡Bjorn Eiriksson era un hombre respetable!

—¡Uno de los pilares de nuestro Clan!

Halli retrocedía hacia el camino.

—Pero, señoras… les juro que intentó robarme, ¡matarme!

—¿Por qué iba a hacer eso? ¿Qué podía querer de un vagabundo de tu calaña? ¡Mientes!

—¡Asesino!

—¡Criminal!

—¡Agarradle! ¡Haced sonar el cuerno que advierte de la llegada de trows! ¡Prendedle!

Halli abandonó cualquier intento de persuadir a aquel grupo de mujeres enfurecidas con buenas palabras y corrió como alma que lleva el diablo por el camino, perseguido muy de cerca por aquella turba femenina. Resultaron ser rápidas, y parecían decididas a apresarle hasta que sin querer se le cayó la cartera al suelo. Las monedas de oro rodaron en todas direcciones y el grupo de perseguidoras se detuvo. A pesar de eso, la esposa de Bjorn siguió pisándole los talones, dando voces e intentando arañarle con sus largas uñas, hasta que él no tuvo más remedio que empujarla hacia una cuneta. A partir de ese momento consiguió alejarse, pero una lluvia de ciruelas y otras frutas le cayó encima durante un buen trecho, hasta que dobló un recodo del camino.

* * *

Los siguientes días no fueron muy agradables para Halli. Los equipos de búsqueda del Clan de Eirik resultaron ser muy diligentes, y se vio obligado a ocultarse en un enconado lecho de juncos, con barro negro y espeso hasta las cejas, hasta que por fin se dieron por vencidos. Cuando reemprendió el camino, parecía más un vagabundo cojo que un héroe vengador: la comida se le había mojado, tenía la piel llena de picaduras de piojos, había perdido las monedas, su ropa estaba raída y sucia.

Sin provisiones y sin dinero para pagar por ellas, Halli se vio forzado a recurrir a conductas que nunca había previsto cuando empezó su viaje. En lugar del paseo majestuoso por el valle inferior que tenía en mente, en el que se paraba en cada Clan en busca de cobijo y amable conversación, sus días se convirtieron en una sucesión de saltos furtivos hacia las cunetas, robos en granjas solitarias, huidas constantes, ocultación y perseguidores airados. Agotado y famélico, se vio obligado a robar comida para seguir vivo, y a pesar de que su botín era de una uniformidad aterradora —pan seco, queso y alguna pieza de fruta—, las consecuencias de sus actos tenían una gran variedad. Le persiguieron unos granjeros armados con horcas y unos viejos con palos; unas lavanderas blandieron las sábanas contra él y un grupo de niños le lanzó discos giratorios de caca de vaca. En una ocasión otros chavales le hicieron huir a base de piedras después de que él intentara robarles los pasteles desde un arbusto alejado con la ayuda de la garra de trow prendida al extremo de un palo. Ya no le quedaba mucho tiempo para pensar en fama u honores. Se concentraba en la mera supervivencia.

Y sin embargo su decisión nunca desfalleció. En cualquier momento habría podido dar media vuelta y emprender el largo viaje de regreso hacia el Clan de Svein, hacia la antigua vida que había llevado hasta entonces. Pero a pesar de sus cuitas, el deseo de vengar a su tío seguía firme e inalterable. Poco a poco, día tras día, por malos que estos fueran, se hallaba más cerca del Clan de Hakon y del mar.

Atrás quedaron las tierras de Eirik; el camino le llevaba a través de ricas praderas que pertenecían a los Clanes de Thord y Egil. Para entonces el valle era ancho y generoso; el río, cual lazo centelleante, surcaba en zigzag la llanura. Las montañas que circundaban los campos eran ahora más bajas que las que Halli había imaginado nunca, y los picos que quedaban detrás se habían quedado reducidos a leves montes de un marrón grisáceo. Pero aun así, sobre todo cuando el sol descendía, resultaba posible ver la línea de tumbas ininterrumpida que marcaba el final de la tierra habitable.

De vez en cuando, en aquellas noches de soledad en los bosques, mientras masticaba un hueso de pollo o un trozo de carne, Halli reflexionaba sobre lo que había visto. Pese a los muchos días de viaje, pese a los extraños edificios ante los que había pasado, de tejados afilados, brillantes tejas rojas y paredes blancas de yeso; a pesar de las ropas de extraños tintes que llevaba la gente, y de la obvia fertilidad de los campos del sur del valle, Halli se había quedado asombrado de lo parecido que era todo. Casas, campos, reses… y runas sobre la colina. Los trows arriba, la gente abajo.

Como si de eso hiciera mucho tiempo, oyó la voz del tío Brodir: «El valle no es tan grande como crees…».

Sin embargo, había nuevas maravillas que absorber con los ojos. Contempló la Roca de la Batalla, a lo lejos, desde el centro de la llanura —una empinada pirámide negra situada entre oscuros árboles—, pero, debido a una rencilla local relacionada con un cochinillo desaparecido y una pata de cerdo que luego fue vista en sus manos, no tuvo tiempo para hacerle una visita.

También le animaba la perspectiva de ver el mar. Halli había deseado posar sus ojos sobre él durante toda su vida. Ahora, a medida que sus botas recorrían kilómetros y le acercaban a su destino, notó un sabor salado en el aire, un viento nuevo y fresco. Le azotaba en la cara y entraba con fuerza en sus pulmones, dándoles vigor a pesar de la debilidad general que arrastraba su cuerpo. Empezó a distinguir unas aves blancas por encima de la zona más llana del valle: volaban en grupo y giraban hasta desaparecer de su vista. El río se separaba entonces del camino por lechos de juncos y zonas pantanosas; solo veía algún atisbo de su curso de vez en cuando: una gran extensión blanca y azul, salpicada del reflejo del sol. Una o dos veces vio cosas que flotaban en él: una especie de grandes cuencos bajos, provistos de palos y velas, que sobresalían del río debido a la marea. Eran los primeros barcos de verdad que se encontraba en su vida.

Durante días el camino había estado lleno de tráfico; carros, jinetes, hombres y mujeres ocupados; todos los campos parecían tener su casita, había una granja a cada kilómetro. En ese momento Halli llegó a un cruce donde el camino —ahora el doble de ancho que en el valle superior y en excelente estado— se dividía con decisión en dos. Un par de héroes de madera recién tallados se alzaban uno frente a otro. Cerradas barbas de madera, ojos ciegos que miraban con furia, manos paralizadas sobre la empuñadura de sus espadas. Uno estaba pintado de un cálido y rico color púrpura; el otro, de un vivo naranja. Halli se dijo que sabía a qué Clanes correspondían ambos.

—Sí, este es el límite entre los Clanes de Arne y Hakon —le confirmó una mujer joven, que había detenido su carro, tirado por un buey, para echar un trago de agua—. A tres kilómetros bosque a través encontrarás el Clan de Arne; a cinco kilómetros siguiendo el río, el de Hakon. ¿Hacia dónde vas?

Halli no contestó enseguida. Recordó la cara de Aud, hija de Ulfar, y el cansancio y el hambre le tentaron con fuerza a buscar ayuda en su casa… Suspiró; tensó el mentón. No. Su misión no había terminado. Por mucho que lo deseara, ese no era su camino.

—Al de Hakon —dijo con firmeza—. Me dirijo al Clan de Hakon.

—Ten cuidado —le advirtió la mujer, mientras lo miraba de arriba abajo—, no les gustan mucho los mendigos. Los perdidos, truhanes y otros maleantes son atados con el culo al aire al poste del mercado y severamente azotados. Ordenes de Hord. Es un hombre fuerte y duro.

—Oh, sí —dijo Halli—. Y, por cierto, no soy un mendigo.

Pero la mujer ya había chasqueado la rama que usaba de látigo y había emprendido su camino.

* * *

Cinco kilómetros para llegar a las tierras de Hakon. Un poco más adelante, cuando anochecía, Halli acampó en un soto junto al camino y pasó allí la noche. Mientras temblaba bajo la fina manta de hojas, el nerviosismo se apoderó de él.

Al día siguiente, por fin, después de tan largo viaje, el asesino Olaf estaría a su alcance. Halli debía vigilar la zona, por supuesto, pero la estrategia básica estaba clara. Llegar hasta el Clan, encontrar alguna parte del muro de los trows que estuviera derruida, saltar por allí y esconderse. Por la noche, registraría la casa del herrero o alguna otra en busca de un cuchillo y buscaría la habitación de Olaf. Lo más probable era que estuviera detrás del salón; quizá incluso tendría alguna ventana… Si no, no le quedaría más remedio que esperar, matarlo al amanecer cuando saliera al retrete o a lavarse en el patio. Una vez hecho volvería a saltar el muro y cruzaría los campos. Sobre todo, debía pasar sin ser visto.

Ya fuera por los nervios, el frío o el estómago vacío, Halli no durmió bien. Al amanecer logró conciliar el sueño, y cuando despertó el sol ya brillaba con fuerza. Se levantó de un salto, se sacudió la ropa y se puso en marcha enseguida, impaciente por llegar a su destino.

Y, poco después, lo vio.

El camino, que dibujaba un leve ascenso, descendía hacia el Clan de Hakon como si alcanzarlo hubiera sido el propósito de toda su extensión. A un lado había una alfombra de campos de maíz, silenciosos y de un color marrón dorado, agitados por la brisa; al otro, un conjunto de prados verdes que al descender se convertían en marismas y llegaban hasta un laberinto de muelles de vivos colores; estos alcanzaban los márgenes del río, ahora tan ancho que se extendía casi hasta el horizonte. Halli vio que en los muelles había una fila de cabañas y botes amarrados, y gente… gente por todas partes: en los muelles, en los campos; trabajaban con ganchos y redes, con guadañas y aventadoras. Había más gente en los terrenos de ese Clan de la que él hubiera creído posible incluso en sueños.

Y al final de todo se alzaba una gran estacada de piedra, rodeada por un amplio foso negro de agua de mar que se alimentaba de los canales procedentes del estuario. Los muros tenían la altura de dos hombres y carecían de ventanas. Eran densos, austeros y grises en la parte que tocaba el agua, y encalados de blanco en su parte superior. No había el menor hueco por donde pasar. El camino ascendía por una rampa de tierra hacia el Clan y cruzaba el foso a través de un ancho puente de madera. Por encima de los muros sobresalían muchos edificios, la mayoría de dos o más plantas, con tejados arqueados con almenas. De entre todos ellos resaltaba la casa más grande, pintada de blanco, reluciente al sol. Desde cada almena ondeaban banderas de color rojo anaranjado otorgándole un esplendor imperial.

Con los ojos hinchados y la boca seca, Halli se quedó inmóvil en el polvoriento camino. Por primera vez comprendió la absoluta insignificancia y la remota ubicación del Clan de Svein, y darse cuenta de ello supuso un fuerte mazazo en su orgullo.

Dejó caer los hombros, la mochila le resbaló hacia el suelo. Embargado por un cansancio mudo, Halli se agachó y apoyó la cabeza en las manos.