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Svein y sus compañeros salieron de caza por las montañas un día de crudo invierno. Svein llevaba el arco, pero se había dejado la espada en casa. En los pinares fueron atacados por una manada de lobos hambrientos. Svein mató a tres con sus flechas, pero las fieras se le acercaron y ya no pudo usar el arco.

Una gran loba gris le clavó los dientes en el antebrazo; en ese mismo momento vio que otro arrastraba a su amigo Bork por una pierna hacia los arbustos. Svein saltó hacia ellos, agarró al lobo que atacaba a Bork con el brazo libre y le aplastó el cuello como si fuera una ramita. Solo entonces se le ocurrió hacer lo propio con la loba que le mordía.

Las fauces de la loba se habían cerrado y tuvieron que serrar la cabeza. Svein volvió a casa con esta aún prendida del brazo.

—¿Qué opinas de mi pulsera, madre?

Ella se la arrancó con una palanca, hirvió la piel y la colgó en la pared de la puerta principal junto con los demás trofeos.

Tan pronto se consideró una hora decente, el Banquete de Amistad llegó a su fin. Los huéspedes se retiraron a sus aposentos y la familia se acostó, con aire taciturno. Halli cogió una vela y cruzó el pasillo privado. Se paró ante la puerta del cuarto de Brodir y oyó algún ruido esporádico procedente del interior: pisadas amortiguadas, golpes y cosas que se rompían.

Con paso lento fue a su habitación y se preparó para acostarse.

El comportamiento de Brodir había sido excesivo y una falta absoluta de hospitalidad, pero Halli no acertaba a explicarse la causa. La ira expresada por su tío, su vehemente desprecio hacia los visitantes, había existido sin lugar a dudas antes de que Hord y Olaf Hakonsson hicieran gala de su arrogancia en la mesa. Su madre era consciente de esta enemistad —incluso había pedido a Brodir que se marchara—, y, a juzgar por el gélido saludo, Hord parecía conocer a Brodir desde hacía tiempo.

¿Cuál había sido su relación? Halli no recordaba que su tío hubiera mencionado a los Hakonsson cuando contaba sus viajes de juventud.

Era todo un misterio, pero Halli estaba seguro de que, si supiera los detalles, la furia de Brodir estaría justificada, aunque no el modo de expresarla. Tendido en la cama, a oscuras, clavó las uñas en las palmas de las manos mientras hacía el recuento de los comentarios condescendientes que les habían brindado Hord y Olaf durante la cena. Oh, ¿así que el Clan de Svein era pequeño? ¿Pobre, remoto y mal dirigido? Y el gran Svein no había sido más que un bufón femenino, apenas capaz de levantarse por la mañana sin perder los calzones… La comparación hizo que Halli apretara los dientes.

Cierto que podía complacerse al recordar que su cerveza especial había hecho pasar un mal rato a los Hakonsson, pero al fin y al cabo eso no era más que un truco, sutil y poco masculino. Habría sido mucho mejor vivir en la época en que los héroes caminaban con espadas en los cintos, listos para retarse cuando alguien ponía en duda su honor. Ah, Halli habría sobresalido entonces. Bueno, o al menos habría sobresalido un poco. ¡Se habría quitado de encima a Hord y a Olaf a la mínima afrenta contra el honor de su Clan!

Se le cerraban los ojos; se vio a sí mismo en otra parte. Su espada brillaba bajo la luz del sol, los Hakonsson gritaban de miedo. Aud le sonreía, mientras él se alejaba a caballo. Arriba en la montaña los trows preparaban la huida al saber que iba hacia ellos.

Esas hazañas fueron envolviéndole cual manto cálido. Halli se durmió.

* * *

El cielo era oscuro. Alguien próximo estaba en peligro; Halli daba vueltas y vueltas, mirando hacia todas partes, pero fuera lo que fuera se mantenía siempre a su espalda y no conseguía encontrar su espada. Sus esfuerzos se hicieron frenéticos. Por fin despertó con un grito y se dio cuenta de que había sacado la mitad de la paja que rellenaba el colchón y de que se encontraba enrollado con la manta, como un conejo atrapado en una red.

Se quedó quieto durante un momento mientras intentaba recordar el sueño y su significado. Lo único que sabía era que tenía un tremendo dolor de cabeza y que necesitaba hacer pis urgentemente. Esto no poseía ningún significado especial. Siempre que bebía mucha cerveza le pasaba lo mismo.

En la ventana se distinguía una luz pálida. Despacio, rígido, Halli se levantó de la cama.

Le fastidió comprobar que el orinal no estaba en el cuarto. Katla debía de habérselo llevado para vaciarlo y se le había olvidado volver a traerlo. La alternativa, el retrete, se hallaba fuera, en el patio, detrás de la casa, y Halli tuvo que salir por la puerta trasera. Era muy temprano; la luz empezaba a nacer, y una niebla gris lo cubría todo con un manto de inmóvil silencio. Los pies descalzos de Halli avanzaron sobre las viejas piedras puestas para detener a los trows; notó la hierba que crecía entre ellas. Una brisa fresca le acarició las piernas desnudas y se le coló por el camisón.

Estuvo un rato ocupado en el retrete, y eso le hizo pensar en los torrentes primaverales que tan a menudo causaban víctimas mortales. Pero por fin terminó y se sintió mucho más aliviado, aunque el dolor de cabeza persistía.

Cuando salía del retrete hacia el patio oyó unas voces procedentes de los establos.

Hablaban en un tono demasiado bajo para oír lo que decían, pero le dio la impresión de que parecían enojados. Desde donde estaba podía ver que las puertas del establo estaban abiertas, pero el interior quedaba oculto. Las voces continuaban; eran tres hombres que discutían, hablaban a la vez, mientras de fondo se oían ciertos ruidos característicos —el chasquido de los arneses, las pezuñas sobre el suelo— que indicaron a Halli que alguien ensillaba a los caballos para partir.

Se rascó la nuca mientras pensaba. Luego cruzó el patio sin hacer ruido y se encaramó a un tonel de agua tumbado que había junto a la puerta del establo; se metió dentro, buscó un agujero en la madera y siguió observando por allí.

Vio a Ragnar Hakonsson, envuelto en su inmaculada capa y listo para el viaje, montado en su bella yegua parda. La cara de Ragnar mostraba aún señales evidentes de cansancio y las huellas de la enfermedad. En ese momento el joven Hakonsson contemplaba un altercado que tenía lugar entre tres hombres que se hallaban al fondo del establo.

La luz del amanecer que se colaba por las rendijas de la pared de madera iluminaba a los hombres, de manera que estos parecían atravesados por una docena de lanzas grises y fantasmales; el tenue brillo de dos candiles —uno colocado sobre la bala de paja más cercana y el otro que colgaba del puño de Olaf Hakonsson— también arrojaba claridad a la escena. Olaf y su hermano Hord se habían estado preparando para partir; sus corceles, de buena estampa, más gordos que los que se criaban en la parte superior del valle, estaban ensillados y a la espera, mientras desayunaban de las bolsas que llevaban colgadas del hocico. Hord sostenía las riendas flojas con una mano. Tanto él como Olaf se habían puesto sendas capas de viaje, bien ceñidas al cuello para protegerse del frío de la mañana; las botas aparecían lustradas y brillantes. Al igual que en la cena, todo en su apariencia denotaba que eran hombres importantes y ricos.

En cambio, Brodir, el tío de Halli, llevaba puesta la misma ropa de la noche anterior: la túnica se veía arrugada y sucia, las mangas abiertas, los leotardos caídos y el pelo revuelto. Daba la impresión de no haber dormido nada. Estaba de pie, en una postura algo ridícula, con la cabeza inclinada a un lado y el pulgar prendido del cinturón, mientras con la otra mano gesticulaba y señalaba a los Hakonsson con insolencia.

Resultaba difícil entender lo que decía Brodir, ya que sus palabras eran incoherentes y quedaban sofocadas por las feroces réplicas de Hord y Olaf, pero Halli dedujo que era un discurso poco inteligente. No cabía duda de que los tres continuaban con la disputa iniciada en la mesa la noche anterior. Olaf Hakonsson era quien parecía más furioso: hablaba casi tanto como Brodir y acompañaba sus palabras con violentos ademanes; el candil que sostenía proyectaba círculos sobre las balas de heno y asustaba a los caballos de la casa, que se mantenían tímidos y quietos.

A pesar de lo mucho que quería a su tío, Halli deseó con fervor que su padre, su madre, o incluso Eyjolf, acudieran para llevárselo. Pero el Clan seguía en silencio; estaba claro que los Hakonsson tenían previsto partir tan pronto como pudieran, antes de que sus anfitriones se levantaran.

Por un momento Halli pensó en la posibilidad de ir a buscar a sus padres, pero su ojo era incapaz de apartarse del agujero, como si estuviera clavado allí.

Entonces Brodir dio un paso adelante, con el índice levantado, y por primera vez Halli oyó lo que decía:

—Pues marchaos ya a buscar a vuestras mujeres. Lo más probable es que hayan pasado la noche en los árboles, escondidas como cuervos carroñeros.

Les brindó una sonrisa estúpida y tropezó con un puñado de paja.

Fue Olaf quien respondió, con la voz tomada por la ira:

—Es de sobra conocido que el Clan de Svein es un nido de borrachos que apenas son capaces de cruzar el patio sin tropezar con sus pies de seis dedos. Además, como sin duda sabes, Brodir, también es famoso en nuestros pagos por su falta de tierra.

Brodir soltó una maldición, pero Olaf no se arredró:

—Aun así, ahora tenemos cosas nuevas que contar sobre vosotros: proclamaremos a los cuatro vientos vuestra fatal hospitalidad y compondremos canciones con ese sobrino enano tuyo de protagonista, tan feo que las montañas se ponen de espaldas al verlo y los ríos se secan cuando él se acerca a beber de sus aguas.

Hord Hakonsson se abalanzó hacia su hermano, lo agarró por su estrecha espalda y señaló a los caballos.

—Esto no nos lleva a ninguna parte. Deja a este chiflado con su locura.

Olaf asintió, reticente, pero añadió algo más:

—Eres un notable viajero, Brodir Sveinsson. Tal vez nos cruzaremos alguna tarde en un camino solitario y podremos continuar esta conversación. Quiero que sepas que aunque el Consejo haya puesto punto final al asunto, en nuestros pagos no hemos olvidado tus obras.

Se volvió y cogió las riendas. Dejó el candil en el suelo y, con un ágil movimiento, montó sobre su caballo. Hord hizo lo mismo; dirigieron sus monturas hacia fuera, hacia donde los esperaba Ragnar. Brodir se tambaleó y retrocedió un paso para apartarse de en medio.

Cuando los caballos salían por la puerta abierta del establo, Brodir les gritó:

—Si nuestros caminos vuelven a cruzarse, aseguraos de contar con hombres de otros Clanes que luchen en vuestro nombre. Sí, mi sobrino puede que sea lo bastante feo como para que los peces pierdan las escamas al verlo, pero desde luego no es ningún cobarde, mientras que ese chico vuestro se escondería en cuanto se cruzara con un ratón. Solo por eso está claro que la sangre de Hakon corre por sus venas. Ah, y tampoco yo he olvidado lo que sucedió. No lo lamento: ni el acto ni sus consecuencias.

Esas fueron sus palabras, y aún no había terminado de pronunciarlas cuando Olaf saltó del caballo, avanzó hacia Brodir a grandes zancadas y le cruzó la cara con el dorso de la mano. Halli sintió el golpe como si lo hubiera recibido en su propia mejilla: se sobresaltó por lo inesperado y se hizo un corte en el puente de la nariz con una astilla del agujero por donde miraba.

Brodir acusó el golpe, pero, a pesar de lo borracho que estaba, y de que el ataque le había pillado por sorpresa, no se desplomó ni retrocedió; de su nariz brotó un rastro de sangre.

Olaf pretendía dejar el asunto zanjado así; dio media vuelta para regresar hacia su montura, pero justo cuando lo hacía, Brodir soltó un bramido furioso y se abalanzó hacia él por la espalda, agarrándolo por el cuello y arrastrándolo hasta hacerle perder el equilibrio. A pesar de su estado de embriaguez, Brodir no era débil. Su brazo rodeaba el cuello de Olaf como si fuera una barra de hierro, y con la otra mano le golpeó repetidas veces: los ojos de Olaf parecían a punto de salirse de sus órbitas y la lengua le colgaba.

Pero entonces apareció Hord, hecho un basilisco, con la capa volando tras él. Después de desmontar a toda prisa, se lanzó contra Brodir y empezó a asestarle fuertes puñetazos con sus grandes y rollizas manos. Brodir esquivó el primer golpe; el segundo fue a darle en la barba y le desequilibró, aunque siguió aferrado con fuerza a Olaf; respondió al ataque de Hord con una patada, que envió al Hakonsson hacia uno de los huecos del establo.

Halli ya había visto suficiente; sin pensarlo más salió del tonel de agua; el camisón flotaba tras él y le azotaba las piernas. Corrió hacia uno de los lados del establo: pasó por delante de Ragnar, que seguía inmóvil cual estatua sobre su caballo, contemplando la lucha con los ojos hinchados; pasó frente a los otros caballos, que aguardaban quietos y tranquilos, y se dirigió hacia el grupo formado por su tío y Olaf. Hord le vio venir: en cuanto Halli se acercó, extendió la mano y lo agarró con fuerza del brazo; luego, con poco esfuerzo, le elevó por los aires. Los pies de Halli no tocaban el suelo y él sentía un agudo dolor en el hombro; movía manos y pies con gran violencia, pero el brazo de Hord era demasiado largo y su agarre demasiado fuerte. Hord flexionó el brazo una vez y soltó a su cautivo. Halli voló por el establo hasta dar con sus huesos contra una de las paredes de madera; el golpe le dejó sin aire y viendo las estrellas.

Se quedó tendido de lado, sobre la paja, y notó el sabor de la sangre con la lengua. El establo parecía dar vueltas a su alrededor, pero poco a poco fue aminorando de velocidad hasta pararse. Halli levantó la vista. Vio a Olaf Hakonsson hecho un guiñapo en el suelo, tenía las manos en la garganta. Hord había conseguido liberarlo de Brodir, y ahora ambos hombres se habían enzarzado en un combate cuerpo a cuerpo. Los dos fueron primero hacia un lado y luego hacia otro, en un silencio tenso, salpicado de gruñidos; en su lucha chocaron contra los palos que separaban los cubículos de los caballos con tanta fuerza que partieron la madera y removieron el suelo de los establos hasta que las lanzas de la luz del amanecer que atravesaban las rendijas se inundaron de infinitas motas de polvo flotante.

Brodir era duro, pero Hord tenía la fuerza de un toro. La lucha no fue muy larga; de repente, Hord consiguió zafarse de su oponente y agarrarle por detrás.

Olaf hacía esfuerzos para ponerse de pie, pálido y con los labios amoratados.

Halli se movió, pero una punzada de dolor le recorrió el hombro. Sin hacerle caso, intentó levantarse.

Algo pesado le aplastó el cuello. Era una bota, que ejercía una fuerte presión.

—¡No, cara de trow! Tú espera aquí.

Halli se ahogaba, intentó apartar la bota con las manos. Con los ojos muy abiertos vio a Olaf Hakonsson: estaba ya en pie frente a Brodir, que seguía indefenso en manos de Hord.

Vio que Olaf Hakonsson se alejaba hacia donde estaban los caballos, con paso lento y deliberado. Oyó el chasquido del cuero —una bolsa que se abría— y el rumor de alguien que removía su contenido. Olaf volvió a su campo visual. Su rostro no denotaba expresión alguna: el dolor y la ira habían sido reemplazados por un propósito sereno. En la mano sostenía un cuchillo pequeño, de esos que se usan para cortar queso, recortar uñas o pelar fruta… para cientos de tareas cotidianas.

Halli le observaba, con los dedos aferrados con fuerza a la bota de cuero que le aprisionaba el cuello.

Vio que Olaf Hakonsson se encaminaba hacia Brodir, levantaba el puñal y le asestaba una herida mortal en el corazón.

Olaf arrojó el cuchillo sobre la hierba. Luego dio media vuelta y fue hacia su caballo.

Hord Hakonsson dejó caer el cuerpo sin vida de Brodir y siguió los pasos de su hermano. Mientras lo hacía miró hacia Ragnar y dijo una palabra. Por un momento la bota presionó el cuello de Halli con más ímpetu, pero enseguida se apartó de él. El rumor de la capa, las botas que avanzaban sobre la paja… Ragnar se había ido.

Halli yacía inmóvil en el suelo, con los ojos abiertos.

Oyó que los caballos de los Hakonsson cruzaban despacio el patio. Todos los demás corceles del establo parecían inquietos, nerviosos, y uno o dos lanzaron coces contra las paredes al percibir el inquietante olor de la sangre.

Halli no conseguía moverse. Lo siguiente que oyó fue el súbito galope de los caballos que se alejaban del Clan de Svein en dirección al sur del valle.