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La destreza juvenil de Svein irritaba a los otros héroes hasta tal punto que fueron varios los que decidieron matarlo, pero sus emboscadas no tuvieron demasiado éxito. En una ocasión, Hakon se ocultó y lanzó flechas contra Svein. La primera rebotó contra el cinturón de plata de este y cayó al suelo sin hacerle el menor daño; la segunda estuvo a punto de atravesarle el cuello y le dejó clavado a un viejo roble por una de sus trenzas. Svein era incapaz de liberarse sin cortarse la mitad de la cabellera, algo que no le apetecía nada hacer. Al verle indefenso, Hakon desenvainó su espada y se encaminó hacia él dispuesto a terminar con su vida, pero Svein arrancó el roble de cuajo y, girándolo como si fuera un bastón, propinó a Hakon la tunda de su vida. Después Svein restó importancia al incidente. «Fue solo una ramita, nada del otro mundo», dijo ante todos.

La fiesta nocturna en el prado puso un alegre punto final a la primera jornada de Asamblea, pero cuando empezaba a amanecer, el Clan de Svein se despertaba con la noticia de la desgracia que había acontecido a la delegación de los Hakonsson.

Los hombres de la casa sufrían tremendos mareos, que iban acompañados de una violenta diarrea; se habían pasado la noche entera entregados a urgentes carreras hacia los arbustos cercanos, de las que volvían agotados y gimoteantes. Varios grupos vecinos se habían visto obligados a desplazar sus tiendas a otro punto del campo, y al menos media docena de caballos se habían encabritado hasta soltarse en sus esfuerzos por huir del hedor que emanaba de los Hakonsson.

Halli se enteró de los detalles a través de Eyjolf, que estaba en la cocina, atareado preparando remedios de hierbas para los enfermos.

—Es un terrible inconveniente —gruñó el viejo—. Ninguna cosecha volverá a crecer en ese rincón del prado, acuérdate de lo que te digo.

Halli puso su expresión más inocente.

—¿Y alguien sabe cuál ha sido la causa?

—No. Ellos le echan la culpa a un barril de cerveza, pero eso es ridículo: ningún otro asistente a la Asamblea se ha quejado. Es más probable que su enfermedad sea debida a sus perversos hábitos personales. —Eyjolf miró a derecha e izquierda y bajó la voz—. Los hijos de Hakon se bañan poco, y he oído decir que algunos dejan que les salga quisquilla entre los dedos de los pies y luego la desmenuzan en las ensaladas para aliñarlas. Así pues, ¡la culpa no es de nadie más que de ellos mismos!

Halli se pasó el día en calma; el atardecer le encontró detrás de la casa, lanzando herraduras a un palo clavado en el suelo. Justo cuando acababa de acertar, su padre apareció a su lado. La cara de Arnkel mostraba visibles huellas de cansancio y preocupación.

—Hijo mío —dijo con voz ronca—, me alegra ver que no te has metido en líos, tal y como tu madre y yo te pedimos. Es una alegría en un día tan aciago como hoy.

—¿Qué sucede, padre?

—¡Son esos malditos Hakonsson! Siguen vomitando a todas horas, sin la menor consideración hacia el resto de los invitados; cuando recobran el aliento juran y perjuran que me acusarán formalmente de envenenarlos. Perderán el caso, por supuesto, pero la amenaza empaña el ambiente de la Asamblea. Ya nadie quiere probar nuestras deliciosas salchichas de cochinillo, ni las entrañas de cerdo con salsa de mantequilla. ¡Peor aún, algunos se niegan a beber ni un sorbo de cerveza! ¿Cuándo se ha visto una Asamblea con gente sobria? —Negó con la cabeza, pesaroso—. Si las cosas siguen así, los invitados se marcharán… ¡Qué vergüenza para nuestro Clan!

—Quizá podrían comentarse los originales hábitos higiénicos de los Hakonsson —dijo Halli en tono risueño—, para quitarnos las culpas de encima…

Su padre gruñó.

—He estado divulgando rumores con ese propósito. Espero que surtan efecto. De todos modos, cuando esos bobos presumidos se recuperen, tengo que convencerlos de que se olviden de esa acción legal. Son un Clan poderoso y es preferible llevarse bien con ellos. —Cogió una herradura de manos de Halli y la lanzó hacia el palo con un gesto elegante y certero—. He pedido consejo a Ulfar Arnesson, un famoso mediador en asuntos de esta índole. Me ha sugerido que celebre un Banquete de Amistad en honor de los Hakonsson cuando termine la Asamblea. Banquete al que él piensa asistir, desde luego: Ulfar nunca deja pasar un buen ágape. Bueno, debo volver abajo.

Pensar en Ragnar Hakonsson sentado a la mesa de su casa llenó a Halli de una creciente ansiedad. Suerte que él, Halli, seguiría castigado. De repente se le ocurrió algo:

—Padre, ¿Ulfar asistirá al banquete con su hija?

—¿Su hija? —Arnkel frunció el entrecejo—. ¿Es esa niña desarrapada, la de la blusa sucia y el pelo alborotado? La había tomado por una criada. Pues sí, supongo que ella también vendrá. Al igual que tú.

Halli se sobresaltó.

—Pero ¡yo estoy castigado! Padre… no es una buena idea.

—La Asamblea habrá terminado, y tu castigo finalizaba con ella. Estoy seguro de que tu presencia supondrá un honor para el Clan. Con un poco de suerte puedes entretener al joven Ragnar Hakonsson… si es que se recupera de la diarrea. Parece ser el más afectado de todos.

* * *

Dos días después la Asamblea había llegado a su fin y el castigo de Halli quedó suspendido. Merodeó por la casa y observó desde lejos cómo se desmontaban las tiendas, se limpiaba el prado, se cargaban caballos y carruajes. La mayoría de los invitados partía esa misma mañana, formando una larga fila por el camino que surcaba el valle, pero el grupo de los Hakonsson retrasó la salida. Halli se retiró a la casa, donde se estaban iniciando los preparativos para el Banquete de Amistad. Se dispusieron camas para los huéspedes, se trasladaron las mesas de caballete al centro del salón, se encendieron los candiles, se colgaron matojos de romero dulce de las vigas y se echó paja fresca en el suelo. Eyjolf y los demás criados encontraron un barril de cerveza que había sobrevivido a la Asamblea. Los cocineros se afanaron en las cocinas; se mató un cerdo y se puso a asar; varios hombres volvieron del río con pescado fresco.

Halli no podía contener el nerviosismo al ver todo eso, e intentaba buscar un pretexto que le permitiera no asistir al banquete. Se dirigió a su madre y le endilgó toda una serie de excusas, pero ella no quiso ni oír hablar del tema, así que a su debido tiempo Halli se encontró a solas con Katla, dispuesta para enfundarle en su atavío de gala.

El humor de Halli no mejoró con el atuendo, que antaño había sido de su hermano. La túnica le llegaba casi hasta las rodillas y los leotardos le hacían bolsas en el trasero. Katla no prestó la menor atención a sus repetidas quejas. En su lugar, le acarició la mejilla.

—Halli, Halli… A la mínima te enfurruñas y arrugas la frente. ¿Por qué crees que ofendes tanto a todo el mundo? Como les pasa a todos los niños nacidos en mitad del invierno, despides una nube de rencor.

—Pues huelo bastante mejor que Leif: hasta los cerdos palidecen cuando pasa por su lado.

—No me refería a esa clase de olor, aunque no creas que es muy distinto. Hablo de otro efecto que provocas. Desde el primer día que empezaste a andar sobre esas piernecitas rollizas has sembrado la discordia incluso entre los hombres más pacíficos. ¡Intenta ser amable y poner cara de inocente! Sobre todo con los Hakonsson, que son famosos por ser de enfado fácil. Preocúpate de no mirarlos con esa cara. Graves disputas han empezado por menos.

* * *

Al caer la noche, Arnkel, Astrid, Leif, Gudny y Halli se reunieron en el salón a esperar la llegada de sus invitados. Hablaron poco: fueron de un lado para otro, recolocando cubiertos y platos en la mesa.

Gudny se había peinado formando con sus cabellos una torre de trenzas entrelazadas; el proceso las había tenido ocupadas, a ella y a su doncella, casi toda la tarde. Ahora Gudny se dedicaba a ensayar mohines frente a los bruñidos platos de plata. Cuando Halli se le acercó, ella se dirigió a él sin poder disimular la emoción.

—Dime, hermano, ¿crees que mis trenzas están lo bastante tensas? ¡Mira qué horquillas tan preciosas que compré a un comerciante de la feria! Son antiguas… ¡tienen siglos!

Halli, que seguía temiendo la llegada de Ragnar, no estaba de humor para hablar con su hermana. A pesar de eso, y recordando la advertencia de Kada, se mordió la lengua para no hacer un comentario sarcástico y compuso una expresión de cara que quería ser dulce, ingenua y benévola.

Su hermana dio un respingo.

—Si quieres cortar la leche, no dudes que así puedes lograrlo… Oh, no, Halli… ¡Aquí llega Brodir! Madre le rogó que se mantuviera alejado.

Su tío entró en el salón apartando con fuerza las cortinas; su rostro estaba pálido y taciturno. Fue directo al barril y se sirvió un vaso de cerveza. La madre de Halli se apresuró a ir hacia él: su expresión denotaba una gran ansiedad.

—¡Brodir! Me lo prometiste. Por favor… tu presencia no nos ayudará en nada. Haré que te lleven la comida a tus aposentos… te cederé los mejores trozos de carne, las frutas más jugosas…

A nadie le cupo la menor duda de que Brodir había estado bebiendo; sin embargo, su voz sonó tranquila.

—¡Eyjolf! Pon otro plato en el extremo de la mesa. He decidido asistir al banquete. Me parece, Astrid —prosiguió—, que esta noche el salón de Svein necesita llenarse de aquellos que veneran su memoria, ¡no de aquellos que se arrodillan ante sus enemigos!

—¡No seas absurdo, Brodir! —Fue Arnkel quien habló entonces, con voz potente y tensa—. Hace tiempo que ambos Clanes se reconciliaron… no queda mala sangre entre ellos y nosotros.

Brodir sonrió maliciosamente detrás de la barba.

—Entonces, ¿por qué se ponen tantos impedimentos a mi presencia?

Arnkel respiró hondo.

—Porque, hermano, tú vives inmerso en el pasado.

—Y porque tienes la capacidad de hacer revivir ese pasado —susurró enojada la madre de Halli—. ¿Te marcharás de aquí ahora?

—No, Astrid. No lo haré. ¿Y si los Hakonsson dan rienda suelta a sus instintos e intentan robar los tesoros de Svein de las paredes? Alguien debe estar aquí para protegerlos. —Brodir se tambaleó un poco; su mirada se posó en Halli—. ¿No estás de acuerdo, Halli? Tú eres un auténtico descendiente de este Clan. Tú no me echarías.

Todos miraron a Halli. Todos hicieron un gesto de disgusto.

—¿Te pasa algo en los ojos, chico? —dijo Brodir—. Si quieres ir al retrete, ve antes de que lleguen los invitados.

Cuando Halli abandonaba la expresión de ingenuidad que tanto asustaba al resto, el ruido de los cascos de los caballos llegó desde el patio. Arnkel y Astrid soltaron una maldición.

—Si me quieres, hermano —dijo Arnkel—, por favor, no te pongas a su altura.

La familia se alineó para recibir a los huéspedes.

Unos momentos después, los Hakonsson, parpadeando por la luz y el calor de la estancia, entraban en el salón tras dejar sus capas en manos de Eyjolf.

Eran menos de los que Halli había esperado: solo tres, de hecho. Dos hombres adultos y un joven. Delante de toda su familia, Arnkel los saludó con una inclinación de cabeza.

—Hord Hakonsson, os damos la bienvenida a ti y a tu familia, y os ofrecemos nuestra amistad y hospitalidad durante vuestra estancia. Esta es vuestra casa.

A su lado, Halli oyó a Brodir sofocar una carcajada.

—Nos honras con tanta generosidad —respondió Hord Hakonsson—. Me acompañan mi hermano Olaf y mi hijo Ragnar para compartir esta amable invitación de vuestro gran Clan. Mi esposa no asistirá a la cena.

—Espero que no siga enferma —dijo Arnkel, solícito.

—No. Ha partido con los criados. Como sabéis, tenemos un largo camino hasta casa.

Brodir murmuró a oídos de Halli:

—Insulto número uno; mira la cara de Astrid.

Pero Halli bastante tenía con mantener la vista fija en el fuego, aterrado ante el reencuentro con Ragnar Hakonsson. ¿Qué haría cuando reconociera a Halli? ¿Golpearle? ¿Gritar? ¿Lanzar una maldición sobre su cabeza? Podía esperarse cualquier cosa.

Los tres invitados fueron saludando a la familia al completo; Halli oyó el hosco saludo de Leif, la vocecilla de su hermana… Luego Hord Hakonsson se plantó ante Brodir.

Se hizo el silencio. Ninguno de los dos dijo nada. No se estrecharon la mano.

Hord siguió adelante hasta llegar frente a Halli; lo miró desde su imponente altura. Tenía una barba pelirroja, muy corta y recortada en las mejillas. Al igual que Ragnar y sus compañeros, llevaba el cabello recogido en la nuca. Era un hombre muy fuerte, de cuello y hombros anchos. Tenía papada y bolsas bajo los ojos; miró a Halli con poco interés. Este carraspeó y se presentó; su mano fue estrujada por un inmenso puño. Hord siguió adelante.

El siguiente fue Olaf Hakonsson, el hermano menor de Hord. Era de cara más fina; su nariz recordaba a una navaja, estrecha y levemente curvada en el extremo, y tenía los labios delgados, casi ocultos por la barba. También él ignoró a Brodir, saludó a Halli con un gesto y siguió adelante.

Y por fin llegaba Ragnar, pálido y ojeroso; era obvio que todavía se estaba recuperando de su enfermedad. Cuando estuvo delante de Halli, lo miró fijamente y se detuvo. Halli se tensó y carraspeó. Aguardaba la explosión de furia, las acusaciones… Pero los ojos de Ragnar revelaron primero aburrimiento, seguido de una cierta perplejidad. Recorrió a Halli con la mirada; entrecerró los ojos… Parecía alguien recién levantado que se esfuerza por recordar lo que ha soñado mientras dormía… Al final se encogió de hombros, saludó a Halli con altivez y se encaminó hacia los vasos de cerveza.

Halli no había salido aún de su asombro cuando llegó el resto de los invitados. Allí estaba Ulfar Arnesson, el mediador, un hombre esbelto, de cabello y barba canosa, con ojos sagaces y despiertos. Estrechó las manos de todos con generosidad, como si al hacerlo se estuviera salvando de una mala caída. Detrás de él, en silencio, iba una chica delgada y bella, sencillamente vestida con una blusa limpia de color púrpura y con el cabello rubio recogido en dos elaboradas trenzas. Caminaba con la espalda muy recta, mientras saludaba educadamente con la cabeza. Halli advirtió que ni Leif ni Gudny apartaban los ojos de ella.

Los labios de Aud esbozaron un amago de sonrisa al pasar frente a Halli y sus ojos centellearon. Entonces Eyjolf y sus ayudantes entraron en el salón con la comida y la fila se disgregó.

* * *

Al principio, el banquete se desarrolló con normalidad. Cenaron pato y oca, que aún humeaban cuando llegaron desde la cocina, acompañados de salmón pescado en los arroyos de Valle Profundo, salsa de cebolla, verduras y ensalada. La cerveza corría en abundancia y la conversación era banal e intrascendente. Los asientos se habían asignado según el orden de importancia, así que Halli se vio sentado en uno de los extremos de la mesa. Si Gudrun, la cabrera, hubiera estado allí, habría ocupado una silla más lejana, pero ya habría estado fuera de la mesa.

Para alivio y satisfacción de Halli su ubicación marginal lo situó lejos de Ragnar y cerca de Aud. Con miradas furtivas se percató de la gracia de los movimientos de su compañera y de la delicadeza de sus maneras en la mesa. Se parecía muy poco a la desaliñada y sucia chiquilla que había conocido en el huerto, pero sus ojos conservaban la misma chispa de alegría cada vez que lo miraban.

—Me alegro de que no probaras la cerveza —le susurró él al oído.

—La olí antes. Solo un idiota habría bebido eso. —Le sonrió, complacida.

—Lo más raro —murmuró Halli— es que Ragnar no me ha reconocido. ¡No lo entiendo!

Ella arrancó un trozo de carne de ganso del hueso.

—Eso tiene fácil explicación. Cuando le conociste ibas vestido de criado. Él ni se fijó en ti. Ahora que vas vestido con los colores de un Fundador y, por consiguiente, eres más o menos su igual, se digna mirarte. Es simple. Para él es como si te viera ahora por primera vez.

Halli negó con la cabeza.

—Me alegro de no estar tan ciego.

La cena prosiguió, y las sospechas de Halli relativas a Hord Hakonsson se confirmaron enseguida: el hombre tenía una prodigiosa capacidad para los placeres de la mesa. Hablaba, bebía y comía sin cesar, lanzando huesos al suelo con una mano mientras con la otra agitaba el vaso en muda petición de más cerveza.

Olaf era completamente distinto: mucho más delgado, con un cuerpo casi femenino y sin el menor asomo de barriga. Mientras su hermano devoraba con fruición, Olaf iba picando del plato con aire remilgado, como si fuera un pajarito, y jugueteaba tanto rato con cada trozo de comida que Halli se quedó hipnotizado viéndolo y tuvo que dar un buen sorbo de cerveza para dejar de fijarse en él. No le causó una gran impresión. Pero los ojos de Olaf eran rápidos y no paraban quietos, y al parecer hacía comentarios jocosos a oídos de Leif en voz baja, hasta tal punto que el hermano de Halli prorrumpió en sonoras carcajadas y a punto estuvo de atragantarse con el pato.

Para disgusto de Halli, su madre dedicó gran parte de su tiempo a charlar con Ragnar, como si fuera un invitado importante. El humor de Halli fue ensombreciéndose cada vez más cuando advirtió que las respuestas de Ragnar, en lugar de aburrirla o desesperarla como él había supuesto que pasaría, le provocaban repetidas carcajadas.

Arnkel departía cordialmente con Hord y Ulfar. Brodir, que estaba sentado a un extremo de la mesa, al lado de Halli, no parecía tener muchas cosas que decir.

Se sirvió el cerdo asado y se cambiaron los platos. Entonces Hord Hakonsson golpeó la mesa con el vaso y tomó la palabra.

—Arnkel, la comida es más que adecuada. No cabe duda de que compensa el curioso envenenamiento que hemos sufrido en tus tierras. Digo hemos sufrido, aunque en honor a la verdad Olaf y yo apenas hemos padecido sus consecuencias; ha sido este delicado joven el que ha estado a las puertas de la muerte.

Ragnar no dijo nada y siguió con la vista fija en el plato.

—Así pues —prosiguió Hord—, olvidaremos lo ocurrido y disfrutaremos de tu hospitalidad. Aprecio sobre todo el acogedor ambiente que se respira en esta pequeña sala, que, comparada con el inmenso salón del Clan de Hakon, resulta hasta íntima. Esta tan llena de detalles… los grabados de los arcos del techo, por ejemplo.

—¿No tenéis esa clase de grabados en vuestra casa? —preguntó Gudny en tono educado.

—Supongo que sí, querida —dijo Hord—, pero los arcos son tan altos que es imposible verlos.

Su hermano Olaf se sumó con entusiasmo a la conversación.

—Y supone todo un cambio tomar la comida caliente; en nuestra casa la distancia hasta la cocina es tan grande que los platos llegan fríos a la mesa.

Halli observó las caras de sus padres; ambos sonreían, impasibles.

—Sí —dijo Hord, de buen humor—, esta amistad entre ambos Clanes es lo mejor. Me recuerda a la época en que nuestros dos queridos fundadores, Hakon y Svein, emprendieron la aventura del estuario, el año anterior a que se librara la Batalla de la Roca. Conocéis la historia, sin duda. Recordaréis que los piratas se habían dedicado a quemar asentamientos en la orilla y que nadie sabía cómo manejarlos. Pero Hakon y Svein…

—Ya estamos —susurró Aud al oído de Halli—. Despiértame cuando termine.

—¡Pero es un relato fantástico! —le replicó Halli, también en voz baja—. Aunque siempre había creído que la hazaña se atribuía a Svein y a Egil.

—Porque el cuento cambia en función de quién lo explica —comentó con paciencia Aud—. Yo tenía entendido que fueron Arne y Ketil.

Hord se había lanzado a contar la historia entera y enfatizaba el relato golpeando la mesa con sus grandes y rollizos puños.

—Entonces el barco pirata embistió el bote donde navegaban los héroes, provocando un agujero en el casco. ¿Y qué hizo el valiente Svein? ¡Enseguida se sentó en el agujero para obstruirlo con sus posaderas! Este acto de solidaridad salvó la situación y permitió que Hakon se enfrentara a los piratas, aunque la proporción era de diez contra uno, hasta que…

Halli frunció el entrecejo y dio un leve codazo a su tío en el brazo.

—¡Esta versión es distinta de la que me contaste!

Pero Brodir se limitó a dar un buen sorbo de cerveza y ni siquiera miró a su sobrino.

—Entonces Hakon dijo a los piratas: «Habéis hecho gala de una gran hospitalidad para con nosotros, pero ahora debemos partir».

Y con esas palabras arrojó su espada como si fuera una lanza y atravesó con ella al jefe de los piratas por la boca, dejándole clavado al mástil. Luego cogió a Svein del pelo y lo sacó del agujero; se oyó un borboteo cuando las negras aguas invadieron el bote. Juntos saltaron hacia las olas. Los leotardos de Svein estaban rotos; su culo sonreía a la luna mientras él boqueaba y movía los brazos. El pobre no sabía nadar, pero…

Halli miró de reojo las caras de sus padres: su madre mostraba una expresión aburrida e impertérrita y tenía las mejillas arreboladas; su padre recibió el relato de Hord con fuertes carcajadas, más potentes que las de ningún otro comensal; entre risas, iba bebiendo con avidez.

Hord terminó la historia con Hakon arrastrando hasta la orilla a un inconsciente Svein. Levantó el vaso, hizo un brindis y apuró su contenido.

—Bien, bien —dijo Arnkel con voz ronca—, ha sido un placer oír ese relato. Me hace el más feliz de los hombres saber que nuestros Clanes continúan en tan buenas relaciones. Olvidemos pasadas rencillas y enterrémoslas junto a nuestros padres en la colina. —Volvió a beber; Hord, sonriente, masticaba un pedazo de carne.

—Bellas palabras, sí, señor —dijo Ulfar Arnesson, el mediador—. Ahora, si me permitís…

Desde el extremo opuesto de la mesa Brodir habló por primera vez en toda la cena.

—También a mí me ha complacido esa historia. Casi tanto como aquel viejo cuento de la novia del rey de los trows. ¿Lo recordáis? Parece ser que un día, cuando Hakon paseaba por las montañas (algo que en esa época podía hacerse), se encontró con un grupo de trows que lo confundieron por una hembra de su especie, aunque nunca se supo con certeza si eso se debió a la feminidad inherente a Hakon, a la fealdad de sus rasgos, o a ambas cosas. Bien, el caso es que fue depositado en el lecho del rey de los trows, donde…

Ulfar, con su solemne barba gris, se apresuró a interrumpirle:

—Esa historia no es muy conocida.

—¿No? —replicó Brodir con aire inocente—. Entonces no me cabe duda de que te apetecerá oír el final…

—No, no. Gracias. ¿He comentado ya que siento un gran temor ante la próxima epidemia de fiebre negra que se espera este invierno en el Clan de Arne? Siempre sucede lo mismo después de un buen verano. El pasado invierno la enfermedad se llevó consigo a mi pobre esposa, dejando huérfana a la pequeña Aud, aquí presente.

Hord y Olaf Hakonsson no habían dejado de mirar fijamente a Brodir.

No sin reticencia, ambos apartaron los ojos de él para posarlos en Aud.

—Lamento oír eso, Ulfar —dijo Olaf.

—También yo —añadió Arnkel.

—Sí, sí, se trata de una enfermedad terrible. Perdí a muchos de mis granjeros el pasado invierno, así que temo por la cosecha del año próximo si son más los que acaban enterrados en la montaña.

Hord hizo un gesto displicente.

—Siempre nos sobrarán algunos ayudantes de nuestras múltiples granjas. Esa enfermedad no suele llegar cerca del mar.

—Si Ulfar necesita algo —dijo Brodir en voz alta—, ¿por qué no acude a nosotros?

—Quizá sea consciente de que no os sobran hombres precisamente —contestó Hord en tono apacible—. Además, vuestra granja está en el culo del mundo.

—¡Eyjolf! —gritó la madre de Halli con voz temblorosa—. Creo que ya hemos terminado con la carne. Sírvenos el postre.

El anciano colocó una montaña de platos sobre la mesa y salió a toda prisa del salón.

—Es un pudin de moras —explicó Astrid—. Con crema batida. Espero que os gusten las moras.

—Oh, mucho —dijo Hord, mientras se daba palmadas en la barriga.

—Al sur del valle no conseguimos recoger buenas moras —comentó Olaf—. La tierra es demasiado rica. Aquí arriba, en cambio, donde la tierra es prácticamente infértil, salen deliciosas.

—Ese chico vuestro debería tener cuidado con no comer demasiadas —dijo Brodir—. Salta a la vista que tiene la constitución de una musaraña. Una única mora podría hacerle daño.

Se hizo un silencio sepulcral. Hord miró a su hijo como si esperara alguna respuesta. Ragnar no levantó la cabeza. Poco a poco, el rostro de Hord fue tiñéndose de un intenso color rojo.

—Si alguien quiere poner en entredicho el honor de mi hijo —dijo Hord, medio levantado de la silla—, será mejor que dirija los comentarios hacia mí.

Brodir sonrió.

—Nunca se me ocurriría hablar con él en persona, ni siquiera para preguntarle su nombre, por miedo a que se desmaye y muera de un exceso de tensión nerviosa. Con solo verle puede deducirse que es un auténtico hijo de Hakon, de sobra conocidos por ser gandules con la espada y cobardes que se ocultan detrás de los setos.

Arnkel se levantó con brusquedad; su silla arañó el suelo.

—¡Brodir! —gritó—. Te ordeno que abandones inmediatamente esta mesa. ¡Y no quiero oír ni una palabra más!

Los ojos del tío de Halli estaban vidriosos; gotas de sudor le caían por la cara, dando brillo a su barba.

—Será un placer —dijo por fin—. No tengo estómago para seguir aguantando esta compañía.

Se levantó, dejó el vaso en la mesa y se encaminó a las cortinas con paso vacilante. Las apartó; estas volvieron a su lugar, oscilaron una vez y permanecieron quietas.

En el salón reinaba el silencio.

—Primo Ulfar —dijo la madre de Halli con voz muy débil—, si crees que Aud corre algún peligro de caer enferma este invierno en tu Clan, quizá podrías honrarnos dejándola a nuestro cuidado.

La respuesta de Ulfar fue aún más débil.

—Gracias, Astrid. Lo pensaré.

Nadie dijo nada más; todos tenían la vista puesta en la mesa. Después de un rato que se hizo eterno se produjo una entrada triunfal precedida de una nube de fragante vapor: Eyjolf y los criados sirvieron el pudin de moras caliente.