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Svein mantenía buenas relaciones con Egil, pero incluso cuando era muy joven los otros héroes ponían a prueba sus nervios. No había feria o carrera de caballos en la que no se le acercaran para desafiarle a una u otra prueba. Además de su temeridad, a él tampoco le complacían sus extraños acentos, sus ropajes raros, y sobre todo el olor a pescado que parecía impregnar siempre a sus rivales del sur del valle. En una ocasión en que Ame y Erlend le propusieron ir a arrojar piedras, Svein lanzó la suya fuera del campo: la piedra cayó en el río, donde se quedó como si fuera una islita. Entonces, dado que el hedor de los otros le ofendía, cogió a los dos héroes por las piernas y los sumergió a ambos en la corriente.
A los dos días dio comienzo la Asamblea. Poco después del amanecer aparecieron los primeros jinetes al final del camino, siluetas lentas y grises que salían del bosque de hayas; detrás los seguían los carruajes, embarrados y sucios del viaje. Un cuerno sonó en la puerta norte, se encendieron fuegos en los asaderos de la pradera y se abrieron los barriles de cerveza. Envueltos en gruesas capas para protegerse del frío, Arnkel y Astrid bajaron a recibir a los recién llegados.
El sol se elevó sobre el Jalón, sus rayos castigaban el techo de la casa. Hombres y mujeres se apresuraron a salir de las cocinas, cargados con panes y pasteles que colocaron sobre los manteles blancos de hilo en las mesas dispuestas en los campos. Los primeros huéspedes montaron sus tiendas y colgaron los colores del emblema de sus Clanes en los lugares escogidos. Los niños corrían por la hierba húmeda, gritando de contento. A esas horas el camino ya estaba abarrotado; se oía un potente estruendo de caballos y ruedas. El aire se hizo más cálido y las capas fueron dejadas a un lado; túnicas y blusas de una docena de colores distintos relucían en la pradera. Se estrecharon manos, se intercambiaron saludos; el cuerno sonaba una y otra vez, entre el rumor festivo de conversaciones. La agitación superaba en fuerza a los vientos otoñales.
Desde lo alto del muro de los trows, Halli observó lo que sucedía hasta que no pudo aguantar más y se retiró a su cuarto, donde la alegría reinante llegaba bastante más amortiguada.
La profunda frustración que le había embargado cobró vida y ardió en su pecho. Todo el valle se congregaba a las puertas de su casa, listo para divertirse, y a él se le negaba la posibilidad de saborear estas mieles. Su familia tendría mucho por lo que disculparse.
Se levantó de la cama, recorrió el pasillo y cruzó las cortinas que conducían al desierto salón. Fuera, en el patio, se oían risas; dentro, el polvo flotaba en finas líneas de luz solar que entraban por los ventanales que daban al oeste.
La luz iluminó los tesoros del héroe que colgaban detrás de los Asientos de la Ley: el casco, mellado y surcado de rayas; la lanza, negra después de siglos de soportar el humo; el gran arco, donde aún se distinguían fragmentos de entrañas que parecían cuerdas. El escudo de Svein también estaba allí, un círculo de carcomida madera negra con un reborde metálico y una pieza central del mismo material; a su lado se hallaba el mohoso saco para las flechas. Y por debajo de todo, sobre un estante de piedra, estaba la cajita que contenía, doblado, el plateado cinturón de la suerte de Svein. Halli se plantó debajo de los tesoros y contempló los símbolos de la vida aventurera de Svein.
Lo único que faltaba era la espada, que estaba en manos de Svein, arriba en la colina.
Un súbito ataque de furia invadió a Halli y le hizo apretar los dientes. ¡Incluso muerto, Svein tenía un objetivo más alto e importante que el propio Halli! Seguía vigilando a los trows, mientras Halli estaba indefenso, a merced de las órdenes de sus padres, condenado a una vida de mortal aburrimiento hasta que le llegara la muerte y se uniera a sus antepasados sepultados bajo las piedras.
No podía soportarlo más. El salón le abrumaba. Con paso rápido, Halli salió de la casa por la puerta trasera. Cruzó por los establos hasta llegar al muro de los trows, se encaramó a él y echó a andar sin rumbo por entre los campos de repollos. No tardó mucho en llegar al camino, no muy lejos de la pradera donde la Asamblea parecía estar ya en su punto álgido.
La mayoría de las tiendas estaban ya montadas y llenas de bienes para vender: pequeños grupos se desplazaban de los barriles de cerveza al montículo donde se encontraban los contadores de historias. Un campo ya estaba totalmente lleno de tiendas con los colores del arco iris, pero el goteo de huéspedes por el camino seguía, incesante, y los recién llegados iban cruzando la decorada y fastuosa puerta.
Halli se acercó con cautela; se sentía tentado a entrar y calculaba la posibilidad de poder hacerlo sin ser visto. En la puerta estaba Grim, el musculoso y atento herrero. Grim se percató de la presencia de Halli y le hizo varios gestos que eran a la vez breves y debidamente amenazadores.
Halli se rindió. Tomó el mismo camino que le había llevado hasta allí, ahora en dirección a la casa, pero de repente vio un estrecho sendero pedregoso que surcaba los campos de nabos.
Cerca de la parte más oriental del Clan, donde el muro de los trows se había derrumbado hasta quedar reducido a una leve pendiente formada por hierba y cascotes, se hallaba el huerto de Svein. Era un campo que debía de contener una treintena de árboles, en su mayoría manzanos y perales, que se acumulaban en un espacio delimitado por un seto bajo. Las cosechas no eran muy abundantes y el huerto solía disfrutar de pocas visitas. En un día como aquel seguro que estaba vacío. En busca de soledad y aislamiento, Halli se dirigió hacia allí.
No había dado ni dos pasos cuando los altos árboles se cernieron sobre él y sofocaron el bullicio exterior. De repente el ambiente festivo de la Asamblea parecía muy lejano. Halli respiraba con más tranquilidad; avanzó un poco más, se paró y cerró los ojos, sumergiéndose en el silencio del paisaje.
En ese momento oyó un ruido que venía de arriba. Empezó con un rumor que parecía un arañazo de la corteza del árbol, siguió con el chasquido de una rama al romperse y un único grito, y terminó con un montón de manzanas que se precipitaron sobre su cabeza.
Halli se apartó de un salto, aunque esa atlética reacción no consiguió librarle del impacto de una sola manzana. En ese mismo momento oyó un ruido sordo en la base del árbol más cercano. Se volvió a mirar: entre las raíces había una chica, despatarrada, que se apresuró a estirarse la falda sobre las piernas extendidas. Llevaba un buen montón de manzanas en su regazo y otras se hallaban diseminadas por la hierba a su lado. Iba descalza y sus pies estaban sucios de tierra. La blusa, que en su origen había sido de un bonito color púrpura, el tono de las ciruelas maduras, se veía manchada de hierba. Su cara quedaba casi del todo oculta bajo una cabellera larga y pajiza que se había soltado de la horquilla debido a la caída.
Halli, habituado a la impoluta compostura de Gudny, contemplaba la escena con incredulidad. Parpadeó ante la chica como si no pudiera creerse lo que veían sus ojos.
Ella resopló con fuerza y se apartó sin demasiado cuidado los mechones de pelo de la cara.
—Esto me enseñará a no intentar llevar veinte en la falda —dijo ella—. ¿Te han caído encima? —Parecía preocupada.
—Casi todas.
—Maldita sea. Ahora se habrán estropeado del golpe. De haber caído sobre la hierba aún se podrían aprovechar. —Palmeó la tierra que la rodeaba—. La hierba es muy densa por aquí, por suerte para mi culo. Venga, ayúdame a ponerme de pie.
Halli abrió la boca, pero se dio cuenta de que no tenía nada que decir, así que extendió la mano y tiró de la muchacha para incorporarla.
—Gracias. —Ella estaba frente a él; se sacudía trozos de árbol de la ropa y observaba unos arañazos en sus bronceados brazos. Era al menos media cabeza más alta que él y quizá un poco mayor. La chica reparó en su blusa y comentó en tono desolado—: Mi tía me va a matar. Se suponía que debía llevarla mañana a los debates, y de hecho es el único traje de vestir que he traído. Debería haberme cambiado, pero aún no han montado la tienda y, la verdad, no me apetecía nada desnudarme en mitad de ese prado. Diría que no habría ayudado mucho a mis perspectivas de encontrar marido. O quizá al contrario. Bueno, da igual. Sé buen chico y recoge las manzanas, ¿de acuerdo? Supongo que tendrán que servir de todas formas.
Halli miraba a la chica como si fuera una aparición.
—¿Que haga qué?
—Que las recojas. Las manzanas. —Ella aguardó, con aire de impaciencia—. Para ser un criado eres un poco inútil. Mi padre te habría dado ya una patada en el trasero.
Halli carraspeó, se irguió todo cuanto pudo, consiguiendo situarse a la altura de su barbilla, y habló en tono firme.
—Te equivocas. No soy ningún criado.
La chica lanzó un suspiro de exasperación.
—¡Vaya! ¿Cómo os llaman entonces en el Clan de Svein? ¿Ayudantes? ¿Asistentes? ¿Lacayos? Lacayos está bien. Podríamos pasarnos el día discutiendo el término, pero al final todo es lo mismo. Limítate a recoger las manzanas.
—Me llamo Halli Sveinsson. Soy…
—Por el gran Arne, no te llamarás doméstico, ¿no? Creo que así llaman al servicio en el Clan de Hakon. Son así de pomposos. En el Clan de Arne decimos las cosas por su nombre. Un criado es un criado… —Se detuvo—. ¿Qué has dicho?
Halli le enseñó los dientes; habló alto y claro.
—Me llamo Halli Sveinsson, hijo de Arnkel, Árbitro de este Clan, y de Astrid, su Jueza. Tú, quienquiera que seas, eres una invitada en mi Clan y estás robando mis manzanas. ¿Puedo preguntar por qué, en lugar de tratarme con el debido respeto, denigras mi estatus confundiéndome con un simple criado? ¿Qué explicación puedes dar a esto?
La chica señaló la ropa de Halli.
—Los colores.
—Oh. —Halli bajó la cabeza—. Ah. —Era verdad. En la Asamblea su familia iba vestida con los colores, negro y plata, del emblema del Clan. Sin duda en esos momentos Leif los estaba luciendo por el prado; otras personas destacadas del Clan, como Grim, Unn e incluso Eyjolf podían usar ropa oscura con hilos de plata. Pero a Halli le habían prohibido cualquier atuendo formal. Su túnica era de un vulgar tono marrón; estaba raída y sucia. En una ocasión como esta, indicaba a las claras que era un criado.
La chica tosió.
—Bueno… ¿qué explicación puedes ofrecer a esto?
Halli se rascó la nuca.
—Ya… no llevo los colores de la familia.
—Sí. Lo sé. Acabo de decírtelo.
Halli notó que la cara le ardía.
—Puedo asegurarte —empezó de nuevo— que soy Halli…
—Por favor, no hace falta que me vuelvas a soltar toda la genealogía al completo —dijo la chica—. Estamos en un huerto, no en un banquete de gala. Ahora sé quién eres. Sé muchas cosas de tu familia. He estudiado tu Clan con mi tía, para mi desgracia. Por cierto, tenéis tendencia a sufrir muertes de lo más tontas.
Halli se puso rígido.
—No es cierto.
—¿Cómo que no? Osos, lobos, picaduras de hormiga… ¿No me digas que no son maneras tontas de morir?
—Fue una avispa en realidad. Una picadura de avispa.
—Me extraña que ninguno de vosotros haya muerto atragantado con una mosca, aunque si mantienes la boca abierta un rato más quizá seas el primero. —La chica, que hasta el momento mostraba una expresión de desdén, esbozó ahora una enorme sonrisa. Sus ojos chispeaban. Halli notó un vuelco en el estómago, que atribuyó a algo que había comido—. En fin —prosiguió—, ¿a quién le importan la genealogía y las historias de cada Clan? Menuda bobada. Me aburre soberanamente. Soy Aud, hija de Ulfar, del Clan de Arne. —Fue a extender la mano, pero antes de hacerlo se miró la palma y la limpió rápidamente en la blusa—. No sé de dónde ha salido eso. Debía de vivir en el árbol. No creía que estuvieran por aquí en esta época. Ya está; ahora está limpia.
Con cierta vacilación, Halli le estrechó la mano mientras se esforzaba por recordar lo que sabía sobre el Clan de Arne, uno de los Clanes del sur del valle. Le rondaba por la cabeza que Ulfar Arnesson era primo de su madre… El hombre los había visitado varias veces, de eso estaba seguro. Halli creía recordar que sus padres habían elogiado los conocimientos legales de Ulfar.
—He tenido el placer de conocer a tu padre —se atrevió a decir Halli—. Es un hombre sabio y juicioso.
La chica arrugó la nariz.
—¿De verdad? Yo lo llamaría arrogante y pomposo, más bien. Tú no serás así, ¿no?
Halli replicó al instante:
—No.
—Bien. Pero, dime, ¿por qué no estás en la Asamblea, ataviado con los colores oficiales? El resto de tu familia nos recibió en fila cuando llegamos. Por cierto, esa hermana tuya es todo un pavo real. Tiesa como un palo. Me miró de arriba abajo como si yo fuera algo sucio lavado en los torrentes. Y eso que en aquel momento la blusa aún estaba limpia. —Se pasó la mano por sus desordenados cabellos—. Ahora he perdido la horquilla, así que se acabó la trenza. —Negó con la cabeza—. Mi tía me matará de verdad esta vez. ¿Qué decías…?
Halli parpadeó.
—¿Qué?
—Ibas a explicarme por qué andas deambulando solo por aquí vestido con la ropa de diario.
—Eh… —Halli pensó en toda clase de mentiras y disimulos, pero ninguno sonaba creíble. Al final se encogió de hombros—. Me han prohibido que asista.
—¿Por qué?
—Tomé medidas contra mi hermano para vengar una afrenta de honor.
La chica enarcó la ceja.
—Hum… ¿Y eso qué significa exactamente?
—Él me pegó. Yo le tiré sobre una montaña de estiércol.
Aud, hija de Ulfar, soltó una carcajada extraña, breve y aguda como el ladrido de un perro.
—Si te soy sincera —dijo ella—, no es que te estés perdiendo gran cosa en la Asamblea. Todos desfilan de tienda en tienda intentando sobrepasar al otro en exhibiciones de riqueza. Los Eiriksson tienen a un oso atado a la suya; afirman que el collar que lleva el bicho es de oro. —Ella dejó escapar otra risita—. Lo sea o no, el oso se meó en la alfombra justo cuando los Ketilsson llegaban a hablar con ellos. El viejo Ljot Eiriksson tuvo que permanecer allí sentado, hablando entre dientes, mientras se le mojaban los leotardos. No pudo levantarse por pura vergüenza.
Su regocijo hizo que Halli se riera por primera vez desde hacía días. Luego suspiró.
—Hablas de toda esa gente importante con tanta familiaridad —dijo él—. Ojalá los conociera tan bien como tú. Todavía no he asistido nunca a ninguna Asamblea.
A Halli no se le ocurrió mantenerlo en secreto; la sinceridad de la chica despertaba en él una franqueza recíproca.
—Oh, las familias de los Fundadores son tan pesadas —dijo Aud—. Mejorando lo presente, claro. Los peores son los que vienen de las marismas, los Ormsson y los Hakonsson, con esos peinados ridículos y ese contoneo repulsivo. Los Hakonsson han pasado por nuestra tienda hace un rato. Me hervía la sangre al ver a mi padre haciéndoles la pelota, alabándolos y dándoles coba como si él no fuera también descendiente de uno de los héroes… Por eso me he ido a dar una vuelta, y he encontrado este sitio. No te importa que coja unas cuantas manzanas, ¿verdad, Halli Sveinsson? Allí arriba solo sirven cerveza y comidas de lo más indigestas.
Halli hizo un gesto de cortesía.
—Por favor. Coge lo que quieras. Te ayudaré.
Se pusieron a recoger las manzanas del suelo. Halli cogió las que le cabían en las manos y se incorporó. Vio a Aud agachada, echando las mejores sobre su regazo después de inspeccionarlas. Por el huerto corría un aire cálido; él se sonrojó sin querer. De la pradera donde se celebraba la Asamblea llegó un estentóreo brindis. Halli parpadeó y fijó la vista en los árboles.
Aud se incorporó y se apartó la melena de la cara.
—Bueno, será mejor que vuelva.
Halli suspiró.
—Te acompañaré —dijo con cierta brusquedad—. Si quieres. Conozco un atajo a través del Clan. Si no te importa escalar el muro, claro.
Ella sonrió.
—Muy bien.
Al final del huerto los árboles daban paso al montón de piedras caídas que antes habían formado el muro de los trows. Las subieron con cuidado, intentando no meter los pies en ninguna grieta afilada, oculta por los altos hierbajos secos. Sobre ellos se alzaban las blancas paredes de las casitas más apartadas, desprovistas de ventanas y cubiertas de una capa de moho amarillento. Desde la parte superior del muro había una distancia de un metro y medio hacia un patio lleno de troncos que se secaban bajo unos toldos. Halli saltó y, cuando se volvió para ayudar a Aud, comprobó que ella ya había hecho lo mismo sin problemas.
—Vaya birria de muro —dijo ella—. ¡Hasta un trow cojo podría saltarlo!
—Era más alto en los días de Svein —replicó Halli enseguida—. Pero ahora ya no es necesario, ¿no?
—En el Clan de Arne hemos quitado el muro. Ahora solo hay jardines entre las casas.
—¿Qué clase de hombre era Arne? —preguntó Halli mientras subían hacia los establos. En el patio central se oía un rumor de voces, cada vez más alto; un tumulto mezclado con el aroma dulce del pan y el amargo olor de la cerveza—. No aparece mucho en las historias.
Aud le miró de hito en hito.
—¿Por qué dices eso? ¡Es el héroe del ciclo central!
Halli arrugó la frente.
—En algunos relatos menores, tal vez.
—¡En todas las grandes hazañas! ¿Quién sino él robó el tesoro del rey de los trows? ¿Quién sino él mató a los hermanos de Flori armado solo con un cuchillo de podar? ¿Y, sobre todo, quién sino él congregó a los Fundadores para la Batalla de la Roca?
Halli se paró en seco.
—¿Qué? Perdona, pero ¡ese fue Svein!
Aud, hija de Ulfar, dejó escapar una risa alegre.
—Tienes gracia, Halli. Me has hecho reír. Bueno, quizá vuestros narradores lo cuenten así.
La voz de la chica había recuperado un cierto tono de condescendencia. Halli, irritado, habló de forma acalorada.
—Si lo que dices es verdad, si realmente Arne fue una figura tan importante, ¿por qué el Clan de Svein es el más grande de todo el valle?
Habían pasado ya los establos y la mansión de Svein, y se hallaban entonces junto al borde del patio central. Banderas negras y plateadas ondeaban en las alturas. El patio estaba abarrotado de gente cargada con bandejas y jarras, u ocupada en hacer rodar los barriles de cerveza de un lado a otro. El Clan estaba más animado de lo que él nunca había visto. Aud contempló la escena durante un momento y luego se volvió hacia Halli. Sus labios sonreían, pero su mirada despedía chispas de furia.
—A diferencia de ti, he viajado a más de dos pasos de mi casa. Te aseguro que el Clan de Arne es el doble de grande que el de Svein, y el de Arne es pequeño si lo comparamos con algunos otros. No hables de lo que no sabes.
Halli se mordió los labios; le sorprendió comprobar que el enfado de la chica le dolía.
—Lo siento —balbuceó él—. He hablado sin pensar. No ha estado… bien criticar a tu Clan y a su Fundador. Te agradecería que no me lo tuvieras en cuenta.
Vacilante, él se obligó a mirarla a los ojos. La furia seguía allí, pero Halli se quedó aliviado al ver en ellos un atisbo de diversión, espontáneo y sin rencor.
—No pasa nada —dijo Aud de repente—. La verdad es que me da igual. Todo este asunto de los Clanes no es más que una bobada si lo piensas bien. Cuentos para niños. No me creo ni una palabra.
Halli la miró fijamente.
—¿Qué cuentos?
—Esas historias de los héroes. Sus grandes aventuras.
—¿No las crees?
Ella volvió a reírse.
—¡No!
—Pero, entonces, ¿cómo se expulsó a los trows…?
—Oh, tampoco creo en ellos. Son puras… ¡Oh, no! ¡Lo que me faltaba!
Alejándose de la multitud, un grupo se dirigía hacia ellos, deslumbrantes en sus túnicas de un brillante color rojo anaranjado. A pesar de su ignorancia, Halli supo que eran del sur del valle. Todos tenían un aspecto parecido al de su madre: mejillas sonrosadas, ojos azules y cabellos rubio ceniza. Aunque eran jóvenes —él los situó en mitad de la adolescencia, el punto álgido de la masculinidad—, un par de ellos se habían dejado barba, que llevaban más corta aún que su padre. Sus cabellos, muy estirados, estaban recogidos en la nuca por pasadores de bronce. Tenían un aspecto peculiar, que a Halli se le antojó poco masculino. Sus ropas estaban hechas con telas suntuosas, adornadas con brocados en las mangas y el cuello.
El líder del grupo, el joven más alto, más rubio y de mandíbula más cuadrada, inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Aud, hija de Ulfar.
Ella imitó su gesto.
—Ragnar Hakonsson.
—No esperaba encontrarte por aquí, en compañía de los domésticos de la casa de Svein. —Tenía una voz nasal y aguda, con un acento que Halli no había oído nunca—. ¿Por qué no estás en el prado? Falta poco para que empiecen los bailes.
Aud contestó en tono descuidado.
—Me apetecían unas manzanas. ¿Y tú?
—La cola en la tienda de la cerveza es demasiado grande. Padre nos ha enviado a buscar un barril para la carpa. Si los Sveinsson tuvieran dos dedos de frente los habrían repartido ya… como hizo padre, hace tres años. Pero ¿qué se puede esperar? Ese bobo de Leif Sveinsson ya está borracho: camina haciendo eses y no para de acosar a las chicas como el tonto que es. Me sorprende que no se haya fijado en ti.
La mirada de Aud se posó, incómoda, en Halli; ella fue a decir algo, pero antes de que pudiera hablar, Halli dio un paso adelante y saludó formalmente.
—Caballeros, ¿puedo serles de ayuda? Si desean cerveza, puedo traerles un barril enseguida.
Hasta ese momento ninguno de los muchachos había ni siquiera mirado hacia Halli.
—En el Clan de Hakon, los domésticos no hablan a menos que se les pregunte —dijo uno.
—Y son más altos —dijo otro.
—Se merece que le calienten las orejas —dijo un tercero, un joven con cara zorruna—. Por el descaro, claro, no por su estatura. Aunque esta también es ofensiva.
Ragnar Hakonsson se apresuró a decir:
—Muy bien, chico, tráenos un barril de la mejor cerveza. Entretanto, si lady Aud nos acompaña al prado para los bailes, podrá disfrutar también de ella.
Hasta ese momento Aud había contemplado a Halli con cierta perplejidad, pero de repente pareció recobrar la compostura.
—Me encantaría. —Ofreció una amplia sonrisa a los jóvenes, unas diminutas arrugas se dibujaron en los rabillos de sus ojos. Halli vio cómo ellos se agitaban, sonrojados, ávidos de que ella les hiciera caso. Él notó un hormigueo en el estómago.
—¿A qué esperas? —preguntó Ragnar Hakonsson—. En marcha, chico.
Halli esbozó una sonrisa que dejó al descubierto sus caninos.
—Enseguida, señor. Lamento haberos ofendido. Si me permitís que entregue estas manzanas a lady Aud… ¡Y ahora, marchando el barril de cerveza! Si os esperáis cerca de la puerta principal, os la traeré de la tienda.
Halli se perdió entre la multitud. Cuando estuvo fuera de su vista, sus movimientos se hicieron más lentos y deliberados. Entró en la tienda a hurtadillas, para pasar desapercibido entre los ayudantes, que estaban ocupados cargando barriles en las carretillas que había en el patio. De un salto se plantó en la fila de atrás de la pila de toneles. Escogió uno que estaba algo apartado del resto, provisto de un grifo; lo llevó rodando hasta una abertura de la tienda y salió al patio por el lado opuesto a donde le esperaban los Hakonsson.
Se apresuró a llevar el barril hacia el desierto taller de Unn, el curtidor de pieles.
El proceso de curar pieles hasta convertirlas en cuero fuerte era complejo y desagradable, y como siempre los amargos olores del taller le provocaron una mueca de asco. Pensó en las cubas donde se curtían las pieles, que contenían soluciones de orina, corteza de árbol, plantas podridas, leche agria y grasa animal, entre otras cosas: sustancias ideales para endurecer la piel.
Ahora servirían para otro propósito más satisfactorio.
Halli encontró una jarra y la colocó debajo del barril. Vertió en ella una buena cantidad de cerveza; se bebió una parte y otra la echó en una cuba vacía. Luego dio media vuelta al barril y desenroscó el grifo, dejando al descubierto un pequeño y redondo agujero. Volvió a coger la jarra y la llenó del líquido negruzco de la cuba más próxima. Con cuidado para no mancharse con aquella nociva sustancia, vació la jarra en el barril: su contenido burbujeó al entrar en contacto con la cerveza.
Halli pensó: ¿era suficiente ya?
Recordó el porte altivo de Ragnar y el tono posesivo en que se había dirigido a Aud.
Un poco más no le iría mal.
Otra jarra entera fue a parar al barril, junto con los restos de una especie de pasta blanca que había en un cuenco. Por el olor Halli dedujo que debía ser mierda de pollo, que se usaba para separar la carne de la piel.
Todo estaba listo. Halli volvió a enroscar el grifo y se fue.
* * *
Ragnar Hakonsson y sus amigos le esperaban en la puerta. Aud estaba en el centro de aquel semicírculo de admiradores. Recibieron a Halli con miradas de impaciencia.
—Te has tomado tu tiempo, chico.
—No seáis duros con él —dijo Aud—. Estoy segura de que ha hecho lo que ha podido.
Halli realizó una elaborada reverencia.
—Les he buscado la mejor cerveza de la casa, señores, una especial que se reserva para los invitados más nobles. Si me permiten el atrevimiento, les diría que tal vez sea demasiado fuerte para lady Aud. —La miró con intención, saludó y dio media vuelta.
El alegre grupo de los Hakonsson fue hacia el prado, escoltando de cerca a Aud; cada uno de ellos se reía con más fuerza que el otro. Halli los observó desde las sombras de la puerta y luego entró en su casa.