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Faith sentía todo el cuerpo en tensión, como si le hubieran estirado la piel y estuviera a punto de estallar. Deseaba frotarse contra aquel hermoso varón que tenía delante de ella. Era una criatura increíblemente sensual, una invitación para sus famélicos sentidos. Su condicionamiento le advirtió que demasiadas sensaciones después de pasar toda una vida sumida en la insensibilidad podrían provocarle una especie de colapso mental en cadena brutal, pero no le estaba haciendo caso.

Lamiéndose los labios con la lengua, colocó una mano sobre su torso. Un estremecimiento recorrió el poderoso cuerpo de Vaughn. Sobresaltada, alzó la mirada y se encontró con que él tenía los ojos cerrados. No hacía el menor esfuerzo por ocultar el placer que le daban sus caricias y aquella firme rendición le proporcionó a Faith la confianza de la que había carecido hasta el momento.

Retiró la mano haciendo caso omiso del gruñido que brotó de la garganta masculina y acercó los dedos al bajo de su camiseta. El gruñido cesó. Notó la mirada penetrante de Vaughn como algo físico mientras se quitaba la suave prenda por la cabeza y la arrojaba al suelo. El sujetador que llevaba era un práctico modelo de algodón, pero la expresión de los ojos del jaguar le hizo sentirse como si estuviera cubierta por algo diseñado para proporcionar a un hombre el placer más sublime.

Vaughn tironeó de las ligaduras de repente.

—Quiero probar. Ven aquí.

Preguntándose qué era lo que él quería decir, Faith se inclinó para rozarle los labios con los suyos mientras hablaba. Fue una acción deliberada por su parte… le encantaba besarse con Vaughn.

—¿Qué quieres probar?

Vaughn le atrapó el labio inferior entre los dientes, mordisqueándola de forma juguetona, y ella se estremeció.

—Tus preciosos pechos.

—Aún llevo puesto el sujetador.

—Quítatelo —exigió.

Faith se sorprendió por su reacción ante el intento de Vaughn de imponer su dominio en la cama. No sintió miedo, sino que se estremeció de placer, un contraste absoluto con respecto a la respuesta negativa que había tenido en otras situaciones ante el mismo intento de dominación por parte de él.

Era una dicotomía interesante, y si hubiera estado pensando con el disciplinado cerebro propio de su raza, la habría explorado en mayor profundidad. Pero era su cuerpo el que mandaba y se las estaba apañando bastante bien. Más que eso; estaba disfrutando. Su condicionamiento había fallado más de lo que había estimado en un principio… y no le importaba lo más mínimo.

Irguiéndose de nuevo, se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador y deslizó los tirantes por los brazos hasta quitárselo del todo. Saber que Vaughn no podía tocarla, no podía presionarla, le infundía valor, pero también aumentaba el deseo. Había algo tremendamente erótico en lo que estaban haciendo y Faith sabía que tenía que ver con la confianza y los secretos íntimos. Vaughn jamás dejaría que nadie más le atase como ella lo había hecho.

El centinela gruñó de nuevo y esta vez ella pudo apreciar la diferencia. El grave rugido no era una amenaza, sino una exigencia. Deshaciéndose del sujetador, se colocó a horcajadas sobre él, muy consciente de la palpitante longitud erecta de Vaughn. Si se deslizaba unos centímetros hacia atrás, podría frotar la carne caliente e inflamada de su entrepierna.

«¡Señor, apiádate de mí!»

La tentación era fuerte, pero aún podía pensar de forma mínimamente racional, y sabía que no debía sobrecargar sus sentidos tan deprisa. No había alcanzado su límite. Era una simple cuestión de rapidez.

Dejando que su cabello cayera como una cascada alrededor de ambos, se inclinó sin dejar que la boca de Vaughn pudiera alcanzar sus pechos. No tenía ni idea de por qué le provocaba de aquel modo, hasta entonces ni siquiera había sido consciente de que tuviera la capacidad para provocar, pero tenía la certeza de que le estaba dando placer. Su jaguar podía ser exigente, pero no acceder a sus demandas de inmediato no hacía que se enfureciera. Tan solo magnificaba las sensaciones.

Sin preocuparse realmente por cómo lo sabía, utilizó el dedo para trazar el contorno de su boca, y cuando él amenazó con morderla, Faith consintió y lo introdujo entre sus labios. Vaughn lo chupó con tanta fuerza que pensó que podía sentirlo en sus entrañas.

Era una sensación intensa, embriagadora, y tenía un efecto inesperado.

—Me duelen los pechos —dijo dando voz a una queja sumamente íntima.

Vaughn dejó que Faith retirase el dedo.

—Ven aquí.

Más que dispuesta a obedecerle esta vez, contempló cómo Vaughn tomaba un pezón en su boca. Su mente se quedó en blanco nada más sentirlo y luego se puso de nuevo en funcionamiento con una sorprendente oleada de deseo. Clavó los dedos en las sábanas a ambos lados de los hombros de Vaughn, pero no se apartó. Porque necesitaba desesperadamente más, su adicción por Vaughn aumentaba a una velocidad alarmante.

Un grito quedó atrapado en su garganta cuando él volcó la atención en el otro pezón, y al notar que tironeaba suavemente de él con los dientes, se arrimó aún más. Su rojo cabello era un oscuro manto que elevó la intimidad a un grado extremo. Un rayo de plata atravesó su mente. Su cordura se desintegró poco a poco. A Faith le daba lo mismo.

Vaughn liberó el pezón para dedicarse a recorrer con los dientes la vulnerable parte inferior del pecho. El corazón de Faith pareció dejar de latir.

Profiriendo un sollozo incoherente, descendió bruscamente por el cuerpo masculino, y habría seguido haciéndolo si el rugido de Vaughn no hubiera rasgado en dos la semioscuridad. Todo su ser quedó paralizado. Entonces se dio cuenta de que su trasero enfundado en unos vaqueros se frotaba sobre la cabeza de su erección. Vaughn tironeó de las ligaduras, las venas de sus brazos y hombros se marcaron de forma visible. Y Faith fue consciente del hecho de que podía romper las ataduras solo con su fuerza.

Pero no había peligro alguno, todavía no. El corazón aún no había recobrado su ritmo normal cuando se deslizó más abajo, liberando la caliente y dura longitud de su excitación. A Vaughn no le importó.

—Vuelve aquí —le ordenó bruscamente con la voz teñida de la pastosa sexualidad animal del cambiante que era.

Negando con la cabeza, Faith utilizó la mano para reclamarle tal y como había hecho en la cabaña. El cuerpo de Vaughn se arqueó, todo poderosos músculos cubiertos de piel sudorosa.

—Estás tan caliente —susurró jadeante—, tan suave.

A Faith le encantaba tocarle.

—Basta —gruñó muy cerca del límite de su resistencia—. Basta.

—No.

Faith no pensaba soltarle hasta que hubiera acabado… si el dolor condicionado la dejaba incapacitada, podía ser que aquella oportunidad no se le volviera a presentar. Y había montones de cosas que hacer con aquel magnífico varón que estaba a su merced.

—Será mejor si te quitas los vaqueros.

Ella parpadeó, sorprendida al ver que había cambiado de posición para poder presionar la dolorida carne entre sus piernas contra el musculoso muslo de Vaughn. Faith apretó la mano con que le rodeaba.

Vaughn exhaló con los dientes apretados.

—Quítatelos —ordenó—. ¡Quítate los putos vaqueros!

—Pero para hacer eso tendría que parar —farfulló.

Los ojos de Vaughn se tornaron aún más felinos, si acaso era eso posible.

—Imagina lo maravilloso que será.

Una serie de imágenes explícitas irrumpieron en su cabeza, escenas de ella desnuda y enloquecida sobre él mientras apretaba su húmedo y caliente sexo contra el muslo de Vaughn. Las imágenes eran tan detalladas, tan sexuales, que casi pudo oler el aroma de su propia necesidad. Luego se dio cuenta de que ese olor era real. Era suyo. Y parecía estar llevando a Vaughn al límite.

Él tenías las fosas nasales dilatadas.

—Esos vaqueros van a desaparecer ahora mismo aunque para ello tenga que arrancártelos. —Las garras le atravesaron la piel, pero no intentó romper las ataduras.

La poca cordura que le quedaba le dijo que aquello era peligroso, que un excesivo contacto piel a piel podría provocar una catastrófica y violenta reacción mental, pero no estaba de humor para hacerle caso. Y si ella había dejado de pensar, también lo había hecho Vaughn, sin que ninguno de los dos se acordara del enorme riesgo del que habían olvidado hablar.

—¡Hazlo!

Liberando aquella carne sedosa y caliente, se puso de pie sobre la cama y se despojó bruscamente de los pantalones y las braguitas. Vio la expresión de Vaughn cuando arrojó las prendas a un lado: la de un hombre famélico, un jaguar realmente hambriento. Sus ojos se demoraron sobre los pechos de Faith antes de descender a los rizos que cubrían el vértice entre los muslos. Y Faith lo supo.

Vaughn quería devorarla.

Pero ella estaba al mando de aquel juego íntimo y deseaba ser la primera en saborearle. Volviendo a colocarse de rodillas, le rodeó nuevamente con la mano. El cuerpo de Vaughn se convirtió en sólido músculo mientras aguardaba para ver qué hacía. Faith no estaba segura de sí misma. Tanto era el contacto, tantísimas las sensaciones y tanta la necesidad que habían asaltado su mente que ya no estaba segura de nada.

—Pero eres mío para jugar contigo a mi antojo —declaró de forma obstinada y posesiva.

Su intenso calor palpitaba en la mano de Faith al tiempo que un rugido desgarraba su garganta. Estaba fascinada por la ingobernable ferocidad de Vaughn, abrumada por su propia respuesta enardecida, una pasión que había sido reprimida durante toda la vida y que ahora deseaba liberarse.

Deslizó las uñas por el pecho de Vaughn con fuerza.

Él tironeó de las ataduras y los ojos con que ahora la miraba habían adquirido una ferocidad temible.

—Más.

Inundada de imágenes explícitas de lo que él deseaba hacerle, bajó la cabeza hasta su cuello y le mordió la piel que quedaba encima del lugar donde le latía el pulso. Esta vez fue tierna, provocadora, tomando y saboreando. Vaughn arqueó el cuerpo y ella se apretó contra él. Calor abrasador, insoportable placer. Gimoteando, frotó su húmeda necesidad contra él hasta el punto en que los dos perdieron el control, como si pensar fuera algo que hubieran hecho en otra vida y no en esa.

Ninguno habló cuando ella se incorporó y utilizó la mano para guiarle en su interior. Vaughn era grueso, por lo que debería haber procedido con lentitud, pero ya no era capaz de hacer lo que debía. El dolor punzante que sintió cuando algo se desgarró repentinamente dentro de ella no logró apagar la pasión. Era demasiado tarde para eso. Había sido conquistada por su ser más primario.

Mientras su mente se derrumbaba, comenzó a moverse encima de él. Vaughn salió a su encuentro con brío a pesar de las ligaduras mientras que Faith descendía sobre aquel grueso miembro, que casi resultaba doloroso. Gritando, Faith lo hizo de nuevo. Y otra vez… y otra más.

Hasta que la tormenta se adueñó de todo su ser y su mente dejó de importar.

* * *

Faith estaba rodeada de fuego. Feroz, pero deliciosamente suave, las diversas texturas le tentaban a abrir los ojos. Sentía la piel resplandeciente de Vaughn bajo su mejilla mientras que sus dedos le acariciaban el oscuro vello dorado del pecho, como si estuviera mimando a un gran y magnífico felino. Esa última palabra abrió las compuertas de su memoria y se despabiló por completo sofocando un grito de sorpresa.

—Chist. —Vaughn le acarició la espalda con una mano en tanto que con la otra le retiraba el pelo empapado de la frente.

—Estás libre.

Las ligaduras estaban hechas trizas sobre el cabecero.

—Hum. —Vaughn se movió de modo que ella quedó parcialmente debajo de él, y continuó dejando un sendero de besos a lo largo de su cuello.

—He sobrevivido.

Faith estaba recordando aquella explosión de su mente, cuando todo lo que era y todo lo que había sido pareció desaparecer de un plumazo.

Se estremeció al sentir el roce de los dientes de Vaughn sobre la piel. La tormenta danzó a través de su torrente sanguíneo, todo su ser sensibilizado al máximo.

—Qué bien sabes, pelirroja.

Faith sentía el cuerpo laxo, las extremidades pesadas y saciadas.

—Vaughn, siento demasiadas cosas.

Sin embargo seguía viva, seguía respirando. Comprobó los escudos y, para su sorpresa, aquellos que la protegían de la PsiNet aguantaban bien, como si una fuente externa a su sobrecargada mente los mantuviese erguidos. Era imposible.

El resto de sus escudos habían desaparecido.

Faith apretó los dedos percatándose solo entonces de que los estaba hundiendo en el cabello de Vaughn.

—Mis escudos.

—Mmm. —Vaughn le lamía el pulso con rápidas pasadas que hacían que algo en su interior se removiera, algo intenso, oscuro, hambriento. Tan hambriento…

—Los que ayudan a mantener el mundo fuera… no están.

Habían quedado reducidos a cenizas.

—Reconstrúyelos. Más tarde. —Descendiendo por el cuerpo femenino, Vaughn deslizó los dientes sobre la parte superior de sus pechos.

Faith tragó saliva mientras intentaba pensar. Estaba a salvo de otros psi. No había nadie allí salvo Vaughn. Y él ya había estado en su interior, tan profundamente que no estaba segura de ser capaz de expulsarle, o de que quisiera hacerlo. La mano grande de Vaughn le acarició el costado y se demoró sobre el valle de su cintura, allí donde daba paso a la cadera.

Se sorprendió conteniendo el aliento, expectante, sin pensar en escudos y protecciones. Era novata en el tema de las emociones, atrapada en la más poderosa de todas ellas… hasta tal punto que no había comprobado los posibles daños en los canales de las visiones.

Vaughn hundió la nariz entre sus pechos y se abrió paso hasta el turgente abdomen, depositando un sinfín de besos en cada centímetro de piel hasta que llegó a los rizos que cubrían su sexo. Asiéndole la cadera con una mano, depositó un beso en aquellos rizos. Faith arqueó la espalda.

—Aún no.

Vaughn levantó finalmente la vista. En sus dorados ojos felinos se apreciaba una expresión de saciedad, de satisfacción.

—¿Por qué? —dijo sin exigencias, su voz era lo más parecido a un ronroneo que había escuchado en un ser humano.

—Porque necesito serenarme un poco.

Le tiró del cabello y, para su sorpresa, él accedió, trazando de nuevo el sendero de besos mientras ascendía por el cuerpo de Faith. Un cuerpo que se había empleado a fondo y que ya ardía en deseos de hacerlo de nuevo. Era su mente la que no estaba preparada.

Cuando Vaughn se colocó encima de ella apoyándose en los codos, Faith le pasó la mano por la mandíbula y se sorprendió al ser incapaz de dejar de acariciarle el cuello y de besarle repetidamente en aquel lugar donde latía el pulso.

—¿Por qué no puedo dejar de tocarte? Puede que haya roto el condicionamiento, pero sigo siendo una psi. —Pertenecía a una raza para la que el contacto físico era algo frío y poco frecuente—. No debería necesitar tanto sentir el calor humano.

—Estás famélica. —Alzó una mano para ahuecarla sobre su pecho en un gesto que hablaba de posesión—. Has pasado años y años de privación.

—Pero… —Faith lamió la piel salobre del hombro de Vaughn y le rodeó la cintura con una pierna.

—El escudo que te reprimía ha ardido.

¿Cómo sabía él eso? Aunque no le importaba demasiado.

—¿Significa eso que estoy loca? —En esos momentos, le traía sin cuidado.

—No. Significa que eres libre.

—Mmm.

Aferrándose a los hombros de Vaughn para levantarse, le hizo bajar la cabeza con un beso tan seductor que hizo que se derritiera. Le sentía caliente y tentador contra su boca mientras él le masajeaba el pecho con la mano.

Cuando el pulgar le frotó el pezón, Faith gimió, pero esta vez no fue la tormenta lo que invadió su torrente sanguíneo, sino un reguero de fuego más denso, más intenso. Se extendió con lánguida calma y se apoderó de ella antes de que pensara siquiera en luchar contra ello. Agradablemente abrumada, le rodeó con los brazos y le envolvió la cintura con la otra pierna.

Cuando Vaughn se deslizó nuevamente dentro de ella, le pareció la perfección absoluta. Se movió a un ritmo pausado y sensual; era un depredador satisfecho dándole a su mujer todo lo que ella quería. Desplazó la mano del pecho, bajando por su cuerpo para ahuecarla sobre las nalgas y modificar levemente su posición, de forma que pudo tocarla y hacer que el río de lava que avanzaba lentamente se convirtiera en un rabioso incendio. Pero ni siquiera así consiguió apabullarla.

Faith se meció sobre las oleadas de placer que la recorrían mientras él la poseía, besándola y uniendo las lenguas en una danza sin fin. Y cuando por fin la llevó al orgasmo, ella no se derrumbó. En su lugar, el abrasador fuego que la dominaba se convirtió en una refulgente miríada de sensaciones. Intensa, embriagadora y adictiva, la arrastró consigo y Faith se dejó llevar con una sonrisa en los labios.

* * *

Faith dejó que el rocío de la cascada que hacía las veces de ducha cayera sobre ella, apenas capaz de mantenerse en pie. Aunque no tendría por qué hacerlo, pues cierto cambiante estaba más que dispuesto a echarle una mano.

Vaughn le mordisqueó el cuello.

—Deja de pensar.

—Demasiado tarde.

Se giró en sus brazos y se aferró a su torso. Era tan hermoso, tan exquisitamente varonil, que seguía sorprendiéndole. Su autocontrol en lo relativo a él era prácticamente nulo. Pero a pesar de su carencia, su mente permanecía lúcida.

—Creo que ya estamos bastante limpios. —Vaughn tenía sus manos grandes y cálidas sobre su piel—. Vamos.

Faith le siguió hasta la plataforma seca y dejó que la frotara con una enorme y esponjosa toalla.

—Sábanas de seda y toallas de felpa —dijo exhalando un suspiro, desacostumbrada a tan hedonistas placeres—. Te gusta la comodidad.

—Soy un gato. Las cosas suaves y sedosas me hacen ronronear. —Arrodillándose, le mordisqueó la vulnerable piel del muslo y sonrió al ver que ella se estremecía—. Pero a veces hacen que me entren ganas de morder.

Vaughn se levantó para envolverla en la toalla y atisbó el torpe intento de Faith de sonreír.

—¿Qué? —Enarcó una ceja.

Faith meneó la cabeza.

—Eres un gatito.

Nada podría haberla preparado para el rubor que se extendió sobre los pómulos de Vaughn. Agarrando otra toalla, comenzó a secarse, pero la sonrisa de oreja a oreja que se dibujó en su rostro era tan maravillosa y rara que Faith se quedó mirándole embobada.

—Sí, bueno, tú me has librado de la mezquindad.

Faith se percató de que su propia sonrisa se hacía más amplia, una acción nueva para ella que de pronto le resultaba natural.

—¿Cuánto va a durar esta transformación?

—Hasta que vuelva a tener hambre de ti. —Se puso la toalla alrededor de las caderas—. Lo que podría ser de un momento a otro.

Faith aceptó el beso deliciosamente lánguido con sumo agrado.

—Eres insaciable.

—Solo de ti.

Vaughn le dio un toquecito en la nariz con el dedo, un gesto muy tonto y tierno, increíblemente conmovedor.

—¿Por qué no sonríes más? —Le gustaba la sonrisa de su jaguar, le encantaba ver su rostro iluminado de espontánea felicidad.

—Nunca he tenido mucho por lo que sonreír.

Contemplando aquella sonrisa, Faith renunció al último resquicio de esperanza de regresar al único mundo que había conocido.

—No voy a volver.

Vaughn se puso serio y algo más siniestro asomó a sus ojos, algo salvaje, feroz, posesivo.

—Bien, porque no pensaba dejarte marchar.

Faith rompió a reír y, por primera vez en su vida, no tuvo miedo. El Silencio había adormecido sus sentidos, pero lo que finalmente comprendió fue que esa insensibilidad estaba provocada por el miedo. A su raza le aterraban tanto sus propios dones, sus mentes únicas, que se inutilizaba a sí misma. Pero ella ya no estaba cautiva.

Rodeando el cuello de Vaughn con los brazos, dejó que él la levantara y girara en círculo con ella. Hablarían de la terquedad del centinela, de cómo la lamía para salirse con la suya, pero no lo harían ahora. No durante aquel momento perfecto.

* * *

Quizá la felicidad que acababa de encontrar fuera la causante de que hubiera cometido un error, que hubiera olvidado que había cosas persiguiéndola que no moraban en la PsiNet, que tenían acceso directo a su mente. Se durmió en brazos de Vaughn, pero despertó presa de una oscuridad malévola. Sabía que podía moverse, que podía alertar a Vaughn y que seguramente él podría sacarla de ella.

Pero con el ardiente pecho de Vaughn apretado contra su espalda, era consciente de dónde estaba y del momento en que se encontraba. Sus escudos contra las visiones podrían haber ardido, pero sus emociones estaban plenamente alerta. Y aunque dicha capacidad emocional era nueva para ella, tenía confianza en poder utilizarla en caso de necesidad… era una parte tan natural de sí misma como antinatural había sido el Silencio. Sería duro, pero no imposible, escapar de aquella visión.

Con la decisión tomada, dejó que la visión se apoderara de ella en una negra oleada de maldad, permitió que la envolviera, que le mostrara lo que quisiera.

Vaughn sabía que Faith estaba teniendo una visión. Detrás de los párpados podía ver el rápido movimiento de los ojos, diferente al que hacían mientras dormía. Había despertado al felino al sentir un cambio en el ritmo de los latidos de su corazón. Ahora también había cambiado su aroma.

Había algo extraño en él, un miasma malsano que hacía que pareciese que estaba infectada por algo maligno. La bestia rabiaba por arrancarla de aquella visión, pero Vaughn se obligó a pensar. Tal vez Faith no quisiera que parase… la había creído despierta y consciente cuando comenzó. Capaz de tomar una decisión.

No deseaba reprimir su don como lo había hecho el Silencio, pero era duro luchar contra la bestia, sobre todo cuando el hombre poseía el mismo instinto protector. El impulso de despertarla se hizo más intenso cuando atisbó aquella oscuridad física cerniéndose sobre ella. No podía entrar, pero la rodeaba, revoloteaba a su alrededor como un buitre a la espera de encontrar un punto vulnerable.

Gruñendo en lo más profundo de su garganta, la mantuvo abrazada contra su cuerpo. Pero por irónico que pareciera, aquella imagen también le calmó; no se había apoderado por completo de Faith, lo que significaba que podía liberarse por sí misma. Si tomaba la decisión por ella, podría arrebatarle la oportunidad de vengar la muerte de su hermana. Y la necesidad de venganza era algo que ambas partes de su naturaleza comprendían.

—Estoy aquí —le susurró al oído.

Luego se acomodó para velar por ella y mantener a raya la oscuridad. Daba igual que un fenómeno psíquico no debiera tener forma física. Vaughn sabía que existía, lo veía. Y no permitiría que tocase a Faith.

* * *

Aun estando inmersa en la visión, Faith era consciente de que Vaughn estaba a su lado, como un muro de puro fuego entre ella y la horrible amenaza que la acechaba. Eso era lo bastante inusual como para haber perdido la concentración de no haber tomado ya la decisión de llevar aquello a término. La oscuridad jamás volvería a robar una vida.

Aunque fuera ella quien tuviera que ponerle fin.

La visión comenzó a cambiar desde la difusa mezcla de emociones que primero se habían arremolinado a su alrededor; el telón de la oscuridad se abrió una vez más y le mostró el rostro de la mujer a la que él pretendía matar. La escena estaba clara, se trataba de parte de la persecución, no de la muerte, lo que le dejaba vía libre para concentrarse en detalles que pudieran servirle a la hora de identificar a la víctima en lugar de luchar contra sus propias respuestas al miedo. Cuando la visión se desvaneció, creyó tener lo que necesitaba. Estaba a punto de zafarse cuando sintió un tirón que le indicaba que había más.

Calmada por la ausencia de brutalidad de las primeras imágenes, dejó que la siguiente fase se desplegara ante ella. La sangre goteaba de unas paredes de color verde claro empapando la alfombra ligeramente más oscura, salpicando el panel de comunicación. Un osario que podía oler… rastros de la pútrida muerte ocultos en el acre olor férreo de la sangre. Asqueada, no pudo hacer nada cuando él se internó en la estancia pisando el oscuro líquido rojo que una vez había corrido por las venas de un ser vivo. En el baño no había nada que empapara la sangre, por lo que sus pies salpicaron al pisarla.

Su mente se estremeció bajo la sobrecarga. La carnicería, la fetidez, las esporádicas imágenes del pasado en las que oía gritos de un terror absoluto que le helaban los huesos, todo ello la golpeó con la fuerza de un camión que circulara a miles de kilómetros por hora. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su mente no había sobrevivido entera al deseo sexual con Vaughn.

La anterior crisis había fracturado su mente al más profundo nivel, y ahora era incapaz de soportar la ferocidad de aquella sangrienta visión. Sintió que comenzaba a colapsarse de nuevo, pero esta vez de un modo en que sabía que no sobreviviría: el Efecto Casandra, la antigua sacerdotisa a la que, a cambio de un encuentro carnal, le fue otorgado el don de la profecía. Un grito mudo se desgarró de su psique. El Efecto Casandra era la peor crisis mental existente, y convertía a sus víctimas en vegetales sin capacidad de expresarse, sin razón ni sensibilidad.

Nadie sobrevivía a algo así sin la rápida intervención de los psi-m.

Pero allí no había ninguno y Faith se estaba ahogando, se hundía tan rápidamente que pronto no sería capaz de respirar. La sangre ascendía por su cuerpo, empapándole los pies, las piernas…