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Faith apenas acababa de vestirse al día siguiente cuando sintió una llamada telepática cortés, aunque firme. Abrió los ojos de par en par. El contacto le era desconocido y solo un grupo de individuos tenía derecho a contactar con cualquiera que desearan de esa forma.

—Aquí Faith NightStar.

—Se requiere tu presencia en las cámaras del Consejo. Te han sido enviados documentos de autenticación a tu bandeja personal.

—Sí, señor.

Faith sabía que la mente con la que estaba hablando pertenecía a un varón y supuso que se trataba de Marshall Hyde, el miembro más veterano del Consejo.

—Serás escoltada hasta aquí.

El enlace telepático se cortó.

Lo primero que hizo fue comprobar su bandeja de entrada; no le extrañaría que Krychek utilizara semejantes tácticas para tenderle una trampa. Pero ahí estaba, la infalsificable realidad del sello del Consejo. Sintiendo un calor palpitante en las mejillas, le dijo a los psi-m que no la molestaran bajo ningún concepto y procuró calmar sus alterados procesos de pensamiento. No podía permitir que se filtrara ni el más mínimo resquicio de confusión. Ni el más mínimo.

Optando por sentarse en una silla próxima a la ventana, cuyas cortinas estaban corridas, inspiró hondo y entró en la PsiNet sin ampararse en el anonimato. Hoy tenía que refulgir como la cardinal que era: una declaración silenciosa de fuerza. Dos mentes la estaban esperando. De haber estado dentro de su cuerpo, se le habría erizado el vello de la nuca a modo de advertencia primigenia, pues había algo intrínsecamente perturbador en ellas. Mientras la conducían de un enlace a otro en dirección al oscuro corazón en las entrañas de la PsiNet, consideró si podría encontrarse en presencia de dos miembros del Escuadrón de las Flechas.

A pesar de que su existencia nunca había sido confirmada en uno u otro sentido, habían aparecido repetidos rumores sobre dicha unidad en la información que había descubierto durante la búsqueda por comprender el interés que el Consejo demostraba tener en ella. Teniendo frente a sí a dos mentes altamente marciales, ninguna de las cuales había mostrado más identificación que un sello de alto rango del Consejo, llegó a la reticente conclusión de que el Escuadrón de las Flechas no era un simple rumor.

La idea de que existiera un escuadrón secreto, que supuestamente acostumbraba a acallar a los detractores del Consejo, difícilmente inspiraba confianza. Pero nada de eso podía traslucirse en la imagen mental que presentara al Consejo, de modo que enterró sus reflexiones acerca de ese irrelevante asunto. Los guardias la acompañaron en los dos primeros puestos de control, luego la entregaron a una segunda pareja que la llevó aún más profundamente, al mismo corazón de la PsiNet. Pero cuando se abrió la puerta de la última cámara, entró ella sola.

La puerta se cerró a su espalda.

Estaba encerrada con las centelleantes mentes de los seis seres más poderosos y letales de la PsiNet. Nikita Duncan, con sus virus mentales. Ming LeBon, célebre por su destreza en el combate mental. Tatiana Rika-Smythe, de quien se rumoreaba que poseía el raro don de desbaratar los escudos más profundos. Era de ella de quien más desconfiaba Faith, pues si las especulaciones eran ciertas, Tatiana podía desarmar escudos de primer nivel sin que la víctima fuera consciente de ello.

Por ese motivo Faith se había protegido por cuadruplicado. Quizá fuese una exageración, pero no quería que nadie descubriera sus secretos… los secretos de Vaughn. Además de eso, había aprendido un modo atípico y muy efectivo de cerciorarse de que sus escudos nunca siguieran un patrón estático, y que por tanto fueran casi imposibles de predecir y desentrañar. Sascha le había estado enseñando todas esas cosas aquella noche en el porche… antes de que Faith hubiera roto su condicionamiento al nivel más íntimo.

—Faith.

—Sí, señor —respondió a Marshall sin vacilar, ocultando el resto de sus pensamientos en un lugar recóndito de su mente. Mientras estuviera en presencia del Consejo no podía permitirse bajar la guardia ni un solo instante.

—Ya debes de ser consciente de que estamos considerando tu candidatura a miembro del Consejo. —La mente de Marshall era como una espada, lo bastante afilada para hacer sangrar a los demás.

—Sí, señor.

Si Vaughn tenía razón, el Consejo de los Psi protegía a asesinos para salvaguardar el Silencio. Tal vez apreciarían sus advertencias, agradecerían que detuvieran a los asesinos antes de que estos crearan inestabilidad en la red. ¿Y luego? Las acusaciones de Vaughn sobre la existencia de asesinatos autorizados de forma oficial resonaban en su cerebro. Tal vez Faith no pudiera impedir esos crímenes, o tal vez optase por no impedirlos debido a que eran voluntad del Consejo.

Y, por tanto, su propia voluntad.

¿Podría llegar a volverse tan inhumana? El horror se arrastró lentamente por sus venas, clavando sus diminutas garras y causándole un dolor punzante. No deseaba pensar en su gente de aquella manera, no quería formar parte de una raza que aprobara algo semejante.

—¿Cuál es tu opinión al respecto? —preguntó Ming LeBon, el miembro del Consejo que nunca aparecía en los noticiarios y cuyo nombre no se vinculaba a ningún suceso público; un poder escalofriantemente peligroso oculto tras la civilizada fachada pública presentada por Henry y Shoshanna Scott.

—Soy joven —respondió—. Puede que ciertos sectores de la población consideren eso un punto débil. —Y carecía de la implacable capacidad para matar. La idea de robar una vida, no solo de aceptar, sino de justificar, la enfermiza maldad de la oscuridad, le daba náuseas.

Sin embargo comprendía que Vaughn hubiera matado y que volviera a hacerlo otra vez para defender a su gente, tal vez incluso para defenderla a ella. Pero eso no le producía repulsión. Quizá se debiera a que existía una diferencia entre la brutal aunque honesta ley de la naturaleza, y un asesinato lúcido y a sangre fría para incrementar el poder de la gente que, precisamente, era más propensa a abusar de él.

—Eso es cierto. Sin embargo tus escudos son extremadamente resistentes. Pareces tener la capacidad de repeler un ataque. —El comentario de Tatiana parecía confirmar los rumores sobre la consejera. Faith no había sentido nada, pero tenía la certeza de que habían puesto a prueba sus escudos y que estos habían superado el examen. Estuvo a punto de estremecerse; ¿a cuántas personas había saqueado Tatiana la mente sin que percibieran dicha violación?

—Tus dotes de clarividente también resultarán muy útiles —agregó Marshall.

«No.»

No prestaría su mente para fomentar objetivos destinados a mantener a su gente esclava de un Silencio que era falso. En aquel instante, tomó la decisión. Fue entonces cuando se dio cuenta de que nunca había habido realmente otra opción viable; solo su temor a aventurarse en lo desconocido había hecho que así lo pareciera.

Ahora lo único que tenía que hacer era sobrevivir al Consejo.

—Aunque me halaga que me tengan en cuenta como candidata, no estoy preparada para morir. —No cuando acababa de aprender a vivir—. Soy muy consciente de que Kaleb Krychek es otro de los candidatos. Él ha dispuesto de años en las filas del Consejo para perfeccionar sus habilidades. —La habilidad de deshacerse de la principal competencia—. No deseo convertirme en el blanco de nadie cuando él es el psi al que realmente quieren. No soy tan arrogante como para creer que podría vencerle si decidiera asegurarse su ascenso quitándome del medio.

—De modo que admites que eres débil —declaró Shoshanna, que nunca había sido otra cosa que un enemigo.

Lo más profundo de la mente de Faith le hizo partícipe de una certeza a través del lazo que la vinculaba a su ser errante: la sangre manchaba las manos de Shoshanna. El futuro no había cambiado.

Reconocer ser débil ante el Consejo nunca era una idea recomendable.

—Lo que digo es que si desean que considere unirme a ustedes, no lo haré hasta que no llegue a un… acuerdo con el señor Krychek.

Que pensaran que tenía intención de quitarse a Kaleb de encima. Desde luego, si Shoshanna apoyaba a Kaleb, este estaría informado de lo que había dicho segundos después de que ella abandonara la estancia, si no antes.

La supervivencia iba a convertirse en algo incierto si no se andaba con cuidado.

—No aceptaré que el Consejo me utilice como peón para medir la fuerza de Kaleb. Búsquense otra víctima.

* * *

Tenía un nudo en el estómago y los músculos doloridos, pero había salido de allí con vida. Faith sabía que le quedaba muy poco tiempo. O bien Kaleb se impacientaba y decidía poner en práctica sus propios planes, o bien el Consejo descubriría lo que Faith estaba haciendo a sus espaldas. Y lo que hacía era perseguir a un asesino.

Se negaba a dejar libre al asesino de Marine para que acabase con otra vida. Quienquiera que fuese, era demasiado fuerte, demasiado poderoso a nivel mental. Tenía que localizarlo antes de que él encontrara un modo de sortear sus nuevos escudos, en los cuales se entrelazaban finas y peligrosas hebras de emociones. Lo cierto era que no había vuelto a torturarla con sus fantasías de muerte, pero no porque no lo hubiese intentado; su oscuridad llevaba dos días arañándole la mente, deseando mostrarle lo que iba a hacer.

Esa noche, iba a dejarle entrar.

Pero antes deseaba recabar tanta información útil como le fuera posible. No por ella, sino por los cambiantes, los únicos que no la habían tratado como a una máquina de hacer dinero.

—Vaughn —susurró.

El nombre de su jaguar era un talismán. Sintió el roce de aquel pelaje en las manos, la presión de esos labios sobre su cuello, las sensaciones eran tan reales que se envolvió en ellas, como si de un manto protector se tratase, cuando cerró los ojos y se aventuró en el campo estrellado de la PsiNet.

Estaba rodeada de mentes brillantes y tenues, un millar de puntos colmados de belleza y gracia. Una vez más, no se esforzó en ocultarse, en fingir ser otra cosa que lo que era: una cardinal, cuya estrella fulguraba con ardiente intensidad. Aunque parecía que nadie la seguía, no era tan tonta como para pensar que su clan no lo estuviera intentando de algún modo.

Había urdido un plan para ocuparse de eso, prevenida por el mismo sentido que le había avisado de que esa noche estuviera en la red. Tenía que ser esa noche. No sabía por qué, pero abrigaba la esperanza de que fuera porque el asesino iba a cometer un error. Por el momento, estaba allí para hacer algo realmente simple: escuchar el pulso de la red, escuchar las voces que el Consejo no podía escuchar por ser demasiado quedas, demasiado secretas.

Pero había algo que no tenía sentido para ella. A menudo se decía que la MentalNet había sido adiestrada para comunicar cualquier conversación que pudiera ser de interés para el Consejo. Así pues, ¿por qué el Consejo ignoraba la creciente disensión, las semillas de la rebelión? Y era obvio que no sabían nada, pues de haberlo hecho, esas voces habrían sido acalladas de forma implacable, sometidas a rehabilitación hasta que apenas les quedasen neuronas suficientes para realizar tareas tan simples como lavarse y comer.

Espoleada por los pensamientos del Centro de Rehabilitación, puso en marcha su plan para conseguir intimidad surcando el tiempo y el espacio hasta un sector remoto de la red. Al mismo tiempo erigió los cortafuegos que garantizaban su anonimato. Para cualquier observador, parecería que se hubiera desvanecido de repente. Era un método muy sencillo de eludir a los perseguidores, y como nunca había estado en aquel enlace público, a pesar de que había verificado la huella psíquica del lugar de forma discreta durante su última incursión, tal vez no tuvieran forma de seguirle los pasos.

Llegando al enlace, lo rodeó para sumergirse en los flujos de datos locales. No había nada especialmente interesante en la información, redactada como si se tratara de noticias regionales y otros boletines, así que salió de allí y se dirigió rápidamente a una sala de chat pública. Los participantes estaban discutiendo la teoría de la propulsión, pero se quedó de todas formas. De ese manera, si no había conseguido librarse de quienes la vigilaban, y lograba dar con lo que estaba buscando, no parecería extraño que anduviese por allí, teniendo en cuenta las otras cosas que había escuchado.

Al fin y al cabo era una psi-c y se presuponía que eran un poco raros.

De la teoría de la propulsión pasó a otra sala de chat dedicada al más reciente profesor de yoga de la red. Efectivo como era enseñando a los psi a centrar la mente con la precisión de un láser, el yoga estaba considerado un ejercicio muy útil. Sin embargo Faith había comenzado a formarse una opinión diferente en cuanto a por qué los psi se sentían atraídos por lo que en otros tiempos había sido una antigua disciplina espiritual, y no tenía nada que ver con la concentración. Tal vez simplemente intentaban encontrar algo que llenase el vacío de su interior.

Después de la charla sobre yoga, se encontró en una sala de redacción en la que se comentaba animadamente que el innovador acuerdo de los DarkRiver y los SnowDancer con la familia Duncan ya estaba dando pingües beneficios. Faith no conocía todos los detalles del negocio, pero estaba al corriente de que tenía que ver con una urbanización que se estaba construyendo y que estaba enfocada a los cambiantes. Aunque era un proyecto de la familia Duncan, esta había subcontratado a los DarkRiver para que se encargaran del diseño y la construcción basándose en la teoría de que solo los cambiantes comprendían las necesidades y deseos propios de su raza. Al parecer el clan de lobos de los SnowDancer había aportado el terreno —a través de los DarkRiver— convirtiendo el proyecto en una sociedad pionera, la primera de ese tipo.

Faith escuchó que todas las viviendas se habían vendido sobre plano antes de que la primera se pusiera a la venta. Y las solicitudes se apilaban. Varias mentes sugirieron que esa clase de sociedades deberían ponerse a prueba en Europa con algunos clanes de cambiantes más civilizados. Al hilo de aquello se escuchó la lógica contrarréplica acerca de que leopardos y lobos apenas estaban civilizados, lo cual parecía ser, precisamente, la razón de su éxito.

Archivó la información; a los DarkRiver les agradaría saber que la deserción de Sascha no había puesto fin a la posibilidad de realizar futuros negocios. Por el contrario, parecía que el poder negociador de los cambiantes había aumentado. A los psi no se les permitía hablar con la renegada de los Duncan, pero hacer negocios con su clan era un asunto totalmente diferente. Algo que el Consejo tenía la inteligencia de no intentar impedir.

Cuando la charla derivó hacia otras cuestiones, escuchó unos minutos más antes de marcharse. Dos horas más tarde, estaba comenzando a pensar que la corazonada había sido un espejismo fruto de su propia necesidad de mitigar la sensación de culpabilidad. Pero al segundo siguiente captó los ecos de una conversación que tenía lugar en un pequeño cuarto parcialmente oculto tras otro. Dada su ubicación, era obvio que los ocupantes habían entrado buscando aquella sala.

—… perdido a dos miembros en los últimos tres meses. Es estadísticamente inexplicable.

—Los cuerpos no han sido recuperados. Solo tenemos la palabra de la policía de que se trató de simples accidentes.

—Todos sabemos quién maneja los hilos de la policía.

Más que interesada, Faith permaneció en el rincón más alejado tratando de no llamar la atención.

—He oído que la familia Sharma-Loeb perdió a una mujer hace dos años en circunstancias inexplicables similares.

—Desde la última vez que lo hablamos, he estado siguiendo la pista a otras desapariciones. Son demasiadas como para poder explicarlas de forma racional, lo mires por donde lo mires.

—Corren rumores de que ciertos componentes del adiestramiento están fallando.

Muy listo, pensó Faith. Aquel psi había evitado deliberadamente utilizar las palabras «Silencio» o «Protocolo», cualquiera de las cuales seguramente habría alertado a la MentalNet de que estaba teniendo lugar una conversación potencialmente subversiva. No obstante, el solo hecho de que dicha conversación estuviera teniendo lugar en el espacio público de la red era, en sí, una señal. O bien el Consejo se había vuelto menos exigente con la vigilancia o bien la población se sentía más confiada.

Varias de las mentes destacadas en la conversación desaparecieron de pronto, probablemente para dirigirse a un lugar más seguro. Pero que en algún momento estuvieran a salvo de la MentalNet era harina de otro costal… siendo un ser sensible como lo era la red, tratar de esconderse de ella era igual que tratar de esconderse del aire.

Pero claro, su mente se hizo una nueva pregunta: ¿por qué el Consejo no parecía estar al corriente de la magnitud de la disensión? No podía decirse que fuera excesivo, pero tampoco era prudente mirar para otro lado. ¡O bien…! Una idea revolucionaria surgió de golpe en su cabeza. Tras decidir que no tenía nada que perder, regresó sin demora a la red y continuó su paseo, aparentemente sin rumbo fijo, tropezándose con nuevos ecos de rebelión.

Pero esos indicios de insatisfacción ya no bastaban para mantener su atención. Incluso la infructuosa búsqueda de información sobre el asesino de Marine había pasado a un segundo plano con respecto a la nueva compulsión que la guiaba, fruto de un presentimiento cercano a una visión.

Quería hablar con la MentalNet.

Sin embargo no tenía ni idea de cómo conseguir contactar. No era un ser sensible en el sentido estricto de la palabra. Era otra cosa, algo excepcional, la única de su especie. Tal vez no hablara, tal vez no pensara ni hiciera nada del mismo modo en que ella lo hacía. Ni siquiera sabía cómo encontrarla. Estaba en todas partes y en ninguna.

Dado que se había rozado con ella al pasar por su lado en varias ocasiones desde que había empezado a entrar en la red, decidió que tenía que dirigirse a un área tranquila, próxima a los flujos de datos menos jugosos, y esperar a que pasara de nuevo. Al hacerlo estaba haciendo oídos sordos a las voces de la lógica y la razón; cierto jaguar le había enseñado que esa lógica no era siempre acertada. A veces se debía actuar por instinto, incluso si se trataba de un instinto falto de uso y largamente enterrado.

Cuando se produjo el contacto, el roce fue tal sutil y familiar que casi le pasó desapercibido. Captando la estela de su paso, lanzó un pensamiento limitado dirigido a la zona restringida que rodeaba toda su conciencia.

—¿Hola?

No obtuvo respuesta.

—¿Puedes oírme?

Ni siquiera tenía idea de si ella estaba presente o si estaba hablando consigo misma. Supuso que era visible a cierto nivel psíquico o que tenía un núcleo permanente al que podía acceder el Consejo, pero si ese era el caso, se trataba de un secreto bien guardado. Como al parecer se encontraba sola en aquel sector en concreto, decidió arriesgarse a la desesperada. Si la MentalNet era joven e inmadura, podría ser normal. Y si no lo era, entonces el Consejo iría a por ella.

«No soy débil», se dijo a sí misma.

«No, no lo eres, pelirroja.» La voz de Vaughn fue un ronco susurro en su oído.

«Si vienen a por mí, lucharé y lograré salir. Tengo un jaguar al que domar.»

Con aquel pensamiento en mente, con Vaughn en el corazón, arriesgó su vida.

—Por favor.

Una sola palabra, pero una palabra rebosante de persuasión, alegría y esperanza. Las emociones eran un tanto desmañadas por la falta de uso. Pero en aquel lugar inhóspito, eran las únicas muestras de amabilidad.

Algo cruzó su mente un microsegundo después. Faith saboreó la textura y la encontró distinta a todo cuanto jamás había tocado… ¿o no lo era? La imagen de Vaughn surgió en su mente y percibió en sus ojos su naturaleza salvaje, la tentación en su voz, el placer en su contacto. Él estaba vivo del mismo modo que aquel ser sensible estaba vivo.

—¿¿¿????