14
—¿Qué sientes durante esas visiones? —preguntó Sascha, sin obligarla a enfrentarse al problema tal y como habría hecho Vaughn—. Estamos las dos solas.
—Y un gato con un muy buen oído.
Faith no podía verle, pero sabía que estaba merodeando ahí fuera, protegiéndolas.
—Dos en realidad —la corrigió Sascha—. Supongo que se debe a que Lucas es demasiado protector, aunque no me extrañaría que los centinelas lo hiciesen por propia iniciativa. —Su carcajada denotaba diversión y exasperación a partes iguales.
—¿Dos? —Podía soportar que Vaughn escuchara su confesión, porque a pesar de lo que le había dicho en el coche, confiaba en él. Pero ¿otro felino?
—No te preocupes. Vaughn jamás permitiría que estuviese tan cerca como para poder oír lo que digas.
El tono de Sascha hizo que se quedase paralizada.
—¿Qué?
Sascha sonrió.
—Nada. Bueno, ¿qué es lo que sientes?
—Rabia, dolor, maldad, furia, sed de sangre. —No tuvo valor para incluir en la lista el enfermizo placer que sintió con la sádica sexualidad de aquella mente invasora. Porque durante las visiones, Faith era él y el placer era el suyo propio.
Le daban ganas de vomitar, de arrancarse su propia mente. No era extraño que los psi-c hubieran tomado el camino fácil de los cobardes y sucumbido al mercantilismo del Silencio, mucho más inofensivo.
—El peor modo posible de romper el Silencio. —El rostro de la cardinal renegada se suavizó—. Creo que las emociones son la clave de por qué tus escudos están fallando. En el pasado, probablemente los psi habrían combatido el fuego con el fuego, levantando barreras alimentadas por la intensidad de su horror ante esos actos.
Faith se sobresaltó por el recuerdo de los comentarios que Vaughn había hecho previamente.
—Continúa.
—No son más que especulaciones por mi parte, pero sé que mis escudos se agrietaron porque estaba aplastando las emociones cuando precisamente las emociones eran mi fuerza.
Faith no preguntó nada acerca del don de Sascha, pues estaba conectada a la Red. El clan psi la vigilaba. Y, por si fuera poco, ahora el Consejo le estaba prestando una cantidad poco habitual de atención.
—Pero mis habilidades no se basan en las emociones.
—Creo que te equivocas. Si las emociones no fueran el centro de la clarividencia, los psi-c jamás habrían visto las cosas que antaño veían, nunca habrían visto muertes y desastres. Veían esas cosas porque eran personas que se preocupaban por los demás, que estaban destinados a intentar frenar el mal.
Faith no conseguía imaginar cuánta fortaleza debía de exigir ser un clarividente en los tiempos anteriores al Silencio, cuánta se necesitaba para ver muerte, dolor e incesantes imágenes de hechos que iban a suceder.
—Estás diciendo que es posible que el Silencio dejara desprotegida esa parte de mi mente que tiene la capacidad de ver la oscuridad, su centro emocional. Tan solo aceptar la existencia de dicho centro iría en contra del condicionamiento. Siguiendo esa lógica, no puedo proteger algo que no existe. —Y eso la dejaba totalmente expuesta al malévolo poder de un asesino que necesitaba tener un público.
—Exactamente. —Los ojos de Sascha centellearon y Faith casi imaginó que veía colores. Era imposible—. Creo que por eso Vaughn puede liberarte de ellas… su contacto despierta ese centro emocional sepultado.
A Faith se le encogió el estómago al escuchar el nombre del felino que, de algún modo, se había convertido en parte fundamental de su vida.
—Aunque estuvieses en lo cierto, y encontrase esa zona de mi cerebro e hiciera que los escudos funcionasen de nuevo, eso no detendría las visiones, solo haría que fuese más fácil que se produjeran, ¿correcto?
—Faith —Sascha exhaló un suspiro— si continúas intentando reprimir tu don como has hecho durante veinticuatro años, te destruirás a ti misma.
«Y te volverás loca», concluyó Faith en silencio, apretando los puños bajo los muslos.
—Si acepto esas visiones, será igual que aceptar las emociones, y no seré capaz de ocultar algo así por mucho tiempo. Me vigilan estrechamente. El resultado final será el mismo: la reclusión en una institución mental. —Otra trampa sin salida.
—Siempre tienes elección. La cuestión es: ¿estás dispuesta a considerarla?
«¿O eres una cobarde que se oculta detrás del cómodo escudo del Silencio?»
Sascha jamás pronunciaría aquellas palabras, pero Vaughn lo haría sin dudar. Él no era dulce como la cardinal que tenía sentada a su lado. Era un depredador e iba directo a la yugular.
Faith contempló el bosque tratando de encontrarle hasta que apareció de repente ante ella, con su pelaje dorado y negro; un jaguar moviéndose en círculo a su alrededor, protegiéndola y, quizá, enjaulándola. Debería intentar huir, intentar escapar, pero no tenía adónde ir.
No cuando la verdadera amenaza estaba dentro de su propia mente.
* * *
Vaughn peinó su sector de nuevo y confirmó que el segundo centinela, Dorian, se mantenía en la frontera exterior. Solo Vaughn tenía derecho a acercarse tanto a Faith. El solo hecho de que Dorian estuviera en la misma área de bosque le hacía desear reaccionar con brutal violencia. El jaguar comprendió de pronto la magnitud del sentido de posesión que dominaba a los machos del clan de los DarkRiver durante la danza de apareamiento, comprendió por qué algunos se volvían realmente feroces.
Porque era esa misma furia visceral la que le gobernaba en esos instantes.
Profirió un rugido y el bosque quedó sumido en el silencio. Ensimismado pero siempre alerta, se puso a pensar una vez más en cómo seducir al objeto de su deseo. No era estúpido. Sabía que el sexo, lejos de reducir la tensión entre ellos, la aumentaría. Pero si no era suya pronto, acabaría arrancándose una pata a mordiscos.
El felino se sentía frustrado con el hombre. Hazla tuya, le decía; el placer aplastará sus temores. El hombre quería darle la razón. Resultaría muy fácil. Salvo que sería mentira. Nadie que se hubiera criado como Faith, en una celda carente de intimidad a la que ella llamaba hogar, sería capaz de adaptarse tan rápidamente a la intensidad de sus necesidades. Y ¿una psi? Imposible.
De hecho, el sexo podría provocarle esos ataques que, por culpa del condicionamiento, Faith esperaba sufrir.
Pero ella le sentía a nivel físico, una intimidad que Vaughn no había esperado. El que Faith pudiera captar únicamente sus pensamientos más eróticos le encantaba. Le proporcionaba lo mejor de ambos mundos: la intimidad y la capacidad para seducirla sin someterla al contacto físico, lo cual podría hacerle perder el control.
Con el deseo bullendo en sus venas, comenzó a pensar en Faith y en todas las formas en que deseaba hacerla suya. El jaguar, siendo como era, deseaba tomarla por detrás. El hombre estaba de acuerdo en que esa era una vista sin igual. Aquella postura le dejaba mucho por explorar, por acariciar, mientras ella yacía de manera sumisa. Su cuerpo le recordó el punzante dolor que Faith le había infligido en respuesta a su anterior provocación. Tal vez no tan indefensa, sonrió para sus adentros. Pero era su fantasía y en ella Faith era suya… se sometía a él, le pedía que la tocara, que la besara y que la montara.
Algo golpeó su mente.
Vaughn se quedó inmóvil como un depredador mientras saboreaba aquel contacto. Desde que Sascha había descubierto la Red Estelar que vinculaba a los centinelas con su alfa, habían estado experimentando con sus posibles utilidades. Hasta el momento, solo Sascha había conseguido enviar mensajes verbales a Lucas, pero tanto Vaughn como Clay habían demostrado ser capaces de realizar «llamadas» básicas.
Vaughn también podía sentir emociones transmitidas por Sascha, pero nunca antes había «escuchado» ninguna otra cosa. Sascha seguía siendo la única persona que podía recibir transmisiones de todos, aunque parecía que Lucas podía educar su mente para hacer lo mismo. Como resultado de su trabajo con la Red Estelar, Vaughn había aprendido que el olor mental de sus compañeros de clan era el mismo que el físico. Y los conocía todos.
Y, definitivamente, ninguno de ellos olía a mujer y a deseo, a necesidad y a temor, a pasión y a almizcle.
El felino sintió ganas de ponerse a ronronear. Alentado por aquello, continuó con sus fantasías eróticas, jugando con la mujer que había decidido que era suya. Faith podría no estar de acuerdo, pero Vaughn jamás había perdido a una presa que hubiera marcado. En esos momentos se imaginó amoldando las manos a sus caderas, recorriendo aquella tentadora piel cremosa y dorada, la tibieza y la femenina suavidad de Faith. Primero la acariciaría, pensó, ablandándola como lo haría con un felino obstinado. Luego se inclinaría y la lamería hasta llegar a su cuello satisfaciendo su deseo de saborear su piel, deteniéndose en el lugar donde su pulso latiría con furia.
Otro empujón mental, más fuerte esta vez, que aceptó gruñendo de placer para sus adentros. No estaba subestimando a Faith; quizá fuera cierto que un cardinal no podía manipular la mente de un cambiante con facilidad, pero podía destrozarla y provocarle la muerte. Sin embargo, sabía que ella no lo haría, sabía algo que ella no estaba preparada aún para aceptar. Las consecuencias de esa verdad era que Faith no podía hacerle daño.
En su fantasía, cerró los dientes sobre su pulso. Podía magullarla gravemente, pero el hecho de saber que jamás lo haría le daba el poder a ella. Eso era algo que Faith aún tenía que aprender. Mientras su mano se apoderaba de un pecho y sus dedos buscaban el pezón, apretó un poco más los dientes, lo justo para reclamarla, para estampar en ella su marca.
La desesperación teñía la presión que sintió en su mente. Consciente de que le había exigido demasiado, aunque ni mucho menos era suficiente para él, dejó que el cuerpo de Faith se desvaneciera de su cabeza y se obligó a pensar en cosas que ella no pudiera ver. No saber la razón de la conexión existente entre los dos era algo que seguramente sacaba a Faith de quicio. Bien. Su psi tenía que experimentar la anarquía de la naturaleza o jamás se liberaría del Silencio. Y Faith tenía que atravesar aquellos muros. Ya no le quedaba otra opción.
* * *
Lucas se presentó a recoger a Sascha pasadas las dos de la madrugada. Faith contempló cómo el vehículo se perdía en la oscuridad mientras esperaba a Vaughn. Podía sentirle en su interior, donde nadie debería haber sido capaz de entrar; sabía que andaba cerca. Resultó que no se equivocaba. Vaughn salió del bosque en forma humana solo un segundo después de que se escucharan los últimos ecos del coche.
Estaba desnudo.
Faith se aferró a la barandilla del porche, con el cuerpo invadido por descargas de energía que pugnaban desesperadamente por escapar. Su intención había sido decirle que dejara de pensar en ella con tanto ardor, mantenerse firme con aquel depredador que consideraba que su cuerpo le pertenecía de un modo que ella no llegaba a comprender.
Pero lo único que pudo hacer fue contemplarle mientras se aproximaba a ella. Todo él era gracia letal en estado puro; cada movimiento declaraba que no era humano ni psi, nada que fuera civilizado. El cabello suelto le caía sobre los hombros resaltando aquellos feroces ojos que no eran humanos, y su cuerpo era todo músculo.
Los ojos de Faith se negaban a obedecer sus órdenes y continuaron recorriendo la figura masculina a pesar de saber que era un error, que él lo consideraría una invitación. Pero de todas formas se demoró en la fina línea de vello que salpicaba el torso y que reaparecía, en un tono más oscuro, en el ombligo. Aquel estrecho sendero descendía en un flagrante desafío… se dijo a sí misma que debía apartar la mirada, pero ya era demasiado tarde. Vaughn se erguía en toda su gruesa y dura longitud.
Un quejido escapó de su garganta mientras su mano aferraba espasmódicamente la barandilla. Vaughn era magnífico. Nunca había visto a un hombre desnudo y que se sintiera tan a gusto en esa condición. El corazón le aporreaba con tal violencia contra las costillas que le dolía. Tenía que huir. Tenía que mirar. Vaughn se detuvo a un peldaño por debajo de ella, y seguía siendo más alto, más fuerte, primitivo e innegablemente masculino.
Aquellos ojos medio humanos capturaron los suyos.
—¿Qué quieres?
—No lo sé —respondió Faith roncamente desde lo más profundo de su ser, desde aquella parte secreta y desconocida que tenía la capacidad de sentir el horror más atroz y el deseo más exquisito.
—Puedes tocarme —le dijo en un ronroneo que la envolvió como la más suave y sensual de las caricias, como el roce de su pelaje—. Yo te he tocado a ti… es tu oportunidad de resarcirte.
«¿Tocarle?»
No era una buena idea. Con toda seguridad fragmentaría su mente y la dejaría hecha mil pedazos.
—No puedo.
—Solo hasta donde tú quieras —la engatusó—. Te doy plena libertad. —Levantó los brazos, se asió al borde del alero que protegía el porche—. Lo prometo.
¿Confiar en un gato? Tendría que estar loca.
—Tengo que volver a casa —susurró, pero tenía los ojos clavados en los carnosos labios de Vaughn, y en su mente resonaban aún los ecos de sus fantasías eróticas.
—No hasta dentro de unas horas. Hay tiempo de sobra para jugar.
¿Tiempo de sobra para reparar sus escudos? Los que la guardaban de la PsiNet resistían, pero a pesar de todo lo que había aprendido esa noche, aún no había descubierto un método para protegerse de la oscuridad y seguir evitando que la castigaran por haber roto el Silencio. Daba lo mismo. Ya estaba loca, porque iba a aceptar la invitación de Vaughn. E iba a disfrutarlo. La tormenta eléctrica que se desencadenaba en sus venas era como una caricia ardiente y el pulso entre las piernas, un inquietante pero exquisito placer.
Sentía.
Alzó la mano que no tenía sujeta a la barandilla y titubeó, consciente de la naturaleza animal de Vaughn.
—¿Lo prometes?
Vaughn hizo un pícaro ademán de mordisquearle los dedos, que tan cerca estaban de su boca.
—Lo prometo.
—Incluso si… —No sabía cómo expresar lo que quería decir.
—Incluso si me lames y me niegas el orgasmo. Incluso entonces.
Una llamarada de fuego se paseó por su mirada ante la idea de jugar con él de ese modo, tan escandalosamente íntimo que nunca antes había sido capaz de entender la tentación que representaba para las mujeres humanas y cambiantes. ¿Qué satisfacción podría obtener una mujer de dicho acto? Ahora lo sabía. La sola idea de tenerle a su merced, de darle tanto placer, era una droga en sí misma. Tal vez una droga demasiado poderosa.
—Puedo tener una reacción adversa. —A todo cuanto intentaran.
—Te detendré antes de que vayas demasiado lejos. No dejaré que te quedes indefensa.
«Demasiado lejos» ya no marcaba un límite tan claro como antes.
—He de confiar en ti.
—Sí —declaró sin ofuscación, tan solo la pura verdad.
Sus dedos acariciaron los labios de Vaughn cuando terminó de hablar y esperó a que llegara la punzada de miedo, de dolor. Esta se produjo, su mente condicionada rehuyó aquel acto. En lugar de retroceder, dio rienda suelta a la tormenta eléctrica de su interior. Era tan extrema, tan visceral, que sepultó el miedo y el dolor bajo una avalancha de puras sensaciones. Y fue libre.
Presionó contra sus labios y él los entreabrió para dejar que Faith deslizase un dedo en el interior. Cuando Vaughn lo chupó, la sensación repercutió directamente en la palpitante carne entre sus piernas.
—¿Cómo? —Estremecida por la intensidad que tan simple acto inspiraba, comenzó a retirar el dedo.
Los dientes de Vaughn amenazaron con morderla, pero la liberó después de rozarla suavemente.
—Porque soy yo.
Quiso ofenderse por la arrogancia de aquella respuesta, pero había algo en la expresión de sus ojos, algo que hablaba de verdad. Inspiró entrecortadamente y siguió con la mirada el movimiento un tanto vacilante de sus dedos sobre los hombros del jaguar.
Vaughn era puro fuego, como si su cuerpo ardiera por el de ella, como si pudiera mantenerla caliente en la más fría de las noches. Sobresaltada por tan seductora idea, estuvo a punto de retirar la mano, pero su anhelo era demasiado grande para renunciar a él con tanta facilidad.
—Soy fuerte —dijo.
Faith no se dio cuenta de que había hablado en alto hasta que Vaughn le respondió:
—Sí, lo eres.
Faith extendió los dedos sobre el vello dorado del pecho y sintió el latido de su corazón bajo la palma, fuerte, regular, un tanto acelerado. Vaughn estaba igual de afectado que ella por aquel deseo salvaje, pero él no tenía miedo. Porque él era igual de salvaje.
Su propio pulso reverberaba en todo su ser. En la cabeza, en la boca, en el pecho, en el calor entre sus piernas, en cada centímetro de su piel cubierta de sudor. Sabía que se estaba exigiendo demasiado a sí misma y no le importaba. Su mente se llenó del aroma terrenal de Vaughn cuando se inclinó hacia él e inhaló profundamente. Estaba experimentando una sensación de euforia, una adicción de la cual ni siquiera había sido consciente. Hacía rato que los pezones se le habían puesto erectos, pero ahora parecían arder mientras se rozaban contra el sujetador, como si sus pechos se hubieran inflamado y la presión fuera excesiva.
Sintió el impulso de apretar su propia carne para mitigar el dolor. Bajo la palma de su mano, el pulso de Vaughn latía a un ritmo desaforado. Faith alzó la mirada y se encontró con sus ojos, en cuyas profundidades brillaba la complicidad.
—Déjame —gruñó, en el sentido más estricto.
Debería haber tenido miedo del animal apenas envuelto por la fina piel de su humanidad, pero ya estaba muy por encima de lo que debería o no debería hacer.
—No. —Si dejaba que él la tocara, todo habría acabado.
Un nuevo gruñido se formó en el fondo de la garganta de Vaughn, pero no faltó a su palabra. Los músculos de la parte superior de sus brazos se le marcaron aún más cuando apretó las manos con que se sujetaba al tejadillo. Tanta fuerza y toda ella a su servicio. El poder resultaba embriagador, ¿o era ese deseo el que convertía su sangre en fuego?
Fijando nuevamente la atención en el cuerpo de Vaughn, finalmente se soltó de la barandilla y deslizó ambas manos por el torso masculino. Aquel hombre la hacía desear humedecerse los labios. Lamerle. Nada ni nadie había provocado un ansia semejante en ella.
—Hazlo —le ordenó Vaughn.
Faith sabía lo que él quería; su gruesa longitud estaba atiborrada de sangre. Lo que le sorprendía era su propia ansia. Pero no lo suficiente como para hacer que se detuviera. Acercándose de forma inconsciente, mantuvo una mano sobre sus costillas mientras deslizaba la otra suavemente a lo largo de su erección.
Vaughn contuvo la respiración de golpe, con el cuerpo vibrante por la tensión. Fascinada, Faith repitió la caricia.
—No… me… provoques.
Faith apenas le escuchó a causa de la violenta sensación que hizo rugir su sangre mientras trazaba la orgullosa evidencia de su masculinidad una vez más. El cuerpo de Vaughn se estremeció y ella cerró sus inquisitivos dedos en torno a su miembro.