13
Tras haber agotado todo el autocontrol que poseía la noche anterior, Vaughn estaba esperando a Faith, y no se estaba mostrando demasiado paciente. A pesar de que estaba en forma humana, se había encaramado a los árboles agazapándose por encima de la valla para montar guardia. Su femenina silueta ya debería haber aparecido.
Pasaron otros cinco largos minutos. Estaba contemplando la idea de entrar a por ella cuando al fin la divisó en la noche cerrada y muy nubosa. Faith saltó la valla con la misma destreza que la vez anterior y en cuestión de segundos se encaminó hacia su posición. Vaughn dejó que se internara un poco más antes de bajarse de un salto, de modo que no se sobresaltase y se pusiera a gritar.
Se detuvo cuando llegó al punto en que él se encontraba y levantó la mirada directamente hacia las ramas.
—¿Vaughn? Espero que seas tú.
El felino estaba molesto porque ella le hubiese descubierto. El hombre quería saber por qué.
—No se te ocurra ponerte a dar grititos.
Los ojos de Faith tenían una mirada cáustica cuando él saltó para enfrentarse a ella, descalzo pero ataviado con unos vaqueros y una camiseta.
—No es muy probable que lo haga después de haberme tomado tantas molestias para llegar hasta aquí sin alertar a nadie —repuso con absoluta arrogancia femenina.
Vaughn deseó morderla con la fuerza necesaria para marcarla, para reclamarla.
—¿Cómo has sabido que estaba aquí arriba?
—Podía sentirte. Debe indicar un aspecto de mis habilidades que antes estaba latente.
—¿Y a los demás cambiantes?
—No lo sé. No puedo sentir a nadie más… ¿Hay alguien contigo?
Vaughn sonrió, consciente de que con eso conseguiría que ella se sulfurase.
—Ya sabes que eso no puedo decírtelo. —Como era natural, Clay estaba muy cerca, pues había acudido para hacerse cargo de aquella sección que vigilaba Vaughn. Le había relevado hacía una hora, pero el leopardo se había quedado por allí para cerciorarse de que Faith y Vaughn lograban salir sin problemas. Una parte feroz de Vaughn se apaciguó ante la incapacidad de Faith de sentir al otro centinela—. Nunca se sabe para qué podrías utilizar la información.
—¿Qué quieres que haga? —exigió con un tono tan glacial que quemaba—. ¿Que jure mi lealtad con sangre?
—Vaya mal genio.
—No tengo mal genio. ¿Tienes pensado quedarte ahí toda la noche? No tengo tiempo que perder. —Dando media vuelta, emprendió camino con paso airado a través del bosque.
Vaughn silbó entre dientes para indicarle a Clay que todo estaba en orden. A sus oídos llegó un grave gruñido y, para su sorpresa, percibió un cierto tono divertido en él.
—Ten cuidado, gato —farfulló, demasiado bajo como para que nadie excepto un cambiante, pudiera oírlo—. Solo yo tengo derecho a que Faith me divierta.
Escuchó otro gruñido, este más cercano, y luego se hizo el silencio. Clay ya estaba haciendo su trabajo. Normalmente eran los soldados quienes patrullaban las fronteras del considerable territorio de los DarkRiver, mientras que los centinelas se concentraban en la defensa del cuadrante donde se encontraba la pareja alfa. Sin embargo se había decidido que aquella área debía estar sometida a estrecha vigilancia. Aun cuando Faith demostrase ser de absoluta confianza, ella no era ni soldado ni centinela, y sin querer podría conducir al enemigo hasta ellos.
Vaughn sonrió de nuevo pensando en su psi, una psi que tenía un cabreo impresionante, pero que no estaba dispuesta a reconocerlo. Era obvio que sus respuestas condicionadas habían empezado a fallar una tras otra. Y eso le alegraba sobremanera. A ninguna de sus dos mitades le apetecía pasar las noches excitado sin el menor viso de satisfacer ese deseo. Estaba impaciente y más que dispuesto a ponerla en el buen camino. El gato no veía ninguna razón para jugar limpio cuando estaba claro que también ella quería saborearle prolongadamente y sin prisas.
La alcanzó, pero se quedó un poco rezagado dejando la distancia suficiente para admirar el contoneo de sus caderas. Faith tenía un cuerpo perfecto: aunque menuda, no era demasiado delgada, y su figura tenía curvas más que suficientes para resultar satisfactoria y tentadora. Estaba deseando ver aquel trasero respingón moviéndose sobre él. Dada la diferencia de estatura, la mejor posición para disfrutar de esa vista sería estando él sentado y ella de espaldas, acogiéndole en su interior. Un gruñido amenazó con brotar de su garganta.
Faith miró por encima del hombro.
—Para.
—¿Qué? —Se preguntó si toda su piel tenía aquel suave tono dorado, si era igual de exquisita, si invitaba a lamerla, a morderla.
—Sabes perfectamente lo que estás haciendo.
—La cuestión es, ¿cómo es que lo sabes tú?
—Soy una psi.
—Eres una psi-c, no una telépata.
Faith entornó los ojos y Vaughn supo que ella no era consciente de aquel revelador gesto. Y aunque disfrutó de ello, tendría que ponerle sobre aviso antes de que regresara a esa prisión que llamaba casa.
—Soy una mujer. Eso es algo inherente en todas nosotras. Así que para de una vez.
—¿Por qué?
—¿Que por qué? —Le dirigió una típica mirada psi colmada de arrogancia—. ¿Te gustaría que yo pensara en ti del mismo modo en que tú estás pensando en mí y en mi cuerpo?
Vaughn esbozó una amplia sonrisa.
—Ya sabes cuánto me gustaría. —Algo en aquel comentario le hizo pararse a pensar—. ¿Estás diciendo que puedes ver realmente lo que yo veo?
Un apagado rubor tiñó las mejillas de Faith y Vaughn la contempló encantado.
El condicionamiento físico estaba comenzando a debilitarse a un nivel mucho más profundo de lo que él había esperado; los psi no se sonrojaban.
—Sí. No sé por qué dado que no puedo percibir nada más en ti. Ninguno de mis escudos parece estar funcionando. Así que contente.
Vaughn pensó en aquello mientras se ponía delante y la conducía hasta el coche. La nueva venda para los ojos estaba sobre el asiento del pasajero; una banda de seda negra que había comprado especialmente para ella. Con la espalda tan rígida que daba la impresión de que fuera a partírsele de un momento a otro, Faith dejó sus cosas en la parte posterior del vehículo antes de cogerla.
—Hazlo rápido.
Vaughn le colocó la banda sobre los ojos y se acercó hasta que su torso se apretó de forma provocativa contra los pechos de Faith.
—Me gusta hacer las cosas despacio. —Imaginó adrede cómo sería provocarla sexualmente mientras tenía los ojos vendados—. Estás a mi merced.
—Ya te lo he dicho, no estoy tan desvalida como crees.
Sus palabras eran beligerantes, pero tenía la voz ronca. A pesar de insistir en que era una psi, Faith ya no estaba completamente dominada por el Silencio. Aunque en esos instantes, lo que a Vaughn le interesaba era el placer.
—Las ilusiones no me asustan, cielo.
Tomándose su tiempo para atar el nudo, dejó que su mente se inundara de imágenes de ella desnuda y con los ojos vendados, las manos apoyadas sobre el cabecero de su cama y las piernas separadas para mantener el equilibrio. Y luego se imaginó acariciando aquella piel cremosa, lamiéndola por todas partes y hundiendo los dedos en la sensual carne de su trasero y sujetándola para tomarla.
Sintió una súbita descarga eléctrica en los dedos allí donde estos se tocaban con la piel de Faith.
—¡Joder! —Se apartó gruñendo—. Eso duele. —Pero la aguda punzada en las yemas de los dedos ya empezaba a mitigarse.
—La próxima vez deberías hacerme caso. —Faith se metió en el coche sin vacilar y cerró de un portazo.
Vaughn se preguntó si debía decirle que lo que había hecho hacía que la encontrase todavía más atractiva. A los jaguares les gustaban las mujeres fuertes. Sonriendo, se frotó los dedos sobre los vaqueros y rodeó el coche para ocupar el asiento del conductor.
Faith no abrió la boca hasta que él arrancó.
—¿De verdad te he hecho daño? Nunca antes he utilizado esa habilidad contra un ser vivo.
Su psi, aquella que no podía sentir, estaba padeciendo una punzada de remordimiento.
—Si me lo has hecho, me lo merecía. —Le acarició la mejilla con un dedo—. Eso no significa que vaya a desistir, pero tendré más cuidado al atarte.
—Debería haberte dado una descarga más potente. —Cruzó los brazos sobre el pecho.
Vaughn se puso en marcha.
—Sascha nunca ha mencionado ese tipo de habilidad. ¿Pertenece a una designación diferente?
—¿Por qué iba a contártelo? Tú no me cuentas tus secretos.
—Estás conectada a la red. —Un hecho manifiesto—. Cualquier cosa que te cuente puede filtrarse, y tú ni siquiera lo sabrías.
—Tienes razón —dijo bajando la voz—. Estoy sometida a vigilancia constante y ayer…
—¿Ayer? ¿Qué sucedió ayer?
Vaughn prácticamente oyó que ella cerraba la boca de golpe.
—No soy tu espía, Vaughn. Búscate a otro si quieres una marioneta.
La declaración de Faith carecía de cualquier emoción que pudiera haber hecho que él la excusara, un desagradable recordatorio de que la mujer que tenía a su lado era una psi cardinal. Uno de los enemigos.
—Fuiste tú quien acudió a nosotros —dijo apretando los dientes—. Tú, quien vino a nosotros porque no podías confiar en nadie de tu maravilloso universo… ellos te habrían abandonado a tu suerte. Los DarkRiver no somos una organización benéfica para acoger a los psi perdidos. —Irritado por sus palabras, Vaughn pisó el acelerador—. Pedir que nos des algo a cambio por nuestra ayuda es lo justo. Ya sabes cómo funciona el mundo de los negocios, ¿verdad?
Vaughn supo que debería de haber controlado su genio en cuanto las palabras salieron de su boca. Raras veces perdía los estribos, pero cuando lo hacía, tendía a ser brutal. El sufrimiento de Faith era más doloroso por estar oculto bajo la frágil armadura del Silencio psi, pero él podía sentirlo en lo más profundo de su masculinidad.
—Lo siento, pelirroja. Ha estado fuera de lugar.
—¿Por qué? Solo has dicho la pura verdad. —Su voz era tan gélida que Vaughn esperaba ver cómo se formaban carámbanos de hielo en el aire.
Algo en él se relajó. No le importaba la ira de Faith; era la máscara sin emociones lo que odiaba.
—Claro, pero no lo he dicho por eso.
—No lo entiendo. —Ni el menor rastro de curiosidad, tan solo una absoluta calma psi.
—Lo he dicho porque me has cabreado. —Viró hacia un camino arbolado y la miró, sentada completamente inmóvil a su lado—. No tenemos inconveniente en aceptar la información que nos des; seríamos estúpidos si no recabásemos tanta como nos fuera posible mientras sigas conectada a la red… pero no lo hacemos a tus espaldas, así que no nos acuses de eso.
Faith no sabía cómo responder. Durante veinticuatro años había vivido en un mundo que operaba bajo principios diferentes. Nada se decía de forma directa y sin el más mínimo asomo de subterfugio. La visita de Shoshanna Scott era un claro ejemplo: la consejera había hecho un sinfín de alusiones e insinuaciones, sin decir lo que quería de ella con toda franqueza, aunque Faith parecía saberlo bien. Lo que no entendía era por qué.
Era casi una compulsión para ella hablar del tema con Vaughn, pero no podía hacerlo. Aún no. Si rechazaba al Consejo en favor de los felinos, a pesar de su falta de conocimientos concluyentes, en cierto modo estaba renunciando a la lealtad hacia la raza psi. Y era su raza. Ellos comprendían lo que era, lo que podía hacer y el precio que pagaba por ello. Era respetada, más que eso. Si la visita de Shoshanna era un indicio, podría llegar aún más alto, más de lo que ningún otro miembro de su clan psi había conseguido llegar.
Si hacía lo que Vaughn quería y se desconectaba innecesariamente de la red, ¿en qué se convertiría? En nada. En una psi rota, sin raza ni familia. Había leído lo suficiente como para saber que su habilidad innata no siempre era respetada en el mundo de los cambiantes y los humanos. Muchos se burlaban de la clarividencia. Había quienes llegaban a tildar de fraude a toda su designación.
Desde luego, nada de eso tendría importancia si sus habilidades continuaban dirigiéndose en picado hacia el caos. Tenía que hallar un modo de controlar las visiones oscuras, aun cuando no pudiera bloquearlas. Los dedos de Vaughn le rozaron la mejilla y fue incapaz de reprimir una reacción refleja.
—¿Sí?
—Hemos llegado.
Cuando él le quitó la venda, la persistente sensación de su contacto amenazó con minar la resolución de su reciente decisión de recuperar el dominio sobre su cuerpo y su mente. Sabía que era arriesgado sentir algo, que las emociones podrían empujarla al abismo, pero eso no sirvió para mitigar la tentación de establecer una relación con Vaughn a todos los niveles: físico, mental y emocional. Porque sabía que si lograba controlar el lado oscuro de sus dotes y retomar su vida normal, viviría el resto de sus días sin un jaguar al que le gustaban los juegos de carácter sensual, que la empujaba a enfrentarse a sus temores y que, simple y llanamente, hacía que se sintiese viva.
Dejando la venda sobre el salpicadero, salió del coche y cerró la puerta. Vaughn ya estaba en el porche iluminado hablando con Sascha. Faith no veía a Lucas, pero supuso que él andaba cerca; el alfa le había parecido extremadamente protector con su compañera. Eso le llevó a especular si el Consejo se había conformado solo con establecer una simple prohibición de contactar y relacionarse con Sascha Duncan.
—Hola, Faith. —Sascha sonrió y señaló la silla que se encontraba junto a la suya.
—Hola. —Faith tomó asiento, pero se sintió incapaz de mirar a Vaughn. Él le pedía demasiado con su sola presencia, y no sabía qué respuestas darle.
—Estaré por aquí cerca. —Vaughn dobló la esquina y, aunque era imposible, creyó sentir cómo se transformaba.
—¿Dónde está Lucas? —preguntó Faith en lugar de ir tras él y satisfacer su necesidad de verle como jaguar una vez más.
Vaughn era hermoso en cualquiera de sus formas, un hombre letal, y ardía en deseos de acariciarle. Pero le resultaba más fácil justificar sus deseos mientras él era un jaguar, podía decirse a sí misma que no era lo mismo que permitir que sus dedos acariciasen su pelaje que la masculina piel humana. Por supuesto, dejando al margen la confusión sobre qué camino escoger, no estaba segura de poder tocar ni al hombre ni al felino sin venirse abajo.
—Mi compañero tenía otros asuntos de los que ocuparse.
La inesperada declaración hizo que Faith centrara de nuevo la atención en la mujer que tenía a su lado.
—¿Te ha dejado venir sola?
Sascha se pasó la trenza por encima del hombro.
—Soy una cardinal con un considerable poder. ¿Por qué todo el mundo cree que necesito un guardián?
—No pretendía ofenderte.
—Y no me has ofendido. —Sascha meneó la cabeza—. Tienes razón, los hombres del clan de los DarkRiver son extremadamente posesivos y protectores. Pero no puedes dejarte vencer por ello… tienes que aprender a mantenerte firme o todo terminará siendo un desastre.
Faith se sintió intrigada por la posibilidad de enterarse de algo acerca del mundo de Vaughn.
—¿Cómo?
—Al igual que los demás depredadores, los felinos son muy fuertes física y emocionalmente. Si no reciben el mismo tipo de… ¿cuál es el término adecuado?… resistencia por parte de sus compañeras, tienden a volverse agresivos en el peor sentido de la palabra. —Sascha se encogió de hombros—. Intentan imponer su dominio, pero una compañera sumisa no es lo que les hace felices. A los gatos les gusta el carácter.
¿Era eso lo que Vaughn le había estado haciendo? ¿Presionarla para que sacase las uñas?
—¿Puedes explicarme qué es un compañero/a según la definición de los cambiantes?
—Es más que el matrimonio, y mucho, mucho más que nada conocido por los psi. —Sascha esbozó una sonrisa. Con el cabello retirado de la cara gracias a la apretada trenza en que se lo había recogido, era una belleza de rasgos perfectos—. Es todo cuanto jamás me atreví a soñar.
Faith deseaba hacer muchas más preguntas, pero el tiempo era limitado; tenía que estar de vuelta en el recinto antes del alba.
—La oscuridad me sigue acosando.
—¿Acosando? Un extraño término.
—Pero adecuado en estas circunstancias. Psíquicamente parece que la oscuridad me persigue y me localiza.
—Da la impresión de que fuera un enlace telepático forzado, no clarividencia.
Faith asintió.
—Sí, pero no lo es. Estoy viendo el futuro, pero las visiones son canalizadas a través del asesino, así que, en la práctica, me encuentro en dos momentos temporales al mismo tiempo. En la mente del asesino mientras planea sus crímenes y en el futuro donde tienen lugar los hechos.
—Sigue —le dijo Sascha tras una prolongada pausa.
—Una vez que la… que él… me atrapa, y tal vez exista un componente de interferencia telepática en ello —reconoció—, no puedo encontrar un modo de liberarme, de poner fin a la visión. Es él quien decide cuándo soltarme.
—¿Pero?
—Vaughn puede liberarme. Tocándome. —El recuerdo de aquellos labios sobre los suyos se fundió con la sorpresa que había sentido al notar sus garras sobre la delicada piel del rostro—. Hay algo más. —Se secó las manos en los vaqueros—. Creo que recibía fragmentos de visiones oscuras cuando era niña, quizá antes de cumplir los tres años. A tan temprana edad, los recuerdos no son fiables, pero creo que es una posibilidad bastante alta.
—Interesante. —Sascha se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas—. Puede que el Protocolo comience nada más nacer, pero he oído decir que en realidad no arraiga de verdad hasta que alcanzamos un cierto grado de madurez psicológica… dicho grado depende de cada niño.
—Leí un informe en el que se decía algo parecido hace cosa de un año. Están buscando un método de contrarrestar ese defecto del Protocolo… el consenso es que es durante dicho período cuando se producen adultos defectuosos. —Al decir esa palabra se dio cuenta de que era justo la que se había estado empleando para definir a la mujer que tenía a su lado, a una psi que en absoluto era defectuosa. Otra mentira más. Otra brecha en el muro de la confianza depositada en su propia gente.
Sascha sacudió la cabeza.
—No creo que pueda corregirse. Los niños muy pequeños están mucho más próximos a su primitiva naturaleza animal. Solo reprogramar el propio cerebro puede alterar eso.
—Esa es una de las posibles soluciones que se planteaban en el Diario Médico-Psi.
Incluso entonces, meses antes de que su mente hubiera comenzado a degradarse, Faith se había sentido intelectualmente repelida por la idea. El cerebro era lo único que todavía seguía siendo sagrado entre los psi. Reprogramarlo equivaldría a borrar al individuo convirtiendo así la PsiNet en una verdadera mente colectiva.
—Me gustaría no creerte, desearía sentirme sorprendida y asqueada. —Sascha se obligó a relajar el ritmo de su corazón. Tras años ocultando todas sus emociones, la libertad para poder sentir hacía que a veces se dejase llevar de cabeza por ellas—. Pero conozco demasiado bien al Consejo como para creer que no intentarán destruir el cerebro de los niños en un esfuerzo por consolidar su poder.
—El procedimiento no se ha llevado a la práctica. Es solo teoría. —Aquellas palabras eran meros hechos, pero Sascha podía sentir el horror de la joven, un horror tan profundo del que Faith, atrapada en las garras del Silencio, ignoraba su ferocidad.
Sascha lo comprendía. En cualquiera de las demás razas, incluso una idea teórica como esa se habría considerado atroz, una violación fundamental de la confianza entre adulto y niño.
—¿Qué se lo impide?
—Temen dañar habilidades psíquicas potenciales. —Los ojos de Faith eran un inescrutable campo de estrellas—. No creo que puedan solucionar ese problema.
Sascha no estaba tan segura.
—También el Silencio fue una idea teórica en otros tiempos.
Sascha había descubierto un montón de información acerca de la historia de su raza en los pasados meses, y la mayor parte de su investigación la había realizado con éxito mediante las vías más inusuales: las bibliotecas humanas.
Husmeando en dichas bibliotecas, descartadas por los psi por desfasadas e ineficaces, había descubierto cartas y documentos manuscritos que contaban los comienzos del Silencio. Los verdaderos comienzos. No fue en 1979; Enrique se había equivocado, su «tributo» al realizar setenta y nueve cortes precisos en cada una de sus víctimas había sido un error. Y eso le proporcionaba una satisfacción que solo su sanguinaria nueva familia podía comprender de verdad.
—Creía que fue implantado por el Consejo conjuntamente con nuestros investigadores médicos más reputados. —La voz de Faith sacó a Sascha del sombrío carrusel de los recuerdos.
—No —respondió—. En su origen fue planteado por un grupo sectario llamado Mercury.
Nadie los había tomado en serio por aquel entonces. No obstante, dos décadas después de hacer pública su idea, Mercury produjo sus primeros sujetos con éxito. Los graduados sujetos al experimento solo eran adolescentes y el condicionamiento estaba abocado al fracaso, pero bastó con ellos para cambiar las cosas. Mercury dejó de ser tildado de secta por la mayoría y comenzó a ser considerado un comité de expertos.
Fueron necesarios cien años para que se transformasen en un grupo de visionarios, los salvadores de los psi.
—El primer Consejo pro Silencio estaba dominado por acólitos de Mercury. Dos de ellos eran graduados de su versión beta del Protocolo.
—¿Sascha?
Sobresaltada, dejó a su lado los dolorosos pensamientos acerca del alto precio de tan absoluto Silencio y se volvió. Faith tenía el brazo extendido, como si se hubiera detenido antes de tocarla.
—Has de tener más cuidado —le dijo suavemente Sascha. No tenía el más mínimo deseo de reforzar las mordazas del Silencio, pero mientras la otra cardinal estuviera vinculada a la red, tenía que andarse con mucho ojo.
Faith cerró la mano en un puño y la metió bajo el muslo.
—Estoy cambiando, Sascha. Quiero luchar contra ello, pero el cambio se está obrando a un nivel que parece que soy incapaz de impedir. Y no estoy segura de que sea algo bueno.
—¿Por qué?
—Soy una psi-c, valorada y protegida entre los de nuestra raza. Aquí fuera no sería nada.
—Eso no es cierto. —Sascha intentó utilizar sus dones empáticos para aliviar el sufrimiento que embargaba a Faith, un dolor que podía sentir como una roca en su corazón—. Si logras aprender a utilizar y a manejar tus dones de un modo diferente, serás igualmente valorada aquí. Imagina, podrías alertar de desastres y de sucesos violentos. Podrías salvar muchas vidas.
Faith apartó la mirada. No quería ver el otro lado de la balanza, no quería pensar en las muertes que pesaban sobre la conciencia de cada clarividente que había elegido el camino más fácil. Igual que había hecho ella.
—¿Tienes idea de por qué mis escudos normales podrían estar fallando? Esas defensas están especialmente diseñadas para proteger a los psi-c durante las visiones, pero no pueden guardarme de la oscuridad. No pueden mantenerme a salvo.
Solo Vaughn podía, y Faith se preguntó por qué él se molestaba en hacerlo. Si los clarividentes no se hubieran sumido en el Silencio, tal vez su hermana aún seguiría con vida.