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Faith despertó justo a tiempo de ver a Vaughn impulsarse a través de la claraboya. Era tan ágil, tan fuerte y tan exótico que no pudo evitar quedarse embelesada.

—¿Qué es lo que me estás haciendo? —susurró mucho después de que él se hubiera marchado.

La noche pasada se había derrumbado, había roto el condicionamiento y había sentido. Pero había pagado un alto precio: su mente había dejado literalmente de funcionar cuando se quedó dormida. Y entonces había sentido dolor, un dolor insoportable. No había permitido que Vaughn viera hasta qué punto, sabiendo de algún modo que su dolor le haría daño. Pero ahora se permitió recordar esa agonía, el gélido vacío de su mente apagándose poco a poco.

Había estado reaccionando a los cambiantes, reaccionando a Vaughn, desde la primera vez que los conoció. No solo les había permitido que la empujaran a sentir, sino que había comenzado a contemplar la posibilidad de romper el Silencio. Ese día no pensaba del mismo modo. No era tan fácil sortear los bloqueos. Sí, de algún modo había eludido los niveles superiores de la prohibición, había sido capaz de soportar cierto contacto, experimentar algunas emociones. Pero en cuanto había intentado profundizar, había sido castigada de forma brutal y expeditiva.

Ahora tenía la absoluta certeza de que debía haber incluido el dolor en el condicionamiento para que este enraizara. Era una técnica clásica de Pavlov: dolor para la «mala» conducta, recompensa para la buena. Como adulta que era, podía comprender los razonamientos de ese método; pero de niña habría sido vulnerable hasta un punto inimaginable.

Solo habrían tenido que provocarle dolor por conducta «inapropiada» las veces suficientes para que ella huyera del sufrimiento y accediera a sus demandas. También estaba claro que el dolor focalizado no era el único método empleado para asegurar su sometimiento. Sin embargo había supuesto que era uno de los componentes fundamentales de la parte del Protocolo dedicada a la modificación de la conducta.

¿Su conocimiento de los fundamentos esenciales significaba que podría romperlo? Y la cuestión más peliaguda: ¿quería hacerlo? La noche anterior había dicho que deseaba ser algo más de lo que era. Pero para convertirse en esa mujer tendría que renunciar a todo lo que conocía, volverle la espalda a todo su mundo. Tendría que abandonar a su padre, a su clan psi, a su gente.

Y lo único que obtendría a cambio sería una vida al aire libre con una raza totalmente distinta a la suya. No tenía ni idea de cómo comportarse con ellos, una raza que la consideraba una abominación contraria a la naturaleza. No, pensó, eso no era justo. Vaughn no parecía creer que ella fuera un robot sin sentimientos. Pero incluso él deseaba que cambiase, que no fuera lo que era, que rompiera el Silencio y llevara una vida diferente.

Renunciar a su identidad como Faith NightStar, psi-c cardinal y principal activo del grupo empresarial NightStar no era una decisión fácil de tomar.

* * *

Vaughn dormitó en las ramas más altas de un árbol durante algunas horas antes de relevar a Mercy. Cuando la vio esperando vestida en forma humana, se dio cuenta de que quería hablar. Se transformó, cogió los pantalones que ella le lanzó y se los puso.

—¿Qué sucede?

—Nada importante —dijo—. Quería saber si podías cubrir mi cuadrante dentro de dos viernes. Tengo una fiesta.

Mercy trabajaba para la CTX, una red de comunicaciones fundada conjuntamente por los DarkRiver y los SnowDancer. Era un buen empleo para un centinela; el trabajo quedaba relegado a un segundo plano con respecto a los asuntos del clan y la directiva lo comprendía perfectamente. Sin duda porque la directiva estaba formada por lobos y felinos.

—No hay problema.

—¿Qué tal te va con tu última obra?

—Está acabada. —Ya había comenzado un nuevo proyecto. Una escultura en mármol de una mujer que era toda pasión y calor, tentación y misterio—. Si ves a Barker, ¿puedes decirle que está lista para que la recoja?

Mercy asintió, su cabello rojo se agitó suavemente al viento. El color le recordó a Faith, aunque el de su psi era más oscuro, más parecido al de las cerezas maduras.

—Lo haré. —Se despidió con la mano—. Te veo luego.

Vaughn decidió realizar parte de su turno de vigilancia en forma humana, su velocidad y su fuerza eran más que suficientes para encargarse de la mayoría de los intrusos. Mientras se ponía en marcha pensó en su nueva escultura. Sabía que sería impresionante, la mejor que jamás hubiera hecho. También sabía que nunca la vendería.

El bosque pasó a su lado como un borrón mientras corría, sin dejar de pensar en la silueta de una mujer de ojos estrellados. Pero no estaba tan distraído como para que se le pasara por alto una mancha amarillenta correspondiente a un leopardo donde solo debería haber habido vegetación. Volviendo sobre sus pasos, siguió el olor hasta que se encontró con dos cachorros enzarzados en un simulacro de pelea. El rugido de Vaughn hizo que se separaran y se le quedaran mirando. Sabía que estaban metidos en un buen lío.

—Me parece haber oído decir a Tamsyn que ibais a pasar el día con Sascha. —El centinela cruzó los brazos preguntándose cómo la mujer, sanadora de los DarkRiver y madre de los cachorros, se las apañaba con su doble dosis de problemas sin tirarse de los pelos—. ¿Qué hacéis aquí?

Los cachorros eran curiosos por naturaleza; no era extraño que se alejaran mientras exploraban, y estaban a salvo en tierras de los DarkRiver. Pero de todas maneras necesitaban normas. Y la primera regla era no alejarse más de un kilómetro y medio de la casa en la que se suponía que debían estar.

Los cachorros agacharon la panza y maullaron tratando de engatusarle para salir del lío.

—Yo no soy Sascha ni tampoco vuestra madre —les dijo, aunque le divirtió su actitud. Aquellos dos serían unos buenos soldados cuando crecieran. También atraerían a las mujeres del mismo modo en que Kit, uno de los soldados jóvenes, lo hacía ahora—. Vamos.

Los pequeños se levantaron y emprendieron el camino por delante de Vaughn. Gemelos idénticos en forma humana, Julian y Roman también lo eran en su forma animal. Solo quienes los conocían muy bien podían diferenciar al uno del otro. Vaughn siempre había podido hacerlo, quizá se debiera a que su bestia era mucho más fuerte. Tras llevarlos de nuevo a la zona segura, se agachó hasta ponerse a su altura.

—Ya conocéis las reglas. Son por vuestro bien y para asegurar que las mujeres no se vuelvan majaras. —No era ninguna mentira. Las madres estaban de los nervios a causa de las artimañas de cachorros y jóvenes—. ¿Queréis que Sascha se vuelva loca buscándoos?

Los pequeñines sacudieron sus peludas cabecitas.

—Pues no os salgáis del perímetro. —Sabía que Sascha podía localizar a los gemelos utilizando sus dotes psíquicas, pero eso no cambiaba las reglas.

Una pequeña pata le rascó un brazo y una segunda se unió a esa en el otro. Vaughn rió entre dientes.

—No, no estoy cabreado. Venga, vamos a decirle a Sascha que estáis bien.

Vaughn se transformó y dejó que juguetearan con él durante unos minutos antes de acompañarlos de vuelta a la casa colgada de la que habían escapado. Sascha estaba al pie del árbol.

—Creo que voy a ataros con una correa —dijo, su voz sonaba muy firme, completamente psi—. Y ¿no os había dicho algo de convertiros en ratas si os portabais mal?

Los cachorros se quedaron inmóviles.

—¿Qué te parece a ti, Vaughn?

Este respondió moviendo la cabeza afirmativamente. Julian le miró como si fuera un traidor y Roman intentó esconderse detrás de un árbol. Riendo, Sascha tomó a Roman del pellejo del cuello y le dio un beso en la peluda carita. Julian se acercó corriendo y gruñó pidiendo que le hicieran caso. Cuando lo cogió, Sascha hizo un gesto a Vaughn.

—Gracias por encontrar a la Pareja Diabólica. Te juro que me di la vuelta un solo segundo y ya habían desaparecido.

Vaughn profirió un sonido gutural para hacerle saber que no pasaba nada.

—Estoy trabajando con Zara en los planos modificados para una de las nuevas viviendas del complejo —le dijo, refiriéndose a la diseñadora ajena al clan—. Al parecer los lobos están contentos. —Sascha esbozó una sonrisa cuando el centinela gruñó—. Sí, lo sé. Malditos lobos. Eres tan malo como el resto, ninguno estáis dispuestos a aceptar por completo el nuevo tratado.

Julian y Roman se retorcieron en sus brazos y Sascha bajó la vista.

—Vale, vale. Nos vamos a la ciudad para ver a Lucas y a Nate. —Los cachorros se entusiasmaron al oír el último nombre, que era el de su padre—. Tengo ropa para vosotros en el coche, mis pequeñas bestiecillas.

Vaughn estaba a punto de dar media vuelta y marcharse cuando Sascha se dirigió a él:

—¿Cómo está Faith?

El centinela meneó la cabeza. Faith no estaba donde tenía que estar, ni mucho menos, y no se sentía cómodo reconociendo que necesitaba a alguien hasta ese punto.

* * *

Faith acababa de realizar un lucrativo vaticinio para Industrias FireFly cuando el panel sonó. Utilizó el mando a distancia para coger la llamada, pero esta se cortó antes de que pudiera hablar. Encogiéndose de hombros, lo achacó a una equivocación y se levantó del sillón.

—Voy a dar un paseo —dijo al psi-m que estaba de guardia—. Diles a las patrullas que no se acerquen a mí.

Esa era la misma petición que hacía cada vez que tenía una visión especialmente intensa. Sus sentidos psi siempre parecían funcionar a un nivel más alto después de tales visiones. Acababa oyendo todo lo que sucedía a su alrededor, incluyendo la charla de las mentes supuestamente protegidas de los guardias.

No obstante, hoy no sentía el menor rastro de esa habitual hipersensibilidad, de hecho tenía un absoluto dominio de sí misma a pesar de lo que había sucedido la noche pasada. Y quería disponer de intimidad para pensar en las posibles causas. Decidiendo que bastaría con el sencillo vestido hasta el tobillo que llevaba puesto, salió al fresco aire de la tarde.

No podía ver a los guardias, pero sabía que estaban ahí. Aunque al parecer no servían de mucho, pues Vaughn entraba y salía sin mayor problema. Y a ella no le preocupaba lo más mínimo. La noche anterior había aceptado que sentía miedo de la cólera asesina de las oscuras visiones. Ese día se permitió reconocer que le gustaba Vaughn, le gustaba su temeridad e incluso el peligro que rezumaba. Pero cualquier emoción más intensa continuaba estando fuera de su alcance.

Nadie en el mundo de los cambiantes podría entender lo que era pasar toda la vida sin emociones y luego verse invadido por ellas de la noche a la mañana. La oscuridad había llevado a su vida peligro y maldad, lujuria psicópata y una necesidad teñida de sadismo. Podría haberse hundido bajo su peso si Vaughn no hubiera traído consigo placer, deseo y alegría. No era un hombre de trato fácil, pero eso formaba parte de lo que hacía que fuera tan increíblemente fascinante. La noche anterior se había visto cara a cara con el animal que moraba justo debajo de su humanidad y…

—Faith NightStar.

Miró fijamente a la esbelta morena, casi delicada, que había salido de las sombras de un verde abeto. No debería haber nadie en aquella propiedad salvo los guardias y ella.

—¿Quién eres?

Una fría sonrisa, que no alcanzó a iluminar aquellos ojos azul claro, se dibujó en sus labios.

—Interesante. Estás tan aislada que, a pesar de que has estado trabajando para nosotros, desconoces mi identidad.

Faith recordó al escuchar aquella voz.

—Shoshanna Scott.

Un miembro del Consejo de los Psi y su hermoso y fotogénico rostro público.

—Me disculpo por invadir tu intimidad, pero no quería que esta conversación quedase grabada.

—Has sido tú quien ha llamado antes —dijo segura de ello gracias a aquel sentido que tenía y que sabía esas cosas. También sabía que estaba en presencia de alguien muy peligroso, una mujer que podría atacar sin avisar y carente del control que sí poseía el «animal» al que se había enfrentado solo horas antes.

—Sí. Estábamos revisando la supervisión. Es exhaustiva.

Faith aguardó para ver qué era lo que el Consejo quería de ella. Siempre le habían hecho llegar sus peticiones a través de su clan psi, pero tal vez se tratase de un vaticinio que querían mantener completamente en secreto.

—Tu precisión es impresionante, Faith.

—Gracias.

—¿Damos un paseo?

—Cómo no. —Sabía de qué manera tratar con los miembros del Consejo; tal vez hubiera estado aislada, pero no era estúpida—. ¿Quieres que intente realizar una predicción sobre alguna cosa? —Había dicho intentar, porque su habilidad no funcionaba siguiendo órdenes. Pero si Vaughn tenía razón, podría enseñar a su mente a controlar la aparición de las visiones. La idea resultaba seductora.

—Solo quería hablar contigo. —Shoshanna entrelazó las manos a la espalda, el traje totalmente negro que llevaba hacía que sus dedos parecieran blancos como los de un esqueleto—. ¿Vistes normalmente así?

Faith era consciente de que no se trataba del estilo corriente de los psi.

—Facilita las cosas a los médicos cuando su intervención es necesaria.

Sin embargo, la verdad era que prefería… que le gustaba, llevar vestido.

—Por supuesto. En realidad nunca he hablado con alguien de la designación «c». ¿Cómo es ver el futuro?

Los claros ojos de Shoshanna se clavaron en los suyos cuando se detuvieron junto a un pequeño estanque.

—Dado que nunca he vivido de otra forma, no puedo establecer una comparación —repuso, recordándose a sí misma que debía de andarse con mucho cuidado. Un desliz, y Shoshanna sabría que algo no iba del todo bien con aquella psi-c en particular—. No obstante, eso me proporcionó un propósito a una edad en que la mayoría de los psi no están maduros.

—¿Llevas trabajando desde que tenías tres años?

—De forma oficial. Pero mi familia tiene registros en los que se asevera que estuve realizando predicciones no verbales precisas incluso antes de esa edad. —Confesó aquello porque creía que Shoshanna ya sabía su historia; los consejeros ponían gran empeño en conocer cosas sobre aquellos con quienes deseaban hablar.

—¿Cómo afectó el Protocolo a tus habilidades?

El Protocolo. El Silencio. Una elección hecha hacía generaciones para erradicar la violencia, pero que también había acabado con la alegría, la risa y el amor. Había convertido a los psi en criaturas sin emociones, una raza robótica que destacaba en el mundo de las finanzas y de la tecnología, pero que no generaban ninguna clase de arte, de música, ni obras literarias.

—Mi don para optimizar las visiones creció al mismo ritmo que avanzaba en el Protocolo. En lugar de precisar varios detonantes para provocarlas, comencé a necesitar solo uno o dos. —Lo que no le dijo fue que a medida que progresaba, también había dejado de tener las visiones oscuras.

Aquel inesperado recuerdo había surgido de la nada. Parecía que la insistencia de Shoshanna había abierto un compartimiento secreto dentro de su mente, haciéndole ver que hubo un tiempo en su niñez en que había contemplado la oscuridad. Mantener una expresión serena se convirtió en un ejercicio de autocontrol.

—Interesante. —Shoshanna comenzó de nuevo a caminar.

Faith la siguió en silencio. Aquella mujer era hermosa, pero formaba parte del Consejo, y nadie llegaba a ese puesto sin haber derramado sangre. Su ojo mental parpadeó y, por un instante, pudo ver la roja sustancia manchando las manos de la consejera. La visión terminó tan pronto como había surgido, pero hizo caso a la advertencia. Porque había visto algo más que sangre, también había tenido una revelación.

Un día, a no tardar mucho, Shoshanna Scott tendría la sangre de Faith NightStar en sus manos.

A menos que pudiera cambiar el futuro. Por eso los psi-c estaban tan cotizados: el futuro que veían podía alterarse. Las empresas podían interceptar a un rival si sabían que dicho rival estaba a punto de sacar un importante invento o de comprar acciones de una firma cuya subida hubiera sido vaticinada. Faith no había visto antes nada que tuviera el potencial de afectarla de forma tan directa.

—¿Te satisface tu trabajo? —La voz de Shoshanna era un sonido frío que rasgaba los susurros de las hojas agitadas por el viento.

Faith no sabía qué quería Shoshanna, de modo que optó por responder la verdad.

—No. Se está volviendo demasiado fácil. Puedo pronosticar tendencias de mercado mientras duermo si es necesario. No representa ningún desafío. —Era cierto que el Protocolo les había despojado de todas las emociones, pero no había servido para reprimir la acuciante necesidad de estimulación mental—. Soy la mejor de este hemisferio. La única que de vez en cuando representa un reto para mí es Sione, del clan psi PacificRose, en el hemisferio sur.

—Pero nunca has presentado tu candidatura para acceder a un puesto más alto.

Faith comenzó a vislumbrar los motivos de la visita, pero no conseguía dar crédito.

—Da la casualidad de que lo he estado considerando recientemente. Pero dado que mi edad sería un obstáculo, pensé en esperar y acumular conocimientos.

—Muy eficiente. —Shoshanna parecía estar realmente impresionada por aquella mentira—. A nadie se le ocurriría seguir a una psi-c cardinal para vigilar sus pasos en la PsiNet. ¿Has descubierto algo interesante?

Faith decidió ser honesta una vez más, basándose en que con toda probabilidad Shoshanna ya estaba enterada.

—Hay señales de disensión en la PsiNet. La pérdida del consejero Santano Enrique en circunstancias un tanto misteriosas ha generado cierta inquietud y especulaciones.

—¿Qué crees que deberíamos hacer para frenar las especulaciones?

Faith no estaba segura de querer que cesaran: el debate y el cambio tenían que resultar más beneficiosos para la red que el estancamiento y la sumisión. Pero decir algo semejante le reportaría una atención indeseada.

—Estoy convencida de que el Consejo ha pensado en una solución mejor que nada de lo que yo pueda ofrecer.

Una vez más, Shoshanna esbozó aquella gélida sonrisa típica de los psi, algo que Faith nunca había adoptado. Si no sentía diversión o esperanza, ¿por qué debería sonreír?

—No te preocupes por ofenderme, Faith. Quiero saber qué harías tú.

—Yo daría una respuesta a las masas. Una respuesta concreta. Nada pone fin a las conjeturas de forma tan fulminante como una verdad irrefutable.

Pero lo que había vislumbrado en la red tenía visos de una insatisfacción más profunda. El Consejo había perdido terreno, un terreno importante. Ahora ya daba igual, pues nada de lo que dijeran podría convencer a algunas personas.

Shoshanna se detuvo y Faith se percató de que habían dado la vuelta y regresado al punto de partida.

—Casualmente comparto tu opinión. Quizá podamos seguir discutiendo el tema en el futuro.

Faith asintió, sabiendo que se trataba de una despedida.

—Estaré encantada, consejera.

Acto seguido, le dio la espalda a la mujer que un día tendría las manos manchadas con su sangre y regresó a la casa con paso tranquilo. Menos mal que Shoshanna no era un felino como Vaughn, o el errático latido de su corazón podría haberla delatado.

Sin embargo algo bueno había salido de aquel encuentro: podía mentirle a su padre con expresión impasible y solicitar disponer de intimidad por «motivos tratados previamente». Eso fue lo que hizo nada más entrar en la casa.

—¿Se han puesto en contacto contigo? —preguntó Anthony.

—En cierto modo —dijo con evasivas, comenzando a aceptar que su mentira nunca había sido tan simple—. No me parece prudente hablar de esto en una red de comunicación general.

—Por supuesto. Reunámonos en persona.

Eso era lo último que deseaba.

—Aún no, padre. Levantar cualquier sospecha en este momento podría ser contraproducente. —Para su salud, sin duda alguna. Había oído la clase de cosas que hacían los aspirantes a fin de deshacerse de la competencia.

Anthony asintió.

—Mantenme informado. La próxima vez, utiliza la PsiNet.

—Sí, señor.

* * *

Aquella noche la oscuridad no llegó. Pero tampoco lo hizo Vaughn. La parte racional de Faith le dijo que empleara la momentánea tregua del constante asalto a sus escudos psi para incrementar y reforzar las partes del condicionamiento que estaban en peligro de fallar. Pero su parte racional no tenía ninguna posibilidad contra los recuerdos de la noche anterior: un terror absoluto y la peligrosa sensación de seguridad que le proporcionó el contacto del jaguar.

Lo cierto era que había esperado que él estuviese allí después de la intensa noche pasada, que había llegado a depender de su presencia física… ella, una mujer acostumbrada a no tener a nadie. Y ahora él no estaba. Aunque no importaba. Era una psi, se dijo a sí misma mientras retiraba la manta de una patada y golpeaba la almohada para ahuecarla y que resultara más confortable. No sentía nada. Mucho menos decepción e ira.