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Parecía que la oscuridad supiera cuándo se encontraba sola y en su momento más desvalido. Como una bestia sanguinaria aguardando en las sombras a que su presa bajara la guardia, se coló a través de los canales de precognición y se hizo con el control de sus sentidos. Y entonces esa cosa —él— la obligó a contemplar lo que acabaría pasando si no se le detenía.

Sangre, tanta sangre en sus manos, en su pelo, en su piel. La pálida fragilidad de la mano masculina era casi visible bajo el intenso y oscuro manto que la envolvía… «Aguarda un momento.» Él era mayor, contaba con más décadas de experiencia que el delgado muchacho cubierto de sangre que estaba viendo. Pero era la misma oscuridad, la misma maldad. Faith comprendió lo que estaba viendo, aunque era algo que raras veces le había sucedido.

Una inesperada manifestación del don de la clarividencia eran las visiones regresivas, la habilidad de ver el pasado. Los psi-c cuyas visiones se centraban prácticamente en el pasado eran muy escasos, extremadamente raros. Faith no recordaba a ninguno en los últimos cincuenta años. Cuando aparecían, tendían a enrolarse en las fuerzas del orden. Pero los psi-c más activos normalmente tenían una o dos visiones regresivas al cabo del año. En su caso, siempre había captado imágenes inocuas conectadas con el futuro que trataba de vislumbrar.

Nunca había estado tan cubierta de sangre como para estar pegajosa, como para que un intenso olor metálico inundara sus fosas nasales cada vez que inspiraba. Tenía las pestañas pegoteadas de esa sustancia seca, que también se le había incrustado bajo las uñas, tan oscura que era casi negra. Las huellas de sus pisadas habían comenzado a fijarse a medida que el rojo fluido se coagulaba. En una mano sujetaba el cuchillo que había utilizado. Cuando lo levantó, la luz de una antorcha arrancó destellos al mortal objeto.

¿Una antorcha?

Al girarse, se sorprendió rodeada por una docena de hombres vestidos con trajes negros. La visión se fracturó y cuando abrió de nuevo los ojos, se encontraba en los confines de una habitación totalmente blanca. La sed de sangre corría por sus venas y se dio cuenta de que era mayor, años mayor. Y estaba hambrienta. Muy hambrienta… de presas humanas.

Otro violento salto en el tiempo. Estaba con los hombres de negro otra vez. Estos la liberaron justo al comienzo de un laberinto y comenzó a correr. El miedo que sentía en su presa la atraía como si de una droga se tratase. Corrió con paso seguro sabiendo que ellos habían elegido un sacrificio apropiado. Siempre lo hacían.

Su mano aferró el cuchillo. Divisó la vulnerable nuca de la chica que se había tropezado y caído de bruces al suelo. Una sonrisa expectante se dibujó en su cara. Iba a ser muy divertido.

«¡No!»

Faith se zafó de la visión con tal violencia que cayó al suelo. Tras acurrucarse en posición fetal, intentó sofocar los quejidos, trató de borrar los vestigios de sangre de su cerebro. Durante aquellos prolongados momentos se había convertido en el asesino, en la misma maldad que le había quitado la vida a su hermana. Eso fue lo que le había hecho volver en sí: saber que si dejaba que continuase, podría sentir sus propias manos alrededor del cuello de Marine.

El panel de comunicación junto a la cama sonó. Sin duda habían captado el ruido que había hecho al caerse. Los sensores exteriores eran muy sensibles y ella había causado un gran estrépito. Obligándose a levantarse, respondió sin activar la opción visual.

—Me he tropezado con algo.

—¿Estás herida?

—No. Estoy bien. Te ruego que no me molestes hasta mañana. —Cortó la comunicación con aquella escueta declaración consciente de que su máscara estaba a punto de resquebrajarse. Su voz parecía a punto de temblar, de llorar.

Fase dos en el inevitable proceso que conducía a la locura a un psi-c.

Tenía que salir de aquel claustrofóbico recinto. Pero no podía marcharse. Ahora no. Todos eran demasiado conscientes de su insomnio… podrían incluso intentar ponerse en contacto con ella a pesar de sus órdenes. Las ganas de huir eran tan grandes que su piel tirante parecía a punto de estallar.

No podía satisfacer sus impulsos, no podía correr hacia la libertad ni tampoco abandonar aquella seguridad y salir en busca del depredador cuyos ojos brillaban en la oscuridad. Una criatura tan letal, que no debería haber pensado en él al mismo tiempo que en la palabra «seguridad». En cualquier caso, el jaguar estaba fuera de su alcance; ella era una prisionera en aquel lugar al que todos llamaban su casa. ¿Llegaría el día en que se convirtiera en su tumba?

Estremeciéndose solo de pensar en algo tan morboso, regresó de nuevo a la cama y se tumbó con la vista clavada en el techo y los recuerdos de la sangre y el horror como únicos compañeros. Y aunque se negaba a reconocer que sentía algo, la soledad le atenazaba el corazón.

Y dolía.

* * *

Faith despertó en el preciso instante en que sintió el roce de una respiración en el cuello. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Conocía aquel olor masculino, pero su presencia allí era imposible. Creyéndolo una fantasía de su estresada mente, abrió los ojos y se encontró mirando el rostro de un jaguar humano. Estaba tumbado junto a ella, con la cabeza apoyada en una mano.

—¿Qué estás haciendo en mi cama? —preguntó demasiado sorprendida para reprimirse.

—Solo quería saber si podía hacerlo. —Se había dejado el pelo suelto y este le caía sobre los hombros en una brillante masa ambarina, a pesar de que la única luz procedía de una pequeña lámpara de mesilla.

Aquella lamparita normalmente la ayudaba a delimitar la línea que separa la vigilia del sueño, pero en ese momento no estaba segura de en cuál de los dos mundos se encontraba. Levantó la mano y le tocó el pelo. Cálidos mechones se deslizaron entre los dedos de Faith. Aquella inesperada y sorprendente sensación hizo que los apartara de golpe.

—Eres real.

Una leve sonrisa curvó los labios del jaguar.

—¿Estás segura? —Le dio un ligero beso en la boca.

El contacto fue increíblemente fugaz, pero ella sintió que se quemaba.

—No cabe duda de que eres real.

Una acusación que Vaughn, totalmente impenitente, recibió con una risilla.

—No hagas ruido —le advirtió Faith—. Este cuarto y el baño son privados, pero todo lo demás está vigilado. ¿Has…?

—No saben que estoy aquí. —Alzó la mirada hacia la claraboya del techo que nadie debería haber sido capaz de abrir—. Los psi no vigilan el peligro que proviene de las alturas.

Faith no se explicaba cómo lo había conseguido, pero no le sorprendió; Vaughn era un gato, después de todo.

—¿Te ha enviado Sascha?

—Sascha cree que te devoraré si tengo la oportunidad.

—¿Lo harás? —No se fiaba de Vaughn, del jaguar que acechaba en la oscuridad tras aquellos hermosos ojos.

Notó que un dedo le acariciaba el rostro y Faith se obligó a no moverse. Era fuerte y superaría aquel bloqueo. El recuerdo sensorial del cabello de Vaughn aún hormigueaba en sus dedos y se preguntó cómo sería su piel.

—Acércate y lo descubrirás. —La voz del centinela se había vuelto ronca, pero no había nada amenazador en ella. Casi era…

Rebuscó en su diccionario mental y dio con la respuesta.

—Intentas engatusarme.

Nadie había intentado nada semejante con ella. Le habían exigido, le habían ordenado e incluso solicitado de forma condescendiente, pero nunca nadie se había mostrado persuasivo con ella.

Vaughn estaba más cerca, a pesar de que no había notado que se moviera. Pero seguía encima de las sábanas en tanto que ella estaba debajo. Entonces, ¿por qué podía sentir el calor de su cuerpo, casi como si su temperatura fuera mayor que la de ella?

—Quizá.

Faith necesitó un segundo para recordar la pregunta que le había hecho.

—¿Por qué? —Tenía las manos encima de las sábanas, a tan solo un suspiro de su torso desnudo. Faith abrió los ojos como platos—. ¿Estás desnudo?

—A menos que tengas algo de ropa que dejarme, sí. —Parecía completamente cómodo con respecto a su desnudez.

—No puedes entrar desnudo en el dormitorio de una mujer. —Ese no era un comportamiento aceptable en ninguna raza.

—Estaba vestido cuando entré… con mi pelaje. —Vaughn era todo ojos dorados y resplandeciente piel, un hombre tan hermoso que se maravilló de que una criatura así existiera en el mismo mundo que ella—. Puedo transformarme si lo prefieres.

Le había lanzado un desafío.

—Vale. —No estaba dispuesta a dejar que pensara que podía hacer siempre lo que quisiera.

—¿Estás segura de que quieres a un jaguar en tu cuarto?

—Me parece que ya tengo uno.

Pero algo en su interior deseaba ver la metamorfosis, ese mismo algo que sabía que Vaughn era hermoso a pesar de que no debería haber tenido la capacidad para reconocer la belleza masculina.

—No te muevas, pelirroja.

El mundo se convirtió en un resplandeciente arco iris a su alrededor. Faith se quedó paralizada ante tan inesperada visión. Había imaginado que el cambio resultaría doloroso para él y, en realidad, no había esperado que lo hiciera. Pero aquello no parecía doloroso, tan solo grandioso.

Un instante después, el resplandor se había desvanecido y Faith se encontró tendida al lado de un jaguar con unos dientes muy afilados y unos ojos iguales a los del hombre que había ocupado el espacio momentos antes. Faith notó que se le formaba un nudo en la garganta. Era una psi… no sentía miedo. Pero resultaba práctico estar alerta con algo tan letal a su lado.

El jaguar abrió sus fauces y profirió un gruñido casi imperceptible.

—¿Era una pregunta? —aventuró—. Porque desconozco el idioma de los jaguares.

El animal agachó la cabeza y le acarició el cuello con el hocico. El corazón de Faith amenazó con atravesarle la piel y salírsele del pecho.

—Soy más fuerte que esto —susurró, y se obligó a levantar una mano y a rodear la cabeza del jaguar hasta que sus dedos se cerraron sobre la piel de cuello. Aunque tiró de él, este se negó a moverse. Volvió a tirar con más fuerza y un gruñido reverberó en sus huesos.

—Para, Vaughn.

Sin previo aviso, el pelaje desapareció de debajo de sus manos, la increíble suavidad se convirtió en chispas con los colores del arco iris y acabó con un hombre desnudo encima de ella. La mano de Faith asía ahora ambarinos mechones de cabello.

—Así que, ¿tocas al gato, pero no al hombre?

—Intentaba que te apartaras. —No le soltó el pelo, pues descubrió que no podía hacerlo. El olor de Vaughn impregnaba el aire, su piel dorada estaba tan cerca como para poder tocarla y en sus labios se dibujaba una sonrisa puramente felina.

—¿Dónde te gustaría que me pusiera, cielito?

Faith sabía que había utilizado aquel diminutivo a propósito.

—Lejos de mí.

—¿Estás segura? —Su sonrisa adquirió un matiz pícaro—. Si me muevo podrías ver más de lo que te gustaría.

—Sé que este tipo de comportamiento es inaceptable entre los leopardos. —Técnicamente hablando, no tenía conocimiento de nada semejante. Simplemente le parecía algo que tenía que ser verdad—. ¿Te gustaría que un hombre desconocido entrara en el dormitorio de tu hermana de esta forma?

Toda diversión se borró súbitamente del rostro del centinela. Se quedó inmóvil, tan quieto que daba la impresión de que estuviera hecho de piedra. La parte de Faith que había estado deleitándose con el considerable estímulo intelectual que le provocaba azuzarle con su ingenio quedó en silencio, consciente de que había despertado algo peligroso.

—Suéltame el pelo, Faith. Y cierra los ojos. Cuando vuelvas a abrirlos, me habré ido.

Faith había pasado los últimos minutos intentando convencerle para que se marchara, y ahora que había accedido, resultaba que no quería que se fuera. Por primera vez estaba con alguien que había ido a verla. A ella. No a Faith NightStar la psi-c, sino a Faith la persona que era aparte de su don.

—Lo siento —dijo dubitativa. No sabía cómo relacionarse con los cambiantes, tan solo comprendía que le había hecho daño. Parte de su adiestramiento había sido aprender a reconocer las emociones a fin de desterrarlas. Por eso lo sabía. No tenía nada que ver con aquella extraña sensación próxima a su corazón—. Lamento si te he ofendido. Solo pretendía… jugar.

Aquella última palabra pilló completamente por sorpresa a Vaughn. Sus músculos se relajaron sin que los controlase de forma consciente.

—¿Has cambiado de idea, pelirroja?

—No estoy segura. —Le soltó el pelo, pero luego comenzó a acariciarlo—. No he experimentado nada como tú. Las reglas no contemplan situaciones como esta.

—¿Reglas?

—Las reglas del Silencio. —Sus dedos rozaron la piel de los hombros de Vaughn. Faith los retiró como si se hubiera escaldado, y la mano cayó sobre la almohada—. ¿Por qué te ha ofendido mi pregunta?

Vaughn no hablaba con nadie acerca de su pasado, pero se sorprendió respondiéndole a Faith… era casi como una compulsión contra la que ni hombre ni bestia podían luchar.

—Mi hermana murió cuando tenía diez años.

A los siete años, Skye había sido tan frágil, tan débil que no había podido sobrevivir en su forma de jaguar. Vaughn le llevó comida, le dio cuanto tenía, pero Skye se había rendido en cuanto se percató de que sus padres no iban a regresar a por ellos. Fue como si su alma se hubiera marchado y nada de lo que él había hecho la hubiera tentado a que regresara. Dejó de comer, dejó de beber y no pasó mucho tiempo hasta que dejó de respirar.

Vaughn casi había muerto con ella, porque Skye había vivido en su corazón como nadie más lo había hecho. La pequeña le había seguido a todas partes desde que aprendió a caminar, como un torbellino de actividad y energía constantes. Odiaba a sus padres de un modo visceral, pero no por haberle abandonado a él. No, los odiaba por haberle roto el corazón a Skye.

—No soy capaz de entender lo que ella significaba para ti —dijo Faith, su voz traslucía una dulzura que jamás habría esperado de un psi—, pero puedo imaginarlo. Lloras su muerte.

—¿Lloras tú la muerte de Marine?

El brillo titilante de sus ojos se apagó hasta que no fueron más que pálidos ecos en contraste con la oscuridad.

—Los psi no lloramos la muerte de nadie. Hacerlo requiere sentimientos.

—Y tú no los tienes.

—No.

—¿Estás segura?

Vaughn inclinó la cabeza y le mordió el lóbulo de la oreja con sus afilados dientes, sofocando el grito de Faith con la palma de la mano.

—¿Qué estás haciendo? —susurró al tiempo que le apartaba la mano.

—Tu cuerpo puede sentir, Faith. Tu cuerpo tiene anhelos —le dijo al oído—. El cuerpo y la mente no pueden estar tan desconectados. ¿O sí?

Faith no respondió, pero Vaughn escuchó el acelerado palpitar de su corazón y supo que la había presionado demasiado. Sin embargo no era suficiente. Faith tenía que ir más allá, tenía que comprender más. Era fundamental. El jaguar sabía por qué, aunque el hombre no estuviera listo para escucharlo.

—Y la respuesta a tu pregunta es que si hubiera encontrado a un desconocido desnudo en el dormitorio de mi hermana lo habría despedazado. —Sus labios trazaron un sendero a lo largo del cuello de Faith y saborearon la agitación de su pulso antes de levantar la cabeza para mirarla a la cara—. Haré lo mismo con cualquier otro hombre que encuentre en tu cama.

Faith pestañeó y cuando abrió los ojos de nuevo, Vaughn era una sombra saliendo por el tragaluz. Pero nada podía borrar su olor de las sábanas, de su piel. La sensación de sus labios en la zona del cuello, que tan sensitiva era de pronto, le hizo apretar los puños en un esfuerzo por recobrar un control que parecía haberse esfumado. ¿Cómo podía tener ese efecto en ella? ¿Cómo?

Su fuerza radicaba en el Silencio, en contener sus emociones con puño de hierro. Si prescindía de eso, ¿qué otras sensaciones podría provocarle el jaguar? Su cerebro se sublevó insistiendo en mostrarle imágenes del rostro sin labios y los ojos irracionales de su tía. Un recordatorio de lo más rotundo; tenía que recuperar el control de su mente disfuncional o las visiones se apoderarían de ella, tal y como amenazaban con hacer incluso en esos momentos. La forma lógica de actuar sería acudir a los psi-m, reconocer que su condicionamiento se estaba desintegrando y pedir que la sometieran de nuevo a adiestramiento.

Pero ¿le darían ellos lo que deseaba o lo utilizarían como excusa para meterla en algún lugar «seguro», un sitio en el que pudiera realizar predicciones sin los inconvenientes que les estaba causando al solicitar el poder gozar de unos momentos de intimidad?

Daba igual lo que hicieran los psi-m, porque no iba a acudir a ellos. Iba a tomar una decisión imposible; iba a actuar de un modo que podría dejarla expuesta por completo a la misma locura de la que deseaba escapar. Aquella parte extraña y desconocida que estaba cobrando vida en su interior no quería dejar de sentirse fascinada por el jaguar que la tocaba como si le perteneciera, como si ella hubiera accedido a todas sus demandas.

«Cuidado, Faith —le dijo un susurro mudo—. Él no se detendrá cuando se lo pidas.» Porque él no era psi, no era alguien que fuera a cumplir todas sus órdenes, no era un hombre que acatara ninguna orden que no quisiera acatar. Y, pese a todo, Faith no iba a mantener las distancias.

¿Qué mejor prueba que esa de su acelerado deterioro?

* * *

Vaughn llegó a su guarida en lo profundo del bosque, al este de la casa colgada de Lucas, y subió los escalones naturales que conducían a la auténtica entrada. A su hogar se accedía a través de un laberíntico sistema de cuevas que hacía las veces de perímetro defensivo. La vivienda se encontraba en las mismísimas entrañas, bien iluminada durante el día mediante un ingenioso sistema de diversos conductos naturales de ventilación y sencillos espejos.

Desde lo alto, su guarida parecía ser una simple colina en peligro de ser devorada por el bosque. Hasta la fecha nadie se había tropezado con ella, ni de forma accidental ni a propósito. Tan solo sus amigos más íntimos sabían dónde vivía y cómo sortear las trampas que plagaban las cuevas exteriores. Aquellos que no lo sabían… bueno, los jaguares no eran famosos por su amabilidad.

Una vez llegó al núcleo del lugar, atravesó el salón en dirección a su dormitorio, donde adoptó de nuevo la forma humana. Desnudo, se desperezó antes de meterse en la ducha, la cual parecía ser una cascada que brotaba de la pared de piedra. Había pasado horas creando esa ilusión porque su bestia no se sentía feliz en ningún lugar que pareciera demasiado humano, civilizado en exceso.

Pero tanto hombre como jaguar disfrutaban de las sensaciones y del placer. Y del agua. De modo que su casa tenía una cascada, así como suntuosas alfombras que había reunido año tras año, sobre las que ni sus pies ni sus patas hacían ruido alguno. De las paredes colgaban tapices hechos a mano, más magníficos que los que se exponían en muchos museos. No eran meros objetos decorativos, sino que servían para retener el calor en invierno, cuando utilizaba generadores ecológicos para calentar el agua del magnífico sistema de tuberías que recorría su hogar. El calor resultaba especialmente útil en las ocasiones en que pasaba la noche entera trabajando en alguna pieza que requería un excesivo contacto con cinceles fríos y aristas.

Las butacas eran cómodas, la cama lo bastante grande para repantigarse en ella, y más que suficiente para entretener a una amante por muy lleno de energía que se sintiera. Pero nunca antes había llevado a una mujer allí. Sin embargo ese día podía imaginarse los almohadones cubiertos por un oscuro cabello rojo y unas cremosas extremidades sobre la gruesa manta. Faith parecería una joya exótica tendida sobre una cama engalanada con rico terciopelo negro.

Un gruñido se abrió paso por su garganta cuando sintió que se excitaba con una intensidad que no había experimentado en su vida. Podría haberse aliviado él mismo, pero no quería hacerlo. Deseaba a la psi cuyo aroma aún podía oler sobre su piel. El hombre aconsejaba cautela, le decía que esperase a estar seguro de que ella no estaba jugando con su mente, que no era una espía enviada por el Consejo para debilitar a los DarkRiver desde dentro; pero el gato se regía por el instinto, y este le decía que Faith era suya.

Como sucedía con la gran mayoría de los cambiantes, era la parte humana la que se había impuesto. Pero la parte animal de Vaughn era más fuerte que en los demás. Salió de debajo de la cascada y respiró hondo. El aire debería olerle a tierra y a bosque, pero en cambio se percibía en él cierto aroma a pasión y a mujer.

Se apartó el pelo de los ojos, y se quedó allí de pie considerando cuál iba a ser su siguiente paso. Faith había recorrido un largo camino desde su primer encuentro. Podía soportar cierto contacto, el breve beso que le había dado no la había dejado inconsciente. Había reaccionado a su desnudez, pero del mismo modo que lo haría cualquier otra mujer. Sonrió al recordarlo. Faith no era fría, por mucho que ella intentara fingir lo contrario.

Pero, a pesar de todo eso, a Faith le quedaba un largo camino por recorrer antes de aceptar la clase de contacto físico que él ansiaba. Deseaba lamerla de la cabeza a los pies, demorándose en todas esas suaves zonas femeninas que le atraían como si fueran una droga. Sin embargo, en cuanto le pidiera más de lo que su mente era capaz de sobrellevar, podría perderla. Y eso era inaceptable. Así pues, ¿dónde le dejaba eso?

—Paso a paso —murmuró entre dientes, con el cuerpo tenso, expectante.

Faith NightStar estaba a punto de ser perseguida y cazada. No tenía intención de hacerle daño y sí de echar abajo las paredes sensuales que los separaban. Cuando hubiera terminado, Faith sería esclava de los deseos de su cuerpo y todo su ser le llamaría a gritos.

Aquello requeriría paciencia, pero Vaughn estaba acostumbrado a acechar a su presa sin descanso durante horas, días… semanas.